Cada etapa en la vida de los Aonikenk, se iniciaba con un ceremonial específico.
Durante la gestación, la embarazada era separada de su pareja para evitar el contacto sexual, ya que se creía que el semen agrandaba el feto y dificultaba el parto. Debía comer carnes secas y evitar los alimentos líquidos. Su madre o su abuela la asistían en el nacimiento del hijo.
El recién nacido era pintado de color blanco y se le asignaba el nombre que, habitualmente, representaba características físicas, lugares de alumbramiento o el nombre de un familiar muerto.
A los cuatro años de edad, asistían a la Ceremonia de los Aros: a las niñas se les perforaban ambos lóbulos de las orejas y a los niños, sólo uno. Una aguja y crines de caballo eran los instrumentos con que se hacían los orificios, que más tarde ocuparían los aros.
Al final del ritual se sacrificaba una yegua, momento en que los hombres ejecutaban el Baile de las Avestruces.