PARTE
II:
Transformaciones históricas del sistema alimentario mapuche
1.
Problemas, aproximaciones teóricas y contexto
La
situación alimentaria entre los habitantes de la Región de la
Araucanía, ha sido tratada desde perspectivas aisladas y polarizadas:
descriptivas o intervencionistas. Las primeras, producto de la
observación externa o participante de la realidad local, poseen sus
inicios en el ejercicio de cronistas que llegaron a la zona acompañando a
las huestes conquistadoras entre los siglos XV y XVII. Este ejercicio
descriptivo, evolucionó en su estilo y técnica hasta llegar a
formar parte de la práctica científica de la antropología,
en cuyo seno se mantiene la inquietud por conocer las circunstancias materiales
e ideológicas en que se efectúa el acto de comer. Los trabajos de
Valenzuela (1981), Caro (1986, 1988, 1990), Ibacache (1991) y Campos (1996)
continúan la senda descriptiva, aun cuando ya comiencen la
identificación de transformaciones perjudiciales para la
reproducción cultural. Esta investigación pretende avanzar en este
camino hacia el establecimiento y el tratamiento de dichas transformaciones
alimentarias, asentadas en un contexto dinámico y crucial para la
construcción de la experiencia interétnica.
En
la actualidad, la alimentación en el contexto interétnico chileno
mapuche permite problematizar la situación desde una perspectiva
distinta. Al concebir al acto alimentario como un hecho social total, a la vez
que asumir la multidimensionalidad de éste, se establece una matriz
conceptual determinada por la interrelación entre todos los aspectos que
construyen la experiencia alimentaria. Entre estos aspectos destacan el social
–en tanto la alimentación constituye una estrategia básica
de socialización y de organización social-, el económico
–dada la dependencia del modelo y sistema productivo para la
construcción de los repertorios de consumo alimentario-, y el
político –ya que la realidad alimentaria de cada pueblo
sería el reflejo de sus condiciones políticas, donde los problemas
de alimentación indicarían desigualdades en el acceso a los
recursos. Es esta última dimensión la que se pretende destacar en
esta ocasión, en que se propone profundizar en las condiciones
políticas que rodean a la alimentación humana.
Desde
esta perspectiva, se intenta reconocer el lugar que ha ocupado la
alimentación en el trayecto de las relaciones interétnicas chileno
mapuche, identificando las transformaciones experimentadas y las circunstancias
políticas en que éstas se han vivido. Como circunstancias
o
dimensión
política entendemos fundamentalmente a tres aspectos que determinan el
modelo o estilo de relaciones interétnicas:
- la
concepción del otro y la atribución de roles y derechos,
- la
prioridad de acción respecto del otro y
- la
definición de la convivencia interétnica
La
propuesta de esta investigación se asienta en que el análisis de
estos tres aspectos permitirá conocer la posición que la
alimentación ha tenido en las diversas ideologías del contacto
interétnico que han inspirado legislaciones y acciones en el
ámbito alimentario. Luego, este análisis descubre el lugar de la
alimentación en el actual contexto de demandas y reivindicaciones
expresadas por las organizaciones mapuche al Estado chileno, identificando las
actuales condiciones del fenómeno tanto en la práctica como en el
discurso.
1.1.
Enfoque de antropología de la alimentación
El
fenómeno de la alimentación humana en su multidimensionalidad
proporciona sendas preguntas a la actividad científica, tanto en sus
especificidades biológicas, nutricionales o socioculturales como a
aquella ciencia que ha acogido favorablemente la propuesta interdisciplinaria.
Efectivamente, remitiéndonos a la concepción básica del
fenómeno alimentario, nos encontramos desde ya con la posibilidad de
destacar una u otra de sus características sin por ello invalidar las
restantes. Desde esta perspectiva, se asume como superada la polarización
de aspectos que hacen del fenómeno alimentario un objeto de estudio
parcial, abordable desde enfoques unidisciplinarios. Aun cuando se reconoce que
este constituye un postulado básico de la antropología de la
alimentación, la evolución de la misma en virtud de mutaciones
teóricas y metodológicas, se acentúa aun más cuando
se esclarece la estrechez del vínculo entre el estudio de la
alimentación humana -en sus facetas nutricional y simbólico
cultural- y los destinos de los pueblos, dada la incidencia de la historia en
las condiciones en que se produce la experiencia alimentaria.
Esta
investigación resalta esta última connotación, al asumir
que el contacto interétnico ha promovido la transformación
estructural y valórica de la alimentación mapuche. La
antropología de la alimentación que a continuación relata,
se posiciona en los hechos que han detonado tal transformación y en las
evidencias socioculturales de la misma. El proceso etnográfico transita
entonces entre la data histórica, nutricional, experiencial y reflexiva
de los propios actores.
La
selección del enfoque proporcionado por la antropología de la
alimentación se fundamenta en el uso de conceptualizaciones ya trabajadas
en el dominio de la alimentación humana desde su faceta sociocultural.
Dado que dentro de esta misma sub disciplina coexisten vertientes más o
menos vinculadas con teorías biológicas o simbólicas de la
cultura, han sido aquellas capaces de acceder a la multiconcepción del
fenómeno las que mayor aporte proporciona para la proliferación de
la misma. Este estudio constituye un esfuerzo por implicar estos aportes con la
situación del contexto interétnico mapuche-chileno, a partir del
supuesto de que este bagaje orientará la problematización y la
interpretación de la situación alimentaria pasada y
contemporánea de las comunidades. La antropología de la
alimentación aparece indisolublemente vinculada con la
antropología aplicada, desarrollada independientemente pero con fines de
articulación; comento esto, dada la necesidad de reconocer la existencia
de tendencias primeras -pero bastamente reproducidas- de una definición
del estudio de la cultura alimentaria con fines exclusivamente descriptivos, a
lo más, destinados a inyectar conocimiento a los programadores de
intervención. El concepto de antropología de la
alimentación asumido por esta investigación es el desarrollado
durante la última década en España, que hace
hincapié en los problemas alimentarios contemporáneos en tanto
fenómenos complejos aptos para el abordaje antropológico (Gracia,
2002). Considerando el estudio de las prácticas y las representaciones
alimentarias de los grupos humanos como unidad de análisis, esta
investigación se adhiere a la perspectiva comparativa y holista, que al
poner su atención en los diversos factores que construyen el proceso
alimentario, supera la inconsistencia de los estudios culturales cerrados y
estáticos.
En
primer lugar, la definición teórico-antropológica de la
acción de alimentarse deriva de la lectura y el uso que diversos autores
han dado a los aportes de Mauss, M. (1925). Antropólogos tan diversos y
dispersos, Gracia, M. (2002), y Campos, L., (1996), -la primera de
formación y especialización en el contexto de la
antropología europea, reconstructora del surgimiento y los frutos de la
antropología de la alimentación, y el segundo de formación
chilena con especialización en Brasil, cuyos trabajos en el área
no mencionan siquiera la especialidad disciplinaria-, coinciden en reproducir el
uso del concepto de alimentación desde la perspectiva sociológica
que lo entiende como un hecho social, cuya característica primordial es
ser totalizante y encubridor de la multiplicidad de esferas que aportan a su
concreción. El trasfondo último de este concepto, es su potencial
de revelarnos la dinámica social que subyace a la acción
alimentaria, toda vez que el hecho alimentario se organizaría
según las estructuras sociales locales, refiriendo roles y estatus,
además de la propia concepción cultural del comer.
Este
concepto es progresivamente complementado con el de sistema alimentario, cuyo
supuesto de que todas las esferas de la vida social son interdependientes se
corresponde a su vez con la idea de que el estudio de la alimentación
debe considerar necesariamente la articulación con factores
ecológicos, políticos, económicos, e históricos,
entre otros. El refinamiento de este concepto de sistema alimentario aparece
como fruto de un consenso entre los autores que han asumido su tratamiento y su
uso (Gracia, M., Carrasco, S., Contreras, J., en Cataluña, por mencionar
algunos) basados en el convencimiento de que comer es uno de los
fenómenos sociales que mejor expresa las complejas maneras de hacer y
pensar este mundo contemporáneo (Gracia, M., (2002:29).
Para
Carrasco (1999: 104) "todas las prácticas relacionadas con la
alimentación constituyen sistemas organizados", dado que tales
prácticas constituirían un conjunto de normas y creencias que un
grupo de personas comparte en relación con los alimentos y la
manipulación de estos. Aproximarnos a través del concepto de
sistema alimentario, nos permite identificar la realidad organizada en torno a
los alimentos y su consumo, ideologías y prácticas en torno a la
producción, distribución, elección, preparación y
formas de consumo, y por sobre todo, a cómo la modificación de
tales factores afectan la organización íntegra del sistema
alimentario propio.
La
cultura alimentaria en tanto, surge como un concepto complementario que refiere
a las prácticas y comportamientos en tanto expresiones de sentido
asignado desde una perspectiva simbólica, como también en la
dimensión accional -material del proceso alimentario. Se entiende a este
último, como el suceder articulado de acontecimientos orgánicos,
valóricos y prácticos que configuran la acción de
alimentarse, y que en su integralidad constituye un referente del sistema
cultural que le da sentido. Este ámbito alimentario de la cultura ha sido
definido como un ámbito privado y cotidiano de todos los seres humanos,
que traduce rasgos inconfundibles en lo que se refiere también a la
posición social de los grupos en relación a la estructura social
de la que forman parte (Kaplan, A., y S. Carrasco, 1999:7). Se caracteriza
entonces por su sensibilidad y su mutabilidad, ante factores tales como el
contacto interétnico, la evolución temporo-espacial de las
sociedades o grupos humanos, las condicionantes geoecológicas, y en
general todos aquellos estímulos de cambio sociocultural,
integración social y aculturación (Ob. cit.). Constituye
así, un ámbito de expresión cultural que, trascendiendo a
los límites de la investigación antropológica, es apropiado
por los propios grupos como indicador de identidad, principalmente en casos en
que esta se visualice en proceso de pérdida o ante la necesidad de
difundirla y explicitarla. La "comida mapuche" se ha convertido en la IX
Región de Chile, en una oferta gastronómica extendida desde los
programas etno turísticos en los que la función de cocinar la
cumplen las propias mujeres mapuche en sus lugares de origen preparados para
dicha actividad, pasando por la oferta de "cóctel mapuche" que implica la
preparación de alimentos propios pero transformados por una
estética capaz de subsanar la brecha cultural, hasta la denominada
"comida étnica" ofertada por los más exclusivos recintos de
hostelería de la región, que han descubierto en la cocina mapuche
una alternativa incorporar lo exótico en sus menús. De cada una de
estas situaciones, poco o nada conocen la mayor parte de los mapuche de las
comunidades, a excepción del primer caso en las zonas más cercanas
a ciudades como Temuco o Villarrica, en que - orientados por ONG's o programas
municipales - han llegado a entender al etno turismo como una acción
para su desarrollo, en tanto les permite trabajar sobre sí mismos
incorporando ingresos económicos, aun sin profundizar en las implicancias
identitarias de dicha actividad. El fenómeno de la alimentación
humana se reduce así al de la comida como expresión cultural, y se
hace legible como indicador de presencia étnica primero, y luego, ante la
mirada más crítica, como indicador de subordinación,
desigualdad y manipulación cultural. Cabe señalar que si bien esta
situación de transformar a la comida de un pueblo en un bien
comercializable es propia de todos los contextos de interacción cultural
y más aun de la propia evolución de la gastronomía, la
condición del manejo de estas iniciativas por parte de organismos y
personas no indígenas las invalida en tanto expresión cultural. Se
trata más bien de un uso de la cocina -y el conocimiento culinario
mapuche- por parte de quienes continúan controlando los recursos.
Contadas experiencias refieren la "dignificación de la
alimentación mapuche" sustentados en la relación que estos
establecen con el medio, asignando a la comida un valor relacionado con la
permanencia cultural y las virtudes de un manejo ecológico adecuado,
además de otras en que iniciativas individuales han sabido
autogestionarse y mantenerse en el tiempo.
La
plataforma que sostiene a la reproducción de la cultura alimentaria es lo
que técnicamente se entiende como tradición
culinaria,
"conjunto
de normas y prácticas compartido y ejecutado por un grupo social o
cultural en un periodo vivido o imaginado como estable, que llena de contenido
su propia autoimagen en el presente... las tradiciones culinarias
referirán tanto a la selección de alimentos como a todos los
procesos de manipulación o transformación para el consumo del
grupo... la tradición alimentaria se refiere al origen y al recuerdo, de
alto valor simbólico, readaptada culinaria y gustativamente" (Kaplan, A.,
y S. Carrasco, 1999:12).
Se
trata de un concepto abierto al tratamiento de los cambios y las
transformaciones culturales manifiestas a través del ámbito
alimentario, o bien en la dirección contraria, experimentadas en el
ámbito alimentario y con efectos colaterales en las dimensiones
vinculadas al mismo. Esta visión de la tradición se correlaciona
con la etnoconcepción de la misma, suscitada por las mismas
circunstancias de contacto interétnico desequilibrado antes mencionadas.
Los discursos de resistencia y defensa étnica y cultural usan
recurrentemente el concepto de tradición en alusión a su propio
referente cosmovisional y accional, como aquel resguardo que les respalda a la
hora de demandar autogestión y autonomía para poder mantenerla y
reproducirla sin la atención prejuiciada de quienes no la (re) conocen y
por lo tanto no la legitiman como tal.
El
estudio de las culturas alimentarias en contacto es el aporte que esta
investigación quiere conceder al desarrollo creciente de la
antropología de la alimentación. El mensaje explícito es de
carácter fundamentalmente metodológico, una vez asumidos los
quiebres epistémicos y teóricos que refuerzan la idea de modificar
los estilos convencionales de actividad científica y la
articulación urgente de la misma con sus contextos de acción bajo
el nuevo supuesto de la "democratización del conocimiento" (Gallopin, G.,
y col, 2001). Se trata al mismo tiempo de reforzar la condición aplicada
del estudio de la alimentación, que por tratarse de un fenómeno
inherente a la sobre vivencia humana presiona a quienes le abordamos a situarnos
en las circunstancias problemáticas de la misma, ya sea en su faceta de
indicador de situaciones mayores propias de la implantación de un sistema
de relaciones interétnicas desproporcionadas, o bien en su
condición de prioridad para el funcionamiento y la reproducción
sociocultural y humana. Este trabajo intenta abordar el fenómeno desde
ambas perspectivas dada la complementariedad de las mismas, pero reconoce que su
distinción ayuda a discernir la lógica de interpretaciones
necesariamente orientadas por un fin cognoscitivo explícito.
1.2.
Aproximación teórica a las relaciones interétnicas y al
cambio alimentario
1.2.1.
Relaciones interétnicas y alimentación
El
contacto entre los pueblos y las circunstancias en que este se lleva a cabo ha
dado lugar a la definición tanto de la etnicidad como de la inter
etnicidad. Ambas ideas, refieren lo que Barth ya en 1976 entendía como la
identificación en tanto miembro de un mismo grupo y por lo tanto
diferente de otro(s). La profundización de este análisis hacia la
conceptualización de los sistemas sociales poliétnicos (Furnivall,
1944 en Barth, 1976) o bien de los sistemas interétnicos o
fricción interétnica (Cardoso de Oliveira, 1990), posicionan ya la
mirada en las situaciones de contacto crítico. El tratamiento
teórico de las formas y los contenidos en que se establecen y se
reproducen las relaciones entre los pueblos, refiere tanto a criterios de
contexto ideológico como también a los momentos históricos
en que estos de produzcan. Así las cosas, aun cuando el fenómeno
se multiplique y prolifere incesantemente con el correr del tiempo, cada vez hay
menos posibilidades de que las teorías que le abordan cundan hasta
permitir su uso en situaciones tan múltiples. Un mismo fenómeno
-el de las relaciones interétnicas- surge de circunstancias
históricas tan diversas como la colonización o la
inmigración masiva, permitiendo la generación de categorías
probablemente de orden transcultural, aun cuando las realidades estén
definidas por condiciones muy diferentes. Por categorías transculturales
en el campo de la etnicidad/inter etnicidad se entienden principalmente
aquéllas de autodefinición identitaria ya sea en su
dimensión individual o colectiva, las cuales se modifican a su vez en
tanto se incorporan o se priorizan para tal construcción factores de
índole tan diversa como el propio destino de los pueblos. La
circunstancias del contacto y de la inter etnicidad, agrega la definición
intercultural del "otro", generada por cada grupo a partir del momento en que se
enfrenta al choque.
El
encuentro primero entre occidentales e indígenas en América,
ocurrido progresivamente desde el siglo XV y hasta la fecha -considerando que
aun existen pueblos sin contacto o sin interacción incorporada en la
Amazonía- ha promovido el establecimiento de un sistema de relaciones
interétnicas lapidariamente estructurantes del destino social y cultural
del continente. Tanto en lo que fue la relación colonizador-indio, como
en la relación nacionales-indígenas, han operado múltiples
mecanismos de interacción y control, derivados tanto de intereses
políticos como de la prevalencia de identidades -auto identificaciones-
distintas una vez puestas en contacto. En efecto, la cultura occidental
ibérica que inició el contacto y llevó a acabo la
ocupación efectiva del territorio, se desenvolvió tanto de forma
ofensiva como defensiva en lo que fue su contacto con los pueblos
indígenas de la zona, reconociendo valores aun bajo el supuesto de
inferioridad en que los concebían. Sobrevino entonces la empresa
civilizatoria, con la imposición imperiosa de la ambiciosa
evangelización acompañada de permanentes enfrentamientos
bélicos, los cuales se apaciguaban sólo una vez que “los
indios” se sometían al nuevo sistema. Durante toda esta etapa de
ocupación y conquista territorial, las sociedades indígenas y sus
correspondientes estructuras de organización política fueron
absorbidas por una intención desintegradora, que lógicamente no
les reconoció más que para efectos de persuadirles y finalmente
instalarse sobre ellos. Este tipo de encuentro interétnico se caracteriza
así por la total ausencia de diálogo y de lo que describe Cardoso
(1993), como dos moralidades susceptibles de intercambio a través del
diálogo persuasivo, o en otras palabras, por el ejercicio de la
argumentación. Surge entonces la interpretación del desencuentro
interétnico, dadas las condiciones de estrabismo cultural que indujo a la
desintegración ideológica, religiosa y social de los pueblos
indígenas, y a la consecuente desaparición de muchos de ellos.
Para sostener esta aproximación, es necesario mencionar el trasfondo
filosófico que interpreta al encuentro de dos culturas desde la
perspectiva de la alteridad en un contexto de fusión de horizontes. Esta
teoría propuesta por la hermenéutica de Gadamer y adoptada por
tendencias ideográficas y simbólicas de la antropología,
afirma que los sujetos situados en horizontes culturales a partir de los cuales
interpretan la realidad han de asumir que tales horizontes no son absolutamente
invulnerables al cambio, tras haber incurrido en contactos dialógicos con
otros horizontes y habiéndose comprometido con la posibilidad de un
acuerdo, tornando finalmente viable la comunicación interétnica
(López, 2002, Cardoso, 1990-93). La historia de América Latina
impide la aplicación de esta teoría para la interpretación
de la historia de sus contactos culturales, aun cuando sea una apuesta
pertinente para la renovación de los estilos de acercamiento
interétnico propiciados por la antropología contemporánea.
El
surgimiento de los Estados naciones, si bien reorganizó el panorama
sociopolítico del continente, implicó la desaparición
definitiva de muchas poblaciones que sobrevivían en condiciones limitadas
de autonomía, entre las cuales destaca la población mapuche de
Chile, a quienes la corona española había reconocido oficialmente
su independencia y soberanía sobre el territorio que ellos habían
desistido de conquistar. La ocupación chilena de la Araucanía
impuso un nuevo sistema interétnico abiertamente caracterizado por la
subordinación y el control absoluto de la reproducción cultural.
El posible contraste entre fuentes mapuche escritas y orales, coincide en
anteponer el sentimiento de pérdida y desarraigo progresivo, fundido con
una concepción de su relación con el Estado cualificada como
“de poca credibilidad, desconfianza, interventora, ignorante”,
argumentados en hechos comprobables de usurpación, despojo,
manipulación, entre otros. Las legislaciones indígenas que han
dictaminado el Estado chileno, son demostrativas de este perfil que ahora es
posible señalar teóricamente como sistema interétnico en
competencia desigual, tras un intento por complementar los tratamientos que
autores como Barth y Cardoso han dado a la situación. Se trata de asumir
teóricamente la dinámica del contexto en el que la diversidad
étnica es fuente de confrontación y ambigüedades con efecto
real, desde la marginación y los intentos de negociación injusta,
hasta el reconocimiento social y político de la existencia de un
conflicto fundamentalmente demostrado por acciones de violencia y el consecuente
ejercicio del poder y la represión del Estado.
La
tradición weberiana manifiesta a través de los conceptos
propuestos por Parson, orientan a la interpretación del conflicto
interétnico como un “obstáculo al cambio” o bien como
consecuencia de procesos de “modernización incompleta”
(Stavenhagen, 1991). En un contexto de globalización económica los
actores étnicamente diferenciados tienden a ser clasificados en clases
sociales definidas en un sistema político unívoco, que maneja un
discurso en torno a la diversidad que no es más que indicativo del
control que el Estado pretende ejercer sobre la misma. El pueblo mapuche concibe
que la tensión sostenida desde la ocupación de su territorio con
el Estado chileno, aun cuando ha tenido etapas de mayor agitación,
también evidencia momentos en que la comunicación
interétnica habría sido posible (Huenchumilla, 1999; Morales,
2001).
La
situación actual de las relaciones interétnicas se puede enunciar
de múltiples maneras, aun cuando la mayormente recurrida sea la del
conflicto acompañado por una actitud formalmente asumida por las
principales organizaciones mapuche, de enfrentar al Estado con demandas y
reivindicaciones en su calidad de pueblo organizado cosmovisional, religiosa,
política y socialmente, aun cuando estas estructuras se encuentren en
franco desvanecimiento. Suman a este discurso, la prevalencia de la
tradición compuesta por referentes ideacionales y accionales antes
enunciados a la luz del concepto de Kaplan y Carrasco (1999), el cual
permanentemente homologan al de “cultura propia” aludiendo a la
coherencia interna de su estilo de vida.
En
este entramado, la situación alimentaria corrobora la
interpretación de las relaciones Estado chileno-pueblo mapuche como un
sistema interétnico en competencia desigual. A través de una
etnografía diacrónica es posible confirmar que la interetnicidad
en Chile ha estado permanentemente signada por la dominación
política y cultural, en la cual los mapuche han jugado un rol
preponderante en su calidad de agrupación mayoritaria que así y
todo no ha sido nunca concebido como un interlocutor autónomo e
independiente, sino que siempre ha sido considerado como una minoría
dependiente, una clase social (campesinos pobres), una categoría
sociopolítica (marginados), entre otras. En tanto, el Estado y la
sociedad chilena continúan reforzando el nacionalismo homogéneo,
aun cuando en los últimos 20 años hayan venido apareciendo en su
discurso conceptos tales como derecho indígena, desarrollo con identidad
u otros, frecuentemente aportados por las propias ciencias sociales de la
región. Esto último ha significado que la dinámica del
sistema interétnico ha resituado a sus participantes sin por ello afectar
a la condición de desigualdad. Aun cuando los mapuche han logrado
levantar discursos con mayor coherencia y consentimiento de sus bases a
través de las organizaciones que hoy encabezan los diálogos o los
enfrentamientos, no llegan a construir un discurso unívoco y por lo tanto
no son considerados un alter legítimo. Su sistema de organización
descentralizado y afecto a la territorialidad, ha impedido o favorecido
–dependiendo el punto de vista- que el sistema interétnico se
componga de partes iguales. La clase política chilena, en tanto, reniega
de reconocer la evolución de las dinámicas sociales y de su
correspondiente tratamiento honesto, capaz de reconocer errores, ignorancias y
riesgos. Esta investigación avanza respecto de la crítica a esta
situación, orientada por las propuestas de una ciencia social renovada de
acuerdo al estilo pos normal, las comunidades socioculturales que están
siendo afectadas por cambios nocivos han de abrirse a la combinación de
destrezas, en un proceso que entiendo como el fin de la demarcación clara
y el comienzo de la relatividad política, en el cual expertos y legos se
encuentran en una misma mesa de resolución. Es lo que Funtowicz y Ravetz
(1990) conciben como comunidad de pares extendida, cuya expresión real
supondría un revertimiento total de las circunstancias
actuales.
1.2.2.
Aproximaciones teóricas al cambio alimentario
La
historia de la alimentación mapuche puede interpretarse como una historia
que absorbe las desigualdades del sistema interétnico chileno-mapuche. Su
interpretación teórica supondrá, además, identificar
hitos socioculturales y etnográficos que demuestren la pertinencia de
este enfoque procedente de la aplicación que las autoras A. Kaplan y S.
Carrasco (1999) utilizaron para la interpretación del fenómeno del
cambio en la organización alimentaria experimentado por los inmigrantes
africanos -gambianos- en Cataluña. Aun cuando la situación
sociocultural y el contexto de relaciones interétnicas proceda de
historias de contacto entre culturas mediatizado por circunstancias diferentes,
la constante de la interacción y la transformación alimentaria en
sus dimensiones estructurales y valóricas, permite el uso de la
aproximación teórica al menos para la descripción e
interpretación histórica de los datos. Otros conceptos propuestos
y utilizados por las autoras: tradición e identidad alimentaria, conceden
espacio a la prevalencia de un sustrato cultural propio, que una vez puesto en
interacción con otro(s) modifica su destino aun cuando sigue siendo el
referente de reproducción cultural genuino, como antes se explica, al
cual se permanece recurriendo ya sea a través del comportamiento
espontáneo, del discurso étnico o ambos.
La
transformación cultural en tanto, se pone de manifiesto a través
de las mutaciones del sistema alimentario o bien comienza a gestarse a partir de
modificaciones originadas en su propia organización; sea cual sea el
caso, la interrelación lógica entre los sistemas culturales y los
sistemas alimentarios permite sostener que la dialéctica entre ambos es
de direccionalidad múltiples y su atenuante definitorio no será
nunca otro que el contexto histórico y sociocultural en que esta
interrelación se desenvuelva.
La
transformación de los sistemas alimentarios constituye una
dimensión específica dentro del estudio de la cultura alimentaria.
A partir de preguntas en torno a la temporalidad de los elementos que definen un
modelo de alimentación y de la permanencia en tiempo y espacio de estos,
es posible adentrarnos hacia una de las dimensiones en que se vincula a la
alimentación humana con su contexto político, ecológico y
cultural.
La
confluencia de circunstancias históricas de tipo socioeconómico,
ecológico, políticas o religiosas permiten identificar en la
realidad la mutación de los conceptos, prácticas y estrategias
utilizadas para alimentarse. Dada esta condición, se establece el
postulado empírico y metodológico para proyectar la
investigación en el tema: alimentación, cultura, y estructura
política forman parte de una misma realidad social, interrelacionada
entre sí. Los cambios que afecten a uno de sus elementos tendrán
incidencia en los circundantes; a partir de un principio de articulación
múltiple, directa o indirecta, insistentemente explicado por los
estructural funcionalistas ingleses (Radcliffe- Brown, Evans Pritchard, entre
otros). Pero además de ello, la reconceptualización de la
alimentación humana dependerá de la organización que cada
grupo extienda de su conducta alimentaria, y sus variaciones en el tiempo
indicarán cambios ideacionales y prácticos en su trama cultural.
Uno
de los enfoques posibles para analizar el cambio alimentario es el de la
antropología del desarrollo. Desde esta perspectiva, las transformaciones
globales afectan a las estructuras sociales y valóricas circundantes,
situación que explicaría el irrumpimiento del hambre como objeto
de análisis científico tras la segunda pos guerra mundial
(Escobar, 1996:200). Uno de los tratamientos teóricos posibles destaca la
característica del hambre como símbolo de poder de sociedades que
promueven un orden social, político y económico homogéneo
sobre otras subsumidas en contextos (des) conocidos.
Por
otro lado, desde la antropología de la alimentación se han
identificado dos enfoques para analizar el fenómeno del cambio
alimentario: el de la direccionalidad y el de la contextualización del
cambio y la cultura alimentaria (Gracia, 1997:28).
En
el enfoque de la direccionalidad se encuentran explicaciones orientadas desde
las siguientes perspectivas:
Relacional
centro / periferia, en que cada sistema alimentario posee zonas centrales y
periféricas más o menos sensibles a las modificaciones.
Según esta perspectiva, lo que cambia es la estructura de las comidas y
sus ingredientes, más que elementos del sistema tales como la
producción, la comensalidad o los contextos de la ingesta (M. Nicod,
1974; Jerome, 1975; M. Douglas,1979; Douglas y Gross,1980).
Relacional
vertical / horizontal, cuya base se encuentra en la función de
diferenciación social que posee la alimentación. Permite observar
la verticalidad en las sociedades altamente jerarquizadas en clases sociales,
rangos o castas, donde existe un estilo culinario traducible como “alta
cocina”, el cual separa abiertamente los consumos de las elites de los
consumos del resto de la población (Godoy, 1982; Mintz, 1985;
Elías, 1989; Bourdieu, 1988). Y permite observar la horizontalidad en
variaciones protagonizadas por actores sociales considerados iguales, sin
remitir a un orden jerárquico sino sólo estructural. Un ejemplo
serían los comportamientos generacionales, las tendencias alimentarias
saludables y otras, que captan a un grupo de personas con percepciones en
común.
Tratamiento
del contexto global, en que las modificaciones del sistema alimentario se deben
a situaciones externas a la esfera doméstica o exclusivamente
alimentaria. Según esta perspectiva, en los sistemas alimentarios se
suscitarían sustituciones –reemplazo de productos de la dieta-, y
adiciones – incorporación de nuevos alimentos-, normalmente por
contactos intertétnicos (Fischler, 1997, en Gracia,
1997:32).
En
el enfoque de la contextualización de la cultura alimentaria encontramos
un argumento distinto para explicar el cambio alimentario. A diferencia de la
perspectiva anterior, el enfoque de la contextualización supera el
análisis estructural y sistémico, e intenta dar cuenta de las
dinámicas alimentarias según el contexto social, económico
y político global. Según este enfoque únicamente la
contextualización histórico-geográfica, permite explicar
las numerosas razones que causan las modificaciones del sistema alimentario
contemporáneo (Gracia, 1997:38). Los principales representantes de esta
corriente serían los autores Thouvenot (1979) y Goody (1982). Es
justamente este último autor el que compara histórica y
etnográficamente la cocina de estados jerárquicos
euroasiáticos y la cocina de estados hieráticos africanos,
incorporando el factor interétnico al estudio del cambio alimentario, y
con ello a la experiencia interétnica como factor incidente en la
transformación del sistema.
Finalmente,
resolvemos el acertijo interpretativo con el tratamiento de la la
intervención alimentaria, basados en su definición operativa en
tanto proceso empírico de intromisión ideológica y
accional, a partir del cual se sostiene y controla el sistema de relaciones
interétnicas en competencia desigual en dos dimensiones
intrínsicamente vinculadas con la reproducción cultural: la
cotidianeidad íntima y colectiva, y la extensión del modelo de
desarrollo occidental (Carrasco, 2002). Este proceso sería observable a
través de los denominados indicadores socioculturales de cambio
alimentario, que serían: las concepciones culturales de
alimentación y sus correspondientes transformaciones identificadas por
los propios sujetos, las intervenciones alimentarias, y los efectos de
transformación identitaria sentidos tras la intervención
alimentaria
2.
Dinámica alimentaria de los mapuche de Chile
Siguiendo
la perspectiva del contacto interétnico antes enunciada, la referencia a
la alimentación mapuche ha de considerar los hitos que han ido incidiendo
en su transformación. Desde una perspectiva etnohistórica, cobra
sentido señalar la existencia de dos estilos de alimentación
mapuche en lo que corre entre los siglos XVI y XXI, forzosamente diferenciados
por el momento de ocupación chilena del territorio. A partir de lo
sucedido en el transcurso del siglo XIX, específicamente en sus
últimas décadas, la memoria actual de la población de las
comunidades coincide en la concepción de un "antes" homologable a la
tradición comentada teóricamente, respaldada por la
etnografía de las organizaciones que han asumido la diferenciación
entre las modalidades funcionales y las tradicionales.
Las
fuentes que sustentan la descripción que sigue son de tipo escrito y
orales, estas últimas, percibidas con la sensibilidad que exige la
etnografía que asume a la subjetividad y a la polifonía. Las
fuentes orales proceden de la expresión de comuneros y dirigentes que
participaron en los talleres organizados por COTAM en Nueva Imperial, Osorno, y
San José de la Mariquina. Otro referente empírico de esta
investigación, ha sido la situación suscitada por la
expansión de las empresas forestales en terrenos colindantes con
comunidades indígenas, la cual fue descrita y sistematizada
etnográficamente desde una perspectiva émica y política. En
ambos casos, la data fue inicialmente recogida haciendo uso del enfoque de la
antropología ecológica y de algunos conceptos de la
etnoecología, entre los cuales destaco el de corpus, “repertorio de
conocimientos ecológicos locales, colectivos, diacrónico y
holístico. Cuerpo de conocimientos que expresa una síntesis de
información derivada de la experiencia individual y colectiva
de
relación con la
naturaleza”
(Toledo, V, y col. 2002). Una vez abordada la dimensión ideacional, he
debido recurrir no obstante a enfoques que recojan la problemática de la
desestruturación ecológica y cultural entre cuyos efectos surge de
manera inmediata la desintegración del sistema alimentario
mapuche.
- 2.1. Alimentación
mapuche pre-reduccional
El
modo en que los grupos humanos actúan en el mundo se deriva de la
concepción específica que sostengan respecto de sí mismos y
del entorno mediato e inmediato que habitan. Tras la caída del
determinismo ambiental, allá por 1970, hubo que asumir la existencia de
prácticas culturales sin valor adaptativo dada la capacidad y
preponderancia que adquirieron los procesos de toma de decisiones y la
consecuente evidencia de que las posibilidades de elección de los seres
humanos trasladaba el núcleo de interés desde las causas de los
fenómenos hacia las acciones cotidianas que los expresaban. Esta
investigación propone interpretar la historia de la alimentación
mapuche como una historia de la relación hombre-naturaleza marcada por la
intervención ideológica y cultural, cuyos indicadores a considerar
son los repertorios alimenticios y la comensalidad en tanto referentes
empíricos del sistema alimentario mapuche.
La
organización alimentaria originaria se derivó directamente de la
concepción que los mapuche tuvieron de su entorno, y por sobre todo, de
la interacción que establecían con él al asignarle
propiedades de vitalidad, intencionalidad y cambio. La concepción
indígena de tierra al poseer connotaciones existenciales demuestra la
cohesión entre los componentes empírico-racionales e ideacionales
de dicho concepto. Entre los mapuche, el mapu fundamenta la existencia y la
estructuración de la sociedad... y se hace observable a través del
suelo, el subsuelo y el entorno ecológico (Quidel y Jineo, 1990), y es a
partir de esta concepción que se desgranan todas las demás
concernientes a identidad individual y étnica.
Los
relatos de cronistas de los siglos XVI, XVII y XVII caracterizan a los mapuche
como indios consumidores de especies vegetales y de carne animal, esta
última mediatizada por circunstancias sociales y religiosas que
involucraban situaciones de intercambio, sacrificio y
celebración.
Tanto
Diego de Rosales como Núñez de Pineda y Bascuñan describen
la dieta mapuche de los siglos XVI y XVII como cotidianamente vegetal, y
ritualmente carnívora. Papas, maíz, trigo, en formas de locro,
mote o mülxun, eran las comidas más comunes. Desde esta época
se conoce el constante consumo de caldos, cuya importancia en la dieta mapuche
es reconocida hasta hoy en día, constituyendo un alimento de alto valor
simbólico: “el ordinario comer las papas, los araucanos es con un
caldillo que hacen con agua y greda amarilla que se llama Rag, de dónde
tomó el nombre la tierra de Arauco...” (Rosales, en
Zúñiga, 1976:120). La carne y las bebidas preparadas en base a
cereales como el maíz, la kinwa y el trigo, y en base a frutos silvestres
como la frutilla y los piñones, habrían sido desde antaño
las principales preparaciones para consumo en ceremonial. Una constante entre
ambos tipos de consumo habría sido el del aderezo picante, proporcionado
por el ají o xapi, el cual se habría extendido hasta la
actualidad.
Esta
época pre reduccional está estructuralmente caracterizada por la
guerra emprendida contra el colonizador enemigo, que los mapuche asocian con la
llegada de múltiples males tales como las enfermedades, persecuciones y
pérdida de territorio. Los conquistadores en tanto, traen consigo lo que
puede considerarse el primer detonante de cambio alimentario, como fue el
intercambio comercial establecido entre algunos mercaderes y la población
mapuche. Para esta época se inicia la incorporación de especies y
utensilios de comer, se adoptan animales como el vacuno y el caballo,
asignándole a este último funciones religiosas probablemente en
virtud de un parecido animal que le precedió.
La
comensalidad en tanto forma primaria de convivencia involucra una serie de
prácticas propias de un contexto de interacción, en que se asume
la compatibilidad y la aceptación mutua, al constituir la comida un
momento de comodidad que propicie la satisfacción biológica y
espiritual. Los cronistas mencionados describen las siguientes normas de
comensalidad observadas en la primera época de intervención del
territorio:
“El
plato que ponen al huésped aunque esté con mucha hambre, no le ha
de tocar ni comer bocado hasta que el dueño de casa de allí a un
rato le diga que coma, y los demás fuera poca urbanidad el comer sin
decírselo. Y esto tan asentado que la mujer le asienta el plato marido
delante, y en ninguna manera come bocado hasta que de allí a un rato le
dice la mujer que coma” (Rosales, en Zúñiga,
1976:128).
“Jamás
come el marido con la mujer, porque las mujeres sirven a la mesa, y aunque no
sirven, los hombre comen juntos y las mujeres aparte, y los hijos en pié
o fuera de la casa” (Rosales, en Zúñiga,
1976:128).
“...
entramos con los demás a almorzar despacio. Asentándonos todos a
la redonda del fuego los que cupimos, y tras de nosotros de formó otra
rueda de mujeres, chinos y muchachos” (Núñez de Pineda y
Bascuñan, en Zúñiga, 1976:128).
El
etnocentrismo profundo impregnado en estas frases no impide que elaboremos
nuestra propia interpretación de los acontecimientos que relatan. La
situación objetiva del contacto generó impresiones distorsionadas
de la realidad del otro, basadas exclusivamente en la matriz de pensamiento
propia. Las consideraciones respecto al rol de la mujer en la comensalidad
constituyen un importante ejemplo de esto, hasta encontrar relatos de cronistas
que asumían que el papel interno que cumplía la mujer en el
contexto de la comensalidad con extraños era un signo de la poca
importancia que el género femenino tenía al no poseer condiciones
para la guerra (Diego de Rosales, en Zúñiga, 1976:129). Otro
ejemplo sería el de la comensalidad en circunstancias de abundancia y
exceso, destacando respecto de esto último los consumos extremos de
bebidas embriagantes y el desenfreno sexual en situaciones de fiesta, -
situación que propició la interpretación del mapuche a
partir de la categoría de “pecador” según la moral
medieval europea. Esta información posibilita plantear que en el contexto
interétnico chileno mapuche los consumos y la comensalidad han sido un
permanente referente de estereotipos y construcciones discriminatorias. La
interacción de códigos alimentarios –sociales,
biológicos e individuales- habría promovido la
diferenciación entre los dos estilos de vida y se habría
convertido en un factor de juicio intercultural, en tanto la observancia del
otro confirmase la existencia del modo de vida propio (Arens,
1981).
Además
de la importancia de la incorporación en la dieta y en la vida social y
económica de los animales que ingresaron durante esta época al
territorio mapuche (caballos, ovejas y vacas, entre otros), la entrada del trigo
significó la implantación de lo que hasta hoy es la base
alimenticia, incorporado por los propios mapuche según su estilo
culinario y convertido en diversos alimentos hoy indicadores de identidad y
tradición alimentaria. La aceptación del trigo posibilitó
un cambio económico de gran magnitud, que a su vez denota la
opción que los mapuche tenían de cultivar en cualquier espacio
dependiendo únicamente de sí los demás seres que componen
la naturaleza lo permiten. Este cultivo no provocó la desaparición
total del maíz, aun cuando promovió la decadencia de su consumo
que igualmente permanece hasta la fecha. Los españoles de esta
época contribuyen asimismo con algunas especies frutales tales como los
melocotones, guindas y ciruelas, además de cereales y especias, y otros
vegetales de suma importancia actual como son las arvejas y las habas.
Todos
los alimentos mencionados y su correspondiente incorporación derivan de
la adaptación de los mismos al ciclo agrícola y al ciclo ritual de
los mapuche de la época, que aun con transformaciones lógicas se
sigue reproduciendo hasta la actualidad. Entendido en este caso como el ciclo
cosmológico alimentario, cada estación del año determina la
ingesta del grupo que no por ello deja de tener alimentos de consumo permanente
como es el caso del trigo. La sola observación etnocéntrica
permite distinguir dos épocas del año cualitativa y
cuantitativamente diferentes entre sí, la primera comprende los meses de
diciembre hasta finales del abril y sería una época de abundancia,
caracterizada por la producción temporal de hortalizas... la época
de escasez abarca el periodo comprendido entre los meses de mayo y noviembre, en
los cuales la dieta se caracterizaría por mayor consumo de trigo aun
cuando sea en múltiples preparaciones (Caro, 1986:34). La perspectiva
émica en tanto, al entender al consumo de alimentos como un indicador de
la calidad de la relación que las personas sostienen con la naturaleza,
no tipifican a los alimentos según criterios de calidad, a no ser el caso
de los consumos de fiesta –animales y preparados especiales- sino de
existencia en cantidades suficientes para asegurar la sobre vivencia del grupo.
Esta apreciación se sostiene en que ha sido precisamente el contacto y la
incorporación de estrategias agrícolas de uso del espacio las que
han modificado y cualificado a las épocas del año,
situación que originariamente si bien era cambiante por condición
del ciclo anual, nunca dejaba de ser tan diversa como lo permitía la
recolección, la caza y la agricultura menor.
Siguiendo
la reconstrucción que los propios mapuche han venido haciendo
principalmente en las últimas dos décadas, la visualización
del mundo experimentada por los antepasados y reproducida con muchas
dificultades hasta hoy, les ha permitido
“comprender,
articular, e interrelacionar todos y cada uno de los elementos del mundo...
comprender cómo se vincula él con la tierra y con el medio que les
rodea, de dónde emana la fuerza o el poder que le permite la vida a la
naturaleza, en que contexto se ubican el sol, la luna, el día, la noche y
el hombre... se determinó la existencia de poderes y espíritus
sobrenaturales y la medida en que estos apoyan o perjudican al hombre...”
(Marileo, 1993:92).
La
posición cosmovisional de los mapuche es un factor indispensable de
considerar al momento de describir la correlación existente entre su
relación con la naturaleza, y los correspondientes usos del espacio con
fines alimenticios o de sobre vivencia. Profundizaciones de la condición
cosmológica, que prioriza la explicación mapuche acerca de la
demarcación del territorio o la conformación del mismo reiteran
que es a partir de él que se fundamenta y sustenta la religión y
el conocimiento social y especializado. El concepto de mapu es el centro de
dicha concepción de espacio en que convive lo visible con lo invisible,
lo material con lo espiritual.
Todos
los elementos intangibles que componen al acto alimentario son absorbidos por la
necesidad de satisfacer el hambre, hasta llegar algunos españoles a
apreciar y valorar muy favorablemente la comida brindada por mapuche que les
recibieron. Es el caso del mencionado Francisco Núñez de Pineda y
Bascuñan, en cuyo manuscrito de 1673 dedica varios capítulos a
describir positivamente su apetencia por las comidas mapuche. Tal como el
título de su obra lo indica, su “cautiverio feliz” estuvo
marcado por la grata convivencia con mapuche de las zonas de Chol Chol e
Imperial, en donde él mismo destaca haberse satisfecho con comidas
mapuche tanto por el estómago como por la vista (Rosales, 1973:115). Su
visión hacia los mapuche gozaba de una cualidad muy particular, la de
haberse acomodado a la condición de cautivo hasta el punto de poseer
sentimientos “de amor” hacia personas de su nuevo grupo (Discurso
II, Capítulo Xvii, Pág. 97). Esta situación confirma que la
valoración de los alimentos responde a un contexto mucho más
amplio que la pura satisfacción biológica, comprendiendo las
esferas sicológicas y emocionales en tanto esferas indisolubles a la hora
de explicar la convivencia y la comensalidad entre sujetos de identidad
distinta.
2.2.
Alimentación mapuche post-reduccional
En
concordancia con la propuesta teórica inicial, la investigación ha
exigido la articulación de la dimensión alimentaria con
dimensiones sociales, culturales, históricas, ecológicas y
médicas, desde la perspectiva de la antropología de la
alimentación ahora aliada con el enfoque de ecosistemas, incorporando
también alcances de tipo socioeconómico, imposibles de obviar. Si
el ecosistema refiere al contexto geográfico-ecológico habitado
por grupos humanos o “comunidades locales” adaptadas social y
culturalmente a estos contextos, el componente metodológico de la
diacronía, sería el complemento necesario para aplicar este
enfoque al problema de la transformación alimentaria entre los mapuche.
Los postulados inferidos serían entonces:
- que
la alimentación de las “comunidades locales” constituye una
expresión de las condiciones ecosistémicas de cada sector, la
alimentación por tanto, está expuesta a sufrir transformaciones en
tanto los sufra el ecosistema, la salud del ecosistema, derivaría
cambios en la salud humana, siendo el proceso alimenticio uno de los flujos
directos que construye la vinculación entre ambas, ambas – salud
humana y del ecosistema – estarían expuestas a sufrir cambios
negativos a través de las modificaciones de las pautas alimenticias,
generadas a partir estilos inapropiados de intervención a las
“comunidades locales”, y la permeabilidad de estas frente a
“tendencias globales” que plasman sus efectos en “el futuro
ambiental del planeta y sus
habitantes”.
Las
mutaciones del sistema alimentario mapuche se corresponden con las
transformaciones experimentadas por el contexto ecológico y por la propia
evolución del sistema interétnico, cada vez más inclinado a
la intervención planificada de la vida de las comunidades. La
evolución del sistema alimentario mapuche estaría
acompañada tanto por la transformación del contexto
ecológico como por la transformación de la estructura social y del
estilo de vida mapuche. Según las estimaciones de esta
investigación, el cambio alimentario para el caso de los mapuche si
afectaría a la estructura básica del sistema, dado que los
factores colindantes de tipo ecológico, económico y
político han sufrido igualmente importantes transformaciones. Lo
anterior hace imposible hoy en día aceptar la tesis de Valenzuela (1981),
según la cual la cocina mapuche actual, a pesar de haber sufrido
múltiples variaciones, no ha variado su estructura. Para este autor
“la introducción de productos huincas (no mapuche) como el arroz,
fideos y algunas conservas no han transformado los modos alimenticios. A su vez,
la incorporación de utensilios y vajilla occidentales no han
traído consigo un cambio en la preparación de los productos. La
piedra de moler, la canalla, las challas, las bateas de madera, los chaiwe,
permanecen como artefactos básicos que la mujer mapuche utiliza para
elaborar platos” (Montecino, en Ibacache, 1991:13). Llama la
atención que si bien el trabajo de este autor ha sido realizado hace ya
dos décadas en zonas pewenches, y el problema de la transformación
alimentaria no le haya sido prioritario, no reconozca los cambios estructurales.
Una década más tarde, Durán interpreta en la misma zona
pewenche un patrón alimentario empobrecido con el contacto, que sin bien
aun parece conservar pautas de comensalidad y la lógica de la
preparación y combinación de los alimentos, aparece notablemente
desmejorado (Durán, 1991). Para ampliar esta interpretación es
necesario insistir en una cuestión de tipo teórica que es
coherente con el enfoque de esta investigación: los fenómenos no
son unívocos, y la alimentación es un fenómeno abundante en
componentes significativas. La alimentación no es la comida, y la cultura
alimentaria no es únicamente qué, cuándo, y con
quién se come, sino además de todo ello las circunstancias en
qué se come lo que se come.
Desde
la radicación de la población mapuche en reducciones y luego
comunidades. El contacto intensivo con la urbe y con instituciones que
promovieron la integración total a la cultura nacional chilena
–escuelas, iglesias, administración pública- fue generando
la diferenciación social entre los mapuche. Esta diferenciación
social –que es igualmente étnica y cultural- se pone de manifiesto
durante la primera parte del siglo XX a través de la
reorganización de la vida doméstica. Según la
descripción de Guevara (1913) durante esta época se produce la
transformación de algunas familias mapuche en “modestas familias de
campo”. Un indicador fundamental de este cambio habría sido la
organización de la alimentación: “las comidas se hacen en
común, sin precedencias ni separación de hombres i mujeres, con
escepción de las públicas; la limpieza ha ganado i disminuido el
empleo de vasijas de greda o madera: los alimentos no se toman con los dedos
sino con las piezas del cubierto” (Guevara, 1913:222). Estos cambios en la
cultura material habrían estado acompañados por el abandono de
prácticas tales como el consumo de ciertas tierras –como el caldo
de Rag señalado por Rosales- y de restricciones respecto a partes no
comestibles de los animales (según Guevara, anterior a esta etapa
habría estado prohibido entre los mapuche comer los sesos de los animales
ya que “encanecían”).
En
esta etapa post reduccional, se reconoce un estilo de vida mapuche mayormente
apropiada de la agricultura, aumentando con ello su acomodo a la vida sedentaria
y una aparente amplitud de su repertorio alimenticio. Interpretamos este hecho
como aparente ya que el desconocimiento de la organización de la dieta
pre reduccional facilita suponer que al incorporarse a un estilo de vida basado
exclusivamente en los cultivos y en el intercambio mercantil sus recursos de
subsistencia sean superiores a los de periodos previos.
El
siguiente cuadro organiza las permanencias y los cambios en el sistema
alimentario mapuche en el primer periodo post reduccional:
Cuadro
N°
11Transformación
alimentaria en el periodo post reduccional
Continuidades |
Cambios |
La
base de la dieta la proporcionaba el trigo y sus derivados: harina tostada,
mültrün
o catutos, y otras.
Consumo de especies
silvestres, tales como el yuyo, romasas, berros, cachanlahue, renuevos
de quilas, bulbos, hongos y tubérculos (Guevara, 1913:224).
Repertorio alimenticio
basado en el consumo de caldos, legumbres, papas, aves, verduras y frutos
silvestres.
El consumo de carne
sigue limitado a la celebración de rituales o fiestas.
La distribución
de las comidas durante el día responde a la distribución
del tiempo para el trabajo agrícola y las actividades diarias.
Abundante consumo
de agua entre comidas.
En las comidas públicas,
la mujer sigue ocupando un lugar distinto al del hombre. “La mujer
le sirve primero al marido i personas de consideración que lo
acompañan i enseguida forma con la familia menor otro círculo,
con frecuencia alrededor del fuego” (Guevara, 1913:223).
|
Disminuye
el cultivo y el consumo del maíz
Disminuye el empleo
de vasijas de greda o madera
Uso progresivo de
los cubiertos y utensilios de cocina de confección externa
Rápida extinción
de los caballares y de crianza animal en general (Leiva, 1985:36).
Decaimiento en el
cultivo del trigo, en menor cantidad y en nuevas variedades
Aumento de la población,
inmigración de las nuevas familias a la urbe
Ingreso
de políticas de desarrollo agrícola basadas en un concepto
de tierra productivo y explotable
Ensayos
productivos a través de estrategias tecnológicas de innovación
agraria
Ingreso de programas
de ayuda alimentaria: internados y escuelas que cumplen el rol de alimentar
a niños y jóvenes |
Durante
esta primera etapa post reduccional, la vida doméstica sufre cambios
progresivos expresados materialmente en las prácticas alimentarias y en
la organización de la vida familiar en general. Otros aspectos en cambio,
denotan permanencia cultural en sentido material y práctico, tales como
los usos de los cueros animales como cobertores del frío, -o bien como
amortiguadores del cuerpo haciéndolas de colchones para descansar sobre
ellos- , y del küpulwe o afirmador de la espalda y las caderas de los
bebés que no caminan aun, entre otros. El sistema alimentario originario
sigue haciéndose presente a través de los utensilios y los estilos
de cocinar que siguen basándose en la harina de trigo – que en esta
etapa comienza a esta molerse con más regularidad en los molinos
cercanos, abandonándose progresivamente la tecnología
indígena. Entre los utensilios siguen siendo importantes la “piedra
de moler” –cudi - y el jepu, o cesto de junquillo u otros
materiales vegetales. La distribución de los espacios domésticos
al interior de la rüka sigue dejando lugar al fogón central, y a la
organización de la cocina al estilo propio: según Guevara, para
1912 era común encontrarse dentro de la rüka mapuche la siguiente
distribución:
“...
el chihue, saco de un tejido de junquillo, con la vajilla de platos i cucharas;
el choron, bolso de cuero para la ropa, i el trontron, olla de ubres o cabeza de
vaca, destinada para guardar sal, grasa o ají; las calabazas, huada,
algunas ollas, challa, que contiene comestible...” (Guevara,
1912:202).
Esta
descripción cobra mucho sentido al observar en la actualidad las casa y
hogares de las personas más ancianas de las comunidades. Las rüka
son hoy en día un indicador rotundo de permanencia identitaria, al igual
que la organización alimentaria de las familias, definida tanto por los
repertorios alimenticios –la dieta- como por las prácticas
culinarias y la comensalidad. Las familias en las cuales se conserva la
preparación de los alimentos reconocidos como “antiguos”
–de los antepasados más cercanos, padres y abuelos-, suelen
manifestarse otros indicadores de identidad cultural, tales como el uso
prácticamente monolingüe del mapuzungun, mantención de la
familia extendida o reyñma wen, y la participación activa en la
organización tradicional.
El
momento ceremonial sigue siendo una instancia de exceso, tal como lo
describieron insistentemente los cronistas, en el cual el consumo es
cuantitativa y cualitativamente distinto al cotidiano. Los consumos rituales
siguen estando encabezados por la carne de caballo –kawello. En este
contexto se mantiene la institución del mizawün o circunstancia
socioalimentaria en que dos personas comen de un mismo plato. El mizawün
evidencia la calidad de las relaciones entre las personas, y continúa
siendo un importante signo de confianza y afecto.
El
ceremonial sigue reproduciendo las convenciones sociales a través de la
comensalidad, aun dadas las modificaciones sustanciales del sistema alimentario.
Tanto el consumo de aves como de alimentos externos habrían sido hace un
siglo atrás indicadores de debilidad familiar, precariedad y carencia de
medios para trabajar y mantener los recursos en ese momento habituales. La
transformación del uso del espacio ha tenido un impacto directo en la
alimentación familiar; aun cuando se incorporaron nuevos alimentos
principalmente de producción hortícola y cultivos extensivos, la
decadencia de la calidad del sistema alimentario es inminente, y se interpreta
en estrecha vinculación con la transformación estructural y
valórica experimentada por el pueblo mapuche en el último
siglo.
Montalba
(2001) ha señalado desde la perspectiva agroecológica, que durante
esta etapa se sucederían las imposiciones del liberalismo (1860-1930),
nacional desarrollismo (1930-1970) y el neoliberalismo (1973-2000). Paralelo a
ello, la economía mapuche habría transitado por las siguientes
etapas: desde un sistema ganadero mercantil a un sistema ganadero comunitario,
pasando luego a un sistema campesino comunitario, seguido de un sistema familiar
que confluye en un sistema campesino tras la aplicación de programas
productivos que así los moldearon. El tipo de propiedad de la tierra y la
utilización de los recursos naturales –y la correspondiente
modificación de su concepción- son los criterios que sostiene
esta evolución agraria paralela a la decadencia del sistema alimentario
original.
En
un segundo periodo post reduccional la situación alimentaria
continuaría su orientación a ser desplazada. Durante la segunda
parte del siglo XX, se han instituido instancias que habrían despojado la
responsabilidad alimentaria desde los padres hacia el sistema escolar y
médico. Esta situación es particularmente relevante dado que
detrás de su mecánica existiría un factor de poder
político y económico coyuntural, que se explica a través
del desplazamiento de la responsabilidad de alimentar a los miembros de la
familia, desde los padres hacia el sistema escolar y médico estatal. La
condición del poder evidencia que el sistema estatal, ha estimado la
imposibilidad de que las propias familias generen los recursos alimentarios
óptimos para la integración social. Como podemos ver, desde el
punto de vista alimentario también podríamos interpretar la
segregación y la argumentación de categorías hasta hace
poco oficiales tales como la de campesinado inviable.
Aplicando
la perspectiva de la antropología de la alimentación en este
contexto, la década de 1960 constituye un importante hito que disgrega
las dos grandes etapas de la cultura alimentaria post reduccional. Durante la
primera, observábamos que los patrones originarios proseguían su
intento de perdurabilidad aun cuando se fueron viendo obstaculizados por
factores principalmente ideológicos y ecológicos derivados del
contacto. A partir de 1960, se produce la intervención formalizada,
siendo esta década la que acoge a los primeros programas de transferencia
tecnológica, de salud y educación, formulados para incorporar a
los mapuche al desarrollo nacional.
Siguiendo
con la utilización del enfoque teórico mencionado surgen a los
menos cuatro aspectos relevantes para el análisis, concernientes a tres
factores directamente vinculados con la transformación estructural y
valórica del sistema alimentario: el contexto ecológico, la
desarticulación entre las familias y organizaciones locales y los
programas de alimentación, y la in visibilización del tema por
parte de los discursos de diálogo interétnico. Estos cuatro
aspectos sostienen la hipótesis respecto a la transformación
estructural y el desplazamiento de la responsabilidad alimentaria dadas las
actuales condiciones de organización del sistema alimentario y
político.
3.
Origen-procedencia de los alimentos consumidos por la gente en las
comunidades
Los
cambios reflejados en los diagramas, muestran que una de las principales
modificaciones en la estructura alimenticia se originan en los cambios en la
procedencia de los alimentos. Antes de 1960, el acceso a los alimentos
procedía de la producción agrícola y de las
prácticas de recolección de frutos y especies del bosque nativo.
Hasta esta fecha, si bien las comunidades ya estaban subdivididas en predios
familiares y comenzaba el colapso demográfico, se mantuvo de manera
más generalizada la concepción del medioambiente interactiva y no
extractiva, y por tanto el uso de los recursos acorde con las necesidades y no
como fuentes de riqueza. La intervención, aunque impetuosa, aun era
irregular, y dejaba al margen a aquellas familias que voluntariamente no se
involucraran en sus acciones.
Probablemente
la multiplicación de lo medios de transporte y la construcción de
caminos, durante la década de los 80-90, permitió el ingreso a las
comunidades de alimentos y productos traídos desde la urbe, los
cuáles en la actualidad ya han pasado a ser indispensables para la dieta
de cada familia. Yerba mate, azúcar, aceite, fideos, arroz, son hoy en
día algunos de estos productos, que en la mayoría de los casos no
son reemplazables, pues por el contrario, ellos han venido a reemplazar a los
alimentos antes consumidos.
La
molienda del trigo, igualmente se ha convertido en una práctica obligada
y cotidiana, que exige a las familias trasladar su producción hasta los
molinos más cercanos y luego proveerse de la harina suficiente para
contar con el pan durante el año. Antes de adoptar esta práctica,
el trigo era procesado en forma manual por cada familia, derivándose de
él múltiples productos, tales como el mültrün o catutos
(pan de trigo cocido), el muday, el locro o
tikün
(trigo chancado
crudo), los que seguirían siendo parte central de la dieta mapuche
contemporánea. Este último antecedente no podría ser
indicativo de la continuidad estructural del sistema alimentario mapuche, dado
que se refiere a un aspecto exclusivamente dietético. Desde la
perspectiva teórica enunciada, la interpretación de este consumo
tiene importancia étnico y nutricional. Desde el primer punto de vista,
el consumo intensivo del trigo y sus derivados permite delimitar la presencia de
un estilo de alimentación basado en apreciaciones gustativas y
accesibilidad a los recursos para satisfacer la necesidad alimentaria. Este
consumo es representativo de una dieta conocida como “dieta
indígena”, en que los cereales, granos, tubérculos, legumbre
y frutos silvestres han sido los pilares. A partir de este indicador
empírico, etnificamos la dieta de los mapuche, la que desde el segundo
punto de vista mencionado –el nutricional-, es evaluada por especialistas
como “de baja calidad nutritiva especialmente en los aspectos
calórico-proteico, y carente de fuentes de calcio y fósforo... no
se consumen con la frecuencia recomendada fuentes de proteína animal
(carnes y pescados), la falta de calcio, fósforo y vitaminas
especialmente los hidrosolubles en periodos no productivos de frutas y
verduras” (Ibacache, 1990:35-36).
3.1.
Repertorio alimenticio y estilos de preparación o cocina
La
transformación del sistema alimentario, se manifiesta entonces a
través de dos indicadores: uno de continuidad en el repertorio
alimenticio o de organización de la dieta, y otro de cambio condicionado
por los factores que rodean al acto alimentario.
La
mantención de alimentos y estilos de preparación y consumo
mapuche, la incorporación de alimentos a la dieta familiar, a
través de su uso excluyente o bien combinado con alimentos
locales.
El
primer indicador se demuestra a través de la ya mencionada permanencia de
la preparación y el consumo del trigo en sus diferentes modalidades.
Asimismo, las combinaciones propias del estilo de alimentación mapuche,
que aun constituyen prácticas frecuentes serían: comer
mülxün con mayo trapi (catutos, identificados por la gente como "el
pan de antes", con ají preparado con manteca de cerdo, semillas de
cilantro, ajo, y otras verduras), y con distintos alimentos en forma de caldo,
legumbres, ensaladas, y carnes de cualquier tipo. Del mismo modo, permanece el
consumo de legumbres cultivadas por cada familia (principalmente las arvejas y
los porotos, estos últimos en sus diversas etapas de maduración,
además de conservados en el tiempo), de los huevos producidos por las
aves, y sólo en algunos casos, la leche de vaca.
La
incorporación de alimentos, tiene a su vez distintas formas de
expresión. Si bien por una parte el arroz, los fideos, las aves de
criadero, el azúcar, y las bebidas gaseosas, entre otros, ya constituyen
componentes cotidianos que en forma autónoma pueden satisfacer las
necesidades alimenticias de las familias. No obstante, la combinación
entre algunos de estos productos, y los alimentos preexistentes en la dieta y
en el estilo alimenticio, referirían cierta adopción y
adaptación que estos productos han tenido por parte de la gente. La
preparación de las legumbres, que anteriormente se acompañaban de
kako o trigo mote, papas u otros, ahora incluye el arroz y los fideos, innovando
la dieta básica, con la incorporación de estos productos.
Hombres
y mujeres entre 50 y 70 años de edad, sostienen que la salud humana ha
sufrido un deterioro muy negativo, por causa de las modificaciones en el estilo
alimenticio "de antes", a través de la incorporación de alimentos
"que alimentan menos", "que ayudan menos a proteger la salud y a mantener
saludables a las personas", y el consecuente abandono de los alimentos
preparados a la usanza antigua. A través de estas interpretaciones hechas
por la gente, es posible dilucidar que el criterio nutricional estaría
igualmente presente en el conocimiento cultural mapuche, y tendría
directa relación con el concepto mapuche de bienestar físico y
mental de cada individuo y familia, kümelen. El concepto de
alimentación que perdura a través de este grupo etareo, trasluce
la misma lógica de pertenencia del hombre a la naturaleza siendo el acto
alimentario el que permite que esta interacción de siga produciendo de
manera armónica. El concepto cultural mapuche de alimentación
acuña entonces a las ideas de pertenencia cosmovisional y de bienestar
personal y colectivo.
La
integración de las condiciones socioeconómicas y ecológicas
- culturales que rodean a cada familia, en el logro de este estado de bienestar
al que la gente aspira permanentemente, tendría como conducto
empírico al estilo de alimentación que se posea y se reproduzca en
el tiempo. Así, las familias con mayores deficiencias ecológicas,
productivas, y económicas, llevan estilos de alimentación
más débiles y por tanto viven en un estado de salud
permanentemente afectado por enfermedades. La precariedad material ha afectado
sustancialmente a la modalidad de convivencia vital con la naturaleza; forzando
el uso intensivo de los recursos y trastocando la idea y la acción de uso
acorde con las necesidades.
La
aproximación etnográfica que ha originado el programa de
investigación que aquí sintetizamos y avanzamos, fue desarrollada
entre los años 1999 y 2002 en el territorio de Rüpükura, valle
de Chol Chol. Con ocasión de un proyecto de investigación –
acción fue posible establecer el ámbito alimentario como aspecto
prioritario en la discusión local en torno al desarrollo mapuche. A
partir de objetivos ecológicos y de salud humana la gente
reconoció la importancia del aspecto alimentario basado en la siguiente
organización conceptual:
Tener
comida No tener
comida
Nien
ta
mogewe
Nienon
ta mogewe
Tener
comida es el significado de tener buena tierra y sobretodo, del poder trabajarla
para que de alimento. La vinculación entre este principio con la salud
del ecosistema, se evidencian en la relación directa entre "tener comida"
y "tener buena tierra": “Ahora debemos ponerle ayuda a la tierra para que
de, el suelo está cansado por eso nos da poco, si le ponemos más
ayuda nos da más” la ayuda que refieren son los fertilizantes
químicos, concluyendo que los fertilizantes contaminan la tierra y la
echan a perder y por ende lo que cosechan también está afectado,
"pero que le vamos hacer, si no comemos nos morimos de hambre".
Comer
-
In
Si
una persona come está bien, si no come, se enferma. Para poder comer la
persona debe estar sana, lo mismo para poder trabajar y producir su alimento. Lo
que no se tiene o no se produce en el campo, se debe comprar, como la sal, el
azúcar, la yerba para el mate, "aunque antes no comprábamos nada
de eso nuestra alimentación era natural, para la sal comprábamos
unas piedras que duraban mucho y de ahí sacábamos la sal, el
azúcar no la usábamos, había un pasto dulce (bulbo) que
comíamos".
No
comer -
Inon
/ yinon
Si
uno no come se enferma, no tiene fuerza para hacer sus cosas, está
débil, no puede trabajar. No trabajar provoca que la persona no tenga que
comer, porque cada persona busca su alimento, trabaja por tenerlo. Cuando la
tierra no está buena, entonces “no hay para comer”, y las
familias deben buscar otras alternativas.
Quedar
satisfecho -
Wezan/
küme in
Significa
quedar bien después de comer, no quedar con hambre, sentirse bien, y con
nuevas fuerzas para continuar trabajando.
No
quedar satisfecho -
Kume
inon / wezanon
No
estar bien, el cuerpo no responde bien a los alimentos que se han consumido. A
veces la persona queda satisfecha sin necesariamente quedar dispuesta para
seguir las actividades diarias. Esto sucede cuando la satisfacción se
produce con alimentos que no “alimentan”, en el sentido nutricional
mapuche, no proporcionan al cuerpo el bienestar y la energía necesaria
para mantenerse bien.
Comer
con agrado -
Konyin-
kon in
Cuando
uno se siente bien y le gusta lo que está comiendo; el alimento es rico y
preparado como a la persona le gusta, entonces se come con ánimo y se
recibe digestiva y emocionalmente mucho mejor.
Comer
sin agrado -
Konyinon
Cuando
a uno no le gusta lo que come, y lo hace sólo porque tiene hambre. Sucede
también cuando la persona no se siente bien de ánimo, está
enferma o preocupada por algo.
Comer
bien, buen alimento -
küme
ilen
Significa
comer alimentos que gustan a la persona, y que están preparados como
prefiere. Entonces, le van a hacer bien, lo mantendrán bien de salud.
Situación en que da gusto comer; alimentos producidos en forma natural,
por ejemplo la miel en Rüpükura, y las mismas legumbres y verduras de
cada familia. Influye también donde se cocine, actualmente lo ideal es
que sea en olla de fierro, porque ahí el alimento se cocina
mejor.
Comer
mal, mal alimento, y no tranquilo -
küme
yilenon
No
comer tranquilo puede implicar que el alimento va a afectar la salud. comer con
desconfianza. Puede suceder con los alimentos elaborados en la ciudad, aquellos
que pueden enfermar a la persona, como a veces el pan de la ciudad, que en
algunas panaderías no es hecho en forma muy limpia, entonces uno se
enferma. Así también sucede con otros alimentos que uno come y no
sabe como fueron preparados, ni sus compuestos, por ejemplo los huevos de
gallineros productores, que tienen un sabor diferente al de los huevos de las
gallinas propias.
Comer
en su tiempo -
Xen
in- xem in
El
cuerpo pide a que hora comer, pues si no se come, la salud no está bien,
y la persona se siente débil y el trabajo no le rinde.
Comer
fuera de tiempo -
Xen
inon- xem inon
Es
no comer a la hora que corresponde, y por tanto esforzar al cuerpo a que se
mantenga, pedirle algo sin retribuirle. Cuando esto sucede, la persona no puede
funcionar bien en su trabajo ni en ninguna otra actividad.
Los
principios enunciados, caracterizan un modelo alimentario mapuche organizado en
torno a criterios orgánicos, emocionales y simbólicos. A
diferencia del modelo occidental de alimentación, en el modelo mapuche se
prioriza la predisposición emocional del individuo y las condiciones en
que se produce en acto alimentario cotidiano.
3.2.
Política alimentaria en Chile
En
el contexto internacional, Chile aparece como uno de los países con menor
autonomía en cuestiones de política alimentaria,
ciñéndose en todo momento a los acuerdos externos que persiguen la
seguridad alimentaria a partir del fortalecimiento del sector productivo. Asume
a través de su discurso y su praxis institucional los fundamentos de la
FAO
y de los organismos colaboradores de esta: el Banco Mundial, y el
PNUD.
Comparte entonces, el modelo de desarrollo impulsado por/ para la
globalización, teóricamente asentado en “un enfoque
integral, que comprende consideraciones ambientales, sociales y
económicas en la formulación de los proyectos” (Documento
FAO, 2002).
A
partir de lo anterior, es posible reconocer que el ámbito alimentario es
concebido desde su vinculación inmediata con la esfera agroproductiva,
agregándoles a ello apellidos de orden social para de tal manera alcanzar
la coherencia estimada según el modelo neoliberal o de la economía
social de mercado. La pregunta antropológica por la concepción que
el Estado maneja del fenómeno alimentario se contesta entonces tras
identificar las principales características de su modelo del desarrollo,
a partir del cual se estima que la alimentación –la buena
alimentación- procederá del fortalecimiento del sector
agropecuario –apertura de mercados-, acompañado del debido
enriquecimiento de la sociedad civil a través de la participación
democrática. La política alimentaria responde entonces a la
lógica de la producción económica, particularmente de la
producción agropecuaria, en tanto sector con mayor impacto en los
índices de la economía nacional.
La
finalidad modernizante no adopta características específicas sino
más bien se adhiere a las finalidades globales, incorporando a mucha
velocidad los conceptos de interconexión e interdependencia del orden
internacional en el cual se aspira participar con méritos. El segundo
Presidente del periodo post dictadura señaló en un
emblemático discurso que “nuestros proyectos de desarrollo, para
tener éxito, requieren de economías mucho más abiertas, que
superando los estrechos límites de nuestros territorios, miren al mundo
entero como su mercado” (Eduardo Frei Ruiz-Tagle, 2000).
Por
obligatoriedad política, esta concepción del ámbito
alimentario subsumido a la producción ha de asumir la heterogeneidad de
los sistemas agrícolas, como una cuestión característica y
determinante de las economías latino americanas. En Chile, siguiendo con
la misma lógica, se les consideran “sectores rezagados”,
entre los cuales destaca de manera preponderante –dados los indicadores
demográficos- la población mapuche (aun cuando en el
emblemático discurso referido, el Presidente Frei ni siquiera les haya
mencionado). “Estos sectores rezagados requieren de una respuesta que
facilite su proceso de modernización, que, en una primera etapa de apoyo
y asistencialidad, fomente el desarrollo de ciertos aspectos que les permitan
superar las difíciles condiciones en que se debaten... el aparato del
Estado debe integrar las políticas sociales y económicas para ir
en su apoyo” (Ob. cit). Prolifera entonces la institucionalidad
indigenista en el campo del desarrollo mapuche, saturada de técnicos y
transferencistas que insisten en aplicaciones pocas veces compatibles con la
realidad local -económica y cultural. Este modelo de desarrollo, que
según la lógica estatal permite el cumplimiento de los objetivos
de seguridad alimentaria y sosteniblidad –viene a su vez acompañado
de instancias de préstamo- a veces medianamente subsidiados –cuyos
intereses no hacen más que agudizar el endeudamiento de la
población, imposibilitando desde su origen el cumplimiento de los
objetivos mencionados. Durante las últimas décadas del siglo XX la
institución gubernamental responsable del desarrollo agropecuario
–INDAP- llegó a concebir a los mapuche bajo la categoría de
“población inviable”, dadas precisamente estas
características de imposibilidad de responder satisfactoriamente a las
exigencias del estilo de desarrollo impuesto.
Durante
los últimos años, en tanto, presionados por las demandas de
organizaciones que resitúan a la productividad agrícola y su
incremento como un mecanismo que han debido aprehender e incorporar en la
lógica mapuche de la subsistencia, los programas se han flexibilizado al
menos en sus discursos proponiendo acciones tales como: diversificar la
producción, comercializar de manera asociada, capacitarse en temas de
mercado y empresa (agroindustria) e innovación agraria-tecnológica
y de productos. No obstante, se agrega al discurso la ansiada superación
de la pobreza, en la cual se encuentran todos aquellos que no poseen un nivel de
ingresos que estandariza –y estigmatiza- a la población y mantiene
la diferenciación de clases sociales.
Entre
las instituciones que ejecutan programas de intervención alimentaria de
forma directa, encontramos a la
JUNAEB,
que es un organismo dependiente del Ministerio de Educación del Gobierno
de Chile, cuya misión es “otorgar asistencialidad integral a la
población escolar socioeconómicamente vulnerable, para contribuir
a la igualdad de oportunidades frente a la educación”. Durante el
año 2001, esta institución dio lo que para ellos fue un importante
–y único- paso en lo que a adecuación de sus acciones se
refiere: “por primera vez en la historia del Programa de
Alimentación Escolar (PAE), las minutas alimenticias para los estudiantes
de origen mapuche vendrán redactadas en mapuzungun, acción que nos
permite seguir concretando nuestro sueño: un país con rostro
más humano que ofrezca a nuestros niños, niñas y
jóvenes igualdad de oportunidades frente a la educación”
(Ricardo Halabi, Director Nacional, febrero del 2001). Ante este espíritu
de proximidad y eficacia determinada por buenas intenciones y acciones
incoherentes con la realidad de la experiencia intercultural, la pregunta de si
las minutas consumidas por los niños y niñas mapuche en las
escuelas beneficiarias del PAE poseen algún contenido propio de la
alimentación mapuche la respuesta es radicalmente negativa. Las familias
en tanto, suelen no resentir esta indiferencia, aliviados por el hecho de que
los niños se alimenten en la escuela y no presionen las capacidades
productivas y alimentarias de la familia. Sin embargo, existen casos como el de
una comunidad wente che, ubicada a pocos kilómetros de la ciudad de
Temuco en la cual las familias han pedido participar de la organización
de las minutas y aportar con cierta producción hortícola
mínima, con tal de asegurar que los niños se están
alimentado bien. En una entrevista sostenida con la señora A. L., en
enero del 2002, fue posible conocer esta situación desde su
versión como madre, que se interesaba por participar y colaborar en la
alimentación que sus hijos recibían en la escuela,
encontrándose con un control totalmente externo de la acción,
quedando finalmente sin ninguna capacidad de incidencia. Los padres elaboraron
como propuesta a la Escuela que las comidas proporcionadas por el PAE –y
otros programas de alimentación escolar municipales- fueran
complementadas con productos locales, que los niños consumían
constantemente, que gustaban de ellos y les hacían bien (principalmente
frutos y verduras de temporada), y que alguien de la comunidad colaborase
voluntariamente en la preparación de las comidas. La situación
desencadenó en un conflicto que resultó crucial para el desenlace
de esta investigación: los denominados manipuladores escolares –
encargados de preparar los alimentos entregados por los Programas de
Alimentación Escolar- son literalmente responsables de cocinar siguiendo
una mecánica mínima en la que imperan requisitos tales como el
sometimiento estricto a la minuta impuesta y ciertas normas de higiene
básicas. En otras comunidades pude constatar que estos manipuladores
pueden llegar a ser personas –mujeres- del lugar siempre y cuando cumplan
con los requisitos contractuales clásicos y se limiten a la
mecánica básica antes descrita. Lo cierto es que no trabajan
directamente para los Programas, y por ende para el Estado, sino para empresas
particulares que se han adjudicado la ejecución de los mismos a
través de licitaciones públicas. En todos los casos, se trata de
personas que conocen la aceptabilidad de las minutas por parte de los
niños, los procesos de adaptación del sistema alimentario
occidental en su primer año y los desfases existentes entre uno y otro.
La profundización de esta investigación abordará esta
realidad a través del tratamiento etnográfico de la experiencia de
estas personas.
Retomando
la situación del impacto de los PAE, cifras oficiales destacan que un
71,7% de la población indígena que asiste a la enseñanza
básica pública recibe sus beneficios. El gobierno lo interpreta
según sus demarcaciones de la pobreza y la indigencia, de acuerdo a las
cuales los mapuche están subsumidos y para lo cual despliega este tipo de
acciones indiscutiblemente necesarias pero extremadamente impositivas. El
etnocentrismo extremo se sigue manifestando a través de las
políticas específicas de alimentación nacional, que en
ningún momento se abren a la participación de conocimientos o
prácticas alimentarias diversas. El acápite que sigue destaca
cómo se vive esta situación a partir de la implementación
de las políticas alimentarias en las comunidades mapuche.
3.3.
Intervención alimentaria en comunidades mapuche
La
intervención alimentaria en tanto fenómeno multicausal surge tras
diagnósticos determinantes de la condición socioalimentaria de
cada contexto. La malnutrición y la pobreza son dos de sus justificativos
principales y se impulsa a través de estrategias y medidas
políticas con impacto presumiblemente real. Se ejecuta finalmente a
través de la creación de programas específicos y/o el
fortalecimiento de programas pre existentes con relevancia directa de los focos
considerados críticos. Estos últimos suelen ser los programas de
salud pública, educación y desarrollo productivo. La
intervención alimentaria entonces, en su caracterización real, no
aborda directamente el tema de la calidad de la alimentación recibida por
cada grupo sino los factores que estarían afectando la adquisición
de alimentos y su consumo; constituye entonces una vertiente estructural
más tanto para la atención como para el control social. Cabe
destacar, para efectos de análisis, que no estamos frente a un
fenómeno concreto sino encubierto por otras etiquetas
político-institucionales, aunque en cualquiera de los casos se trate de
intervención pura, sin ningún tipo de participación social.
Probablemente sea bien acogida la intencionalidad de la intervención
alimentaria dados sus argumentos socioeconómicos y nutricionales
empíricamente validados, no obstante, esta investigación pretende
destacar la ausencia total de diagnósticos socioculturales previos a la
intervención alimentaria, y por ende de seguimiento y evaluaciones del
mismo tenor en contextos multiculturales. Como ya ha sido demostrado, los
diagnósticos unidisciplinarios, en este caso nutricionales, no hacen
más que agudizar la parcelación de una realidad articulada, cuyos
efectos serán igualmente parciales según indicadores
únicos.
De
acuerdo a la definición anterior, los grupos sociales que suelen acogerse
a los beneficios de la intervención alimentaria en la región de la
Araucanía serían: mujeres embarazas y lactantes, niños y
niñas en edad escolar y jóvenes que reciban educación
pública. La población mapuche que responde a estas
categorías se acoge mayoritariamente a sus beneficios que consisten en el
primer caso en la entrega de las cantidades de leche necesarias para la
nutrición mínima, y en los segundos en el subsidio de la
alimentación –parcial o completo/ una, dos o tres comidas diarias-
proporcionado a través de los PAE, por lo general, sólo en los
periodos de actividad
escolar.
Independientemente
de la buena acogida de esta ayuda materializada en leche y comida, los programas
que ejecutan intervención alimentaria no alcanzan a reconocer la base de
desconocimiento respecto de la realidad en la que actúan, pero por sobre
todo, en ningún caso se llega a definir a la intervención
alimentaria como un ejercicio de intervención cultural. Probablemente el
caso de los programas de salud que proporcionan vigilancia en los estados
nutricionales de embarazadas y lactantes sea menos responsable de esta
situación, pues sólo cumple con suplir una necesidad mínima
(tan mínima que una vez que la crea tampoco resuelve su
satisfacción real). Pero los PAE, intervienen directamente el sistema
alimentario de los mapuche en etapa de crecimiento, transculturalmente
considerada como un momento clave en la vida de las personas y en la
configuración de su identidad.
Los
mapuche organizados entre tanto, aspiran al reconocimiento constitucional de su
condición de pueblo, circunstancia aun ausente de la constitución
chilena, y desde ahí avanzar hacia la autonomía respaldada en la
crítica antes mencionada tanto a las políticas indigenistas como a
la relación dicotomizada históricamente mantenida con el Estado.
En ello se comprometen objetivos de equidad y participación vitales para
una sociedad que aspira a decidir sobre su propio destino, auto desafiados a la
vez a promover el surgimiento de una “orgánica política
representativa con competencia suficiente para establecerse y funcionar como una
asamblea resolutiva en la conducción del pueblo mapuche” (Actas
Congreso Nacional Mapuche, 1997). Todo ello tras reconocer que la
categorización de la pobreza es un arma de doble filo, que por un lado
les ampara pero por otro les inhibe, al coartarle el desarrollo pleno de sus
potencialidades en el marco de su cultura. Cuestionan la intervención
dirigida desde esta perspectiva focalizando la crítica a las áreas
de transferencia tecnológica –sector productivo- y salud, en donde
la débil coordinación interinstitucional impide la
obtención de resultados de largo alcance.
Interpretando,
podríamos entender que los mapuche demandan soberanía alimentaria,
concebida esta como el “derecho de los pueblos a definir sus propias
políticas y estrategias de producción, distribución y
consumo de alimentos que garanticen la alimentación de toda su
población... respetando los modos indígenas de producción
agropecuaria y de gestión de los
recursos”.
Este concepto es coherente con el de autonomía que ellos proclaman, aun
cuando todavía no es incorporado en su discurso. La demanda
explícita es contra la opresión del modelo, experimentada a
través de implementaciones políticas en total desconocimiento de
la población receptora, que como tal, está inhabilitada para
acondicionar tal implementación. Restricciones de este tipo asfixian al
sistema interétnico que, cuando abre posibilidades las controla
estratégicamente dejando en evidencia que tal apertura no ha sido
más que otro ejercicio de manipulación. Las comunidades mapuche
que respaldan el discurso antes enunciado aspiran a la oportunidad del
desarrollo propio, según criterios e indicadores internos que ellos
mismos se responsabilizan por hacer dialogantes con los del modelo
oficial.
4.
La transformación del sistema alimentario mapuche como indicador de
transformación económica. La alimentación como
ámbito crítico en contexto interétnico
Análisis
previos de la situación alimentaria contemporánea de las
comunidades mapuche, permiten sostener su condición marcadamente
dependiente de las circunstancias en que se ha vivido el proceso de contacto
interétnico.
El análisis de fuentes bibliográficas y de fuentes orales
contemporáneas han permitido corroborar esta afirmación, al
reconocer la relación directa existente entre el proceso de
incorporación al Estado chileno y el proceso de cambio alimentario
experimentado por los mapuche. Inicialmente, se distingue la pre existencia de
un modelo y sistema alimentario propio, basado en principios derivados de la
cosmovisión y de la relación existencial entre el hombre y la
naturaleza. En el modelo de alimentación mapuche, la concepción de
che da consistencia al acto alimentario a través del fundamento que
otorga a la acción biológica, validando la calidad de la
relación que este mantiene con las fuerzas de la naturaleza como criterio
definitorio de la calidad alimentaria que ha de poseer. Esta concepción
ha perdido presencia y consistencia con el correr del último siglo,
situación evidentemente explicable por la agudeza de los procesos de
intervención de diversa índole experimentados en el territorio,
entre los cuales son destacados los de tipo religioso y político. Se
agrega a esta causa la inmigración forzada de individuos y familias
mapuche hacia contextos urbanos, situación que consolida la
desintegración de un modelo alimentario profundamente arraigado en la
relación del hombre con su entorno.
Aun
no siendo la alimentación un ámbito de disputa o enfrentamiento
político explícito, este representa un dominio cultural capaz de
traslucir todos los impactos de la intervención cultural formal y
espontánea, a través de la modificación estructural del
sistema alimentario y de la incorporación de prácticas y estilos
de consumo derivados tanto del contacto natural como de la precariedad
económica. Se trataría entonces de una primera conclusión
de carácter empírico y teórico, que confirma la
sensibilidad del ámbito alimentario frente a circunstancias de contacto
interétnico, en este caso, indígena-occidental. La interetnicidad
ocasiona efectos al interior de los entramados culturales en tanto estos
permanecen indefensos ante la intervención externa: el sistema
alimentario pone de manifiesto esta intervención expresada en su
degradación en virtud de la extensión del otro. El sistema
interétnico de competencia desigual estructura los destinos de esta
relación que afecta y destruye de manera estratégica, tanto la
concepción cultural del acto alimentario como el funcionamiento del
sistema a través del abandono progresivo de los repertorios y el
aplacamiento de la comensalidad.
4.1.
Concepciones de alimentación coexistentes. La desaparición del
modelo alimentario mapuche a expensas de la extensión del modelo de
desarrollo oficial
Como
antes se señala, en el modelo mapuche de alimentación juegan un
papel fundamental las relaciones sociales basadas en el parentesco y la
organización ritual. La disposición de esta dinámica a
interactuar con la naturaleza de modo armónico a través de la
recolección para el consumo y no para la acumulación, hace de los
mapuche una sociedad originariamente restrictiva en lo que a uso de los recursos
se refiere. Es posible concluir al respecto, que la alimentación
habría sido concebida como una acción dependiente de la calidad de
relación establecida con la naturaleza, supeditada a las condiciones en
que esta se manifestase en cada contexto ecológico. En otras palabras, la
definición mapuche de alimentación aparece tras desentrañar
aspectos cosmovisionales, como un mecanismo que permite el funcionamiento de su
propia lógica cultural, siendo su declive, un indicador formal y
sustantivo del declive cultural general en el que se encuentran sumergidos.
El
Estado-nación chileno reproduce el concepto de alimentación propio
de su tradición cultural, el que siendo prioritariamente
biológico, para efectos de intervención social se concibe como un
ámbito estrictamente supeditado a las condiciones socioeconómicas
de la población. Desde esta óptica, reproduce la lógica de
intervenir problemas a través de sus efectos y no de sus causas,
desconociendo la multicausalidad del fenómeno y lapidando su
reproducción en el tiempo. Tanto la explotación sistemática
e intensiva del medio natural, como la homogeneización de los estilos de
desarrollo a través de la implantación de criterios únicos
de crecimiento competitivo, constituyen factores de aplacamiento incompatibles
con las expresiones múltiples. El modelo de intervención
política asentado en occidente encubre sus reales intenciones y efectos:
los sistemas alimentarios son permeables a las intervenciones implementadas en
sus ámbitos afines, como los de salud, educación y desarrollo, in
visibilizando su acción indirecta pero finalmente visibilizando y
resintiendo este impacto. La política alimentaria chilena se ha
canalizado a través de programas de salud y educación en donde la
alimentación es distinguida como componente integral de estos dos
ámbitos de desarrollo humano y social. Estos programas –en la
actualidad PNAC, PACAM y
PAE-
se han ejecutado indiferenciadamente hacia la población mapuche,
constituyendo desde la lógica del Estado estrategias gubernamentales de
acción social, y desde el análisis crítico estrategias de
integración cerradas a la participación local. A través de
la ejecución de estos programas se ha podido constatar el fenómeno
interpretado como el desplazamiento de la responsabilidad alimentaria, desde los
propios individuos y familias hacia el Estado. Las consecuencias
políticas de este desplazamiento es un fenómeno aun por indagar y
por sobre todo, aun pendiente de la reflexión mapuche.
4.1.1.
Enfoque nutricional
Analizando
la situación alimentaria desde la perspectiva de las metodologías
del desarrollo, podemos entender al conocimiento nutricional como recurso
empírico, en el cual se sustentan interpretaciones y construcciones
modélicas que respaldan a la política alimentaria. La
nutrición en tanto disciplina científica experimental, aborda el
fenómeno alimentario desde una perspectiva interna, vale decir, buscando
conocer el contenido de los alimentos y su relación con la
composición biológica del ser humano. Este estudio de los
componentes alimentarios ha llegado a estimar la organización ideal de la
dieta humana, graficada a través de la conocida pirámide
alimenticia. Los alimentos son concebidos y clasificados según sus
propiedades nutritivas, condición que limita las aplicaciones de la
ciencia que los descubre. La nutrición se asienta en investigación
experimental para promover determinados hábitos alimenticios,
misión en la cual se convierte en un insumo para las políticas
alimentarias. Desde una perspectiva dogmática, el conocimiento de los
hábitos alimentarios de la población tendría para la
nutrición una finalidad pre determinado: la de aceptarlos o corregirlos,
a partir de la base inconmensurable que constituye el conocimiento
técnico relativo a composición de los alimentos y sus efectos en
el organismo.
Estudios
nutricionales efectuados en la región de la Araucanía
–contexto de esta investigación- han abordado el análisis de
la dieta mapuche. Desde la perspectiva nutricional convencional podemos
encontrar los resultados de A. Ibacache (1990), quien analiza el estado
nutricional de las comunidades mapuche de la IX Región de Chile
considerando los siguientes factores:
Principales
épocas de producción.
- Disponibilidad
predial de alimentos según huertos, técnicas de
conservación.
- Disponibilidad
de leguminosas de grano y necesidad productiva de leguminosas por familia.
- Disponibilidad
extra predial de alimentos según compra de productos alimenticios,
ingresos monetarios y gasto mensual, y proporción de ingresos monetarios
gastados en alimentación.
- Percepción
mapuche sobre el valor nutritivo de los alimentos.
- Presencia
de alimentación autóctona mapuche.
Como
puede observarse, todas las variables contempladas en su estudio son de tipo
productivo – estructural. Se asume que las condiciones económicas y
de organización de los ingresos familiares son la única
alternativa para mejorar sus malas condiciones alimentarias. El análisis
propiamente nutricional es presentado como sigue: “concluimos que hay un
gran déficit en la alimentación mapuche, en la que se destacan los
siguientes aspectos: no se consumen con la frecuencia recomendada fuentes de
proteínas animales (carnes y pescados), vimos que falta calcio,
fósforos y vitaminas especialmente los hidrosolubles en periodos no
productivos de frutos y verduras (invierno). Los mapuche no conocen el uso de
proteína de soya”. La composición nutritiva de la dieta
mapuche, es valorada según una investigación previa, realizada por
la nutricionista E. Franco, entre 1980 y 1985. Los valores obtenidos en dicha
investigación destacan tanto la carencia de consumo de productos de
origen animal –carnes y productos lácteos-, como de frutos y
vegetales de manera extendida a lo largo del año. Otro tipo de aspectos,
tales como el ecológico es comentado en el estudio de Ibacache desde la
misma perspectiva parcial y unilateral. Señala que “recursos
naturales como la tierra no se usan en su totalidad”, situación que
impediría el aumento de la producción y la posibilidad
diversificar y mejorar la dieta en toda las épocas del año
(1990:35). De esta última cita, dos frases concluyen la
interpretación respecto al uso de este enfoque: “recursos naturales
como la tierra”, y “la tierra no se usa en su totalidad...y es
necesario incrementar el cultivo, en lo posible lograr una producción
permanente” (1990:35). Se niega la existencia del concepto mapuche de
tierra, el cual es difundidamente más amplio que la concepción de
recursos naturales, y se desconocen usos no productivos de la tierra.
Finalmente, la autora elabora “comentarios para una política
institucional”, dirigidos a la ONG para cual realiza su estudio,
interesada en abordar el tema alimentario. Insiste en la reparación de la
realidad que “posterga a la mujer” de los programas de desarrollo,
ignorándola en sus capacidades e intereses como sujeto ejecutor de
acciones destinadas a generar ingresos. Según su propuesta ellas
podrían, desde la cocina, promover espacios de trabajo y reflexión
en torno a métodos de conservación y tecnología apropiada
para el mejor uso de frutas y verduras. Ratifica la causalidad productiva de los
problemas alimentarios de las comunidades, los cuales podrían
solucionarse a través del aumento de la disponibilidad predial de
alimentos, dando mayor cobertura al cultivo de huertos, reutilizando productos y
conociendo estrategias de cocina favorables a conservación de las
propiedades de los alimentos. Por último, reconoce la necesidad de
ampliar la investigación sobre alimentación mapuche, cuya
finalidad sería “evaluar lo rescatable en la cocina mapuche
actual”. Teniendo como referencia este tipo de análisis la
reducción del hecho alimentario sigue siendo extrema, situación
que se plasma en la programación y expresión de políticas
alimentarias limitadas y descontextualizadas. La nutrición convencional
sigue respaldando acciones fundamentadas exclusivamente en análisis
componenciales de los alimentos y en interpretaciones básicas del estado
alimentario de la población. Esta limitación del objeto trasciende
en sus implicancias al evaluar estilos alimentarios no occidentales, produciendo
conocimiento evaluador de ingestas que responden a otras lógicas o
condiciones, desfasando a la alimentación de su contexto. Sólo la
moderna sociedad occidental, a través de este tipo de estrategias
analíticas desarrolladas desde el siglo XVI con el descubrimiento del
azúcar de la leche (Bartoletti, 1586-1630), promueve la evaluación
de la ingesta usando categorías tales como energía, grasas,
proteínas, vitaminas y minerales. La transculturización de este
tipo de conocimiento es un tema de gran interés para antropólogos
aplicados interesados en el tema alimentario. Nuestra interpretación
identifica de modo inmediato a factores de tipo social y político en la
extensión de este tipo de conocimiento hacia horizontes culturales
distintos, considerándole intuitivamente como un mecanismo de
dominación, una estrategia específica del sistema de salud y el
modelo de consumo imperante al que todos debemos obedecer. Esto no niega la
existencia de lo que algunos antropólogos definen como la
“sabiduría nutricional” de las dietas tradicionales (Messer,
1995:58). Lo que bien puede parecer una defensa indigenista puede igualmente
constituir conocimiento etnográfico de gran valor político, re
situando a las dietas tradicionales en una lógica coherente y legible
desde las coordenadas occidentales. Los códigos nutricionales siguen
siendo el vocabulario definitivo, al cual debemos responder en cada
interpretación y mucho más, en cada propuesta. Observar e ingerir
una dieta distinta trae consigo un proceso inherente de etnocentrismo que para
el caso de los antropólogos occidentales está marcadamente
condicionado por la organización piramidal de los alimentos, y la
definición contrastada de la buena y la mala alimentación. En este
sentido cabe hacer el inciso metodológico de validar la perspectiva
nutricional en tanto insumo inconmensurable e irreductible, aun cuando no nos
interesemos puntualmente por las características nutricionales de la
dieta sino más bien por su contexto y sus circunstancias. A partir de
ello reconocemos categorías reproducibles en el marco de la
discusión interdisciplinaria y política, tales como
“insuficiencias alimentarias”, “costumbres
beneficiosas”, “restricciones nocivas y nutricionalmente
adversas” y “problemas alimentarios”, entre los cuales podemos
destacar los que no son de tipo nutricional. Esta es una base a la que debemos
responder si aspiramos a participar de la comunicación inter
científica y a que nuestros resultados puedan validar o refutar
resultados de otra naturaleza. Esta es una cuestión básica que no
quisiera dejar de aclarar: las condiciones en que la antropología de la
alimentación con fines aplicados puede avanzar son de tipo crítico
pero en ningún caso anticientífico. Valora el conocimiento
nutricional en su contexto, al mismo tiempo que identifica sus debilidades y sus
malos usos, precisamente porque la finalidad aplicada así lo exige.
Elaboramos
entonces la pregunta epistemológica: ¿Es únicamente el
conocimiento nutricional el que está cargado de valores?, ¿o puede
aplicar la nutrición una aproximación de tipo transcultural?,
¿es la ciencia nutricional flexible al reconocimiento de otros tipos de
conocimientos alimentarios? Hasta el momento no ha sido posible encontrar
referencia que oriente una respuesta positiva. La nutrición parece
rígida en su adhesión a los análisis componenciales,
metabólicos, antropoméricos y corporales, delimitados en el marco
de un universo cognitivo único. La producción de conocimiento
nutricional posee fines determinados ya sea por los avances en medicina, las
tendencias de la industria alimentaria o las políticas de
alimentación. Si bien la diversidad cultural puede llegar a ser una
variable de interés, como podemos ver en el caso de las autoras citadas,
no constituye un argumento capaz de remover aproximaciones metodológicas
fundacionales. El marco lógico de la disciplina aparece restringido al
universo cultural occidental, pero se traduce hacia las demás culturas a
través de los mecanismos antes mencionados, permeando estructuras
integracionistas y universalistas.
El
estudio de las dietas humanas posee un potencial político central. La
alimentación encuentra allí un reflejo de lo que son sus
circunstancias materiales, ecológicas y biológicas. El abordaje de
las condiciones de tipo cultural también puede ser diverso, y el
análisis bibliográfico así lo ha demostrado. Por un lado,
están autores como E. B. Ross quien destaca la característica
variante y arbitraria de la actividad alimentaria, situación que es
posible esclarecer a partir del uso sistemático del concepto de cultura
(1995:259). M. D. Marrodán, Montero de Espinoza y Prado, se introducen
desde la nutrición hacia el campo antropológico interpretando la
alimentación humana más allá de su función
estrictamente nutritiva, en tanto estrategia adaptativa que resulta de la
síntesis de tres factores: los sistemas biológicos, la cultura y
el medio. Las autoras describen los principales métodos de
investigación y aplicaciones prácticas de la llamada
“antropología nutricional”. En su texto se esclarecen las dos
vertientes que identifican y que intentan articular: la del comportamiento
alimentario de los grupos humanos y la del diagnóstico nutricional.
Situadas desde la nutrición, priorizan el conocimiento de las ofertas
alimentarias y de la composición de los alimentos, reiterando la validez
de estos análisis en el estudio de la dieta humana. Su texto es planteado
como un aporte a las ciencias nutricionales, a las cuales les muestra una
perspectiva que sin superar el marco teórico, técnico y
metodológico, valora factores tales como la evolución de la dieta
y la diversidad cultural en su análisis (1995).
En
Chile, ha sido posible conocer un caso atípico dentro del desarrollo de
la ciencia nutricional. Desde una perspectiva que intenta ser intercultural, la
nutricionista Miriam Huenul, ha propuesto en el año 2001, un proyecto de
investigación en torno al análisis componencial de los los
alimentos mapuche, cuya finalidad sería construir el esquema nutricional
de las comunidades según fuentes reales, no ideales. Tras periodo de
especialización en el área de la salud intercultural la
nutricionista mencionada planeta una crítica al uso indiscriminado de la
pirámide nutricional, como base de todas las acciones estipuladas con
carácter normativo desde el Ministerio de Salud, en el ámbito
alimentario. Su propuesta se fundamenta en la consideración de la
alimentación mapuche desde el punto de vista nutricional, sin intenciones
transformadoras, sino más bien de conocimiento y fortalecimiento
cultural. Supone que los alimentos cotidianamente consumidos por los mapuche de
las comunidades poseen una composición necesaria de conocer a fin de
ubicarles en un esquema homologable a la pirámide convencional, el que
podría entenderse y valorarse tanto desde el punto de vista
técnico sanitario como cultural. En su proyecto original, de enero del
2002, se propone “construir la historia nutricional de algunos grupos
familiares, conocer alimentos abandonados y las causas de este abandono,
además de indagar en la relación entre la salud-enfermedad mapuche
y la nutrición... más que hacer evaluaciones del estado nutritivo
de las comunidades, se pretende conocer en terreno la cultura alimentaria,
identificando los posible homólogos nutricionales” (2002:4). La
finalidad última de este proyecto sería la movilidad de los
referentes clásicos de la nutrición aplicada en contextos
indígenas. Para ello, plantea la conjugación de estrategias de
tipo “nomotético” e “ideográfico”,
reorientando el conocimiento científico experimental según las
condiciones de vida de la población. En un proyecto alternativo,
ejecutado desde el Hospital de Traiguén en colaboración con la
facilitadora intercultural, ha avanzado en el conocimiento del aporte nutritivo
de semillas de tipo tradicional, y en el cálculo nutricional de las
preparaciones más reiteradas. Este tipo de acciones, ha permitido la
incorporación de un nuevo enfoque en el ejercicio técnico
nutricional en la región, que si bien aun se encuentra poco difundido, ha
despertado importantes expectativas en su contexto. El acercamiento
etnográfico que hemos llevado a cabo en el último tiempo a la
realidad de la intervención alimentaria en la región, ha podido
incorporar esta experiencia tanto a nivel cognoscitivo como formal; la valora
como propuesta de acción que pretende legitimar desde la ciencia un
estilo de alimentación específico y, se vincula en tanto
iniciativa de investigación complementaria. En efecto, la
investigación dirigida por Miriam Huenul ha abierto sus objetivos a la
dimensión política y ecológica de la transformación
alimentaria, responsabilidad que recaería en el programa de
investigación que aquí se adelanta.
4.1.2.
Alimentación e identidad étnica
Entre
los estudios que abordan la dimensión identitaria del hecho alimentario
se distinguen dos enfoques básicos:
- El
tratamiento de la dieta étnica como entidad autónoma, interesados
en conocer la dieta de un grupo humano utilizando métodos tales como el
reconocimiento de frecuencias alimentarias, identificando alimentos más y
menos consumidos a través de categorías tales como
“super-alimentos”, alimentos “focales”, alimentos
“básicos” (Messer, 1995:51).
- El
tratamiento de la dieta étnica en relación a factores de cambio,
promotores de procesos de aculturación o enculturación.
Identifican frecuencias y cambios en la selección de alimentos, a partir
de variables tales como los cambios en la oferta –dados procesos
migratorios-, el prestigio asignado a ciertos alimentos, y las transformaciones
tecnológicas. En esta misma perspectiva, se encuentran los estudios que
identifican conjuntos alimentarios “modernos” y
“tradicionales”, los cuales describen procesos de
incorporación y adición con impacto cultural y nutricional. Estos
últimos estudios, destacan la transformación nutricional de las
dietas tradicionales en individuos que incorporan y agregan a su repertorio
alimenticio alimentos de tipo “moderno”, utilizando estrategias
tales como la medición comparativa de calorías proporcionadas por
alimentos abandonados e incorporados. De esta manera, es posible conocer el
impacto nutricional de los cambios en el comportamiento alimentario (Messer,
1995:51-2).
El
tratamiento de las continuidades en la dieta de un grupo determinado,
reconociendo los factores que permiten y sostienen la continuidad –de tipo
ideológico, ecológico o político. Las continuidades de una
dieta étnica son visualizadas a través de la manera particular en
que cada grupo prepara los alimentos, organiza los consumos según
ocasiones domésticas o festivas, establece preferencias y/o aversiones,
combina los artículos y ordena los sabores a consumir en cada
comida.
Estos
tres enfoques poseen utilidad interpretativa para examinar la actual dieta
mapuche. Como se ha desarrollado previamente, en la dieta mapuche se observan
continuidades y cambios. El análisis de las continuidades permite
utilizar el primer enfoque identificado, a partir del cual la dieta mapuche
constituiría una institución cultural particular, no obstante,
esta delimitación se ve prontamente reformulada dada la recurrente y
profunda incidencia de los factores de cambios. Las continuidades entonces,
constituyen en el caso de la dieta mapuche indicadores de permanencia cultural
de tipo gastronómico –se mantienen algunas formas de
preparación, consistencia de ciertas comidas, preferencia por algunos
sabores y aversión por otros. Esta permanencia gastronómica es
diversa en tanto es observable sólo en determinados grupos de edad, y en
individuos cuyo contacto con la urbe y la sociedad chilena es bajo. Los factores
de cambio, entre los cuales se destacan los promovidos por la
intervención estatal –educación, desarrollo productivo y
salud humana- han establecido distinciones entre lo que los propios mapuche
identifican como “comida de antes “ y “comida de ahora”,
“comida mapuche” y “comida wingka”. Tal como lo enuncia
el segundo enfoque descrito, estas distinciones han tenido un impacto
nutricional negativo en la salud de los mapuche, cuya dieta hoy en día es
calificada de baja calidad nutritiva, especialmente en los aspectos
calórico-proteico, y carente de fuentes de calcio y fósforo
(Ibacache, A., 1990:35).
La
dieta étnica mapuche, constitutiva de un nivel sociocultural interno pero
no por ello inmune a las transformaciones del contexto, se observa en la
actualidad modificada a partir de los siguientes aspectos propios de su cocina
cultural (Messer, E., 1995):
La
selección de un conjunto de alimentos básicos (principales o
secundarios). La dieta sigue estado basada en el trigo, el cual podría
seguir siendo considerado alimento principal. Se han incorporado otros alimentos
básicos, tales como el azúcar, el aceite, el arroz y los fideos.
Entre los alimentos secundarios se destaca la ausencia progresiva de los
vegetales frescos, dada la desaparición y decadencia del cultivo de
hortalizas producto de la situación ecológica agudizada en los
últimos diez años. La expansión forestal y la falta de agua
han reducido el consumo de fuentes de vitaminas; el desequilibrio nutricional se
funda en el acceso a un limitado repertorio alimenticio, en el cual se plasman
las deficiencias económicas, ecológicas y culturales
contemporáneas.
El
uso frecuente de un conjunto característico de sabores. Se mantiene la
preferencia por sabores picantes, a través del consumo del ají en
sus múltiples presentaciones. Se ha incorporado la preferencia por lo
dulce, condición por la cual se ha extendido la tendencia a endulzar la
mayor parte de las bebidas consumidas durante el día, o bien optar por
bebidas endulzadas al momento de adquirirlas en la urbe.
La
elaboración característica (p.e. cortando, cocinando) de estos
alimentos. El uso del fuego para transformar los alimentos de crudos a cocidos u
asados sigue siendo una estrategia fundamental. Del mismo modo, se mantienen
otras estrategias tales como el secado de productos como el maíz y el
ají. En algunas comunidades se ha intentado incorporar por parte de
programas institucionales otro tipo de estrategias tales como la
elaboración de conservas, experiencias que si bien han tenido una buena
recepción por parte de las mujeres, no han sido evaluadas desde el punto
de vista cultural.
La
adopción de una variedad de reglas referentes a la aceptabilidad y
combinación de alimentos, las comidas festivas, el contexto social de las
comidas y los usos simbólicos de los alimentos. Si bien este aspecto
aparentemente permanece como una de las etiquetas étnicas principales, lo
cierto es que sólo es observable en aquellas comunidades en las cuales se
mantiene el ceremonial mapuche. La multiplicidad de formas en que se mantiene el
ceremonial también es otra condición para la reproducción
de esta faceta ritual de la alimentación étnica. Hasta donde ha
sido posible constatar, es en territorios mapuche wenteche donde mayormente se
reproducen las reglas sociales y alimentarias características de un
contexto socioreligioso, en el cual los alimentos siguen tendiendo un valor
simbólico fundamental. En el caso de comunidades mapuche nalche y mapuche
lafkenhe en las cuales igualmente se mantiene el ceremonial, ya sea por causa de
diferencias intraculturales o de intensidad de la intervención externa,
la rigurosidad de los momentos rituales –incluyendo los comportamientos
alimentarios y la asignación de significado a ciertos alimentos y a la
comensalidad del contexto- aparece mucho menos resguardada que en el caso
mapuche wenteche.
La
permanencia de la dieta mapuche se entiende como subyugada a la
transformación. En otras palabras, observamos que sigue existiendo lo que
podemos reconocer como la dieta de un grupo determinado, no exenta de cambios,
adiciones y transformaciones, las cuales hipotetizamos son originadas a partir
del contacto y la intervención desde el Estado y la sociedad chilena.
Como veremos en los próximos, las alternativas para interpretar estos
procesos de cambio son diversas, no obstante, y como ya se ha señalado,
dicha transformación posee múltiples dimensiones, entre las cuales
se destaca la individual y la
estructural.
Según
el concepto de sistema alimentario propuesto por Carrasco, S., éste
refiere un “modo de clasificación que da lugar a modelos que
prescriben el comportamiento en un orden determinado del cual se tendría
que identificar la lógica de la combinación y la sucesión,
y también la variación del contenido, a la vez que asocia al
comportamiento alimentario tanto las prácticas como materiales como las
simbólicas” (Carrasco, 1992 en Gracia, 1997:16). De tal forma que
el individuo aparece representando una lógica de consumo propia de un
contexto determinado. Si este contexto es transformado, el comportamiento
alimentario individual reflejará tales cambios, toda vez que constituye
el mecanismo a través del cual las transformaciones pasan a formar parte
de un nuevo sistema, de un sistema modificado.
Procesos
de adición, nuevas combinaciones, nuevas preferencias, imitaciones, no
constituyen mecanismos de transformación alimentaria en sí mismos,
sino sólo indicadores de transformaciones de mayor alcance temporal y
espacial. En otras palabras, estos procesos no detonan a la
transformación sino más bien son un efecto de ella. Una
demostración de que tales procesos específicos no transforman un
sistema alimentario lo constituiría la innumerable oferta de comida
extranjera en contextos urbano-cosmopolita como las grandes ciudades europeas o
algunas capitales latino americanas. Si bien sus sistemas han sufrido
modificaciones, estas poseen una causa precedente, como ha sido la
reestructuración del modelo económico y de desarrollo
globalizante, y estos procesos son sólo indicativos de dicha
trasformación. El proceso mediático que involucra a los individuos
en dicha transformación sería el de la
incorporación.
Tal
y como lo relata Gracia (2002), “la incorporación de los alimentos
supone también la incorporación de sus propiedades morales y
comportamentales, contribuyendo así a conformar nuestra identidad
individual y cultural” (2002:15). Las personas somos identificadas y
clasificadas según lo que comemos, y son esas mismas
características las que nos limitan a una pertenencia específica o
bien nos abren a la posibilidad de pertenecer y ser competentes en diversos
contextos sociales y culturales. Para el caso de culturas en contacto intensivo,
esta última situación es particularmente importante, dada la
multiplicidad de contextos de convivencia y comensalidad interétnica, en
los cuales se mantiene y no se mantiene la atención a la diferencia. Si
bien los individuos transportamos nuestra identidad a través de nuestro
comportamiento alimentario, ha de aclararse que este también puede ser
conscientemente elástico, y expresarse abierto a la convivencia
interétnica en la que se genere intercambio de conocimientos valiosos
tanto para la comprensión como para la validación de la existencia
del sistema del otro. En este tipo de circunstancias, la incorporación
podría ser controlada, a través de otro tipo de mecanismos tales
como el reconocimiento de fronteras culturales y la legitimación de
distintos tipos de conocimiento.
Fischler
(1995) reconoce como tercera particularidad en la relación hombre-comida
a la naturaleza del sí mismo. Ya en relación al principio de
incorporación adelanta apreciaciones en torno al poder de los alimentos
en la construcción de la identidad individual y colectiva. Estima que la
incorporación funda la identidad, y que los alimentos absorbidos nos
modifican desde el interior, de lo cual se infiere que las transformaciones
alimentarias podrían constituir igualmente transformaciones identitarias.
Asume que la incorporación es fundadora de la identidad colectiva, al
intervenirse la cocina de un grupo
se
interviene un “elemento capital del sentimiento colectivo de
pertenencia” (ob. cit, p.68). La permanencia de rasgos culinarios o reglas
alimentarias serían indicativas de la protección que cada grupo
podría generar en contra de la aculturación o integración.
La ausencia de estos rasgos o reglas indicarían entonces
asimilación y abandono.
4.2.
Análisis de políticas alimentarias
El
análisis de las políticas alimentarias constituye uno de los
principales intereses de la antropología de la alimentación
orientada por el concepto de sistema alimentario. Se deduce de ello, que es el
concepto de sistema alimentario antes enunciado el que permite visualizar los
factores políticos que inciden en la proyección de pautas de
consumo sean estas del carácter que sean. En particular, a esta
investigación le interesa desentrañar aquellos factores que
fundamentan a las políticas de tipo asistencialista, que aportan con
beneficios alimenticios a poblaciones respecto de las cuales se evalúa
escasez y falta de recursos. Asimismo, interesa destacar los efectos ya
conocidos de la aplicación de políticas agrícolas,
educativas y de salud en el proceso de desintegración del sistema
alimentario indígena. Se asume, que detrás de estas acciones
benefactoras existe una finalidad política de integración en la
misma tendencia que siguen otros programas de intervención social. La
intervención alimentaria constituye así un fenómeno
antropológico cuyo discurso reproduce una lógica que explicita
algunas de sus intenciones –la de alimentar- y esconde otras –la de
incorporar e integrar. Basta sólo una pregunta para argumentar esta idea:
¿Porqué es necesaria la intervención alimentaria? Esta
aproximación se basa en una definición operativa propuesta por la
autora el 2002, que la concibe como proceso empírico de
intromisión ideológica y accional, a partir del cual se sostiene y
controla el sistema de relaciones interétnicas en competencia desigual en
dos dimensiones intrínsicamente vinculadas con la reproducción
cultural: la cotidianeidad íntima y colectiva, y la extensión del
modelo de desarrollo occidental (Carrasco, 2002).
La
implementación de programas de desarrollo involucra crecientemente mayor
cantidad de aspectos, entre los cuales la alimentación permanece ocupando
un lugar que denominaremos “infiltrado”. Ello, dado que en Chile,
los programas alimentarios no existen de manera autónoma sino formando
parte de planes más amplios de educación y salud. En esto
ámbitos, la alimentación es concebida como un factor
“resorte” el que una vez potenciado, permitirá mejorar tanto
las condiciones educativas como de salud de la población. El
ámbito agrícola en tanto, en su discurso programático ni
siquiera menciona el aspecto alimentario. El análisis de las
políticas agrarias en Chile trasluce la dedicación exclusiva de la
producción al mercado. No obstante, el contexto estudiado se compone de
población cuya producción está parcialmente destinada a la
autosubsistencia, hacia las cuales se aplican las mismas políticas
agrarias de cobertura nacional. En este sentido, la alimentación mapuche
depende formal y sustancialmente de las políticas agrícolas y su
implementación, y si estas orientan la producción hacia el mercado
y no a la subsistencia el desenlace más evidente es la
modificación de las pautas de consumo. La reducción de la
autosuficiencia alimentaria constituiría un efecto de la
implementación de este tipo de políticas destinadas a fomentar la
comercialización y la tecnificación de la agricultura. Los
problemas que impiden este desarrollo comercial y tecnológico en el caso
mapuche serán descritos en investigaciones posteriores, pudiendo
adelantar que existe una relación empírica entre aplicación
de planes de desarrollo productivo y desintegración del sistema
alimentario.
El
hecho de que los programas alimentarios estén muy pocas veces
acompañados de investigación respecto a las prácticas
alimentarias locales induce a desconocer las características
nutricionales del sistema alimentario de la población beneficiada. En
este sentido, los programas alimentarios formalizados en los ámbitos de
salud y educación se asientan en la ignorancia técnica respecto de
los estilos de alimentación previos a la intervención, asumiendo
como justificantes de su acción criterios dictaminados únicamente
por la fusión nutrición-salud y las condiciones
socioeconómicas de la población. La programación de la
intervención alimentaria se lleva a cabo desconociendo lo que la
nutricionista M. Huenul, antes citada, llama la composición nutricional
de la dieta local, cuyo conocimiento permitiría validar prácticas
alimentarias saludables y sustentables económica y culturalmente. Esta
observación cuestiona nuevamente los usos de la nutrición, pero
esta vez desde el punto de vista político, cuyas fuerzas no han abierto
la necesidad de reorientar la investigación nutricional hacia fines de
mayor participación étnica.
La
evaluación de estos programas reproduce, por otro lado, la misma
lógica unidimensional, en la cual sólo factores de tipo
cuantitativo valoran la prudencia y la efectividad de los mismos. En el examen
etnográfico se abordan los mecanismos específicos utilizados por
las instituciones responsables en cada ámbito. Entre tanto, cabe
señalar que existe esta apreciación en torno a la parcialidad de
sus estrategias evaluativas principalmente por el desfase existente entre los
objetivos institucionales –formación/ modificación de
hábitos alimentarios- y las características de la
alimentación local, en el amplio sentido del concepto.
El
análisis de las políticas públicas sean del ámbito
que sean, parece seguir siendo objeto de la propia administración.
Decimos esto, dada la escasa bibliografía especializada en el tema por
parte de la antropología y la sociología, y el abundante
desarrollo de investigaciones orientadas por su alianza con el desarrollo social
y económico oficial. Parece ser que el análisis de las
políticas públicas estuviese comprometido con el mejoramiento de
las destrezas estatales sin considerar sus deficiencias ni su relación
con los contextos locales sino más bien su adecuación a los macro
modelos y estrategias de desarrollo. He podido constatar que incluso la
formación en ésta área está dirigida a la
funcionalidad del propio sistema, que sólo quiere verse a sí mismo
dibujado y representado según conceptos y valores conocidos. Las
políticas públicas constituyen en sí mismas una disciplina
o sub disciplina que tiene por objeto “el estudio de la acción de
las autoridades públicas en el seno de la sociedad”. En esta misma
perspectiva, se le asigna sentido sólo y cuando proporciona
información útil para el proceso de toma de decisiones y de
resolución de problemas (Thoening en Fernández, E., 2000).
Definitivamente este concepto es insuficiente para la investigación
propuesta, en donde si bien la administración constituye una
expresión concreta del sistema político, las políticas
públicas pueden igualmente ser un indicador de la filosofía y en
último término, la naturaleza del Estado. Lo que me interesa, en
el núcleo de esta definición, es desentrañar la manera en
que el Estado concibe a los que beneficia, su relación con ellos y sus
posibilidades de adaptarse a los cambios que estos beneficiados le proponen en
determinadas circunstancias. Para acceder a ese conocimiento es que valoro la
importancia de efectuar un análisis antropológico de las
políticas públicas, en este caso alimentarias. Independientemente
del concepto de alimentación subyacente, la manera en que el Estado
responde a las demandas es entendida como una acción política en
tanto se expande desde una autoridad dotada de poder y de legitimidad. La
aproximación etnográfica valida el análisis de los
programas y de las acciones concretas pero propone a través de esta
investigación ir incluso más allá de lo observable,
cuestionando por ejemplo el hecho de si las demandas son bien comprendidas y por
tanto bien satisfechas, y si en último término existe
efectivamente un flujo de comunicación plena entre el Estado y en este
caso, las comunidades mapuche.
4.2.1.
Intervención alimentaria y desarrollo
El
concepto de intervención alimentaria tal y como se caracterizó en
las páginas anteriores, responde a la conjunción entre dos tipos
de intereses centrales: el político social y el nutricional. El primero
insta a que la intervención sea planificada y proyectada desde un aparato
institucional que por regla general suele ser el Estado, aun cuando existan
algunas experiencias de programas de acción en el ámbito
alimentario ejecutados desde ONG’s. La delimitación de los dominios
de la administración pública que se ocuparan de tratar el tema de
la alimentación responde a su vez a la concepción cultural
occidental de alimentación, la que prioriza sus fines
biológico-reproductivos, la promoción de la salud y finalmente, su
virtud en tanto “motor del desarrollo” personal y social. Estas tres
premisas son las que fundamentan la lógica organizacional de la
gestión pública, que en el caso de Chile sin necesariamente
mencionar la categoría de “intervención”, ejecuta
programas alimentarios desde los Ministerios de Salud y Educación,
distintos e independientes entre sí.
La
articulación entre políticas, intervención y programas
alimentarios es entonces de tipo empírica y analítica a la vez. En
lo empírico, observamos que el Estado chileno no extiende una
política alimentaria autónoma respecto del ámbito
agrícola, y que sus expresiones en salud y educación constituyen
más bien una estrategia de fortalecimiento para esos ámbitos en
específico, y no como parte de una concepción transversal de la
temática. Se reafirma entonces lo dicho anteriormente en relación
a la parcelación del concepto de alimentación a partir de
mecanismos funcionales a la gestión pública orientada por
intereses políticos y fundamentada en la organización
científica del conocimiento. La reserva del ámbito alimentario al
resguardo proporcionado por otros dominios temáticos y administrativos
constituye igualmente una actitud explicable desde el punto de vista de esta
misma lógica. Según la tendencia democrática las
intervenciones derivadas de políticas determinadas han de responder a
demandas sociales, las cuales, en el caso de Chile no han sido hasta la fecha
explícitas respecto a la alimentación, como sucede en otros
países en que la producción y la sobreexplotación de
recursos han generado escasez, hambre y elevados índices de mortalidad
por esta causa. Según esta investigación, esta invisibilidad del
aspecto alimentario en las demandas elevadas desde las organizaciones mapuche
hacia el Estado se debe fundamentalmente a dos razones: la primera, que
efectivamente el hambre no constituye un problema real en las comunidades, ya
que, aunque escasos, siguen existiendo recursos para alimentarse, y las demandas
contienen “prioridades” entre las cuales se destaca particularmente
el problema de la escasez de la tierra; segundo, y en relación a lo
anterior, está el hecho de que la demanda de tierra es según el
propio discurso indígena “integral”, entendiéndose que
a partir de su satisfacción serán resueltos otros problemas
adheridos, entre los cuales mencionan todos los factores de desvanecimiento,
desintegración y abandono cultural asumidos. Esto último quiere
decir que aun cuando la alimentación no constituya un argumento de
demanda si constituye un contenido, dado el hecho natural de la
autoevaluación de los individuos respecto de su consumo, y de las
transformaciones sufridas en la dieta familiar, particularmente en el trascurso
del último siglo. Los mapuche observan lo que comen, piensan en ello y
valoran cualitativa y cuantitativamente los cambios experimentados. Del mismo
modo, establecen relaciones entre las transformaciones de su dieta y las
antiguas y nuevas condiciones de la salud humana, las relaciones entre el estado
de la naturaleza que les rodea y el desarrollo de sus vidas, además de
otras conexiones que de manera natural se articulan en su lógica para
explicar sus actuales condiciones de vida. La alimentación es para ellos
un dominio vital pero no por su función biológica, sino por la
connotación cultural que le asignan: en tanto indicador y delimitador de
una pertenencia determinada, y en tanto indicador del estado de la
relación que el che establece con las fuerzas de la naturaleza-newen
(mayores antecedentes respecto al modelo de alimentación mapuche
serán expuestos en el capítulo VI). La reserva del tema posee
entonces una explicación que podría interpretarse como “de
tipo comunicacional”. En este plano, los mapuche han debido explayar una
serie de esfuerzos para exponer de manera legible sus demandas y
reivindicaciones ante el Estado chileno. No han tenido éxito en lo que a
su demanda central se refiere, ya que la política indígena estatal
no se define por el reconocimiento de la existencia de la población
indígena en su condición de pueblo, autónomo y libre, con
derechos auto determinables. El gobierno de turno promueve acciones
específicas en distintos ámbitos de su administración a fin
de atender a la presión social y política que poseen las demandas
mapuche. La recuperación de territorio y la limitación de la
expansión del modelo forestal industrial no son demandas funcionales al
crecimiento económico del país, razón por la cual las
políticas estatales no pueden asumir estas situaciones como problemas,
pero si extender un tipo de gestión pública reparadora de efectos
específicos tales como fomentar la transferencia tecnológica,
reconocer la existencia de agentes de salud indígena y validarlos como
fuentes de conocimiento y vías de expansión del modelo
biomédico, establecer programas de alimentación que fortalezcan la
acción de la medicina occidental y la educación. Todas estas
acciones gubernamentales poseen un componente social indiscutible, frente al
cual todos sus beneficiarios directos e indirectos se manifiestan satisfechos.
Hasta la fecha, sólo algunos aspectos de la política de salud
intercultural han sido cuestionados, lo que precisamente afecta al uso de los
conocimiento sobre salud mapuche y a la imposibilidad de establecer relaciones
legitimadas entre un sistema médico y otro. La política
alimentaria no es cuestionada, a excepción de casos particulares en que
se ha demandado participación en programas ejecutados en comunidades y en
nuevas propuestas que plantean la inquietud de conocer el sistema de
alimentación mapuche para adecuar la intervención a las
condiciones del contexto. No existe ni por parte del Estado ni por parte de las
organizaciones y comunidades mapuche la explicitación de la
relación problemática entre política indígena y
política alimentaria, lo cual constituye un riesgo principalmente para
los mapuche al no validar al ámbito alimentario en tanto expresión
de poder, y dejarlo a expensas de lo que la autoridad únicamente
determine. Sólo cuando algunos dirigentes mapuche se han enfrentado al
examen de definiciones tales como la soberanía y la seguridad alimentaria
han valorado el sentido político de la alimentación, pero no han
llegado a establecer demandas específicas en torno a la ejecución
de los programas, situación que arrastra el desconocimiento generalizado
y la receptividad pasiva de los beneficios estatales.
Tal
y como señala M. Petrizzo
(2002)
las políticas públicas obran como aceleradores o como freno de
procesos políticos mayores, respecto de los cuales los gobiernos
específicos poseen una posición definida. Desde esta perspectiva,
es posible relacionar mecánica y estructuralmente los contenidos de las
políticas públicas con otros referentes que maneja el Estado. La
orientación política de los gobiernos en particular, da contenido
a su vez y plasma la concepción que el trasfondo ideológico
promueve respecto de la relación entre el estado y la población, y
la modalidad en que el aparato público dispondrá de beneficios a
la sociedad nacional. No nos resulta eso sí posible coincidir con la
autora en su visión dispersa del poder, lo que según su
interpretación, incitaría a reconocer el surgimiento de una nueva
cultura política. Para el caso de Chile, no resulta factible aplicar un
marco interpretativo en que se valide a los actores corporativos como poseedores
de movimiento y estrategias de acción autónomas y efectivamente
dialogantes con el aparato público. En efecto, las organizaciones
indígenas cuya aparición legal responde a las disposiciones
gubernamentales diversas que han tenido la atribución de situar y
resituar su presencia y su rol en la sociedad chilena, poseen una
dinámica claramente delimitada por las pautas dispuestas para su
existencia y su accionar. En este contexto, los discursos reivindicativos, por
ejemplo, son completamente disfuncionales a la mantención de una
relación armónica con el Estado, independientemente de la
ideología política que fundamente a cada gobierno. Si bien algunos
gobiernos han valorado ciertas condiciones vitales respecto a la presencia
indígena en el país y otros han llegado a negar su propia
existencia, las posibilidades de participación en la construcción
y ejecución de políticas públicas siempre ha sido exclusiva
del Estado. En la actualidad, es posible establecer claramente la
relación ideológica y operacional entre los marcos internacionales
de acción pública y las aplicaciones programáticas del
gobierno chileno. En resoluciones de estamentos tales como la
FAO
o la
OMS
se apoyan la mayor cantidad de estrategias de gestión pública en
el ámbito alimentario. Un primer indicador de esta relación
sería el uso de conceptos tales como el de seguridad alimentaria para
promover la incorporación del ámbito alimentario en los planes de
desarrollo social ejecutados a través de la administración
pública. Esta tendencia, que puede entenderse como sociopolítica,
se mantiene fundamentada en la misma lógica que originó a la ayuda
alimentaria en los años ’50, cuando sólo 20 países
“desarrollados” se dispusieron a donar alimentos a 100 países
“en vías de desarrollo”, estimulados por el uso que Estados
Unidos y Canadá comenzaron a hacer de sus excedentes de trigo.
Este
modelo de ayuda alimentaria es reproducido hasta hoy sin más
modificación que su propio fortalecimiento, lo que lleva consigo la
intensificación de los supuestos que le dan sentido y razón. En la
actualidad podemos ver la aplicación de este modelo en dos niveles: el
internacional y el nacional. En el primer caso, la relación
desarrollo-subdesarrollo sigue determinando la situación del hambre en
tanto efecto y en tanto causa de nuevos problemas de tipo nutricional,
político y social. “Ningún aspecto del subdesarrollo es tan
evidente como el hambre”, ha dicho A. Escobar en 1996, comentado el
proceso de la experiencia de escasez alimentaria desde el punto de vista
antropológico, en que las hambrunas son interpretadas como poderosas
fuerzas políticas y sociales. El surgimiento y la explosión del
caudal científico en torno al problema del hambre tras la segunda guerra
mundial, habrían dado como resultado la generación de
múltiples estrategias para resolver el problema del nuevo objeto de la
ciencia y a la vez nuevo símbolo del poder del primer mundo sobre el
tercero: “el “africano” muerto de hambre que ocupó las
portadas de tantas revistas occidentales; o el letárgico niño
sudamericano “adoptado” por 16 dólares mensuales que
aparecía en los anuncios de las mismas revistas” (Escobar, A.,
1996: 201). Conservo este argumento para interpretar la lógica de la
ayuda y la intervención alimentaria aplicada en situaciones en donde no
necesariamente exista hambruna, sino otros indicadores tales como
condición de pobreza y riesgo nutricional. En todos los casos, es el
lenguaje científico nutricional el que fundamenta la generación de
estas políticas de asistencia, que reconocen o diagnostican un problema,
definen “beneficiarios” y promueven acciones presumiblemente
paliativas. Comparto la interpretación que hacen de este tipo de
estrategias autores tales como Scheper-Hugues (1992) y George (1986), al
identificar el proceso de construcción del hambre como modelo cultural
que radicaliza las desigualdades entre países desarrollados y
subdesarrollados. El discurso del desarrollo se difunde a través de un
campo de prácticas específico como es la alimentación
humana, instaurando lenguajes y prácticas que determinan el destino de
los pueblos del creado tercer mundo. Las intervenciones alimentarias constituyen
un mecanismo de poder político y control social y productivo
institucionalizado. Las categorías de “organismos
financiantes” y “beneficiarios” serían una
expresión concreta de esta lógica que organiza las relaciones de
dependencia vital que lejos de resolver los problemas los agrava y perpetua. El
surgimiento de programas tales como el
PMA
en 1961, con el auspicio de la FAO y otros organismos de Naciones Unidas,
así como de la llamada Estrategia de Planificación y
Políticas Nacionales de Alimentación y Nutrición -
FNPP-.
institucionalizan a la ayuda alimentaria transformándola en una
categoría propia del discurso del desarrollo y un nuevo mecanismo
estructural de flujo desde los países desarrollados hacia los
países subdesarrollados o en vías en desarrollo. Posee entonces
una dimensión teórica y una dimensión empírica; la
primera la sitúa en una lógica de control político,
económico y cultural a veces encubierta por un discurso de apoyo,
transferencia, ayuda, solidaridad, y la segunda en un contexto de
prácticas institucionales y sociales cotidianas, marcadamente permeables
y usualmente acríticas de su existencia y acción. Siguiendo este
enfoque, el análisis de los programas alimentarios a través de la
etnografía institucional permitirá identificar prácticas
visibles, invisibles, rutinarias y textuales, además de los efectos de
estas prácticas en la forma de pensar y vivir de la propia
gente.
Siguiendo
esta ruta analítica, el ámbito alimentario a nivel nacional se
articula así a los dominios del desarrollo, y a las áreas de
educación, salud y producción. La gestión pública se
respalda en políticas creadas a la luz de lo estipulado por
órganos de carácter internacional tales como la FAO y otras
instancias de Naciones Unidas. El concepto de programa alimentario sigue siendo
el mismo que hace cincuenta años: “el conjunto de acciones mediante
las cuales se distribuye gratuitamente algunos alimentos básicos a grupos
de población seleccionados por su condición de pobreza o riesgo
nutricional, durante un periodo determinado de tiempo” (Álvarez,
E., en Morón, C., (ed.), 2001:175). Aun cuando se plantee que la ayuda
alimentaria no debe convertirse en un factor que induzca el abandono o la
disminución de la producción local, resulta muy difícil
suponer que un subsidio pueda estimular otra cosa que no sea la dependencia y la
sujeción.
La
reproducción de la asistencia, a su vez, se pone de manifiesto a
través de diversas estrategias propias del modelo de desarrollo tales
como la transferencia tecnológica y la propia educación formal. Lo
que el discurso del desarrollo estipula como soluciones para combatir los
problemas de hambre y escasez son luego la causa de su propia perpetuidad. Tal y
como plantea Esteva (1985), “se sigue aplicando como remedio lo que causa
el problema y así se le agudiza en vez de dejarlo atrás”.
Este autor concluye en lo que puede parecer un extremo para las circunstancias
políticas e institucionales que ejecutan este tipo de programas: detener
la ayuda y el desarrollo permitirá enfrentar los desafíos
actuales, dado que no es desarrollo lo que falta en aquellos contextos en donde
se extiende el hambre sino por el contrario, el desarrollo - en cualquiera de
sus formas conocidas - es la causa principal de lo que denomina como hambre
moderna (1985: 109 -10).
4.3.
Revitalización étnica y recuperación política y
cultural del sistema alimentario
Esta
investigación ha pretendido revelar las dimensiones de la
intervención alimentaria, al mismo tiempo que las vías para
promover su abordaje desde la perspectiva étnica. Esclarece al discurso
mapuche que demanda revisión de las actuales condiciones del sistema
interétnico, dimensiones explícitas e implícitas
trastocadas por los modelos de intervención en actual ejercicio,
situación ejemplificada con la transformación del sistema
alimentario. Alerta, respecto de los ámbitos de impacto indirecto,
destacando cómo el ámbito alimentario recibe efectos irreversibles
para el proceso de restauración cultural. Esta investigación
concluye que existiría coherencia entre el discurso de la
autonomía cultural, y la participación en la gestión de los
programas que directa e indirectamente están modificando negativamente el
sistema alimentario mapuche, sin desconocer la necesidad de mantener tales
programas y por tanto, la prudencia de su existencia. Precisando, la
participación demandada, sería consecuente con la
protección de un sistema alimentario que aun en franca
desaparición, todavía conserva patrones que fortalecen la
vitalidad cultural, tales como la comensalidad y los consumos rituales. No
obstante, se requiere de un abordaje explícito, que permita
autoreflexionar sobre el sentido de la alimentación para la
recuperación identitaria y cultural, a la luz de situaciones cotidianas
de experiencia alimentaria individual, familiar y colectiva.
4.3.1.
Continuidades de la investigación. Problemas, contextos y
métodos
Esta
investigación ha pretendido reproducir el enfoque mencionado a
través del abordaje de una situación problemática, tomando
en cuenta su dinámica histórica y la multifactorialidad de sus
circunstancias actuales. Ha exigido el posicionamiento ético de los
investigadores como un antecedente básico para la valorización de
sus resultados, en un contexto de interacción científica que ha
superado las condicionantes y restricciones de una ciencia ambiciosamente
objetiva e imparcial. El tratamiento de problemas socioculturales con impacto
directo en la vida cotidiana no puede permanecer al margen de los destinos, y
por lo tanto, ha de esforzarse en asumir el desafío y participar
democráticamente en el diálogo. El desenvolvimiento crítico
y reflexivo estimula a la evolución metodológica, promoviendo un
avance desde la observación pasiva hacia la interacción
posicionada, conducida tanto por las valorizaciones teóricas como
emocionales. En esta investigación ha sido posible constatar la utilidad
de categorías teóricas tales como las de sistema
interétnico y sistema alimentario, en el marco del desplazamiento del
paradigma de estudios estáticos por la interpretación cultural de
procesos e interacciones. Esto último, sin abandonar la referencia a
razonamientos de índoles más general, directamente procedentes de
modelos en crisis. En concordancia con la discusión planteada en 1997 por
Michael Herzfeld, esta investigación es reflejo de una
redefinición disciplinaria que cuestiona “los saberes recibidos que
reproducen la dominación totalizante de la sociedad mundial por parte de
paradigmas sociales y, políticos concebidos en su mayoría por y
para occidente, es decir, esa amplia coalición de poderes industriales
capaz de inventar y utilizar tecnologías de control a escala
planetaria”.
La
continuidad de este trabajo seguirá orientada por el ánimo de
contribuir críticamente a la hegemonía conceptual y
cosmológica del sentido común occidental, representado a
través de la experiencia alimentaria y su derecho a la diversidad. Los
planteamientos post estructuralistas nos empujan en esta dirección,
siguiendo la senda de cientistas sociales que se sitúan activamente en
contra de la falta de compromiso para abordar los impactos sociales y culturales
del desarrollo.