La Casa Bonita era similar a la vivienda habitual, pero, en lugar de estar recubierta con piel de guanaco, era engalanada con ponchos nuevos, cojines, plumas de avestruz, cascabeles y campanillas con cuentas azules, rojas y amarillas.
Dentro de ella, el alimento de la novia se reducía, evitando el consumo de grasas.
Por lo general, la abuela o el abuelo materno la acompañaban, asumiendo así el papel de educadores y consejeros de la joven en su nueva vida como adulta.
La joven aprendía así las normas morales de la comunidad y las actividades cotidianas como lavar, cocinar, elaborar tejidos, además de asumir la crianza de los hijos.