La virginidad era muy valorada, razón por la que se le enseñaba a las mujeres, en dicha ocasión, a no tener relaciones sexuales antes del matrimonio. La ceremonia concluía con el sacrificio de yeguas y el baile masculino de las avestruces.
El matrimonio se festejaba con sacrificio de equinos y bailes, al igual que las otras ceremonias, con la diferencia de que no se daba carne a los perros ya que se consideraba un mal augurio.
La extracción de la sangre, el saludar a los espíritus, encarnados en determinadas formas de la naturaleza o el murmurar deseos al ver la luna nueva y la creciente, eran otras prácticas rituales cotidianas. La ceremonia se prolongaba hasta altas horas de la helada noche patagónica hasta que, al calor del fuego y del baile, se unían con sus fuerzas ancestrales.
Con la llegada del hombre blanco, a esta ceremonia se sumó el alcohol que, además de emborracharlos produciéndoles cambios conductuales, terminó por aniquilarlos.