Aparte de su imponente estatura, los Aonikenk, tenían un gran desarrollo toráxico. Sus espaldas eran amplias y sus piernas fuertes, rasgos que facilitaban la caza terrestre.
Las mujeres eran de caderas anchas, más gruesas que los hombres, pero proporcionadas. También se caracterizaban por poseer dientes muy blancos. Esta característica, algunos autores se la atribuyen a la costumbre de masticar el fruto de color oscuro del maqui o molle, arbusto con cuya resina se elabora el incienso.
La adaptación de los Aonikenk a las duras condiciones climáticas y ambientales, dependía de una disposición fisiológica especial unida a una educación y alimentación reforzadora de las defensas, ya que desde la infancia eran formados para resistir y acostumbrarse al frío.
Como cazadores nómades, estaban dotados de un vigor y resistencia especial para adaptarse a las duras condiciones del clima austral. Además poseían un metabolismo de las grasas distinto al del habitante actual, logrando eliminarlas más lentamente, lo que contribuía a la mantención del calor corporal.