Los aonikenk fueron un pueblo que tuvo una especial sensibilidad por la mísica, manifestada especialmente en el canto. Fuera como expresión de alegría, tristeza u otra situación que los afectara colectivamente o personalmente, el canto siempre staba a flor de labios, y en tal sentido los testimonios son reiterados, tanto que sin exagerar podría afirmarse que ellos vivían cantando. También los cantos eran a causa de agradecimienmtos o de bienvenida, con fines propiciatorios o para conjurar amenazas y males. En tiempos más antiguos los ancianos cantaban las leyendas tribales, según infoma Munster, del mismo modo que canciones totémicas, como lo ha afirmado Casamiquela.
Su sentido musical se manifestó de distintas maneras. Especial interes demostraban por tocar la corneta y el acordeón y les agradaba de manera particular escuchar las cajitas de música, que solían presentarles viajeros y colonos. El tocar su instrumento llamado koolo era lo que les provocaba mayor placer, obteniendo de él una extraña y dulce melodía llena de sugestiones.
El koolo era un instrumento formado por el arco y su complemento de hueso que se deslizaba sobre la cuerda de crines. Era prácticamente el único instrumento propio, ya que el tamboril y el sonajero, se empleaban en dar ritmo a los pasos de baile con sus sonidos secos y amelódicos. Munster da a entener que el hueso también era soplado, sirviendo como instrumento de viento, lo que explicaría los agujeros practicados en algunos, a manera de una flauta, afirmación que ha creado confusión entre los estudiosos, aceptándose por alguno que se diera la combinación entre el arco y la flauta.
Fuente: Los aónikenk. Historia y Cultura. Mateo Martinic