Durante el crepúsculo del 17 de mayo de 1923, mientras el viento del sur, el óruken hayin, azotaba el campamento de Lago Fagnano, los hombres buscaron refugio en la choza de Tenenesk, chamán Haush (una rama de los Selk'nam) y le escucharon el relato que recoge Martín Gusinde:
«En un principio, nada. Sólo Temáukel, el primero de los howenh. después, la cúpula celestial, el firmamento, desprovisto de estrellas. Algunos vacíos inmensos penetran quietamente el silencio. Una luz crepuscular rielaba en la superficie de la tierra informe, estremeciendo las penumbras inmóviles.... En la oscuridad de la noche, alrededor del fogón que ahora se ha reducido a puras cenizas inertes, el viejo levanta la mano señalando el firmamento repleto de estrellas y con voz trémula insiste: Así por encima de nuestra tierra, se extiende el cielo: detrás de él vive Temáukel.»