Portada Anterior Siguiente Índice | PARTE I : Una aproximación histórica al proceso de transformación de la economía y los ecosistemas mapuche

PARTE I :
Una aproximación histórica al proceso de transformación de la economía y los ecosistemas mapuche


1. Aproximación teórica-interpretativa de la economía mapuche

1.1. Resituando lo económico. Una aproximación desde la antropología económica

Hasta principios del siglo XX, la caracterización especializada o científica del sistema social, ambiental y económico mapuche proviene principalmente de reconstrucciones hipotético-deductivas que tanto antropólogos, historiadores y etnohistoriadores han efectuado a partir de registros y descripciones que cronistas, misioneros y proto investigadores desarrollaron en el marco de la colonización española y nacional. Cada una de dichas aproximaciones, deja en evidencia la diferenciación paradigmática y teórica que prevalece a la hora de interpretar los datos –enfoques que algunas veces trascienden los límites disciplinarios-, otorgando una particular interpretación respecto a los procesos que dicha sociedad ha vivido. En este sentido, la sociedad mapuche ha sido caracterizada a partir de visiones evolucionistas, funcionalistas, estructuralistas, y culturalistas, que resaltan la aculturación e integración del mapuche a la sociedad nacional, el funcionamiento social corporado y en equilibrio, la estructura social en transformación, o la relevación de los rasgos que prevalecen desde la tradición a pesar de los cambios sufridos. Cada una de ellas, dista mucho de estar libre de debate disciplinario (ver Faron, 1969; Stuchlik, 1999), y aun cuando pueden ser ampliamente discutidas, continúan reproduciéndose y formando parte de la visión que se construye en el seno de la sociedad “wingka” a nivel del imaginario sociocultural, y particularmente desde el Estado, situación que sin duda alimenta y por ende repercute en la generación de políticas gubernamentales, y en la producción de la “industria cultural” (Achugar, 2000; Canclini, 2000).

Si bien, interesa dejar en claro que existe más de una interpretación respecto a la “evolución de la sociedad mapuche”, consideramos importante efectuar algunas observaciones generales -acordes con nuestro enfoque- respecto a lo que pensamos, caracteriza o se yergue como un componente transversal en la gran mayoría de las investigaciones respecto a la sociedad mapuche, esto es la marcada óptica secularista y dicotómica para abordar la realidad social, y particularmente la temática económica.

Un vasto número de cientistas sociales –principalmente filósofos, antropólogos y sociólogos- han identificado este proceder como enraizado en la episteme de occidente, y específicamente en la matriz científica, cuestión que desde luego se hace presente –y con más fuerza- a la hora de abordar temáticas económicas (Polanyi, 1991; Sahlins, 1988; Godelier, 1989). En este ámbito, el enfoque de un gran número de científicos, particularmente economistas[1], se ha mostrado incapaz de visualizar las formaciones económicas donde el mercado institucionalizado no tiene presencia, y tendiendo a invisibilizar las imbricaciones y/o interrelaciones que tienen las distintas estructuras de las sociedades de tradición no occidental, es decir, la interrelación entre la economía, la religión y el sistema organizacional.[2]

Autores como Polanyi (1991, ed. 1944) y Godelier (1989) han dado cuenta de esta situación, señalando que esta “forma de ver la realidad” es producto del pensamiento occidental que tiende a interpretar las sociedades no occidentales bajo criterios de occidente, lo que en el ámbito de la economía guarda relación con presuponer la lógica y forma económica capitalista en las sociedades de tradición no capitalistas.[3] Esta situación, desde una postura epistemológica y teórica diferente, ha sido advertida por Sahlins (1988), al señalar que el sistema capitalista es un sistema cultural que estructura nuestra percepción en base a categorías simbólicas particulares, y por ende, nuestra visión de lo que caracteriza o define lo económico en una determinada sociedad.

En este sentido, Godelier afirma que “es esencial recordar que el principal obstáculo que encuentra el pensamiento teórico de los economistas y los sociólogos ha sido y sigue siendo el etnocentrismo con que conciben la relación entre economía y sociedad” (1989:48). De tal modo, lo que articula el pensamiento de sentido común como gran parte del especializado –de carácter técnico académico y técnico estatal- es la razón monológica, o sea, observar la economía y las relaciones económicas en base a categorías que frente a nuestra costumbre aparecen como familiares, y que no responden a la contextualización de estos fenómenos a través de proceso históricos, sociales y culturales (Taussig, 1993).

Recogiendo lo anterior, planteamos una primera observación, la necesidad de relativizar y reconceptualizar el concepto convencional de economía, sobre el cual se sustentan la mayoría de acciones y políticas abocadas al desarrollo económico y tecnológico de esta sociedad.

1.2. Debate sobre delimitación de la economía: el relativismo cultural y la crítica a los postulados de la economía neoclásica y convencional

El concepto de economía, no constituye un concepto unívoco en la tradición antropológica. Por el contrario, existe un rico debate y desarrollo de teorías contrapuestas, las que son reductibles a una serie de opciones dicotómicas: holismo-atomismo, materialismo-idealismo, individualismo-institucionalismo, excedentarios-de subsistencias, tradicionales-modernas (Contreras, 1981; Neale, 1973), donde en la mayoría de los casos foco de análisis se sitúa en determinar los niveles de cambio que las economías indígenas y no indígenas han sufrido a raíz de la expansión del sistema mercantil colonial y capitalista.

Lo cierto es que aun cuando en la disciplina dichos debates han fructificado, fuera de ésta han tenido un impacto muy reducido -sobre todo en lo concerniente a la elaboración y planificación de las políticas de desarrollo estatales-, cuestión que lentamente ha cambiado desde los años ’90, sobre todo con la incorporación de la cultura en la temática del desarrollo –sobre todo, relacionado con el giro teórico realizado por el Banco Mundial-. A pesar de esto, y a casi 40 años del origen y desarrollo más prolifero de este debate, continúa primando -en amplios círculos vinculados al desarrollo estatal- el concepto monolítico de economía, que tiende ha comprender y encasillar a todas las poblaciones y culturas bajo la lógica maximizante del costo -beneficio–, tildando de sub desarrolladas e irracionales a todas aquellas prácticas que resisten ser enmarcados en dichos márgenes (Godelier, 1973).

Situándonos en los enfoques de análisis económico en Antropología y disciplinas afines –ecología política, economía ecológica, etc.-, se pueden identificar al menos tres grandes núcleos teóricos y de discusión, que se articulan en (Gudeman, 1981):

1.2.1. Formalismo y sustantivismo. Puntos en debate

En este marco, encontramos un primer gran núcleo de discusión sobre “lo económico”, la polémica entre los sustantivistas y los formalistas, que a nuestro juicio, y contrario a lo que piensan autores como Bird-David (1999), aún se mantiene en el trasfondo de las actuales controversias, y ha fomentado una serie de trabajos empíricos y teóricos, los que marcarán el devenir de la disciplina (Gudeman, 1981).

El trasfondo del debate entre formalistas y sustantivistas se centraba en definir si la economía era una actividad institucionalizada o individual –que se refiere a la delimitación de lo económico-, si la expresión de los fenómenos económicos –y la economía en sí- era diversa, o si obedecía a una suerte de razonamiento universal humano –particularismo v/s universalismo en el marco de la racionalidad de la economía-, y en último termino, si las categoría de análisis económico era pertinentes para comprender los sistemas culturales indígenas y no occidentales.

Los defensores del formalismo, se basaban en los postulados de la escuela económica neoclásica y/o subjetivista, cuyos máximos representantes en economía fueron A. Smith, L. Walras, A. Marshall, K. Bulding, W. Pareto, entre otros[4], y R. Firth y M. Herskovits, E. Leclair, R. Burling, R. Salisbury y H. Schneider, en antropología.

Desde esta perspectiva, la economía se entiende como “la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos” (Robbins, 1944:17). De este modo, los autores formalistas intentaron demostrar la universalidad de los principios de escasez y elección presentes en las definiciones “subjetivistas” en economía, lo que el antropólogo Herskovits ya había sugerido al formular que:

“Los elementos de escasez y elección, que son los factores sobresalientes de la experiencia humana que dan razón a la ciencia económica se basan psicológicamente en terreno firme (...) nuestra preocupación fundamental es comprender las implicaciones interculturales del proceso de economizar”. (Op. cit.:29)

Por tanto, el axioma general que promulga esta teoría, se funda en que las necesidades humanas son ilimitadas, teniendo constantemente que maximizar nuestras satisfacciones. Como señala Leclair, “En todas partes los hombres afrontan el hecho de que sus aspiraciones exceden sus capacidades. Siendo este el caso, en todas partes deben economizar sus capacidades para realizar sus aspiraciones en la mayor medida posible.” (1976:133).

Con base a lo anterior, podemos identificar 4 supuestos en los que descansa esta teoría:

Desde la antropología formalista, los principales aportes consisten en relativizar la idea de la conducta maximizante. Si bien, no se debe desechar la idea del hombre económico[5] como categoría inicial de análisis (Firth, 1951; Herskovits, 1952), “La opción del individuo se halla siempre limitada por los recursos de su sociedad y lo valores de su cultura... la unidad cultural es el individuo que opera como miembro de sociedad en función a la cultura de su grupo.” (Herskovits, 1952:17), a lo que agregan que es importante considerar cómo las necesidades son culturalmente definidas y satisfechas[6].

Por tanto, el objetivo central de esta corriente teórica es estudiar las formas de comportamiento de individuos que quieren maximizar la satisfacción de necesidades frente a bienes escasos, donde el interés radica en observar como el individuo distribuye los bienes según las distintas alternativas que se le presentan, y donde la cultura y la sociedad –normas y reglas de conducta- son el mecanismo que orienta el proceso de decisión -define alternativas-.

Contrario a estos, el enfoque sustantivista –sustentado por K. Polanyi, G. Dalton, D. Kaplan entre otros-, intenta definir un concepto de economía, no desde un individuo universal, en el marco de las interacciones sociales y de producción que un conjunto de sujetos establece[7]. En este sentido, la economía estaría constituida por “... las formas y las estructuras sociales de la producción, de la distribución y de la circulación de los bienes materiales que caracterizan a esta sociedad en un momento dado de su existencia.” (Godelier, 1976:282).

Este enfoque parte de la base que el hombre necesita para subsistir, tanto del entorno natural como de otros hombres (Polanyi, 1976), de tal modo que lo crucial en el análisis son las relaciones de intercambio desde y hacia el medio ambiente natural, como social, practica que permite obtención de los elementos necesarios para la satisfacción material del colectivo. Es así como Polanyi señala que el origen del concepto sustantivo es “el sistema económico empírico... puede resumirse... como el proceso instituido de interacción entre el hombre y su medio ambiente, que tiene como consecuencia un continuo abastecimiento de los medios materiales que necesitan ser satisfechos.” (1976:159). Del postulado anterior, se desprende que toda actividad económica debe ser realizada en forma organizada, y por tanto institucionalizada, efectuándose en los márgenes de unas determinadas condiciones sociales que brindan unidad y estabilidad al sistema. (Comas de ‘Argemir, 1998).

Para los sustantivistas, no existe una sola lógica o racionalidad económica, y por tanto un sistema económico[8], en este sentido, da un paso –teórico y metodológico- más allá del deductivismo formalista, planteando la necesidad de aproximación a los sistemas empíricos, observando cómo en las sociedades se organiza e institucionaliza la economía[9] y no de la manera en que el hombre económico actúa respecto de sus escalas de preferencia[10].
Otra característica importante en este enfoque, es la erradicación del modelo parsoniano de la sociedad, que tiende a concebirla como la articulación de esferas independientes -la economía, la política, la religión, etc.-. El sustantivismo incorpora la idea de que en las sociedades primitivas, estos ámbitos –dimensiones- se encuentran esencialmente integradas, basándose en lo que antropólogos como Evans-Pritchard y Mauss –también Marx y Tönnies- habían conceptualizado como “embedded” o empotramiento. Para Polanyi, los sistemas económicos se encuentran empotrados –no forman algo aparte- en el funcionamiento de estructuras sociales que no son estrictamente económicas, como las relaciones de parentesco, la política, la religión, etc. (Godelier, 1989). De esto se deriva que Polanyi, considere que la Antropología Económica deba abocarse al estudio del desplazamiento de la economía dentro de la sociedad, y de la manera en que esta se institucionaliza en las diferentes épocas, para así descubrir la institución que predomina en cada sociedad, y conocer el papel que en esta juega[11].

El método comparativo, es el que brinda la posibilidad de identificar tres principios de integración del sistema que garantizan la producción y reproducción material de cada sociedad, y en definitiva le confieran continuidad y equilibrio; estos son la reciprocidad, la redistribución y el intercambio[12].

Hacia el formalismo, los puntos críticos apuntan a (Dalton, 1979; Polanyi, 1979; Godelier 1974, 1976, 1989):

La idea del “hombre económico” de existencia universal, y como punto de partida de la ciencia. Lo que llaman el reduccionismo de la economía.

La definición de que todos lo bienes son escasos porque el hombre tiene necesidades ilimitadas. Las relaciones equilibradas tanto del sistema económico como entre los individuos, que les permite una elección libre y un conocimiento de todas las alternativas.

Como señala Godelier (1974), el carácter ontológico que sustenta y se presenta como principal postulado teórico, es la principal limitante, ya que se hacen directa referencia al ser del hombre, a su naturaleza como especie, o a su impulso genético como punto de partida de todo fenómeno económico, llegando a condicionar toda conducta humana a una respuesta similar[13]. Como señala Godelier (1974), esta pretensión del formalismo imposibilita la contrastación lógica de la teoría con las evidencias y por otro lado reduce el punto de partida de la ciencia y del “objeto” de estudio al individuo -en tanto entidad aislable-, disolviendo el objeto mismo de la economía.

Lo anterior sirve de fundamento para calificar al enfoque formalista de etnocéntrico[14] y plantear la incapacidad de esta para lograr un nexo teórico para el levantamiento de categorías interculturales - requisito de la antropología-, ya que pretende hacer extensiva a todas las sociedades características que solo tienen se reproducen en el marco de las relaciones de producción capitalistas –mercantiles (Polanyi 1976; Godelier, 1989)[15]. Si sostenemos que las sociedades son diversas, y la economía es producto de la sociedad, nada imposibilita plantear que la economía también pueda ser diversa –diferir en forma y contenido-, y no responder tan sólo a una lógica maximizante medios-fines[16].

Otro punto crítico en los postulados formalistas, guarda relación con el modelo walsariano de la economía pura -que sirve de sustento a la economía neoclásica como al enfoque formalista-, que sostiene “la igualdad de los medios de información y medios de producción de todos los individuos que se enfrentan en un mercado concurrencial” (Godelier, 1976:21). Pareto, ya había reconocido que las preferencias pueden ser incompatibles y, en consecuencia, que pueden presentarse situaciones en las cuales la escala de preferencia no exista y en que la maximización de estas sea imposible. Esto lleva a la conclusión de que la teoría de la maximización de las preferencias, resulta inútil para explicar el comportamiento del individuo en la adquisición de bienes; las personas no son siempre racionales, ya que por lo general, no pasamos revista a las alternativas de elección para escoger “la mejor ciruela del árbol” (Bulding, 1963:148), ya que nunca tenemos igual acceso a los medios de información, y además no sabemos cuáles son las consecuencias de nuestras elecciones[17].

A través de esta crítica, Godelier sostiene que se elimina la pretensión de la economía como una ciencia pura, que se sostienen en individuos abstractos e iguales, para introducir la existencia de relaciones sociales concretas. De esta forma, es posible observar como la política –el poder que ejerce un grupo sobre otro-, interviene en el acceso a los medios de producción, así como a la información respecto del sistema. El formalismo, disimula la posibilidad de llegar a la esencia del mismo sistema capitalista, el cual se basa en la relación que se establece entre dos grupos de individuos, quienes poseen el monopolio del capital y de los medios de producción, y quienes no tienen acceso a estos[18].

Por otro lado, existen fuertes críticas al sustantivismo entre los cuales destacan las efectuadas por Godelier (1974, 1976, 1981, 1989), y Cook (Citado por Kaplan, 1976).

Cook por ejemplo, resume su critica en los siguientes puntos, -algunos de los cuales coinciden con las observaciones hechas por Godelier:

La idealización de la vida económica primitiva, que tiende a resaltar el altruismo y la solidaridad, y al mismo tiempo sub-valora o descarta la existencia del conflicto y el interés individual.

El carácter anacrónico de la teoría, debido a la desaparición de las economías de subsistencia sin mercado, siendo desplazadas por las economías campesinas influidas o en transición. El sustantivismo sería diseñado específicamente para el análisis de estos tipos moribundos de economía.

Respecto al primer punto argüido por Cook, señalamos que toca tanto al sustantivismo como al formalismo, puesto ambos parten de una base común, el denominado funcionalismo realista y empiricista. Este funcionalismo –sea cual fuere la unidad analítica-, percibe a los sistemas como en equilibrio, y no posibilita la observación de cómo operan los conflictos y desigualdades sociales. De esto se desprende uno de los problemas fundamentales que evidencia el sustantivismo, debido a que se puede llegar a considerar al sistema capitalista, como un sistema de relaciones igualitarias que se basa en los precios y en el intercambio (el salario es el precio del trabajo), y no en las relaciones desiguales y la explotación, donde unos se apropian de los medios de producción, y los otros venden lo único intercambiable, su fuerza de trabajo. (Godelier 1974, 1976).

Respecto al segundo punto, podemos agregar que se han reunido bastante antecedentes para argumentar que la expansión del capitalismo no genera respuestas similares, o no tiende a la homogeneización de los grupos culturales. De hecho, a raíz de los nuevos desarrollos de la teoría neo marxista, se tiende ha generar una discusión respecto de la tesis principal del marxismo ortodoxo: la irremediable pérdida o transformación de las culturas indígenas producto de su integración –aculturación- a la cultura occidental, la aniquilación de los modos de producción pre-capitalistas, fruto de la expansión del capitalismo, y la transformación de campesinos a proletarios.

A este respecto, múltiples investigaciones han confirmado que el “exterminio o integración” de las sociedades indígenas no es tal, demostrando la recreación, persistencia, o transformación de los rasgos culturales y sociales, donde el error analítico estaría puesto en seguir concibiendo a las sociedades indígenas como entidades estáticas y autónomas (Wolf, 1986)[19]. Por tradición, la antropología se ha vertido hacia estas sociedades, y ha intentado entender sus formas económicas, lo que ha posibilitado la acumulación de un gran número de material etnográfico de diverso orden, recogido por viajeros, misioneros, funcionarios y antropólogos, en diversos pueblos del mundo, que han servido como base para alimentar las reflexiones teóricas (Contreras, 1981).

Autores como Godelier (1999) y Wolf (1986), hacen valiosos aportes en pro de cuestionar la idea de la destrucción e integración de las sociedades indígenas en los sistemas occidentales capitalistas. En un estudio entre los Baruya de Nueva Guinea (1969), Godelier (1999) demuestra como, a pesar de la paulatina “occidentalización” de estos bajo un sistema que afecta en forma total su economía, sus relaciones sociales y su cosmovisión, los Baruya no desaparecen como sociedad, aumentando incluso demográficamente y conservando sus rasgos culturales -aun cuando ya no dominan totalmente los mecanismos de su propia sociedad y pierden su autonomía cultural-. Con esto, el autor enfatiza que no hay una única tendencia homogeneizadora, sino, se generan una diversidad de respuestas, a través de la reelaboración de los valores y tradiciones preexistentes.

Para el análisis de las relaciones económicas contemporáneas, ambos enfoques presentan ciertas limitaciones. Por un lado el formalismo, impide a racionalización de lo económico fuera de los marcos del pensamiento occidental y de las categorías económicas para el análisis capitalista, por otro el sustantivismo, reproduce en su seno la noción de “entidad cultural aislada”, y por tanto, no permite el análisis de los cambios y resignificaciones que las entidades o grupos efectúan mediante el contacto o relación con otros, así como el desequilibrio y las relaciones de poder que juegan un papel fundamental en dinámica endo e intergrupal, y en el desarrollo de la transformación y transición social.

En el marco del desarrollo y de la investigación en economía, esta controversia s torna interesante, cada vez que la base de pensamiento económico y de la planificación de las políticas de desarrollo, continua afincada en la idea formalista de la economía y en la idea del desarrollo en el marco del crecimiento económico y de la tecnologización.

1.3. El concepto de modo de producción doméstico en el análisis de la economía no capitalista

Sahlins (1972), elabora un marco conceptual para el estudio de la economía indígena y no capitalista. Su trabajo apunta a explicar los mecanismos constituyentes del “modo doméstico” de la producción para lo cual recurre al modo comparativo fundado en la data etnográfica para plantear que las “economías primitivas” se efectúan la producción acorde con los ritmos que se imponen según la definición de las pautas de consumo, cuestionando la idea de racionalidad maximizadora, presente en la economía formal. Esto quiere decir que los niveles de producción, están en conexión con la definición cultural del monto de consumo –definición de las necesidades del grupo- y la organización del trabajo, y depende de la relación entre consumidores y trabajadores -donde el criterio maximizador queda totalmente en entredicho-[20], en la medida que trabajo y consumo no se encuentra separados al ser la familia la unidad de producción y consumo[21].

Sin embargo, Sahlins va a sostener que según la data etnográfica, la relación consumidores/trabajadores -en tanto modelo de reproducción doméstica- no se cumple en la realidad. Por el contrario, “descubre” que empíricamente gran cantidad de unidades domésticas trabaja por encima de lo que necesitarían, y otro tanto lo hace por debajo de dichas necesidades. Lejos de que esta situación implique una tendencia hacia una estratificación (por ejemplo, entre unidades ricas y pobres) y dispersión social, sostiene que lo que mantiene la unidad y la asimetría entre las relaciones endo grupo es la comunidad doméstica. Esta comunidad estaría siendo garantizada por la emergencia de la política basada a su vez en la producción de jefaturas con capacidad de incentivar la producción y promover la redistribución. El argumento de Sahlins es interesante ya que discute el status de “lo económico” que es considerado antes que una estructura, una “función” de la política.

Respecto a los enunciados efectuados por Sahlins, podemos efectuar dos observaciones, una a nivel metodológico y otra a nivel teórico.

La primera, realizada por Mellassoux (1982), se refiere al hecho de que los materiales estadísticos que compara, responden a distintos tipos de actividades económicas (horticultores, ganaderos nómades, cazadores recolectores, agricultores), las cuales indican distintos niveles de desarrollo de las fuerzas productivas y por lo tanto el modelo de la comunidad doméstica, se pierde en una serie de principios generales ahistóricos. La segunda, más relevante, es la constatación de que los modelos de economía familiar -o doméstica-, basados en aquel principio general, o su crítica mediante el recurso a la política como incentivadora de la producción, han servido como referencia para el análisis de determinados comportamientos que se suponen “exteriores”, “ajenos”, “no contaminados” por la dinámica de la producción y reproducción capitalistas actuales, y aquí el problema de la ahistoricidad de esta categoría adquiere perfiles más concretos. Con relación a esto, Mellassoux a brindado algunas propuestas orientadoras que permiten analizar la existencia de estas actividades económicas insertas en los procesos de la producción y la reproducción propios del Modo de producción Capitalista.

El fundamento de los debates anteriores, no se reduce a la discusión de simples postulados de una teoría, sino contiene un trasfondo que hace alusión a los modelos de ciencia –y al proceder de la investigación- que cada aproximación intenta legitimar. Así, se traza la meta de la generación de una teoría que logre explicar o entender el funcionamiento de los sistemas económicos no tan sólo de occidente, sino también de las sociedades indígenas que habitan en el mundo, cada vez más en interacción con Estados naciones, e influjos capitalistas (Godelier, 1976).

Para nosotros, y tal como señalaba Godelier, el objetivo del análisis económico debe recaer sobre los diferentes sistemas económicos reales y posibles, independiente de su racionalidad, complejidad o integración, desechando con esto las definiciones marginalistas que postulan el estudio exclusivo de los sistemas económicos de culturas no occidentales, indígenas, no industrializadas y/o no capitalistas[22].

El análisis de la economía, se construye en tanto proceso, y va desde las condiciones visibles del sistema -de lo aparente-, para luego intentar analizar su lógica o racionalidad. Al respecto Godelier señala que: “...el objeto mismo de la antropología económica nunca se nos da por adelantado, porque lo económico nunca se nos da como tal, al nivel de la simple aprehensión empírica de los hechos. ... lo económico debe ser reconstruido teóricamente para cada modo de producción determinado.” (1976:126).

Concluyendo, consideramos que todo análisis económico debe partir de la siguiente base:

No existen sociedades aisladas, lo cual posibilita la existencia de lógicas mixtas. Hoy en día, la existencia de grupos humanos aislados y con un funcionamiento autónomo –situación que tuvo lugar con anterioridad a las políticas colonialistas y expansionistas de las grandes metrópolis- y con escaso contacto con la sociedad occidental, es casi imposible de concebir (Wolf, 1986). La mayoría de los grupos indígenas se encuentran formando parte de una unidad política mayor, el Estado[23]–nación, e inmersos -pero no completamente integrados- en el circuito de la economía capitalista, ya sea a través del intercambio mercantilizado de los productos o del trabajo. En este sentido, se pueden reconsiderar ciertos postulados de la teoría formalista, pues existe la posibilidad que la racionalidad economicista sostenida por la economía formal, y más bien propia de nuestra tradición occidental, se encuentra en la actualidad operando en las poblaciones indígenas, traspasadas por la gran empresa de la “capacitación” y “tecnificación para la producción y comercialización”.

De esto se deriva la necesidad de conocer el sistema económico de estas sociedades en contacto, y sus articulaciones, para así ver si es “posible” explicar su funcionamiento “no aparente”. Sobre la Antropología Económica recae una desafío mayor, lograr dar cuenta de los procesos de transición social o “de la desaparición en el tiempo, de los sistemas económicos y sociales, y de su eventual reemplazo por otros sistemas que le suceden” (Godelier, 1991).

En definitiva, se deben definir estrategias analíticas y conceptuales que permitan comprender y explicar el funcionamiento de la economía, considerando el contexto histórico y sociocultural determinado por un sistema capitalista mundial.

1.4. Formulación de un marco analítico para la interpretación de la dimensión económica

Quizás, uno de los autores más influyentes en la teoría económica en antropología es Maurice Godelier, quien efectúa un esfuerzo por sistematizar y complementar el materialismo histórico con conceptos emanados de la antropología. El autor, establece una fuerte crítica a la orientación formalista y sustantivista, efectuando una analogía entre estos y las posiciones de la economía política clásica anterior a “Ricardo y Marx”, los cuales confundieron bajo el mismo concepto de distribución, las formas de reparto de los productos en la sociedad con las relaciones sociales involucradas en los mecanismos de apropiación y/o propiedad de los medios de producción en una determinado sistema económico[24].

El esfuerzo de este autor –como el de otros materialistas-, está orientado a dar cuenta de los conceptos fundamentales que permitirían construir con mayor rigor teórico los procesos de formación y transformación de los “modos de producción” que se habrían dado a escala histórica y mundial. Dos categorías que se consideraron claves en este sentido son las de Modo de Producción y Formación Social.

Esta propuesta da a luz una importante cantidad de debates y estudios etnográficos que se vieron enriquecidos por aquellos aportes teórico-metodológicos, pero que, a nuestro entender, dejaban sin cuestionarse presupuestos básicos que de alguna manera ya veníamos observando en otras escuelas antropológicas y que pueden retomarse a través de la siguiente interrogante: ¿no es cierto que los estudios etnográficos de la antropología moderna se refieren a “sociedades primitivas” actuales?.

La respuesta es evidente ya que desde la época clásica, la Antropología hacia referencia a las sociedades “primitivas” para elaborar predicciones en torno al comportamiento y las instituciones en “otras” épocas. Si esto es así y si el aporte fundamental de Marx ha sido sus investigaciones sobre la lógica de la sociedad capitalista y la crítica a sus apologistas, ¿no nos encontraríamos nuevamente frente a la problemática de la traslación de categorías y conceptos tenidos por válidos para este tipo de organización social?.

Como hemos observado, estas críticas se formulan tanto a partir de los requerimientos de una ciencia más instrumental (para el gobierno colonial), como por una pretensión en la producción de conocimientos funcionales para el planeamiento político y dominio colonial, pues el recurso a la confianza en las “leyes del mercado” resultaba insuficiente frente a las “resistencias” que planteaban los “aborígenes” frente a las pautas y modos de vida occidental. Son esta crisis sociales, con su expresión máxima en la debacle económica de los ’30, uno de los fundamentos más fuertes que motivaron las primeras y más importantes elaboraciones etnográficas de la antropología.

Quizá “en tiempos de crisis”, como lo planteaba Marx[25], la sociedad burguesa moderna logró interesarse por un conocimiento más específico de las “otras culturas”, a partir de la emergencia de cierto “eclecticismo” respecto a sus propias categorías. Entre ellas, las nociones de progreso, orden y paz social, que implicaban una confianza prácticamente absoluta a las leyes de la economía política, fueron relativizadas, y ello sólo circunstancialmente, ya que la historia reciente nos ha demostrado que, mas que una crisis en términos absolutos, aquello puede ser leído hoy como una expresión de las tendencias contradictorias y permanentes inscritas en la dinámica de la acumulación capitalista configurando el campo de límites y posibilidades de su modo de instituir la dominación sobre el trabajo.

Entonces, la problemática del análisis de las economías primitivas y las categorías teóricas pertinentes debe resituarse al incorporar la dimensión política y de relaciones de poder que se establecen a nivel de la interpretación teórica, como respecto a la naturaleza misma de las sociedades indígenas no occidentales, esto es, la idea de sociedades prístinas.

Desde nuestra perspectiva, ciertas formas del conocimiento histórico apuntan en direcciones distintas a las que sostenemos, y esto por el hecho fundamental de que las denominadas “sociedades primitivas” contemporáneas, son antes un producto, no de una historia en general, sino de la particular historia del desarrollo de las relaciones de la producción capitalista a escala mundial. Es decir, sólo un prejuicio etnocéntrico, puede dar lugar al análisis de las sociedades “primitivas contemporáneas” en tanto referentes de “relictos” o “supervivencias” de modos de producción “anteriores” al capitalismo contemporáneo[26].

Si suponemos que no existe una ‘verdadera’ esencia del hombre, como lo expresa también Godelier, entonces, todo programa emprendido hacia la comprensión de la dimensión económica, y que pretenda su reconstrucción, debe reconocer que su punto de partida está vinculado a premisas parciales, sujetas a criticas y, por lo tanto, de contenido ideológico[27].

Acorde con lo planteado por Marx, es posible sostener que la historia de la humanidad alcanza su máxima expresión de dimensión universal, en la historia particular de la universalización de las relaciones capitalistas de producción, por lo cual el hombre genérico, más que el resultado de una reflexión filosófico-antropológica, sería el resultado de la forma específica que adquiere su configuración en el marco de la generalización de dichas relaciones a escala mundial.

De aceptarse la premisa anterior, la cuestión de la traslación de determinadas categorías (por ejemplo, de la economía) que explicarían determinados comportamientos individuales o colectivos -o bien procesos de producción, distribución y consumo de la sociedad capitalista-, hacia “otras sociedades”, más que un problema de orden metodológico, sería el producto de un hecho social; el hecho social constituido por las formas particulares que adquiere las relaciones de producción capitalista al desplegarse hacia todos los rincones del planeta. Son las relaciones sociales resultantes de este hecho, la causa principal de la traslación de categorías, y no los enunciados más o menos sistemáticos de algunos antropólogos o economistas.

Godelier ha señalado que, dado que no es posible formular una “verdadera naturaleza humana, el antropólogo no está investido de la tarea privilegiada y sublime de penetrar en su secreto” y esto, porque “un indio de la Amazonía víctima del genocidio y de la paz blanca no está más cerca de la verdadera esencia del hombre que un obrero de la Renault o que un campesino vietnamita en pie de guerra contra el imperialismo”. (Ibid.: 294)

Pero si esto es cierto, también lo es el hecho social de que los tres sí están más cerca de los procesos de explotación producidos por la dinámica de la acumulación capitalista, que de algún Modo de Producción “primitivo”. Esta cuestión es de suma importancia, ya que si lo que se pretende es construir categorías económicas, su aporte crítico no residiría únicamente en la manera en que definimos “lo económico” (como análisis del comportamiento, sea de agentes o instituciones, o como análisis del sistema económico o Modo de Producción), sino también, en el hecho de que dichas definiciones incluirán necesariamente también una definición de “lo antropológico”.

1.4.1. La noción de la articulación de modos de producción

El reconocimiento del hecho real en torno a las problemáticas de las transformaciones que los antropólogos observaban en las comunidades que estudiaban, produjo en la disciplina serios cuestionamientos respecto a su “objeto” de estudio tradicional, es decir la reconstrucción más o menos sistemática de dichas “sociedades”. No era ya suficiente decir con Godelier que el antropólogo, al investigar estas sociedades presentes en la “historia viva, actual de estas sociedades”, no puede más que asumir una actitud de justificación o de critica frente a su “destrucción”. Cualquiera de las dos actitudes requeriría de estudios sistemáticos en torno a los procesos por los cuales se operaban semejantes transformaciones.

De otra manera, aparecería negada en la práctica la formulación teórica de que no le corresponde a la antropología indagar sobre supuestas esencias humanas o sociedades originarias y tampoco, considerar determinadas actividades “económicas” que emplean técnicas y métodos tradicionales como meros relictos o supervivencias de un pasado a reconstruir. Si el funcionalismo, a pesar de su “ingenuidad” teórica, había formulado correctamente que si determinadas prácticas e instituciones existen en la actualidad, es porque cumplen alguna función en la totalidad social, antes que discutir metodológicamente la noción vaga de función, se hacía más interesante discutir en torno a qué realidad nos estamos refiriendo cuando hablamos de totalidad social.

Plantearse como problemática de investigación el porqué los sistemas de parentesco dominan en las sociedades primitivas, más que un problema conceptual sobre la noción de función, es reproducir, ahora si, la ideología funcionalista de considerar a un grupo étnico contemporáneo, cualquiera que sea, como una totalidad social, susceptible de reproducirse a si mismo. Interesados en desarrollar una teoría y un método que pudiera dar cuenta de las relaciones y transformaciones detectables a partir de los procesos “económicos” que vincularían a aquellas prácticas e instituciones sociales tradicionales con la dinámica de la expansión capitalista a escala mundial, un conjunto de autores que también se reconocen principalmente en la tradición marxista del análisis social, formularon propuestas alternativas de Antropología Económica, (aunque quizás por precaución no denominaron bajo este rubro a sus investigaciones).

Es así que a partir de la década de los años ‘70, comienza a cobrar importancia un conjunto de investigaciones en Antropología Social que intentan explicar la existencia de aquellas prácticas e instituciones sociales “primitivas” a partir de concebirlas “articuladas” con el “Modo de Producción capitalista”. El concepto de “articulación de modos de producción” que está en la base del concepto formación económico-social, había sido planteado también por Althusser para dar cuenta de la heterogeneidad empírica que caracteriza al sistema capitalista, pero sus análisis no avanzaron en torno a establecer los mecanismos específicos por los cuales se vinculan orgánicamente dichos “modos de producción”.

Es importante destacar los aportes que sobre las formas de reproducción del proceso de dominación del modo de producción capitalista, principalmente en las estructuras rurales realizaron una gran cantidad de autores analizando el fenómeno de la articulación de modos de producción, aunque con perspectivas variadas (Bartra, 1982; Phillipe Rey, 1971; Amin,1975; Palerm, 1980; Mellassoux, 1985).

Un esfuerzo destacable en este sentido es el de Mellassoux, quien efectúa un análisis de lo que define como “economía doméstica” y sus relaciones especificas con distintos Modos de Producción, aunque va a detenerse más precisamente en los mecanismos de transferencia de valor entre aquel “sector doméstico” y el sector capitalista:

“La comunidad doméstica es el único sistema económico y social que dirige la reproducción física de los individuos, la reproducción de los productores y la reproducción social en todas sus formas, mediante un conjunto de instituciones y que la domina mediante la movilización ordenada de los medios de reproducción humana, vale decir de las mujeres (...) En última instancia todos los modos de producción modernos, todas las sociedades de clase, para proveerse de hombres, vale decir de fuerza de trabajo, descansa sobre la comunidad doméstica y, en el caso del capitalismo a la vez sobre ella y su transformación moderna, la familia, la cual esta despojada de funciones productivas pero conserva siempre sus funciones reproductivas” (1985: 9).

Con el análisis de las funciones de la “economía doméstica” en el capitalismo contemporáneo, Mellassoux se propone explicar determinados mecanismos de transferencia de valor entre este sector de la economía y el sector capitalista, formulando una propuesta programática interesante. Este autor, coincidiendo con investigaciones marxistas continuadoras de Marx (los análisis de Lenin sobre el Capitalisrno en Rusia o los de Rosa Luxemburgo en torno a los procesos de reproducción ampliada del Capital), va a proponer el requisito de una teoría que cuenta, no sólo de los mecanismos de transferencia de valor entre modos de producción que implican la destrucción del modo de producción dominado, sino que también de aquellas situaciones en que el Modo de Producción dominado es preservado y bajo que condiciones.

El análisis de Mellassoux, apunta explicar los mecanismos por los cuales el sector doméstico o la “comunidad doméstica”, a partir de su capacidad para producir un plustrabajo, transfiere valor al sector capitalista o, más específicamente: dada la capacidad de reproducción de fuerza de trabajo propio de la economía doméstica, el capital se apropia del valor contenido en dicha capacidad reproductiva, configurando uno de los mecanismos más importantes y extendidos de transferencia de valor.

“La transferencia de la fuerza de trabajo desde el sector no capitalista hacia la economía capitalista se realiza de dos maneras. La primera bajo la forma de lo que se llamó el éxodo rural, la segunda, más contemporánea, mediante la organización de las migraciones temporarias”, (y más adelante): “Estos enormes movimientos de población que marcan el desarrollo del capitalismo industrial, estas transferencias de millones de horas de trabajo hacia el sector capitalista, fueron y son aún el motor de todas las expansiones” (1985:152-154).

La duración relativamente larga de la denominada “estación muerta” de la comunidad doméstica agrícola, facilita los movimientos campesinos en provecho de las clases explotadoras, así es que dependiendo del tiempo de duración de dicha estación muerta, es decir aquel tiempo en que el trabajador campesino está “librado” de las actividades productivas directas en su comunidad, será mayor o menor la transferencia, o bien la apropiación de plustrabajo que realiza el sector capitalista. Mellassoux, denomina “renta en trabajo” a esta alícuota de valor que se transfiere del sector doméstico hacia el capital.

La economía doméstica, sería entonces un prerrequisito del capital para extraer, no sólo una plusvalía proveniente del empleo de la fuerza de trabajo durante el proceso productivo, sino que también, al extrae un plusvalor “extraordinario” al depositar la reproducción de la fuerza de trabajo en el sector doméstico, lo que se expresa a nivel de los precios, en los bajos salarios que perciben estos obreros, por lo general, temporarios. Para este autor, las denominadas “sociedades primitivas” contemporáneas están articuladas al capitalismo mediante dichos procesos de transferencia de su capacidad de producción de un plustrabajo, pero ello no se realiza sin contradicciones. Las contradicciones se expresan claramente en el doble movimiento que ejerce el capital: por un lado se reproduce apropiándose cuando puede de esa alícuota extraordinaria de valor contenida en el plustrabajo que aportan las economías domésticas a escala mundial, pero simultáneamente al buscar por dichos mecanismos una ganancia extraordinaria, pone en crisis a las capacidades reproductivas de las mismas economías domésticas.

1.4.2. Las formas de subsunción del trabajo y las economías domésticas

Al analizar el proceso de producción capitalista, Marx intentó dar cuenta de las transformaciones históricas concretas imbricadas en el proceso de expansión del capital, extrayendo de allí algunas formulaciones teóricas en cuanto a las transiciones sociales propias de dicha expansión. En principio Marx va a señalar dos momentos históricos diferenciales de conformación de las relaciones de la producción capitalista.

El primero caracterizado por la forma general de todo proceso capitalista de producción y que estaría en la génesis misma del capital en tanto relación social: la separación del productor directo de sus medios de producción y la sanción mercantil al trabajo que dicho proceso implica. Analiza, entonces, los procesos que dieron lugar a la expropiación de artesanos y campesinos de sus medios de producción, aunque esta apropiación no significaría en una primera etapa histórica la transformación técnica de los procesos de trabajo tradicionales (período de la manufactura en Inglaterra). En estas condiciones, la forma predominante de extracción de valor es la relación de producción entre capitalistas poseedores de los medios de producción y trabajadores que únicamente poseen su fuerza de trabajo para vender a aquellos. La conformación de esta relación como relación social fundamental del Modo de producción capitalista es específicamente “económica”, según Marx, en el sentido de que ya no resultarían necesarios mecanismos de coerción “exteriores” a dicha relación para garantizar la extracción de plustrabajo.

Llamó a esta primera fase del capital, a esta primera manifestación de las relaciones de producción capitalistas, “subsunción formal del trabajo por el capital”, indicando con ello dos cuestiones:

Sin embargo, continuando con su razonamiento, lo que es intrínseco al proceso de expansión del capital es la permanente revolución técnica de los procesos de trabajo, superando de esa manera los límites a la extracción de valor que implica la subsunción formal. Ciertamente, al existir un límite (hasta físico) en la prolongación de la jornada laboral (límite al que incluso llegaron las relaciones de la producción capitalista en las primeras etapas de la manufactura, generando los consabidos conflictos y primeras resistencias obreras analizados por el propio Marx), el capital comienza a configurarse como un proceso tendiente a disminuir el tiempo de trabajo socialmente necesario (para la reproducción de la fuerza de trabajo) aumentando por consiguiente el tiempo de trabajo “excedente”. Este movimiento, expresado como un incremento del capital constante sobre el capital variable en la composición orgánica del capital, va dando lugar, paralelamente, a un proceso de aumento de la productividad del trabajo en una misma unidad de tiempo. A esta característica de las relaciones de producción la llamó “subsunción real” del trabajo al capital, denominando al mismo tiempo “plusvalía relativa” a la forma correspondiente de extracción de plusvalor.

En definitiva, tanto la subsunción formal como la subsunción real y sus modalidades de extracción del plusvalor, eran para Marx las formas histórico-concretas en que se expresan las relaciones de la producción capitalista: el proceso de transición de la manufactura a la gran industria capturado mediante una abstracción concreta.

Sin embargo, el hecho de que Marx haya utilizado estos dos conceptos centrales para dar cuenta tanto lógica como “empíricamente” del proceso de expansión del modo de producción capitalista en un contexto determinado (tal como se ha dicho, el paso de la manufactura a la gran industria en Inglaterra), no es motivo para negar la posibilidad de que se requieran nuevos conceptos operacionales con el objeto de dar cuenta de otros desarrollos históricos concretos que adquiera la reproducción del capital.

Tanto teórica como metodológicamente, la atención a los procesos de subsunción del trabajo al capital responde a la premisa de centrar el análisis precisamente en las relaciones sociales de producción, es decir en las relaciones de dominación del capital sobre el trabajo, las cuales, según lo que se viene planteando, resultan heterogéneas, conflictivas y contradictorias. Si la unidad de lo diverso se encuentra en el movimiento de valorización del capital, las formas que adquiere dicho proceso al intentar sancionar mercantilmente a los procesos de trabajo y reproducción de la vida “preexistente” a su intervención, son también múltiples. De allí el requerimiento en profundizar sobre las categorías que pudieran dar cuenta de tal movimiento.

Las categorías de subsunción formal y real, aluden en Marx a la forma generalizada de la producción capitalista, aunque dicha forma generalizada responda al proceso específico del capitalismo en las condiciones históricas concretas estudiadas por aquel. Pero para que las categorías no expresen una especie de teleología en términos de “necesariedad” histórica, deben ser sistemáticamente puestas a prueba con el movimiento histórico objetivo del proceso de acumulación (expansión) en contextos específicos.

De allí que una serie de investigaciones concretas sobre dicho movimiento en contextos particulares, hayan señalado un interés teórico por profundizar en los contenidos de aquellos conceptos. En principio, puede señalarse que tanto la subsunción formal como real expresan formas “directas” de dominio del capital sobre el trabajo. Esto es, el control directo de los procesos de trabajo como forma predominante. Sin embargo existen movimientos históricos concretos del capital en los cuales las formas de dominación sobre el trabajo se manifiestan a través de modalidades “indirectas”.

La noción de subsunción indirecta ha sido utilizada por algunos autores interesados en analizar las formas de dominación del trabajo por el capital en determinadas estructuras rurales. Con ella se designa a las formas que adquiere la relación capital/trabajo contextos en los cuales una parte importante de la reproducción de la fuerza de trabajo es garantizada por el sector doméstico y cuyo valor, por diversos mecanismos vinculados a la contratación temporaria o a la especulación comercial, es apropiada por el capital.

Sin desarrollar pormenorizadamente el conjunto de implicancias de aquella noción, diremos que la misma indica formas específicas de ciertas ramas del capital de intentar ejercer su dominio sobre el trabajo, y que no responden a las formas directas (teóricas e históricas) analizadas por Marx.

Ciertamente, al centrar el análisis en modalidades de dominación (subsunción) del trabajo por el capital, se avanza hacia la profundización de la dinámica de la reproducción de la fuerza de trabajo. Aquí se detectan una serie de configuraciones que parecerían no quedar representadas por aquellos conceptos clásicos. Una de ellas y de especial interés hacia los objetivos planteados, es el proceso de expansión de la gran industria capitalista en el agro y la subsunción por dichas ramas de la producción agraria de las economías domésticas.

Esta subsunción se realiza en condiciones tales que estas economías operan controlando, en grados y niveles que es necesario determinar, medios de producción que garantizan en parte la reproducción no sólo de la fuerza de trabajo sino también de formas de socialización que se expresan en procesos de trabajo y reproducción de la vida específicos, y que intervienen en parte en la configuración de etnicidades e identidades sociales particulares.

Por el lado del capital, al centrar parte del proceso de valorización en la transferencia de valor que producen estas economías domésticas y que constituye uno de los mecanismos de obtención de ganancias extraordinarias, se tiende a delegar en ellas el control sobre ciertos procesos de trabajo, delegando también parte del control sobre sus condiciones de existencia. Es precisamente en estas condiciones contradictorias donde el disciplinamiento de la fuerza de trabajo (en el sentido planteado por Marx) requiere de la intervención de organismos capaces de ejercerlo, es decir instancias formalmente “exteriores” a la relación capital/trabajo.

Lo anterior nos remite a considerar al menos cuatro cuestiones implicadas en el proceso de acumulación del capital en determinadas estructuras agrarias, que no necesariamente resultan en las formas clásicas del dominio del capital sobre el trabajo.

Se sostiene aquí, que estos son los aspectos particulares de las formas de subsunción indirecta del trabajo al capital para el caso que nos ocupa. Estos aspectos poseen grados de correlación significativos y constituyen los ejes que permiten avanzar en nuevos niveles de análisis en torno a las especificidades del proceso de conformación de las formaciones sociales.

Ahora bien, a medida que nos detenemos etnográficamente, en el análisis de una determinada formación social, es posible detectar la expansión de distintas fracciones del capital (agrario, mercantil, financiero, industrial) que subsumen también procesos de trabajo doméstico diferenciables, generando a su vez contradicciones particulares.

El término “subsunción indirecta diferenciada del trabajo por el capital”, hace referencia al hecho de encontrarnos frente a niveles de correspondencia y de contradicción entre aquellas formas particulares de expresión del capital, modalidades específicas de economía doméstica y la producción de sujetos sociales como resultado de dichos niveles de correspondencia y contradicción.

La necesidad de distinguir situaciones diferenciales en que distintas fracciones del capital subsumen los procesos de trabajo (en este caso en la población criolla y la población aborigen) radica en que la misma constituye un elemento de suma importancia para comprender no únicamente el rol que ocupan en la estructura agraria regional, sino al mismo tiempo para arrojar claves analíticas sobre la conformación de identidades sociales, culturales y políticas, como así también dar cuenta del significado histórico concreto de cada modalidad presente en los procesos de valorización[28].

Profundizando en lo expuesto, otra variable interviniente en el análisis de los procesos de valorización es la capacidad de “retención” del “sector domestico” de su fuerza de trabajo en su interior respecto al asalariamiento, cuestión que remite necesariamente a los particulares procesos de puja “política” por su apropiación por los que ha atravesado cada actividad.

Hoy es posible encontrar que gran parte de las unidades domésticas mapuche practican parcialmente actividades de corte mercantil simple (parte de la pesca, las artesanías, parte de la agricultura y ganadería etc.), combinando estas actividades con la inserción temporal de parte de su fuerza de trabajo en las explotaciones o fundos cercanos –incluso en empresas de carácter agrícola, principalmente a través de la recolección de la fruta-, generándose contradicciones específicas entre ambas alternativas.

Si hacia comienzos del siglo XIX, la “economía mercantil simple” mapuche observaba un relativo dinamismo en la medida en que usufructuaba un espacio sin renta –ocupación de su territorio ancestral reconocido por la corona-, con buena productividad de forraje y mercados ganaderos regionales de relativa importancia para efectuar el intercambio, hoy, la productividad media de las unidades domésticas no alcanza siquiera para reproducir en términos físicos a sus miembros, quienes deben complementar su ingreso asalariándose o realizando otras actividades hacia otras actividades.

Tal vez a esta altura sea posible comprender el sentido que se le otorga aquí a la formulación de una formación social. Precisamente, al profundizar el análisis de las formas particulares que adquieren los procesos de valorización, mediante la categoría de subsunción indirecta y diferenciada, problemáticas que en muchas ocasiones aparecían construidas como exteriores a dichos procesos adquieren relevancia. Así, tanto los movimientos reproducción ampliada del capital como la emergencia de dispositivos del Estado y producción de identidades sociales, pueden ser leídos desde las características particulares de la relación capital trabajo.

El movimiento de reproducción del capital es pues, un movimiento contradictorio que produce y reproduce a su vez dispositivos de dominación específicos y sujetos sociales tendientes a ser funcionales al mismo, sin conseguirlo más que recreando formas de coerción arcaicas propias de su historia particular en tanto capital y mediante mecanismos que tienden a poner en crisis las condiciones de reproducción del orden social. Proceso que tiende a configurar nuevas formas de diferenciación, social, étnica, política y cultural y que conforman el “mapa” etnográfico actual de la dominación.

Si bien, los mayores esfuerzos de la antropología se concentraron hacia la “reconstrucción” más o menos sistemática de procesos de producción, circulación, distribución y consumo que se suponían “exteriores-anteriores” al proceso de valorización capitalista, un avance significativo en la producción del conocimiento estaría orientado a dar cuenta de las relaciones económicas internas y sincrónicas que vinculan las tendencias contradictorias entre reproducción del capital y reproducción de la vida. Es que la estructuración del denominado sistema mundial mas que a la homogeneización “cultural” tiende a la fragmentación de sus propios dispositivos de reproducción del orden social imaginado en su intento de eludir el trabajo que se le opone por su intransigencia frente a la prioridad de reproducción de la vida (Wolf, 1987).

Como bien han señalado las orientaciones teóricas de corte materialista histórico, la reproducción ampliada del capital no implica necesariamente la destrucción absoluta de procesos de trabajo y reproducción de la vida “tradicionales”. En muchas ocasiones, determinados procesos de valorización se asientan sobre la recreación, más o menos parcial, de dichos procesos, produciendo nuevas y constantes movimientos parciales de conflicto entre producción de valor y reproducción de la vida. Crisis que a escala de la reproducción social de capitalismo como “sistema mundial”, se expresan en los índices estadísticos en torno al incremento permanente del hambre, el hacinamiento, la insalubridad, la pobreza etc.

1.5. Consideraciones finales

La opción teórica aquí presentada, parte de una crítica sustancial a la forma clásica del análisis en antropología, los cuales encarcelados en una “epistemología neutra”, no logran superar críticamente la construcción tradicional del objeto antropológico: “el estudio de las sociedades primitivas”. Pero entonces, la presencia a nivel mundial y actual de prácticas y actividades económicas tenidas en primera instancia como no correspondientes a las prácticas y actividades típicas de la sociedad capitalista, no son otra cosa que un campo de indagación para la reconstrucción, más o menos sistemática, de determinada organización socioeconómica en la historia y la historia concebida como la sucesión en el tiempo de formas diferenciales de “sociedad”, marcadas por la propagación de formas de poder y de organización del trabajo y apropiación del capital.

En este sentido, la antropología se vio imposibilitada de elaborar una teoría de lo económico referido a al particular “Modo de Producción primitivo”, ya que por un lado, relega al campo de la historia el análisis de las transformaciones particulares y regionales que produce la dinámica de la expansión y reproducción ampliada de las relaciones capitalistas de producción -al apropiarse de territorios, procesos de trabajo, productos, etc., preexistentes a su intervención- y por otro, ya que entregó a la economía la reflexión y el conocimiento de los procesos de valorización, es decir la sanción mercantil que impone la lógica capitalista a través de los precios a aquellas expropiaciones permanentes.

Desde esta óptica, la discusión de la validez o no de la traslación de las categorías de la Economía Política hacia formas organizativas del trabajo, la producción, distribución o el consumo, se convierte en un mero juego de palabras que tiende a soslayar el hecho fundamental de que, más allá de sus categorías, las relaciones sociales de la producción capitalista y con ellas sus contradicciones, se reproducen en forma cada vez más ampliada a nivel mundial, donde la variabilidad que produce la imposición y recreación –acentuando las dinámicas- de los sistemas indígenas –la construcción de formaciones sociales y articulación de modos de producción- frente al capitalismo, es el punto en el cual se produce la diferenciación de los procesos hacia contenidos particulares.

Sin embargo, esta expansión es visibilizada académicamente como un proceso lineal, sin conflictos, como si la reproducción ampliada de las relaciones sociales de la producción capitalista tendiera a configurar el orden presupuesto por sus intelectuales orgánicos. Es decir como si “las sociedades primitivas” fuesen ese relicto no alcanzado por el nuevo orden imperante y no un producto de sus propias contradicciones, soslayando el rol histórico que le compete al discurso académico en la construcción del otro primitivo.

Frente a la noción de “aislado primitivo” que distinguió a las construcciones de la Antropología clásica y contemporánea, surgieron líneas de trabajo que plantearon, en un comienzo, la necesidad de analizar las formaciones sociales como articulaciones de modos de producción.

Independientemente de los aportes realizados desde esta concepción articulacionista, nuestra posición es que la noción de “articulación entre modos de producción” expresa de forma inadecuada los “componentes” que definen una formación social. Esto es así, ya que el Modo de producción capitalista (como cualquier modo de producción histórico) es al mismo tiempo un “modo de dominación”. El Modo de producción capitalista domina mediante la extracción del valor por la apropiación de los medios de producción y reproducción del trabajador directo. Al extraer valor, el capital en tanto relación social extrae las capacidades de trabajo y reproducción de “otros” modos de producción que se le enfrentan históricamente, transformándolos para adecuarlos al proceso de valorización (tal y como lo indica la experiencia histórica del proceso de expansión del modo de producción capitalista a escala mundial).

Si el sentido del concepto de Modo de Producción es construir un “concreto de pensamiento” capaz de dar contenido a la noción de totalidad social y significar, entonces, los elementos centrales que componen “una estructura capaz de reproducirse” (Godelier; 1976). Dicha totalidad social no puede ser hoy otra cosa que el modo de producción capitalista. Por otro lado si tal como se ha analizado se acepta que las relaciones sociales que configuran las transformaciones de las sociedades etnográficas implican a su vez determinadas relaciones económicas (principalmente relaciones de producción), no será la “economía primitiva” o el “modo de producción primitivo” el que de cuenta de ellas.

El Modo de producción capitalista, siguiendo a Marx, se caracteriza por la producción generalizada de mercancías: forma generalizada que expresa la expansión de las relaciones de producción capitalista a escala planetaria, es decir el proceso histórico de expropiación del productor directo de sus condiciones de trabajo y reproducción de la vida. Proceso que está en la base de la dominación de las clases poseedoras de los medios de producción sobre las clases desposeídas.

Si se acepta que en la dinámica de su expansión, el modo de producción capitalista “transforma” los demás “modos de producción” y les “arrebata su funcionalidad para someterla a la suya” (Amin, 1975: 16) debería asumirse también que aquellos ya no pueden ser concebidos como “modos de producción articulados al modo de producción capitalista que los domina”, pues sus niveles de funcionalidad y de contradicción se expresan en una “totalidad social mayor”.

Es en el reconocimiento crítico del soslayamiento hacia el análisis de las conexiones orgánicas al interior de la formación social capitalista que había producido la Antropología Económica marxista y ciertas reminiscencias de la noción de “aislado primitivo” que implicaba el concepto de modo de producción aplicado a las “sociedades etnográficas” que hicieron derivar los planteos de la cuestión articulacionista hacia las denominadas “teorías del sistema mundial”. Es decir, hacia el análisis de las relaciones de producción que expresan las formas en que determinadas fracciones del capital ejercen su dominio mediante aquel movimiento contradictorio ya señalado por Mellassoux y que permite explicar lo que este autor denomina como “sector doméstico” no ya como un rasgo residual, atípico o exterior a la racionalidad capitalista, sino como resultado de las formas que va adquiriendo históricamente el proceso de acumulación.

Lejos, entonces, de producir estructuras sociales y procesos históricos homogéneos, la reproducción simple y ampliada del capital produce y reproduce estructuras sociales, movimientos históricos y, en definitiva, sujetos sociales de una gran heterogeneidad. La expresión de dicho movimiento contradictorio de expansión involucra a actores sociales distintos insertos en relaciones de producción y relaciones interétnicas con una historicidad concreta. Relaciones que fueron vinculando conflictivamente espacios territoriales y movimientos poblacionales diferentes que han ido configurando el mapa etnográfico del “sistema mundial” actual (Wallerstein, 1987; Robertson y Lechner; 1985; Wolf; 1984).

Analizar la conexión orgánica de las relaciones económicas (Marx) en la sociedad capitalista no implica (tal como suele sugerirse) pasar por alto la cuestión de las formas particulares (sociales y culturales) específicas que dichas relaciones adquieren cuando se trata de los movimientos de valorización del capital apropiándose de procesos de trabajo y reproducción social preexistentes a su intervención. Tampoco implica desconocer los procesos de resistencia culturales y/o políticos que se han producido y se producen en el denominado “Sistema Mundial” o en contextos específicos (no pensamos tampoco que semejante desconocimiento pueda ser atribuido a la obra de Wolf). De todas maneras, no es mediante los conocidos “dualismos” estructura/acontecimiento o bien estructura social/sujeto social que de alguna manera interpelan los análisis que enfatizan alguno de los términos dominación/resistencia, donde podemos encontrar la clave de una aproximación antropológica e histórica a los fenómenos sociales y más específicamente a la producción de sujetos sociales.

Así, si los pueblos resisten (activa y pasivamente) no es una cuestión que pueda ser concebida como una problemática teórica (ya que no admite discusión, a menos que se crea religiosamente en la paz de los mercados) sino un hecho social susceptible de ser recuperado desde la práctica cotidiana particular de los sujetos sociales y el compromiso del antropólogo con ella. Pero, entonces, la configuración de una discursividad en torno a sus sentidos y significaciones no debería ser parte de la especulación teórico-metodológica, sino de una reflexión con relación a la práctica antropológica. Dado que esta práctica antropológica no puede soslayar su lugar en la producción de sentidos sociales (al menos que se siga recuperando aquel objetivismo etnocéntrico que pretendía hacer del distanciamiento y la exotización del otro el fundamento de su construcción científica). Aún mas, dado que los sujetos en los cuales referencia su análisis la Antropología, existen también en tanto producciones y estructuraciones previas, entonces un primer nivel de reflexividad etnográfica debería estar constituido por el reconocimiento del interjuego, entre aquellos niveles que preexisten e incluso configuran la existencia de los sujetos sociales y del lugar que ocupa en tal sentido la producción del discurso antropológico en su visibilización social.

Los sujetos sociales no son entidades ontológicas cuya esencia debe rescatar el etnólogo o antropólogo, ni tampoco meros productos de dispositivos estructurales (políticos, económicos o ideológicos). Sobre el primer punto, Foucault, alertaba hace ya veinte años que “en vez de preguntar a sujetos ideales que es lo que han podido ceder de sí mismos o de sus poderes para dejarse sojuzgar, se debe analizar de qué modo las relaciones de sujeción pueden fabricar sujetos” (1992). Es que más allá del modelo voluntarista de la economía política del sujeto, o bien sobre su fondo ideológico (agente decisional en el mercado de bienes o en la disputa política), se deben hallar los procedimientos por los cuales los sujetos se construyen socialmente y para lo cual requieren ser identificados, clasificados, visibilizados por el poder.

Pero esta visibilización -productora de identificaciones- no debería ser considerada como el resultado de un mero accionar reproductivo de una estructura de dominación. El vector de sentido de la visibilización de sujetos sociales es la contraparte de la lucha social de los mismos en antagonismo con las modalidades de su sujetación. Negación de la negación en la estructuración dialéctica de los hechos sociales y de las prácticas (esta vez siguiendo a Bourdieu, op. cit.).

Debemos entonces, partir desde la premisa sustentada por Marx en torno a considerar como objeto central de análisis la “conexión orgánica de las relaciones económicas” en el capitalismo. Dicho análisis se situará para nosotros en las dinámicas específicas en que el capital subsume procesos de trabajo y formas de reproducción de la vida en el marco de su reproducción simple y ampliada. La heterogeneidad y especificidad de dichos procesos adquieren su unidad en el proceso de valorización, “unidad de lo diverso”, pero también unidad contradictoria, ya que el capital siendo un proceso continuo de extracción de valor mediante la reproducción de determinadas relaciones de dominación, debe enfrentarse al trabajo en tanto “otredad” de sí mismo.

La estructuración dialéctica de las relaciones capital/trabajo genera al mismo tiempo, permanentes transformaciones en los procesos de producción que persiguen el disciplinamiento social del trabajo para someterlo a la lógica de su valorización. Sin embargo, el enfrentamiento entre capital y trabajo (centro de las denominadas crisis del capitalismo) se expresa en primera instancia en los mismos dispositivos de valorización directa (unidades de producción) controlados por la burguesía, los cuales frente a las modalidades de resistencia que emergen del trabajo tienden a ser reorganizados y hasta eludidos tanto mediante la transformación técnica de los procesos productivos (transformaciones en la composición orgánica del capital) como por formas contradictorias de sanción mercantil del producto del trabajo.
Es así, que se reproducen dispositivos y procesos de obtención de ganancias extraordinarias en la forma de “renta” (en trabajo o dinero) que a su vez implican tipos específicos de “crisis” y que exceden el esquema político e ideológico (podríamos decir ya cultural) que ha posibilitado históricamente erigirse al capitalismo como un modelo tendencial hacia el ordenamiento y regulación de la reproducción de la vida a nivel mundial[29].

Globalización de los circuitos de reproducción de excedentes, transformados en capital financiero, responde a una modalidad rentística de reproducción capitalista que sólo pueden producir “crisis” de acumulación de plusvalor. Sin embargo, la acumulación financiera a nivel mundial que es la base y sustento de todo el denominado proceso de globalización económica y también los intentos de mecanización total de procesos productivos pretendiendo eludir el conflicto con el trabajo, al no producir a este en tanto fuerza de trabajo, profundiza hasta límites insospechados (aunque empíricamente ya visualizados) la expropiación de sus capacidades de reproducción de la vida, enfrentándolo al mismo tiempo y cada vez mas a sus propias condiciones de existencia, a la emergencia de construcción de una historia y culturas propias del trabajo en relación a los dispositivos del capital en tanto productor del sujeto económico.

2. Transformación de la economía y el ecosistema mapuche. Una mirada histórica

Como señalamos en el primer capitulo, se postula que las sociedades no reproducen sistemas culturales estáticos y autocontenidos, sino más bien, son entidades dinámicas que se construyen y reconstruyen en el marco de fuerzas económicas y políticas de amplio alcance –que tiene su origen en la configuración histórica de un sistema mundo-, cuyos efectos trascienden la singularidad de las culturas (Wolf, 1987)[30], dando origen a la apropiación y resignificaciones de elementos, estilos y formas de pensar y hacer. En este sentido, podemos afirmar que la sociedad y cultura mapuche ha vivido históricamente complejos procesos de transformación a nivel de la organización social, modos y formas de producir, en la tecnología –entendida en su dimensión material-, e ideología –cosmovisión-, mediante lo cual se configura la actual sociedad mapuche, lo que responden a dinámicas que se derivan de factores sociopolíticos externos, que en un primera instancia son el resultado de la imposición de la corona española y de la organización del sistema mercantil colonial –previamente fue la expansión incaica-, y en un segunda, de la configuración del Estado-Nación y la instauración del sistema capitalista mundial.

Pero los fenómenos que se desprenden de este proceso de transición, trascienden las dimensiones socioculturales y políticas, manifestándose también a través de diversos impactos en el medio ambiente y en los ecosistemas, los que se derivan de las lógicas culturales que acompañan la utilización de los “recursos” –la razón práctica, y una economía de la maximización-, como también de la modificación –disminución– del espacio y territorio del grupo mapuche –cuyos efectos se torna particularmente visible en la actualidad-.

Por esto, el enfoque utilizado intenta vincular fenómenos sociopolíticos, económicos y ambientales en el marco de las dinámicas exógenas y endógenas, a la luz de una trazado histórico que se articula a través de hitos asociados a la colonización hispana y la conformación del Estado Nación chileno, los que se decanta a través de la ocupación del territorio mapuche y de las políticas y legislaciones orientadas a la regulación del territorio y de su forma de vida.

La estrategia utilizada en este trabajo, fue la revisión y análisis de fuentes primarias (notas información, notas etnográficas, entrevistas e investigaciones) y secundarias relativas al pueblo mapuche (etnohistoria, históricas y estadísticas, etc.), la actuación del Estado Chileno en territorio mapuche (políticas, legislaciones, etc.), y respecto a la economía y estado de los recursos naturales, así como de las características y dinámicas de los sistemas físico-ecológico[31].

Dada la complejidad que implica trabajar con información de tan diversa índole, y en un intento por relacionarla de una manera coherente y comprensible, consideramos útil y práctico describir este proceso (transformación de los sistemas económico-productivos y los recursos naturales) de una forma fraccionada. Este fraccionamiento pretende facilitar el ordenamiento de la información, a la vez que, mediante el uso de un esquema de períodos ordenados cronológicamente, facilitar la lectura y comprensión del proceso.

De esta forma, desde el punto de vista de las transformaciones ecológica, económicas y sociales identificamos 4 periodos:

Es característico de este periodo el desarrollo del sistema “hombre en el medio ambiente”, y guarda relación con las características que asumía el sistema social, económico y medio ambiental a la llegada de los primeros expedicionarios, colonizadores europeos y cronistas. Es considerada como la primera etapa histórico-ecológica, lo que marca el comienzo de un proceso de transformación sociopolítica, económica y demográfica, así como también del patrón de uso y conservación de los recursos naturales. El sistema económico se caracteriza por la combinación de forma de producción, dentro de las cuales predomina la caza y recolección frente a la de tipo hortícola.

Este periodo esta marcado por profundos cambios en el nivel político, social, cultural y económico, impactando principalmente a las poblaciones que habitaban al sur del territorio mapuche –las actuales VIII, IX, X región-, las cuales no habían recibido de forma directa el “dominio” del imperio Inca. Las constantes guerras, el establecimiento del sistema económico mercantil español –como fue la encomienda, entre otras formas- y la conformación de pueblos de indios, termina por transforman rotundamente el sistema de vida mapuche, lo que se expresa en la perdida total de los territorios al norte del Bío-Bío, y la desaparición de la población mapuche que allí habitaba.

En un primer momento, el sistema económico -de una parte del territorio mapuche-, se desarrollo en base a la imposición del sistema político y económico mercantil impuesto por la corona española, donde la mano de obra indígena cumplió una función productiva bajo una forma esclavista. Para otro sector - poblaciones al sur del Bío-Bío- el cambio se produce paulatinamente en función del tipo de relaciones establecidas con la corona española –alianza o guerra- que modifica en diversas formas y grados las prácticas de la recolección, caza, horticultura, así como el surgimiento paulatino de la ganadería.

En un segundo momento, posterior al establecimiento de la “frontera”, la economía mapuche se desarrolla ampliamente, con un claro predomino de la forma de producción ganadera, lo que trae consigo cambios a nivel de la estructura social de producción –organización y jerarquización interna-, y la vinculación “autónoma” en la esfera del comercio e intercambio mercantil, con un impacto en la esfera local y global.

Este periodo se encuentra marcado por el inicio de la política de expansión territorial y “toma de posesión” por parte del Estado chileno de la “frontera”, llevándose a cabo el sometimiento político militar del mapuche a través del proceso de radicación y el régimen reduccional. En esta etapa, se produce una transformación sustancial en los patrones económicos y sociales mapuche, que tiene una indudable repercusión en las formas de manejo y utilización de los ecosistemas en los cuales se re-asienta a la población. La característica fundamental, es que si bien en el periodo anterior los mapuche poseían cierta autonomía en cuestiones políticas y económicas, a partir de este momento, todas las esferas pasan a ser normadas por las políticas del Estado chileno y por las distintas ideologías de los gobiernos en tránsito. Respecto al sistema económico, la reducción del espacio y territorio imposibilita desarrollar la ganadería, dando paso paulatino a la “agricultura intensiva” y pecuaria en pequeños predios de propiedad mapuche (primero colectiva y posteriormente individual), lo que marca el inicio de la llamada “campesinización” y “pauperización del mapuche”. Este hecho, esta marcado por las políticas económicas que el gobierno genera en post de lograr la instauración de una burguesía industrial interna y de la modernización de la agricultura con la consiguiente migración de la fuerza de trabajo rural mapuche hacia los centros urbanos, en el marco de la creación de una nación y un modelo económico que impulsara su desarrollo.

Este periodo se caracteriza por las políticas de reforma agraria, la puesta en marcha de un modelo de desarrollo hacia adentro y la transición paulatina hacia la consolidación de una economía capitalista neoliberal, que para el caso mapuche se expresa en el esfuerzo estatal de individualizar la propiedad colectiva –entre otras medidas. También son marcados los esfuerzos por llevar a cabo la apertura de la economía chilena al mercado internacional, y los cambios generados a partir de las políticas de desarrollo en población mapuche, impulsando un modelo tecnologizador y comercial, lo que tiene efecto en la inducción a nuevas variedades y cultivos –en busca de mayor rentabilidad-y su impacto en el medio ambiente.

2.1. Período de contacto mapuche-hispano. Desarrollo de una economía mapuche de caza, recolección y horticultura

Haciendo alusión a trabajos de arqueólogos, Bengoa (1986) plantea que existe evidencia para señalar que a partir del 500 al 600 a.C. ya existía un sustrato cultural que puede ser denominado como mapuche. Las informaciones tempranas sitúan el “territorio araucano” entre el río Choapa (32º S) y la isla de Chiloé (42º50' S), comprendiendo tal distribución alrededor de 1.500 Km. de longitud desde el norte al sur.

Según los primeros cronistas, a través del territorio se visualizan elementos de continuidad y discontinuidad sociocultural que hacen posible establecer ciertas diferenciaciones internas. De este modo, se identificó una fracción nortina, que iba desde el río Choapa hasta el Cachapoal, a la cual se les denominaba como "Picunches"[32]. Inmediatamente al sur, se situaba la segunda "variedad local araucana", los llamados "Promaucae"[33], que habrían vivido entre el río Cachapoal y el río Itata. A partir de la cuenca de este último río, y hasta el Toltén (unos 350 km. al sur), se ubicó el “grupo mapuche” y en el sector cordillerano, el grupo Pewenche[34]. Del Toltén al sur, finalmente, se ubicaba la tierra de los araucanos más meridionales, llamados Wijiches[35] (Bibar, 1966; Góngora de Marmolejo, 1969)[36].
Respecto a la cantidad de población mapuche a la llegada de los españoles, no existe consenso, estimándose aproximadamente un millón de personas mapuche[37], lo que según Bengoa (1986), constituye un antecedente para afirmar -dada la densidad poblacional- que durante ese periodo los mapuche conformaban grupos asentados con un patrón trashumante mínimo, y con un nivel avanzado de estructuración socio-territorial[38]. Esta idea es perfectamente posible, ya que es coherente con el espacio necesario para reproducir el sistema social y económico basado en la caza, recolección y horticultura (Faron, 1969; Bengoa, 1985; Dillehay, 1990; Mandrini, 1993). Este antecedente apoya la tesis planteada por Vidal (1991), quien señala que la trashumancia de los grupos mapuche no se realizaba de manera anárquica, sino en límites definidos sociopolítico y territorialmente, bajo el control de los linajes.[39]

El sistema social estaba íntimamente relacionado con el sistema económico, ya que al tener cada linaje un territorio bajo su control, permitía la distribución de éste para el uso de sus miembros. El patrón de ocupación y explotación era rotativo, llevaba a los grupos a movilizarse por su espacio en forma cíclica, desarrollándose la trashumancia, práctica que favorecía la renovación de los recursos naturales, al mismo tiempo que propiciaba la protección del territorio[40].

Por tanto, un rasgo que caracterizaría el sistema social y económico pre reduccional, sería la trashumancia[41], lo que permitía que el sistema se desarrollara de forma coherente y armónica con el medio ambiente, lo que favorece le establecimiento de un sistema de redes sociales, políticas y económicas, las que garantizaban la perpetuación biológica y reproducción social de la población (Bengoa, 1987; Faron, 1969; Guevara, 1913).
De esta forma, podemos señalar que operaba un modelo que enfatiza la articulación de dimensiones política –alianzas militares, control de territorios-, sociales –alianzas matrimoniales entre linajes- y la apropiación económica –explotación productiva y material de ecosistemas-, el que creemos, se aproxima más a la forma social y cultural en la que se desenvuelve la vida de las poblaciones indígenas, y particularmente la mapuche[42].

Respecto a la práctica económica, Keller (1965) constata la capacidad productiva de los mapuche señalando que estos reunía un 85% de los elementos característicos de los cazadores superiores y un 80% de los agricultores más recientes. Por otro lado, la existencia de unidades ambientales homogéneas –cordillera, valle, costa- compuestas por ecosistemas especializado, permite el funcionamiento de una economía en la cual la relación hombre-medio no resulta ser conflictiva, sino más bien equilibrada, logrando de este modo una óptima adaptación fisiológica, económica y social a las condiciones ambientales.

Figura Nº 1: Representación de la ocupación en un territorio en base a la alianza entre linajes

Simbología

Relaciones entre linajes

Linaje 1

Linaje 2

Linaje 3

Rotación en la ocupación del espacio

Dichos “niveles de adaptabilidad” quedan de manifiesto en la capacidad de apropiación sociopolítica y económica[43] que efectúan los grupos, lo que posibilita el uso extensivo de un gran número de especies pertenecientes a los diversos ecosistemas (costa a cordillera), entre las que cuentan vegetales y animales, que sin duda permiten una dieta rica y variada, dando cuenta de un sistema tecnoeconómico que denota amplios conocimientos sobre horticultura, pesca y caza, recolección de alimentos y ganadería.

Cuadro Nº 1
Características económicas establecidas por cronistas, según sub grupo mapuche


Sub Grupo

Agricultura

Instrumentos Agrícolas

Alimentación

Animales Domésticos

Sistema Trabajo

Pikunche
Cultivo de la tierra, principal-
mente el maíz, que se siembra sin arar, cubri-endo posterior-mente la semilla. Se riega cada 15/20 días, con un rendimiento 1.387 kgs por cada 55,5 kilos de semilla. La semilla guarda.
Se siembra manualmente, cubriendo la semilla. El sistema de siembra es a través de la confección de hoyos mediante una estaca.
Se practica la roza del rastrojo.
Principalmente maíz.
No hace referencia.
Colectivo.

Mapuche
Cultivo de tierra, particularmente de maíz (4 variedades), papas ( 30 variedades), quinua (2 variedades), madi, ají y frijoles (3 variedades), además de zapallos y habas.
Arados e instrumentos manuales llamados Heuellos, unos tenedores de tres puntas, palas
Hay alimentos como pan de maíz, maíz cocido, harina de maíz, papas, bollos de papa, y frijoles secos. También caldillo de papas, caldillo de pollo con zapallo, ají y otros; envoltorio de maíz y porotos; carne con papas, carne cruda envuelta en sal y ají, harina tostada y agua, sangre de cordero.
Auquénidos como rehueques y chilihueques; gallinas.
El hombre preparaba el terreno y hacía los camellones, la mujer sembraba. Para la siem-bra se convocaba a familiares cercanos y los de la provincia. Cada fase concluía con una festividad donde se comía, bailaba y bebía entre tres y cuatro días. El dueño de la chacra mata ovejas, terneras y carneros para el gasto de los que están trabajando, donde las mujeres sirven a los trabajadores.


Wijiche

Cultivo de la tierra. Siembra de maíz, frejoles y papas, legumbres, quínoa y frutos. Se protegían las papas por un cerco de cañas. Había pes-ca y recolección de mariscos.
No hace referencia.
Maíz, frejoles y papas, legumbres, quínoa y frutos
No hace referencia.
No hace referencia.

Pewenche
No hace referencia.
No hace referencia.
Principalmente el pehuen, del que hacen vinos y guisados.
No hace referencia.
No hace referencia.

Elaborado a partir de información entregada por Zapater (1978), en base a crónicas hispanas.

Pese a que existe un acuerdo relativo en relación a que el sistema económico mapuche estaba constituido por más de una forma de producción, la importancia de una forma sobre las otras ha sido fruto de debate. Para Guevara (1898) y Bengoa (1991), los mapuche habrían estado en una etapa de desarrollo “protoagraria”, superando la simple recolección, aun cuando dicha actividad seguía teniendo gran importancia en su economía. Además de recolectores, cazadores y pescadores, habían comenzado a criar ganado y sembrar productos, siendo la combinación de estas tres formas de obtener sustento (cazador-horticultor-recolector) la base de su economía. A diferencia, para Gastó (1985) y Meyer (1955), la economía mapuche era eminentemente agrícola[44], siendo esta la única forma mediante la cual fue posible la mantención de una gran número población en una zona con escasos recursos alimenticios como fue la “Araucanía”.

Sin embargo, esta idea no se condice con lo descrito por los variados cronistas (citados por Guevara, 1898), quienes señalan que los mapuche cultivaban muy pequeñas superficies, insuficiente incluso para el autoconsumo, las que son destinadas al suplemento de alimentos obtenidos por la caza y recolección (actividades que al parecer eran preferidas por estos). Por lo demás, las constricciones medioambientales no propiciaban una práctica agrícola a gran escala, debido principalmente a que la tecnología de cultivo no permitía dicho desarrollo[45] (ver cuadro Nº1).

A pesar de la utilización del sistema técnico de tala y roza, autores como Guevara (1898) y Bengoa (1991) señalan que la agricultura se realizaba en “claros de bosques”, en terrenos de vegas de gran fertilidad por su humedad o en lomajes cercanos a la “casa”, lo que no significa que estos no efectuaran una modificación mínima, mediante la apropiación económica[46], sobre las “comunidades forestales”.

Si bien, a la llegada de los españoles se constata la existencia de áreas despobladas de bosques, dedicadas a la ganadería y la agricultura en los lomajes de Arauco; el valle del Bío-Bío hacia su curso superior; Angol, Purén; los valles del Cautín y del Toltén desde el llano central hasta su desembocadura (Meyer, 1955), no está claro si parte de estos sectores se encontraba desprovisto en forma natural de bosque (debido a inundaciones, características edáficas, etc.), o si estos mismos fuera efecto del desarrollo de una agricultura trashumante, mediante la cual se abrían cíclicamente pequeños claros en el bosque.

Nosotros apoyamos la idea de que la producción derivada de la agricultura formaba un complemento respecto de la caza y recolección, debido principalmente a la evidencia etnohistórica, como a factores asociados a las condiciones ecológicas, cuestión que se puede fundamentar más firmemente, si consideramos que a pesar de la alta densidad poblacional estimada, el impacto en el medio evidenciado para ese entonces resulta ser mínimo respecto a otras regiones de ocupación hispana (Donoso y Lara, 1997).

Por otro lado, y no queriendo suponer la idea de una sociedad de la abundancia (Sahlins, 1972), podemos señalar que –no libre de constricciones- el medio ambiente y en particular el bosque –por lo menos para la mayor parte del territorio mapuche- proveía de recursos de caza y recolección que se satisfacían gran parte de las necesidades de alimentación de los mapuche (no requiriendo por tanto sobre explotar los recursos disponibles)[47]. En efecto, “bosques templados húmedos” del sur de Chile poseen abundantes hongos silvestre, plantas saprofitas y parásitas, frutos, tallos, pecíolos, etc., los cuales son comestibles (Valenzuela, 1981; Smith-Ramírez, 1997), siendo los mapuche, incluso hasta nuestros días, notables conocedores y consumidores de estos (Guevara, 1898; Coña, 1973; Valenzuela, 1981; Smith-Ramírez, 1997).

Además de esto, cabe destacar la existencia de parientes silvestres de especies cultivadas como las patatas, habas, fresas y guisantes, las cuales, según testimonios recogidos en comunidades de las diversas zonas de la IX Región[48], jugaban hasta hace poco tiempo un rol importante en la dieta mapuche.

Entre los productos recolectables, los piñones de Araucaria Araucana se les ha asignado un rol fundamental, siendo considerado por cronistas he historiadores como la harina básica de la alimentación mapuche (Guevara, 1898; Bengoa, 1991). Es así como en su “Historia de la Civilización Araucana” Guevara (1898) escribe: "...una multitud de raíces, frutos y hojas entraban en la alimentación vegetal mapuche... pero la base absoluta de estos medios de subsistencia estaba en el piñón, especialmente para los pewenche (que habitan en la cordillera de los andes) y los cercanos a la cordillera de Nahuelbuta" (correspondiendo esta última al Secano Interior, territorio Navche, y a una de las zonas en la cual se habría concentrado una importante población). Este agrega además que en años buenos solían colectar lo suficiente para tres o cuatro años, guardándolos en fosos. Este sistema de almacenamiento continúa siendo desarrollado por los actuales Pewenche, siendo comprobada su efectividad (Tacón, 1999).

Estudios actuales, en relación a la productividad natural de semilla de araucaria, han determinado que esta posee gran productividad anual, la que fluctuaría entre los 40 Kg. y los 400 Kg. por hectárea (Muñoz, 1984; Caro, 1995). Por otro lado CONAF-CONAMA (1999), señala que superficie actual de araucarias del antiguo Arauco asciende a aproximadamente 250.000 hectáreas, que proyectada hacia el periodo pre-hispánico –y si consideramos que esta especie que ha sufrido una fuerte depredación a lo largo de la historia, especialmente en la cordillera de la costa-, se puede estimar fácilmente una superficie que bordeó las 400.000 hectáreas.

En base a lo anterior, podemos estimar que la producción potencial de piñones habría fluctuado por lo menos entre las 16.000 y 160.000 toneladas al año, lo cual, considerando una población estimada de 500.000 personas para tal periodo, nos entrega una cifra de entre 32 y 320 kg. de piñones por persona al año. Pese a que esta cifra es muy gruesa y no considera las cantidades que realmente podían ser recolectadas y utilizadas por los mapuche, parece concordante con observaciones realizadas por cronistas, visitantes e historiadores en relación a la importancia del “piñón” (pewen) en la dieta de los mapuche. Desde el punto de vista nutricional, la comparación del piñón de araucaria con otros productos energéticos convencionales indica también la importancia que pudo tener como alimento (Ver Cuadro Nº2).

Cuadro Nº 2
Valor nutricional del piñón de araucaria en relación a otros productos energéticos tradicionales.

Producto
% humedad
Calorías
Por 100 g
Proteínas
(g/100g P.S.)
Lípidos
(g/100g P.S.)
Piñón araucaria
43,1
232
9,6
2,3
Maíz
10,6
358
11,9
5,0
Patata
78,7
67
14,6
0,9
Trigo
11,6
321
10,4
2,5

Fuente: Schmidt - Hebel y Col (1990).

Entre otras especies que nutrían la recolección encontramos la murta, el maqui, el chupón, la frutilla, el coile, el peumo, el copihue, el piñon o pehuen; hongos comestible como digüeñes y callampas, así como un gran numero de hierbas de uso medicinal y religioso, lo que se complementaba con productos marinos como peces, algas y mariscos[49].

Otra actividad económica asociada al bosque era la caza, la que se estima de importancia en la dieta, dad la cantidad y diversidad de animales que se desenvuelven es este ecosistema. Entre los principales animales se encontraba el pudú (Cervus pudu), huemul (Cervus chilensis), huanacos, pumas (Felix concolor) y en menor importancia, algunos roedores y especies menores (Guevara, 1989; Bengoa, 1991). Además, cazaban diversos tipos de aves como las perdices, tórtolas, torcazas y loros, las cuales, según indican los cronistas, "eran tan grandes bandadas que cubrían el sol" (Guevara, 1898). Para la caza, del cual eran muy buenos conocedores, los mapuches además utilizaban trampas y flechas (Guevara, 1898; Bengoa, 1991)[50].

La pesca (para la cual poseían todo tipo de anzuelos e instrumentos) era otro rubro de gran importancia en la actividad económica mapuche, “Se sabe que además de pescar, mariscar, recoger algas marinas (cochayuyo, luche), poseían botes de hasta 30 remeros con los que incursionaban en las islas Santa María, Mocha, y recorrían fluidamente el litoral”. El cuero de lobos marinos era utilizado para la fabricación de utensilios de diverso tipo (Bengoa, 1991).

La “ganadería” de “hueques” o “chilihueques”[51] (que para algunos correspondía a guanacos domesticados, existiendo un mayor consenso en que corresponderían a llamas), estaba bastante expandida, aunque aun no se había establecido un régimen ganadero propiamente tal. Al respecto el mismo Valdivia señala “... prospera de ganado como la del Perú, con una lana que le arrastra por el suelo abundosa de todos los mantenimientos que siembran los indios para su sustentación... ” (1551; 1970:171-172). Por otra parte, el padre Alonso de Ovalle señala “Entre los animales propios de aquel país, se puede poner en primer lugar los que llaman ovejas de la tierra, y son de la figura de camellos, no tan bastos ni tan grandes, y sin la corona que aquellos tienen. Son unos blancos; otros negros y pardos, y otros cenicientos... servían antiguamente en algunas partes para arar la tierra antes que hubiesen en ella bueyes... que cuando pasaron por la isla de la mocha usaban los indios de estas ovejas para ese efecto. También sirven aun ahora en algunas partes para el trajín de llevar y traer de una parte a otra trigo, vino, maíz y otras cargas... ”(1646; 1969:72-73).

Era un sistema de crianza domestica y autoconsumo -el que proveía de lana, carne, cueros, huesos, además de prestar ayuda en la carga de pequeños bultos-, sin que al parecer existieran formas de intercambio en este rubro, conformando de este modo un sistema de ganadería a pequeña escala (Guevara, 1898; Bengoa, 1987).

En relación a la actividad agrícola, Bengoa (1987) señala que los mapuches se encontraban en un estado de desarrollo protoagrario[52], esto es, conocían la reproducción de vegetales en pequeña escala, no desarrollando aun una agricultura propiamente tal. A la llegada de los españoles estos ya cultivaban papa, frijoles, maíz, quínoa (dahue), ají (trapi) para condimentar las comidas, un cereal parecido al centeno (magu), otro similar a la cebada (hueguen), y un tercer cereal que llamaban teca (Guevara, 1898). La papa, principalmente, habría requerido una tecnología hortícola relativamente simple; se hacia un hoyo con un palo excavador, se ponía el o los tubérculos y luego se rellenaba de tierra. Las lluvias regaban naturalmente y se esperaba la cosecha, contando con una gran variedad de papas silvestres, muchos tipos de maíz (Guevara, 1898).

Considerando lo anterior, podemos fundamentar la existencia, hasta nuestros días, de una gran diversidad de variedades y ecotipos de especies cultivadas autóctonas (Contreras, 1987), manejando una gran variedades de las plantas que cultivaban, conociendo la diferenciación entre estas. Según señala Guevara (1898), para caso del maíz los mapuches asignaban distintos nombres según el color[53], utilizándolos para comidas distintas. En relación a las herramientas utilizadas para las labores agrícolas, los mapuche no poseían ni utilizaban el metal, y no existen antecedentes de cronistas tempranos ni arqueológicos en relación al uso de algún tipo de arado. En general se trataba de herramientas muy rústicas, de madera con pesos o algunos agregados de piedra.

2.2. Período de dominio de la Corona Española y reconocimiento del territorio mapuche. Desarrollo de una economía mapuche principalmente ganadera

Según relata Gerónimo de Bibar en su “Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile”[54], el primer “ejercito de conquista español" parte al sur de Chile en 1546, siendo este sorprendido y derrotado por los indígenas. En 1550, tras reorganizar sus fuerzas, parte un nuevo contingente el cual comienza la “conquista del sur de Chile”.

Al iniciarse esta conquista, el territorio “araucano” empieza a sufrir sus primeras amputaciones, quedando confinado a la región comprendida entre en río Itata y la Isla de Chiloé, puesto que los territorios de la fracción nortina de “araucanos” -los Picunches y Promaucaes-, se encontraban ya bajo el dominio político y militar de la Corona española, tras la caída del Imperio Inca o Tawantisuyo.

Tras la derrota mapuche en la batalla de Andalién, el contingente guiado por Valdivia logra llegar hasta el río Bío-Bío –bajo el dominio mapuche-, y reproducir la estrategia militar que se basaba en la fundación de ciudad y fuerte, estableciendo una línea de resistencia y expansión. Posteriormente, las ciudades fundadas por los españoles fueron completamente destruidas[55].

De esta forma, el río Bío-Bío comienza a constituirse en una “frontera natural” entre el territorio mapuche y el territorio español (Guevara, 1889; Bengoa, 1991), hechos que a su vez marcan el comienzo de la guerra entre mapuche y “españoles”, siendo escenario de combates casi in interrumpidos que durarán 260 años, conocidos como la “Guerra de Arauco”.

Bengoa (1987), plantea que la Guerra de Arauco puede dividirse en tres períodos: El primero periodo comenzaría con la llegada de los españoles a territorio mapuche, y concluye con el parlamento de Quilín en 1641, y se caracterizaría por una gran cantidad de enfrentamientos y batallas, siendo la etapa más violenta de esta guerra.

Un segundo periodo, comenzaría tras el parlamento de Quilín, en el cual, entre otras cosas, se reconoce el Bío-Bío y el Toltén como fronteras de un territorio mapuche autónomo, comprometiéndose los españoles a evacuar los poblados al sur del Bío-Bío - asimismo, los mapuches se comprometen a no incursionar al norte del Bío-Bío. No obstante este tratado, los enfrentamientos no terminan, pero a diferencia de periodos anteriores, se instituyen instancia de negociación (los parlamentos) que tienden a disminuir la frecuencia e intensidad de los combates –un especie de periodo de paz relativa.

Un tercer período comenzaría en 1726 tras el primer parlamento realizado en Negrete; en este se llega a 12 puntos de acuerdo, entre los cuales se sigue reconociendo el territorio al sur del Bío-Bío como independiente de España, reconociéndose sin embargo a los mapuche como vasallos del Rey y enemigo de los enemigos de España. Así también, un punto importante de este parlamento lo constituye el hecho de que se comienza a normar el comercio entre españoles (criollos, colonos, mestizos) y mapuche. Este tercer período, que culmina con el último parlamento de Negrete realizado muy cercana de la independencia (1803), es el único en el que se puede hablar de largos periodos de paz relativa[56].
Si bien, la guerra e incursión española lleva consigo reestructuraciones sociales entre los mapuche – creación de estructuras jerarquizadas supra-grupales-, la instauración de “la frontera” bajo el parlamento de Quilin y Negrete[57], marca el inicio de un transformación profunda en el sistema económico mapuche (Bengoa, 1987; Pinto, 1999). Ocurre entonces la transición de una economía con base en la caza y recolección a uno ganadero y de intercambio, hecho derivado de factores políticos asociados al cambio en la relación mapuche-español, que tienen su base en el establecimiento de una “frontera permeable” que ofrecía una relativa autonomía, y la incorporación de bienes y artículos provenientes del intercambio y de los botines de guerra. De tal modo, se modifican las relaciones sociales de producción –cambio en el acceso y control de los medios de producción y del producto social, en la organización del proceso de producción y su distribución-, asumiendo la distribución un carácter interno –en relación con el grupo- y externo –en el intercambio “dentro y fuera de la frontera” con individuos no mapuche.

Según Boccara (1999), para dicha época la economía mapuche se estructura en torno a tres nuevas actividades: la crianza de ganado, la maloca[58] –orientada a la búsqueda de ganado en las estancias hispano-criollas-, y el intercambio -entre indígenas y con criollos que se adentran en el territorio-, que se extiende hacia la pampa y Perú, y que versa sobre productos textiles, carne y sal.

Como ya mencionamos, la incorporación de nuevas especies animales y vegetales constituyen uno de los factores claves en la transformación de la economía mapuche, especies que debido a las condiciones ambientales lograron una excelente adaptación, lo que derivó en su rápida reproducción.

Dentro de las especies animales que adquiere mayor importancia, destaca el caballo, el ganado vacuno y ovino (también otras especies como las cabras, gallinas, etc.), los que proceden de las malocas e intercambios –hacia españoles, criollos e indígenas- (Guevara, 1898), base material que se constituye paulatinamente desde los primeros contactos mapuche-hispanos[59].

Por otro lado, la adopción de estas especies animales produce un desplazamiento -y un reemplazo paulatino- de los chilihueques, que constituyeron durante mucho tiempo la base de la “ganadería” mapuche (Bengoa, 1987). Así por ejemplo, según el relato del cronista A. de Ovalle (en la expedición Alonso de Sotomayor en 1584), al paso por Purén, Eliucura, Quiapo y Millarapue, se hizo una gran presa de ganado, los cuales habían aumentado en tal número, que ya en aquel tiempo cubrían los campos. Esta situación también evidencia Domeyko –casi 300 años después- al señalar que “Hay entre ellos, y sobre todo entre los caciques llanudos, algunos que poseen hasta 400 y más caballos y cantidad considerable de ganado” (1845; 1990:91).

Una situación similar ocurre con algunas especies vegetales como el maíz, principal cereal prehispánico, que comienza a ser desplazado en algunas zonas –pero no totalmente remplazado- por el trigo[60], debido a que este es más sensible a las heladas y debía ser sembrado avanzada la primavera, por lo cual su madurez se obtiene tardíamente, y en épocas en las cuales los españoles realizaban incursiones militares en territorio mapuche. Como señalan los cronistas, al producirse las incursiones españolas a territorio mapuche[61], los cultivos de maíz ofrecían un incentivo fácil a la saña de sus enemigos.

Debido a esto, autores como Guevara (1989), sugieren que uno de los principales factores de cambio obedece a la adaptabilidad climática[62], pues el trigo, posibilitaba la realización de una cosecha más temprana, y no necesariamente en zonas protegidas de las heladas, con lo cual se evitaba el riesgo que implicaba su destrucción.

Es así como un capitán español de los primeros tiempos de la conquista (González de Narea), relata lo siguiente:

“Siembran sus trigos y cebadas en varias asas divididas en muchos cerros no poco trabajosos de subir; por madurar tan temprano, respecto a sus tardíos maíces, cuando nuestro campo sale a campear, todo se halla segado y la cosecha puesto en cobro enterrada en sus ocultos silos, donde acostumbran los indios a conservarla para el mantenimiento de su año”

Por tanto, la incorporación de nuevas especies, la adquisición de tecnología y la situación de paz relativa - que propicio en este periodo -, otorga las condiciones para el desarrollo de la agricultura, la que se constituye en un complemento de la ganadería[63].

Si bien, al momento del contacto la forma de cultivar la tierra se realizaba con herramientas de piedra, madera y palos excavadores (de dos y tres puntas), los mapuche fueron incorporando paulatinamente puntas de metal que conseguían, en un primer momento, de las herraduras que se les caían a los caballos españoles[64].

Las formas técnicas utilizadas en la agricultura –uso de arados y otros instrumentos-, son adoptadas y ajustadas al sistema de conocimiento y cosmovisión mapuche, las que provienen de las experiencias que los mapuche adquirían (especialmente de más al norte) en las encomiendas españolas, donde eran instruidos para labrar la tierra –una vez que escapaban hacia territorio mapuche, comunicaban a los suyos parte de este conocimiento adquirido-. De este modo, paulatinamente comienzan a cambiar sus herramientas iniciales, por hoces y arados rústicos -similares a los que utilizaban los españoles-, pero que al carecer de metales, eran elaborados en base a piedra o madera[65]. También se utilizaba un arado simple de madera hecho de una sola pieza, el cual hasta el día de hoy se conoce como arado de palo[66], el cual frente a la falta de animales, era tirado por dos o tres hombres, aunque con el tiempo, la tracción animal (bueyes) se habría hecho extensiva en algunas zonas.

Avanzado el tiempo, introdujeron el uso de mayores cantidades de metal derivado de las herraduras, y luego, herramientas propiamente tales (hoces, azadones, hachas, etc.) conseguidas como botines de guerra a los españoles (las cuales también servían como armas), o por medio de trueque con diversos comerciantes que comienzan a internarse en la zona.

Las labores agrícolas se realizaban en forma comunitaria, trabajándose una tierra común y repartiéndose los beneficios obtenidos entre todos. Según relata Núñez de Pineda (quien viviera entre los mapuche alrededor de 1650), todos los miembros de la familia participaban en las labores de labranza y cosecha, sin presentarse diferenciación social al respecto. Las extensiones de terreno cultivadas dependían del número de personas que se dedicaran a la actividad, y de la zona geográfica que se tratara (relacionado, como ya se dijo, con la abundancia o escasez de recursos de caza o recolección), teniendo la mujer una participación importante en las actividades agrícolas. Pese a esto, las extensiones de las zonas cultivadas seguían siendo muy pequeñas, y teniendo como objetivo la obtención de alimentos suplementarios para pasar los meses de invierno, ya que en “los bosques templados húmedos de Chile” -según se desprende del estudio de los patrones de floración y fructificación (Riveros y Smith-Ramírez, 1997)- los productos recolectables escasean en los meses de invierno, así como también se dificulta la pesca y la caza.

La autonomía territorial establecida durante el periodo colonial, fortalece el incremento del intercambio fronterizo entre españoles (o criollos) y los mapuche, situación que tiene como base la producción de excedente (Bengoa, 1987; Boccara, 1999; Pinto, 2000)[67]. En este sentido, Guevara (1898) plantea que las condiciones estructurales y geográficas habrían favorecido la generación de éste –excedente-, y las posibilidades de surgimiento del comercio[68]. Según este autor, los grupos del Valle Central y de las cercanías de la Cordillera de Nahuelbuta (Secano Interior), eran los que más habían avanzado en labrar la tierra y criar ganados, y a su vez, habían incorporado medios técnicos con partes de metal, además de hacerse diestros en el manejo de los bueyes. De esta forma, las sementeras adquirían dimensiones superiores a las necesidades domésticas, y se podía dedicar el sobrante a la venta (trueque) en la población militar o las plazas inmediatas[69].

De este modo, el intercambio comienza a cobrar importancia no solo a nivel local –fronterizo-, sino regional y extra regional (Pinto, 2000), donde el ganado adquiere un rol fundamental, al que se suma el tráfico de sal –para la elaboración de charqui-, la actividad artesanal –principalmente textil-, y la producción de carne (Bengoa, 1987). Por otro lado, la ganadería mapuche daba vida a la elaboración de cebo, carne salada y seca -al sol-, que se exportaban a Perú, y las curtiembres, que se utilizaban para la fabricación de suelas del cuero de vacuno y cordobanes de la piel de las ovejas y cabras.

Para autores como Pinto (2000), las relaciones de intercambio que se establecen durante el siglo XVIII entre mapuche e hispanos-criollos, se habían convertido en complementarias y dependientes, en el marco de una convivencia pacífica. Respecto al primera característica, pensamos que es bastante relativa y depende de lo que entendamos por complementariedad. Consideramos que durante todo el proceso que se vivió en el marco de la autonomía territorial mapuche, las relaciones fueron en base a relaciones conflictivas manifiestas y latentes, las que estaban bajo el influjo de la dominación capitalista de explotación y apropiación de la propiedad y bienes indígenas, lo que desde ningún punto de vista puede ser calificado de complementario. Al respecto, y fundándonos en una teoría “objetiva” del valor –y traspasando la idea subjetiva, donde cada grupo establece el equivalente en el intercambio-, nos preguntamos si ¿es posible de considera el cambio de ganado y/o terrenos –truque-, por pañuelos, zarcillos y otras cargas de pacotilla como parte de transacciones económicas complementarias? (según plantea el mismo Domeyko) [70]. Por el contrario, el español hace uso en su propio provecho de esta situación, de la cual se vale para apropiarse de gran parte del territorio contiguo a la llamada frontera y de los productos indígenas, llevándose a cabo una especie de acumulación primitiva que sirve de base para la formación de capital de criollos e hispanos[71].

En este sentido, el mapuche realiza un constante traspaso de excedente[72], el cual es aprovechado por el comerciante quien propicia una modalidad de intercambio desigual –denominado “conchavo”- donde lo que circulaba era mercaderías –manufacturas-, vestuario, baratijas, azúcar, yerba y alcohol cambiado por ganado. En esta dinámica, se establece la situación de “dependencia” mutua, donde el mapuche necesita productos que se han constituido como una necesidad –culturalmente adaptados y resignificados-, lo que no quiere decir que el traspaso de excedente[73] no se produzca.

Esta situación trata de ser regulada a través del parlamento de 1726, intentando concentrar el comercio en mercados constituidos por las plazas fuertes[74], pero que siempre quedaba a merced de los hispano-criollos, quienes se internaban en el territorio llevando productos del gusto del indígena (Pinto, 2000). La misma autoridad española busco incentivar el intercambio a través de la apertura de rutas y la reglamentación de este, viendo en esta práctica un incentivo para el desarrollo de la región y de la mantención de la paz.

Otro fenómeno de interés en este periodo, guarda relación con la extroversión de los intercambios mapuche, y la movilización de la masa ganadera y la migración poblacional –proceso que cobra relevancia a partir del siglo XVII– hacia la cordillera y pampas (actual Argentina), que obedecía a la búsqueda de pastos y animales para comerciar, situación que paulatinamente deriva en el asentamiento permanente de población mapuche (hacia el siglo XVIII). Esta situación lleva a intensificar el flujo de masa ganadera que circulaba en ambas direcciones, y ampliaba definitivamente la zona de intercambio que anteriormente estaba reducida solo al territorio de la frontera[75].

Producto de esta ampliación del territorio, múltiples grupos (no mapuches) que habitaban estos territorios, fueron araucanizados, adoptando el mapudungun como idioma, y siendo su religión cambiada por una combinatoria entre antiguas creencias y las provenientes del lado Chileno. A todos los grupos mapuches que vivían al otro lado de la cordillera, se les denominaban genéricamente como puelches (Bengoa, 1987).

Como es lógico pensar, la guerra había asolado las poblaciones más cercanas a la frontera, por lo que muchas familias se fueron retirando de los territorios conflictivos hacia los lugares del interior que ofrecían mayor seguridad. Estas tierras eran más llanas, menos boscosas y con menores recursos para la recolección y la caza, pero abundantes de pastos para el ganado. Es así como la guerra y la actividad ganadera fueron cambiando los lugares de mayor concentración de la población, los llanos de la vertiente oriental de la Cordillera de Nahuelbuta y las planicies de la Cordillera de lo Andes, se poblaron más densamente que en el período anterior. En cambio, áreas tan conflictivas como Arauco fueron poco a poco despoblándose, debido a los peligros que encerraban y por su inadecuación para la crianza de ganado (Bengoa, 1987).

Desde el lado chileno, los mapuche organizaban grandes viajes para el intercambio de ganado, para lo cual enviaban huerquenes, quienes se encargaban de manifestar el motivo de la visita a los logko de las pampas. De esta forma, las alianzas entre grupos mapuche facilitan el intenso transito no sólo de ganado, sino también de especies tales como sal, ponchos, brea, y yeso, en cuya transacción también intervenían comerciantes hispano-criollos[76]. Incluso, las relaciones de intercambio se llevan a cabo con poblaciones de más al sur como eran los patagones, de quienes obtenían pieles y plumas de avestruz.

Cuadro Nº 3
Flujo de circulación en el espacio fronterizo de la Araucanía y Las Pampas

Desde/Hacia
Araucanía
Pampas
B. Aires
V. Central - Perú
Araucanía

Ponchos, Trigo, Añil, Herramientas, Alcohol.

Ponchos, Ganado, Sal.
Pampas
Ganado, Yeso, Sal, Brea.

Ponchos, Plumas de avestruz.

B. Aires

Trigo, Añil, Herramientas, Alcohol.


V. Central - Perú
Trigo, Añil, Herramientas, Armas, Alcohol.



Elaborado en base figura presentada en Pinto (2000:30).

Concluyendo, la segunda mitad del siglo XVIII al parecer fue fundamental para el desarrollo de la sociedad mapuche. La guerra bajó de ritmo, y creció el comercio entre el territorio mapuche y la sociedad española-criolla del Norte, situación que se extendió hacia otras regiones como Buenos Aires, Paraguay y Montevideo (Pinto, 2000). Además, producto del incremento de los periodos de paz, la población mapuche pudo aumentar en número, con lo cual se pudo disponer de más personas para desarrollar actividades económicas. A su vez, el contacto con la sociedad colonial del norte influyó en los gustos y costumbres mapuche, incorporándose una serie de productos que fueron fundamentales para el incremento de los intercambios locales, regionales y extraregionales.

En definitiva, el sistema económico basado en la recolección de frutos, en la caza y la pesca, y en pequeñas plantaciones de hortalizas, fue reemplazado por una economía fundamentada en la producción de ganado vacuno, ovejuno y caballar, además de ponchos y otras artesanías, las que se intercambiaban por productos hispano-criollos. Por otro lado, el cambio en la base productiva de la sociedad mapuche, produce un cambio en las relaciones sociales de producción, y por ende en la estructura. Es así como se produce el surgimiento de los denominados “grandes logko”. La forma de asentamiento, pasa a ser cada vez más definida, consolidándose más fuertemente la idea de propiedad colectiva del linaje, para lo cual la figura del logko jugaba un rol fundamental en la asignación de los espacios y autorización para la ocupación de terrenos.

A diferencia de lo que pasaba anteriormente, el crecimiento y desarrollo de la ganadería en el siglo XVIII, y sobre todo en el siglo XIX, condujo a una situación de creciente diferenciación social, creándose la categoría de mocetones, individuos provenientes de otros linajes que prestaban servicios a un logko a cambio de trabajo, bienes y protección.

Sin embargo, creemos que no es posible señalar que dicho proceso de diferenciación y estratificación se fundamentara en algo similar a la diferenciación según clases sociales, puesto que mediaban elementos relacionados con el parentesco y con la base socio moral mapuche, en el cual los mocetones no llegaban a ser considerados como peones o asalariados, tal y como en las asciendas hispano-criollas.

Por otro lado, y tal como se puede deducir, en este periodo comienza a realizarse un uso cada vez más intensivo de los recursos naturales –especialmente pastizales-[77], derivado tanto del aumento de las necesidades y de los requerimientos de producción de excedente, que llevó incluso a la expansión del territorio hacia la Cordillera. Pese a esta intensificación y expansión de la actividad económica, no hay registros que indiquen problemas de degradación de bosque, agua o suelo, a no ser en los alrededores de poblados españoles los cuales rápidamente eran deforestados, abiertos a la agricultura y paulatinamente sus suelos erosionados.

Esto puede llevarnos a pensar que no obstante las transformaciones en algunas de las esferas de la vida mapuche, la cosmovisión (lo cual considera el concepto de mapu, del cual forma parte el hombre, la naturaleza y los seres sobrenaturales) continuaba operando a favor de la preservación de estos recursos, de una forma mejor y más eficientemente que cualquier “legislación ambiental”. Incluso, pese a la gran importancia que adquirió la crianza de ganado y que los pastizales pasaron a ser un bien escaso, no se tiene registros o relatos que indiquen que los mapuche despejaran o quemaran zonas considerables de bosques para habilitar pastizales o áreas de cultivo. Por el contrario, documentos de viajeros, militares, sacerdotes, etc., describen el territorio como en su estado original, dominado por grandes selvas y de una apariencia salvaje (o sea, sus recursos sin intervención de la mano del hombre).

Pese a lo anterior, no se puede dejar de mencionar el que la introducción de nuevas especies (tanto animales como vegetales) sin duda ocasionó perdidas en cuanto a biodiversidad. Esto se dio por el reemplazo de las espacies tradicionales por las introducidas, produciendo en algunos casos la desaparición de las primeras (quínoa, cereales autóctonos, hueque o chilihueque) y en otros una notable reducción y perdida de las variedades o ecotipos utilizados (maíz, papas, etc.). Así también, la expansión de la actividad ganadera debió producir ciertas alteraciones en los patrones de regeneración del bosque y de las especies asociadas a este, ya sea por daños directos producidos a especies vegetales, competencia con otros herbívoros, etc.

En definitiva, Bengoa (1987) resume las características de la sociedad mapuche al comenzar el siglo XIX de la siguiente forma: El pueblo mapuche era una sociedad independiente en guerra y paces inestables con la sociedad española, y controlaba uno de los territorios más grandes que ha poseído grupo étnico alguno en América Latina.

Era una sociedad ganadera, esto es, la ganadería era la principal actividad económico mercantil, constituyéndose en una sociedad con orientación mercantil.

La introducción a gran escala de la actividad ganadera mercantil, provocó presiones en la estructura social y política, lo que desencadena en un proceso de fortalecimiento de ciertos niveles jerárquicos al interior de la estructura social mapuche.

Surge el “cona” como caporal de los ganados (cuidador, vaquero), y a la vez guerrero para defenderlo y “maloquear” a los vecinos. Comenzó a producirse una alta concentración de los ganados y koha, luchándose por el control de los pastos (territorios amplios de talaje). Como consecuencia de lo anterior, se fortaleció la alianza entre logko, provocándose verdaderas formas germinales de centralismo político. Como ejemplo de esto podemos notar la alianza entre los wenteche, pewenches y pampas, que dominaban las ¾ partes del territorio.

2.3. Período de conformación del Estado chileno y radicación mapuche. Desarrollo de una economía mapuche agrícola y pecuaria

Lograda la independencia de Chile, el proyecto de construcción de un Estado-Nación unitario comenzó a verse interrumpido, a raíz de la existencia del territorio autónomo[78], que además de dividir el espacio, otorgaba concesiones políticas-jurídicas y económicas al mapuche, lo que desde la óptica nacional, impedía el ejercicio de la soberanía y la aplicación efectiva de las normativas establecidas a través de la constitución, así como se constituía en un foco de latentes conflictos interétincios, y del resurgimiento de las ideas y movimientos ligados a las fuerzas realistas[79], a las cuales algunos grupos mapuche habían prestado apoyo para hacer frente al proceso independentista (Guevara, 1909; Bengoa, 1987; Pinto, 2000; Vidal, 2000). En efecto, posterior a la derrota en la zona central, el ejercito realista se replegó en las ciudades del sur, tomando con ayuda de los mapuche las ciudades de Concepción y Chillán (1820), de quienes mantenían un lealtad que se originaba en el respeto a los antiguos tratados convenidos en los parlamentos.

Hacia 1825, se lleva a cabo un parlamento en la localidad de Tapihue, donde mapuche efectuaban el reconocimiento del nuevo sistema de gobierno, el cual a su vez reconocía a los mapuche como poseedores de los mismos derechos que a los demás chilenos. Dicha medida, posibilita mantenimiento del status tradicional del territorio mapuche, y por tanto, la no intervención del ejercito chileno.

Terminado el proceso de independencia, los mapuche tuvieron un período de 40 años (1827-1867) de relaciones pacíficas con el Estado chileno, debido a que estos vertieron su preocupación en la consolidación en otras zonas del país, dejando pendiente la “cuestión indígena”.

La dinámica económica mantenía las características anteriores, donde el proceso de infiltración pacífica de chilenos a ultra Bío-Bío se volvía cada vez más frecuente, siendo el principal incentivo la adquisición de tierras indígenas bajo la modalidad de arriendos terrenos, del inquilinaje y la mediería con mapuche, y de la extensión de tierras para el desarrollo ganadero –sin olvidar el carbón en la baja frontera- (Ravest, 1997), situación que llevaba consigo la extensión de la forma de producción agrícola chilena, que se hizo más frecuente entre los mapuche más próximos a la frontera.

Según antecedentes entregados por Guevara (1902), la explotación agrícola practicada por los chilenos infiltrados había producido fructíferos beneficio que otorgaban dinamismo a las relaciones económicas fronterizas[80].

Este proceso de pérdida de territorio se ve salvaguardado por la inspiración política liberal de las disposiciones legales (D. 1/1813; L. 10/1823, D. 28/1830), que buscaban como objetivo máximo, la integración del mapuche bajo de un sistema de homogenización cultural que igualaba la condición de estos en el plano del derecho, y desconocía la particularidad de esta sociedad. Es así como los objetivos de dichas disposiciones legales, buscaban fundamentalmente establecer la calidad de ciudadanos plenos de los indígenas -iguales en deberes y derechos; y su igualdad y capacidad jurídica-, así como fomentar el establecimiento de villas y pueblos de “indios”[81], eximir de tributo al indígena[82] y reglamentar la venta de tierras.[83]

Motivado por esto, entre 1830 y 1833 se produce una penetración relativamente exitosa de colonizadores chilenos en dirección al río Malleco y a las inmediaciones de Lebu, produciéndose el asentamiento de cerca de 28.000 chilenos (1858), considerando que la población indígena no sobrepasaba las 4.400 almas (Guevara, 1902). Esta situación se funda en el hecho de que el mapuche carecía de la idea de propiedad individual sobre la tierra y sus implicancias jurídicas, la que era adquirida por chilenos mediante la firma de algún documento -generalmente un contrato de compraventa o dación en pago-, acto mediado por elementos que estaban lejos de cubrir el valor real de la tierra[84]. Por su parte, los chilenos intentaban hacer uso de los contratos, y validarlos legalmente respecto a la propiedad de los terrenos frente al fisco, el cual era propietario de los inmuebles sin dueño conforme el código civil, muchas veces mediante situación dolosa respecto a los deslindes y/o tamaño de los predios, dejando de manifiesto el procedimiento de mala fe en los negocios por parte de los chilenos (Ravest, 1997).

Las situaciones de irregularidad que tenían lugar en el territorio fronterizo, dejaban de manifiesto que las disposiciones legales tuvieron efectos negativos para los mapuche, que incluyeron la pérdidas de su tierra y territorio, ante la adquisición de tierras indígenas producidas por la penetración y colonización de la Frontera y Araucanía. Ello porque el derecho positivo no discriminatorio, igualó jurídicamente a la población indígena, incluso para celebrar todo tipo de contratos. Al imponer las formas de juridicidad y derecho chilenos, desconocidos y ajenos cultural y socialmente a los mapuche[85], se estableció la desprotección de ellos frente a las diversas acciones de apropiación de tierras indígenas, por parte de colonos, agricultores, funcionarios públicos, comerciantes, etc.

Más aún, el derecho mapuche no concebía la propiedad privada de la tierra, y sostenía conceptos diferentes de los derechos de propiedad, de las normas que regulaban los intercambios de bienes y servicios entre personas y grupos, los deberes y derechos individuales y colectivos, y las formas de herencia, sucesión, adquisición y traspaso de bienes.

Así, queda de manifiesto que para la época la sociedad nacional, no admitía la existencia de una cultura indígena operativa, y de una juridicidad o derecho indígena propios (rasgo que se ha mantenido como uno de los componentes de nuestro etnocentrismo). Las consecuencias de dicha “igualdad jurídica” facilitaron que se adquiriera en forma ilícita y fraudulenta tal cantidad de tierras mapuche, que el Estado justificará una etapa posterior de disposiciones legales como “Protectoras de Indígenas”.

En adición a las motivaciones ya mencionadas, la infiltración en la Araucanía también recibió incentivos derivados de la dinámica económica internacional, cuestión fundamental en la preocupación del gobierno debido a la necesidad de impulsar el despegue económico de Chile[86], donde el trigo jugaba un rol fundamental en dicha empresa, sobre todo, a raíz de la apertura de mercados en California y Australia, así como de cambios en la demanda local tras la apretura del mineral de Chañarcillo (Bengoa, 1987) y de la próspera actividad minera del desierto nortino y las florecientes ciudades de Santiago y Valparaíso (Cariola y Sunkel, 1991).

Es así como la agricultura se vuelve una actividad rentable –el precio del trigo sufre un alza mayor al 200% entre 1840 y 1855-, situación que se mantiene a pesar que California y Australia comienzan a generar autoabastecimiento. Por otro lado, la revolución tecnológica posibilita la aparición de la navegación a vapor, lo que posibilita las exportaciones a Europa occidental e Inglaterra (Sepúlveda, 1959) y otros puntos, posibilitando el aumento en las exportaciones de trigo, ya que fuera de Oregon, Chile era el único productor importante de trigo en la costa occidental del Pacífico (Bauer, 1970)[87].
Gráfico Nº 1:
Exportaciones a California y Australia entre 1849-1859 ($ Chile)

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Fuente: Miquel, M (1861): “La estadística. Comprobando las causas de la crisis comercial”.
En el ferrocarril, Santiago. Elaboración propia en base a datos entregados por Pinto (2000)

Las exportaciones de trigo durante toda la década de 1860 alcanzaron cifras alrededor de los mil quinientos millones de quintales anuales, llegando a 6,2 millones en 1874 (Bauer, 1934). De esta forma, la ampliación del cultivo de trigo y de los terrenos utilizados para este fin, crecían impresionantemente en todo Chile -por ejemplo, en la zona central de Chile se habla de una cerealización de la agricultura-, y según datos aproximados (Bauer, 1970), entre 1850 y 1875 el cultivo de cereales se cuadruplicó para satisfacer la demanda externa, es decir, de unas 120.000 a unas 450.000 hectáreas. Cabe mencionar que la gran producción triguera chilena no se produce mediante la tecnificación o cambio de métodos del cultivo, sino, tras el aumento notable las extensiones de suelo dedicados a este. Así, zonas que tradicionalmente se dedicaban a la crianza de ganados –pasturas-, fueron aradas y sembradas de trigo, obteniéndose en estos terrenos buenos rendimientos, para decaer paulatinamente (Correa, 1938).

Podemos plantear que el factor económico constituye uno de los fundamentos más importante en el desencadenamiento de la ocupación de la Araucanía, y guarda relación con medidas de ajuste –ligados a la producción primaria- para hacer frente a la crisis económica que se atravesaba.

Estos requerimientos de más tierras para dedicarlas al cultivo del trigo, y la existencia de terrenos vírgenes de la Araucanía, fue uno de los factores que presionó para que se comenzara su ocupación.

Las obras camineras, el ferrocarril, el comercio y todos los adelantos, llegarían una vez que estuviera consolidada la ocupación. Hacia el año 1859 los conflictos provocados por los nuevos colonos, entre otros factores importantes, llevaron a un alzamiento en el cual los mapuche destruyeron varias ciudades al sur del Bío-Bío (Bengoa, 1991). Este alzamiento constituyó un argumento poderoso para los partidarios de aumentar el contingente militar y avanzar en la ocupación de la Araucanía.

En el año 1860 diversas señales en la Araucanía chilena indicaron que el proceso de ocupación definitiva estaba por comenzar. Cornelio Saavedra, influenciado por el modelo de colonización norteamericano, planificó un nuevo modelo de colonización y ocupación del territorio, íntimamente ligado a un proceso de pacificación, consistente en adelantar líneas fortificadas e ir ocupando por la fuerza de las armas el territorio, con una política territorial consistente en hacer del Estado el propietario de todas las tierras y que éste las repartiera en forma ordenada entre familias de colonos, lo cual aumentaría la capacidad productiva de las tierras y traería el progreso (Bengoa, 1991). Siguiendo este plan, el 4 de febrero de 1866, todos los terrenos al sur del Bío-Bío por ley fueron declarados como fiscales. Así también esta ley estableció la privatización de estos terrenos mediante la entrega de títulos gratuitos a particulares por parte del estado o mediante la venta en subasta pública de lotes que no excedan más de 500 hectáreas. En relación a los terrenos mapuches, se establecen las reducciones de indígenas, lo cual en la práctica consiste en la reducción de los terrenos indígenas a las superficies que cultivan o que tengan trabajos (por ejemplo mantención de animales), exigiéndose que esta posesión sea efectiva y continuada por un año al menos, así una ves medida les sería entregada por Merced del Estado terrenos a cada indígena o reducción si corresponde (terrenos comunitarios). Como se puede ver, ya desde aquí queda establecida la diferenciación entre dos tipos de terrenos; indígenas y no indígenas.

Aproximadamente en 1869, el Estado Chileno decidió iniciar la ocupación militar de la Araucanía, construyéndose (parcialmente) entre este año y 1871 dos líneas de fuertes, una a lo largo del río Malleco y otra en el Toltén, que tenía como objetivo circunscribir el territorio mapuche independiente entre estos río, y desde aquí dominar completamente el territorio de la Araucanía. Desde 1869 se desarrolla una guerra de exterminio y pillaje contra los mapuches, la cual concluye en 1971, cumpliéndose con ella una etapa de avance y también una etapa de resistencia. Las líneas de frontera fueron avanzadas, pero diversos hechos que afectan al gobierno de Chile retrasan el plan de ocupación de la Araucanía (Bengoa, 1991). Durante 10 años (1871-1881) las cosas quedaron así: se colonizó el territorio ocupado hasta el río Malleco por la parte central y se ocupó totalmente la actual Provincia de Arauco, se fundaron pueblos y en un plan intermedio realizado en el 78 se construyó una línea de fuertes en el borde del río Traigúen (saliendo de Lumaco), que se metió como cuña en el territorio mapuche (especialmente navche), además se construyó el ferrocarril y líneas de telégrafos.

Opazo (1910) señala que la ocupación del Malleco (producida luego de la “Guerra del Malleco”) “entrego al gobierno unas 350.000 cuadras de terreno (aprox. 465.000 hectáreas) las que fueron limpiadas o despejados a fuego y siendo terrenos delgados, pronto se agotan con los cultivos de trigo y era menester ir a otra parte a repetir las siembras abandonando el primer terreno al estado de agotamiento completo”. El avance por el río Traiguén (con la construcción de la respectiva línea de fuertes) (agrega el mismo Opazo) “entrego al gobierno unas 250 mil cuadras de terrenos aptas para la agricultura (332.000 hectáreas) de terrenos de las mejores calidades y que nada tienen que envidiarles a nuestros mejores suelos del Valle Central”. Sin embargo, estos últimos terrenos, debido a la fuerte actividad especulativa que se genero, estuvieron al principio improductivos y sin contribuir mayormente a la producción triguera nacional (Guevara, 1898; Bengoa, 1991).

Tras el triunfo de Chile en la Guerra del Pacifico (que mantuvo contra Perú y Bolivia) y la consiguiente expansión territorial hacia el Norte (1979), El Estado Chileno se encontraba más fuerte que nunca y el ejercito había sufrido un proceso de profesionalización y entrenamiento convirtiéndose en una de las fuerzas ofensivas más poderosas de la época. Era, por tanto, evidente para todos los sectores chilenos la necesidad de ocupar todo el territorio y completar la "obra de construcción nacional" (Vidal, 2000). Terminada la Guerra del Pacifico, existían además todos lo medio materiales para hacerlo: un ejercito numeroso, que venía de una campaña victoriosa y que, además, no podía ser licenciado masivamente, ya que provocaría trastornos sociales impredecibles (Bengoa, 1991). Es así como gran parte de las tropas fueron enviadas al sur para culminar lo que se conoció como "Campaña de Pacificación de la Araucanía". En 1880 se inician las ofensivas y batallas, se terminó de construir la línea de fuertes del Toltén y se comienza a construir una línea de fuertes en el río Cautín, en el centro del territorio mapuche. Estos hechos sumado a la fundación de ciudades como Temuco y la llegada de grupos pampas (ya completamente derrotados) desde Argentina (entre otros factores) produjo un alzamiento general de casi todos los grupos mapuche en 1881 (incluidos los navche), en la cual, enfrentado a con lanzas y boleadoras a un ejercito moderno, los mapuches fueron completamente derrotados. A partir de esta derrota militar de 1881 y la ocupación de Villarrica en 1883, cambió la sociedad mapuche internamente, como también su relación con el Estado y la sociedad chilena. En este período se produjo la derrota militar definitiva de los mapuche, readecuándose la anterior ley de radicación, dictándose la ley de erradicación de enero de 1883.

En esta ley el Estado Chileno declara que todo el territorio entre el Bío-Bío y el Toltén es propiedad estatal y decide rematar, subastar o entregar esas tierras a colonos nacionales, extranjeros y miembros del ejercito.

Al respecto el cacique Mañil señala al presidente Montt que “...aprobecharnos de que estaban en es guera para echar a todos lo cristianos que tenían robadas todas nuestras tieras de esta banda del Bio Bio sin matar a nadie pues ocho años a que nosotros estabamos que mandaria a nuestro amigo General Cruz i que nos entregarían nuestros terenos i de este modo cada día se internaban mas lo cristianos... entonces les mande orden a todos los que nos tenían usurpados nuestras tieras que se fueran...”

Tras la ocupación completa de la Araucanía y reducción de los mapuche (para liberar terrenos), siguiendo los planes de colonización organizada del territorio, que pretendía hacer de estas tierras la California del sur, las tierras fueron divididas y entregadas a colonos especialmente traídos de Europa (Alemania, Francia, Suiza e Italia principalmente), lo cuales, llegando desde 1882 a 1901 (contando solo los traídos por la agencia instalada en Francia) sumaron un total de 36.301 en toda la Región y 10.312 solo en la Provincia de Malleco, ubicándose estos en números considerables en el “Secano Interior” de la IX Región (sin embargo en mucha mayor proporción en Traiguén y considerablemente más baja en Lumaco). La ley del 4 de agosto de 1874 (Contraloría General de la República, 1929) legislaba lo siguiente sobre la radicación de colonos extranjeros:

Una hijuela de 40 hectáreas para cada padre de familia y de 20 hectáreas más por cada hijo varón mayor de 12 años.
Pasaje gratuito para él, su familia y equipajes desde el puerto de embarque hasta la colonia.

A establecerse con su familia en la hijuela y a trabajarla personalmente durante 5 años. Durante este tiempo no podrá ausentarse de la colonia sin permiso del director de ella o quien haga sus veces. Este permiso no podrá exceder de 4 meses al año.
A cerrar completamente el predio en el plazo de tres años.
A no enajenar el terreno, etc.
A invertir en el mismo plazo de 3 años a lo menos la cantidad de quinientos pesos en mejoras y edificios

La colonización de extranjeros se desarrolló bajo los principios de esta ley, agregándose posteriormente un decreto por el cual se aportaba a los colonos una vaca parida, un caballo y algunas herramientas.

Como ya se mencionó, la colonización también se amplió a los chilenos. La cuestión de los colonos nacionales fue debatida por largos años en el país. Fuertes presiones por ampliar la colonización del sur a chilenos pobres se encontraron frente al modelo general que no contemplaba este tipo de ocupación. El ejercito, sin embargo, veía la necesidad de premiar a sus oficiales primero, y luego a los soldados que participaron en las diversas campañas. Después de la guerra civil del 91 se dictaron leyes que favorecían la colonización por parte de oficiales y sargentos dados de baja. La ley Nº 180 del 19 de enero de 1894 decía en sus párrafos más significativos:

“Se autoriza al Presidente de la República para conceder hijuelas de terrenos fiscales a los jefes que tuvieren que retirarse, siempre que se hubiere encontrado en alguna acción de guerra ....”.

“Las hijuelas destinadas a los sargentos serán de 150 hectáreas cada una y las correspondientes a cada teniente coronel, de 220 hectáreas.”

“Como Capital para iniciar los trabajos de cultivo y explotación de las hijuelas, se dará a cada jefe una gratificación equivalente a seis meses de sueldo....”
En 1898 se amplió la colonización a todos los chilenos mediante la ley Nº 994 del 13 de enero de 1898, que reglamentaba la colonización nacional . A través de este procedimiento tuvieron prioridad los soldados licenciados del ejercito de la Araucanía.

Se autoriza al Presidente de la República para que pueda conceder en las provincias de Cautín, Malleco, Valdivia, Llanquihue y Chiloé, hijuelas de terrenos fiscales hasta de 50 hectáreas por cada padre de familia y 20 por cada hijo legítimo mayor de 12 años. A los Chilenos que tenga las siguientes condiciones:

1º Saber leer y escribir.
2º No haber sido condenado por crimen o simple delito.
3º Ser padre de familia.

Las tierras que no eran entregadas a colonos extranjeros o nacionales eran sacadas a remate al mejor postor. A estos remates también podían postular los colonos y es por ello que vemos a los inmigrantes extranjeros que, mediante la poseción de algunos ahorros, comienzan con hijuelas bastante más grandes que el promedio.

En la práctica, luego de hacer planos del terreno, los ingenieros fueron radicando a los indígenas en retazos de sus antiguas propiedades, de acuerdo a criterios del más diverso tipo. Una ves desocupadas las tierras se dimensionaban "fajas" de colonización destinadas a los "colonos nacionales", o pequeños propietarios campesinos. Estas fajas de pequeñas hijuelas eran entregadas gratuitamente, de acuerdo a las leyes que anteriormente se han detallado. En algunos casos estas fajas, de tamaño mayor, fueron destinadas a la colonización extranjera. Por lo general estas fajas de hijuelas se ubicaban en terrenos relativamente marginales, precordilleranos, de lomajes, etc. Las hijuelas tenían entre 40 y 60 hectáreas de superficie y sus límites eran fijados en un plano, sin preocuparse mayormente de las dificultades y accidentes de terrenos. Hubo cierta preocupación geopolítica o militar, al establecer estas zonas de colonización nacional en los alrededores de las comunidades indígenas consideradas más peligrosas, combativas, etc.

Propiedades mayores salían a remate en subasta pública, las cuales se subastaban en lotes o hijuelas de 100, 200 y 400 hectáreas, existiendo prohibición de que una misma persona adquiriese más de 2.000 hectáreas.

El espíritu de las legislaciones de la época era ampliar todo lo posible la propiedad de la tierra, entregando a los nuevos propietarios retazos que no excedieran las 400 hectáreas. Se pensaba que de esta manera se lograría poblar, "civilizar" estas regiones, que estaba en manos de la "barbarie". A pesar de las “buenas” intenciones del legislador, lo ocurrido en la zona de la Araucanía produjo resultados diferentes. Por una parte, sucedió que en los remates actuaban "palos blancos", que subastaban los retazos a nombre de otra persona. Es así que las prohibiciones en torno a la concentración de tierras quedaron en tierra muerta, y numerosos casos hay en que un mismo propietario se hacia cargo de extensiones de varios miles de hectáreas. Una segunda forma de constitución de latifundio en esta zona se produjo por la sucesiva compra de predios rematados por personas que no tenían la intención de tomar posesión de ellos, sino que simplemente asistían a los remates como una forma de especulación financiera. Finalmente también aportó a la constitución de grandes propiedades el hecho de que en su gran mayoría los colonos extranjeros no eran agricultores sino que principalmente artesanos y de otras profesiones, y gran parte de ellos, luego de un tiempo, vendía sus tierras y se dedicaban a otras actividades, principalmente en las ciudades (Bengoa, 1999).

En definitiva, se impuso, como ya se ha visto, la realidad del latifundio de la zona central, de la gran propiedad agrícola, sobre las aspiraciones de muchos prohombres ilustrados de la época, que anhelaban construir una parte de la agricultura chilena fuera del modelo hacendal.

La ilusión de una California del sur, con una pujante agricultura de tipo familiar (farmers) que impulsara el desarrollo agrícola regional, rápidamente se desvanecería gracias a que (pese a las leyes) pronto lo que dominaría este territorio no sería la agricultura de tipo familiar sino que más bien la gran propiedad (de características similares a la hacienda de la zona central del país), que surge aprovechando imperfecciones de la ley, así como también debido a que muchos colonos (al no ser agricultores) abandonan rápidamente la tierra y la venden (Bengoa, 1999). Así también, las usurpaciones de terreno a los mapuche constituyo un factor de relevancia (Aylwin, 2001).

La ocupación de la Araucanía en general, y la del Secano Interior en particular, se realizó con importante uso del recurso forestal, el que se utilizó para construir infraestructura de comunicaciones, viviendas, durmientes de ferrocarril, entre otros. No existen antecedentes estadísticos que permitan conocer la superficie que ocupaba el bosque nativo de la Araucanía previo a la ocupación, pero en 1910 Roberto Opazo, Agrónomo Regional de Zona, señalaba que “la superficie total del territorio que constituye el antiguo Arauco (actual Arauco, Malleco y Cautín, dividida en 1887) es de más de cuatro millones de hectáreas, en su mayor parte cubierta de bosques....”. El mismo autor estimaba que eran maderables por lo menos dos millones, y que con la capacidad instalada en la época (650 bancos aserraderos con capacidad para aserrar 150.000 pulgadas al año) el bosque duraría 138 años. Sin embargo a esta apreciación, los bosques no se terminaron entonces por la actividad forestal destinada a la explotación de madera, sino por el fuego, considerado alternativa rápida para establecer cultivos, especialmente en terrenos distantes más de 30 Km. de la línea férrea, distancia que (según Opazo) determinaba la factibilidad económica de la explotación forestal.

Es así como los colonos deforestaron alrededor de 300.000 hectáreas paras dedicarlas principalmente al cultivo del trigo (Donoso y Lara, 1997). Este proceso de roce a fuego y eliminación de los bosques de la depresión intermedia y sectores bajos de la Cordillera de la Costa y de los Andes, se aceleró fuertemente con la llegada de los colonos Alemanes (y de otras nacionalidad es europeas). A principios del siglo XX, la superficie deforestada había aumentado a 580.000 hectáreas. Este período de colonización es uno de los procesos de deforestación más masiva y rápida registrados en Latinoamérica antes de la década de 1980 (Veblen, 1983). Pese a que ya en el año 1872 la conservación de los bosques nativos y sus suelos eran percibidos como un problema importante, dictándose en ese mismo año el Reglamento General de Corta[88],. Sin embargo, a pesar de este reglamento y de otras prohibiciones y regulaciones posteriores (cuadro 2.2), la destrucción de los bosques continuó, aún hasta nuestros días (Donoso y Lara, 1997).

Cuadro Nº 5
Principales leyes relativas a la conservación y protección del bosque nativo que han sido dictadas históricamente en Chile

Legislación
fecha
Código Civil (Art. 783)
1871 y 1872
Leyes de Reglamento General de Corta
1883
Decreto Ley 656
1925
DFL 256
1931
Ley de Bosque Decreto Supremo 4.363
1931
Convención de Washington de 1940
1967

Modificado a partir de Donoso y Lara, 1997. Pág. 339.

Es así como esta primera legislación prohibía el uso del roce con fuego en todo el territorio Chileno, a excepción de al sur del Bío-Bío donde se continuaba considerando como la mejor alternativa para despejar suelo agrícola. Según menciona Opazo, el uso indiscriminado que se hacía del fuego era tal que se utilizaba “sin nunca saber cuanta montaña se iba a quemar”. A este respecto Don Tomás Guevara (1898) comenta que la intensidad de los roces era tal en algunas zonas, las superficies quemadas eran tan grandes y por períodos tan largos que aumentaban considerablemente la temperatura del ambiente de ciudades cercanas (como Angól y Traiguén).

En 1887, con el avance del ferrocarril hasta Traiguén, esta ciudad adquirió un gran dinamismo comercial debido a la actividad cerealera en “ricos terrenos”. Los roces fueron más frecuentes en los terrenos distantes a las líneas férreas, donde el costo de traslado y tala del bosque para madera era igual al costo de habilitación del suelo para realizar siembras de trigo. La actividad agrícola se centró en lo que Opazo llamó la zona de lomas (Secano Interior), situada al occidente, al pié de la cordillera de Nahuelbuta, “desparramándose por el valle y que se limita por una línea que saliendo de Chihuaihue va a Adencul, Traiguen, Chufquén, Galvarino y Nueva Imperial”. La zona de lomas corresponde hoy a parte de las comunas de Ercilla, Traiguén, Victoria, Galvarino y Nuerva Imperial. En esta zona (según el mismo Opazo) estaban los suelos más ricos de La Frontera, según su descripción estos terrenos eran de color negro y de capa vegetal muy gruesa y de consistencia arcillo-arenoso. Descripción que concuerda con los espectaculares rendimientos obtenidos en la época (36 qq/ha, según IGM, 1982) y con el auge económico que vivieron esas comunas durante las primeras décadas de este siglo.

En las propiedades del Valle Central de Chile la actividad cerealera fue disminuyendo debido a la existencia de cultivos de mayor rentabilidad (Villalobos et. al, 1982; Peralta, Bragg y Celis, 1992), este vacío en la oferta de granos fue llenado por el espacio ocupado en la Araucanía, el que tuvo que soportar el impacto de una agricultura monocultora (tanto espacial como temporalmente) debido a la demanda específica de cereales que determinaba el mercado nacional a la Región (Peralta, Bragg y Celis, 1992). En adición a esto, desde la década de 1880, la gran exportación triguera, que hasta 1893 fluctuaba entre 1,5 y 1,8 millones de quintales anuales (según Bauer, 1934), descansaba también en la Araucanía (Villalobos et. al, 1982). Debido a estas razones, los terrenos boscosos y vírgenes de la Araucanía en menos de tres décadas se transformarían en el que fuera el granero de Chile.

La forma de producción que se utilizó en aquellos primeros años en La Frontera no difirió al que se utilizaba en la zona central del país, especialmente a la del Valle Central. Esto se refería a instrumentos muy básicos que (según Gay) diferían muy poco de los utilizados en la época colonial, utilizando barbechos largos y sin aplicación de abonos de ningún tipo. Este patrón agrícola importado a la Araucanía, y especialmente en el Secano Interior, influyo en el rápido agotamiento de suelos.

Cabe destacar que, en contraste a los bosques andinos, los bosques desarrollados en suelos rojo arcillosos, que se extienden desde los pies de la Cordillera de Nahuelbuta hacia el Valle Central, poseen un substrato mucho más antiguo y con escaso o nulo aporte de nutrientes por las vías geológica y atmosférica), (Armesto et. al, 1997; Hedin et. al., 1995). Estos suelos poseerían en si mismos un bajo nivel de acumulación y captación de nutrientes, siendo estos nutrientes recirculados y retenidos fuertemente en el ecosistema forestal (suelo y vegetación) a través de mecanismos biológicos eficientes, aún no bien comprendidos. Debido a esto, los procesos biológicos de retención, absorción y reciclaje de nutrientes adquieren una importancia crucial para la sustentabilidad del ecosistema (Pérez, 1997). De acuerdo a este análisis, los bosques costeros (de la cordillera de la costa y sus cercanías) tendrían un carácter de gran fragilidad frente a la extracción masiva de biomasa o a las pérdidas de suelo orgánico, ya que drenarían gran parte del “capital” de nutrientes del ecosistema. En este sentido, los procesos más destructivos de estos ecosistemas costeros resultan ser el uso de talas razas o roces, que además de eliminar la biomasa, provocaría grandes pérdidas de suelo orgánico y disrupción de los mecanismos biológicos de retención de nutrientes, los cuales están asociados generalmente a las poblaciones de microorganismos del suelo (Vitousek y Matson, 1984).

Tal como se mencionó, la forma utilizada para habilitar estos terrenos a la agricultura fue la utilización del fuego mediante roces extensivos. Una vez despejados estos terrenos quedaba un importante mantillo vegetal en el suelo, el cual rápidamente se mineralizaba. Esta rápida disponibilidad de nutrientes permitía una elevada productividad en los primeros años, en los cuales se labró y sembró intensivamente el suelo y, a semejanza de los sistemas de la zona central (desarrollados en terrenos planos), se utilizaban periodos de barbecho para controlar las abundantes plantas oportunistas (malezas) que también debieron responder a esta bonanza de fertilidad. Sumado a esto debe hacer notar que, al igual que lo que comenzó a ocurrir en Europa unas décadas antes, la utilización de amplias extensiones de cultivos puros, puestos año tras año en los mismos terrenos, generó otros problemas, como la aparición de enfermedades.

En coherencia con la fragilidad ecológica de esta zona y de la fertilidad de sus suelos (Opazo, 1910), el rápido agotamiento del recurso comenzó a expresarse en la baja de rendimientos en zonas como Mulchén y Collipulli donde rendimientos del cuatro a uno (5 o 6 quintales por hectárea) hacían ya impensable la siembra. Respondiendo a estos problemas comenzaron a incorporarse fertilizantes fosfatados (guanos, huesos) y desinfectantes cúpricos para las infecciones fungosas de las semillas, además de importarse numerosas variedades desde la Zona Central y de Europa (destacan a este respecto las semillas francesas), a esto se incluyó además otras adecuaciones productivas como la incorporación de maquinaria para resolver los problemas de mano de obra.

Cabe destacar el que, hasta la fecha del informe de Opazo (1910) y pese al hecho que los suelos Rojo Arcillosos son deficitarios en nitrógeno, no se utilizaron nitratos en esta zona pese a ser Chile el principal productor de nitratos a nivel mundial. Al parecer las principales razones de lo anterior lo constituiría las dificultades e irregularidad de distribución de este producto en el país. Se puede destacar el hecho de que tanto la incorporación de fertilizantes como de maquinaría no fueron masivos sino que fue efectuado principalmente en algunos predios de grandes extensiones ubicados en los pocos terrenos planos y cuyos dueños contaban con los medios para realizarlo. Estos productores eran considerados como agricultores de punta y modelos a seguir.

Pese a los cambios anteriormente mencionados (lo cual solo afecto a predios de gran extensión y agricultores con capacidad económica) el uso continuado del barbecho y la fragilidad de los suelos aportó al proceso erosivo una cantidad enorme de tierras agrícolas, las que desaparecieron en un plazo corto de alrededor de 30 años (1887-1910).

La actividad ganadera comienza a complementar a la agrícola desde muy temprano, adoptando la modalidad de extensiva. Sin embargo en sólo 24 años Malleco (provincia dentro de la cual se incluye el secano interior), que se caracterizaba por tener gran dotación ganadera, es sobrepasado por Cautín, donde se continúa con la incorporación de nuevos territorios de pastizales. En 1906 Malleco tenía un total de 305.470 animales entre bovinos, ovinos, equinos, porcinos y caprinos, siendo las dos primeras especies casi el 50% del total (anuario estadístico, 1906). Cautín tenía a esa fecha 270.514 animales, gran parte de ellos caballos (debido principalmente a los pésimos caminos y la mayor cantidad de población mapuche, la cual prefería a esta especie). En 1930 Malleco tenía 335.500 animales y en cautín había 1.182.680 (censo agropecuario de 1930). Este estancamiento de la maza ganadera de Malleco se debía a que, salvo algunas excepciones, el aumento de esta, se producía por áreas liberadas de la explotación forestal, y al decaer la fertilidad natural de los suelos, decaía la producción de pastos y con ello de ganado (ya se vio en el capítulo 2 la diferencia entre los suelos Rojo Arcillosos del Secano Interior y Los trumaos que dominan mayormente Cautín).

2.4. Período de industrialización, establecimiento de política de desarrollo hacia dentro y transición al neoliberalismo económico. Proceso de campesinización y dependencia de la economía mapuche

A partir de la década de 1920, comienza un período de decadencia tanto en lo económico como en lo productivo, lo primero derivado de la crisis económica y lo segundo de los crecientes deterioros de suelo y vegetación (y demás problemas relacionados). Esta crisis económica, acompañada de una tendencia constante de caída en los rendimientos, va produciendo una situación de estancamiento, que no encuentra soluciones alternativas. En la década del ‘30 (producto de la crisis mundial, el cierre de mercados internacionales y de situaciones de guerra) se produce un cambio en el modelo económico del país, pasando del modelo anterior que basaba su desarrollo en el aumento de las exportaciones (principalmente mineras y agrícolas), a uno nuevo (llamado nacional desarrollismo o crecimiento hacia dentro), el cual buscaba un aumento de la capacidad productiva interna de tipo industrial para autoabastecerse de estos productos, siendo una de las estrategias para lograrlo la disminución del precio de los bienes salarios (productos alimenticios primarios, como el trigo, papas, frijoles y en general la producción de la Región) y el incentivo y protección de la industria nacional mediante la instauración de barreras arancelarias a la importación.

Por sus características productivas y ser sistemas pequeño, medianos y grandes ligados a la actividad agrícola-forestal (producción primaria), donde no era posible readecuarse a un modelo industrial, nuevamente a la Región le es asignada la función de productora de alimentos baratos. La rigidez del patrón cerealero-ganadero y las definiciones económicas a nivel político, dejan a la Provincia (Malleco) sin opciones de ajuste en lo económico. Por otra parte, debido al deterioro de sus recursos naturales, la posibilidad de orientar su estructura productiva hacia otras alternativas es mínima. Malleco responde durante cuatro décadas, disminuyendo la superficie cultivada y ampliando la superficie destinada a praderas naturales y/o artificiales, las que llegan a constituir el 52, 7% de la superficie agrícola de la Provincia (censo agropecuario de 1976).

En relación a los sistemas de la región, se debe destacar el que ya desde la década de los sesenta, cuando comienza a abrirse y cambiar el modelo económico, se comienzan a difundir y masificar las prácticas agrícolas de la llamada revolución verde, relacionadas con la utilización de semillas mejoradas, altas dosis de fertilizantes sintéticos y utilización de variados tipos de pesticidas. Estas prácticas son rápidamente adoptadas (aunque en distinto grado) por aquellos agricultores de escala mediana a grande, quienes además de poseer capital y capacidad de endeudamiento, contaban con terrenos aptos para la implementación de este tipo de sistemas. En los predios de menor escala se lograron introducir parte de estas prácticas mediante programas nacionales de desarrollo agropecuario y la creación del Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP), además de la implementación de sistemas de crédito campesino. Sobre todo en los sistemas de escala medianos a grande se logran importantes aumentos en los rendimientos, con lo cual se paso de una producción media nacional de 16 quintales por hectárea en 1961 a 22 en 1980 (Fao-Stat,2000), lo cual impulsa a utilizar cada ves más maquinarias e insumos petro-químicos, especialmente fertilizantes y herbicidas.

Divido a la mayor rapidez en las labores agrícolas que implica la utilización de tracción mecánica (tractores), se hace costumbre la realización de múltiples labores en la tierra antes de la siembra, consistiendo estas por lo general en una o dos pasadas de arados de discos, una o dos pasadas de rastras pesadas y, finalmente, una rastra liviana. En lo que a fertilización se refiere se comienzan utilizando fertilizantes fosfatados, nitrogenados y posteriormente se agregan también los potásicos, utilizándose progresivamente aquellos fertilizantes que resulten más baratos por unidad de nutriente, como es el caso de la urea y el fosfato diamónico (por su menor precio en comparación a otros fertilizantes). Ambas prácticas (el sobre laboreo y el uso de fertilizantes) provocan serios problemas en el suelo. Por una parte, el sobre laboreo de suelos comienza a generar problemas como la compactación y disminución del contenido de materia orgánica, acelerándose también procesos erosivos y otros procesos de degradación de los suelos. Por otra, la utilización masiva de fertilizantes de reacción ácida (urea, fosfato diamónico) genera un proceso de pérdida de bases y acidificación de los suelos, a la ves que sus altas dosis de utilización trae consigo procesos de contaminación de las aguas superficiales (especialmente notable en la zona ha sido la eutrificación) y de las napas subterráneas. En adición a lo anterior se debe mencionar que la utilización de monocultivos, al igual que en todos los lugares en los cuales se han utilizado, ha generado una serie de problemas, las cuales han incidido a su vez en el aumento en el uso de pesticidas. Así podemos decir, a grandes rasgos, que el tipo de agricultura que se desarrolló en la provincia bajo el sistema propuesto por la Revolución Verde provocó todas las externalidades asociadas a la agricultura industrializada.

Una de las características de los sistemas desarrollados tras la revolución verde es su aumento en los costos de producción y en los niveles de endeudamiento, los predios de la Región, que adoptaron estas prácticas y sistemas de cultivo, no fueron la excepción, teniendo mucha influencia en este aumento de costos el hecho de que tras la degradación del suelo mediadas por las prácticas de cultivo, se requería mayor utilización de insumos (especialmente fertilizantes) solo para mantener la producción.

Tras el golpe militar de 1973 Chile inició una transformación de su economía, implementando el llamado “modelo exportador”. Fueron abiertas las fronteras comerciales y disminuyeron los aranceles (que en el modelo anterior estaban destinados a proteger la producción nacional). Esto, entre otros muchos efectos en la economía nacional, hizo que disminuyeran los precios internos del trigo (debido a que debe competir con los mercados internacionales, muchas veces subsidiados).

Por otro lado, el brusco aumento del precio del dólar en los ochenta, ocurriendo por otro lado lo mismo con el petróleo, eleva los precios de los insumos y con ello los costos de producción. Estos hechos hacen que la rentabilidad de estos sistemas se deteriore a tal punto que la situación se torna insostenible hasta para la mediana y gran propiedad ganadero-cerealera. Con el 75% de la superficie erosionada y miles de hectáreas deforestadas, el ciclo extractivo de biomasa vegetal de Malleco (bosques, pastizales, cultivos) parece llegar a su límite. Sin embargo, las nuevas condiciones institucionales y macroeconómicas alentaron el desarrollo de industrias basadas en monocultivos para exportación, principalmente especies exóticas de alto crecimiento (Claude, 1997).

Es así como tras la promulgación del Decreto de Ley 701 de Fomento Forestal (1974), la cual estipulaba que el estado, a partir de 1974, subsidiaba en un 75% los costos de las plantaciones en aquellos terrenos calificados de aptitud preferentemente forestal (llegando en la realidad a subvencionar hasta el 90% en algunos casos). El estado también contribuyó a concentrar la propiedad de las tierras y plantaciones forestales, mediante la privatización de las tierras fiscales y de empresas estatales a precios muy bajos (Quiroga y Van Hauwermeiren, 1996).

Estos estímulos al sector privado forestal, junto con la liberalización del comercio de la madera, produjeron un extraordinario crecimiento de las tazas de plantación. A fines de 1974, la maza de plantaciones existentes en Chile era de 450.000 hectáreas (gran parte estatales). En 1994 en tanto, la superficie de plantaciones en el país cubre un área de 1.747.533 hectáreas, el 78.8% de las cuales corresponde a pino radiata y el 13,6% a eucalipto (ODEPA, 1995). Junto con este gran aumento de la superficie de plantaciones forestales fue incentivado también la industria de la celulosa, a modo de aumentar el valor agregado de su producción.

De esta forma las grandes propiedades degradas del Secano Interior ofrecían lugares ideales para forestación. Los endeudados agricultores vendieron grandes extensiones a las empresas forestales las cuales pagaban al contado y a precios atractivos. En la actualidad existen casi 200.000 hectáreas de plantaciones de pinos y eucaliptos en la Provincia de Malleco y gran parte de ellas en el Secano Interior (especialmente en Lumaco y Purén). (INFOR, 1997). A su ves, según datos del Mismo INFOR (1997) las plantaciones de pino radiata pertenece en un 65% a grandes empresas.

Pese a que se podría decir que esta expansión forestal ha favorecido la conservación del medio ambiente por el hecho de cubrir el suelo durante largo tiempo, protegiéndolo con ello de la erosión. Lo cierto es que estas grandes y concentradas extensiones de pinos y eucaliptos, producen una serie de externalidades negativas que superan con creces los posibles beneficios ambientales que pudieran traer, muchos de estos relacionados con los niveles de concentración de las plantaciones, sistemas de cultivo y cosecha, así como también con la industria de procesamiento de la madera asociados a esta actividad.

Cuadro Nº 6
Algunas externalidades negativas asociadas a las plantaciones forestales en el sur de Chile

Externalidad
Causa
Destrucción del bosque nativo
La sustitución de bosque por plantaciones de especies exóticas es una de las principales causas de destrucción del bosque nativo de Chile. Solo en la IX Región (entre 1985 y 1994) esta sustitución ha afectado 30.958 hectáreas (Emanuelli, 1997).
Disminución de la biodiversidad
El establecimiento de plantaciones de pinos y eucaliptos, muchas veces reemplazando bosque nativo, produce una gran reducción de la diversidad, ya que cambia sistemas que presentan más de 20 especies arbóreas y múltiples estratos, por extensas zonas de monocultivos.
Disminución de fuentes de agua superficiales y subterráneas
Es un hecho ya probado por múltiples estudios (Bosch, 1990;Duncan, 1980;Huber et. al, 1990; Huber et. al, 1998;van Lil et. al, 1980) que las plantaciones de pinos (debido a sus altos niveles de evapotranspiración) producen una reducción en las fuentes superficiales de agua que puede llegar a una reducción de hasta un 60% de los caudales en comparación a praderas y 30% comparados con bosque nativo. Lo cual, especialmente e verano, provoca que se sequen algunas de estas fuentes. A la ves bajo condiciones de plantaciones, la napa subterránea de agua disminuye hasta 4 metros mas en verano (comparado con pradera) (Huber et. al, 1990)
Problemas de salud de comunidades circundantes
Producto de la extensión de monocultivo de pinos, en amplias zonas se generado serios problemas de aparición de plagas y enfermedades, las cuales en muchos casos requieren aplicaciones aéreas de pesticidas para su control. A la ves la tendencia del medio natural a la diversificación hacen aparecer plantas oportunistas, las cuales deben ser controladas en los primeros años de cultivo. Los pesticidas y herbicidas aplicados en forma área provocan serios problemas de salud en comunidades cercanas o que han quedado rodeadas por estas
Contaminación de agua
Tanto los pesticidas y herbicidas que se aplican en forma aérea y que afectan a las personas, como la polinización masiva de los pinos en primavera, genera problemas de contaminación de las aguas que produce desde solo molestias hasta serios problemas de salud para las comunidades circundantes.
Degradación de suelos
Contrapesando los mencionados efectos de protección contra la erosión han sido estudiados una serie de problemas asociados con las plantaciones forestales que van desde problemas como la acidificación de suelos hasta su compactación (principalmente en la tala) y agotamiento por extracción de nutrientes.

Elaboración propia a partir de datos obtenidos en la investigación

Cuadro Nº 7
Principales efectos negativos de la transformación de la madera

Celulosa y Papel
Contaminación de aguas por descarga de residuos sólidos y líquidos.
Polución atmosférica por emisión de gases
Competencia por el uso de agua (industriales, agricultura y viviendas)
Aserrío
Riesgo de intoxicación de personas por el uso de preservantes arsenicales y pentaclorogenólicos.
Partículas en suspensión por altos volúmenes de aserrín.
Generación de desechos no utilizables, como aserrín, cortezas y recortes.
Tableros
Uso de resinas cuyas emisiones son dañinas para la salud
Astillas
Explotación no racional de los recursos madereros al incluir volumen no astillable del bosque.
Alteración del paisaje rural y urbano

En: Quiroga y Van Hauwermeirer, 1996. Pág. 71 (elaborado a partir de datos de INFOR)

Bajo la Ley de erradicación de 1883 (mencionada anteriormente) se establece para los mapuche la política de reservas, es decir, radicar a los grupos indígenas que controlaban ese territorio, en pequeños asentamientos de tierra, a través de un título que el Estado llamó "Título de Merced". Ello a través de una comisión radicadora, ante la cual los mapuche que quisieran derecho a tierra tenían que concurrir para demostrar, con testigos, que estaban ocupando un pedazo de suelo, por al menos un año (Vidal, 2000). Los mapuche fueron radicados en reducciones en un proceso muy largo que provocó inestabilidad y problemas. Entre 1884 y 1919 se entregaron 3.078 títulos de merced sobre 475.000 hectáreas, lo cual "benefició" a 78.000 mapuche[89], estimándose que otros 40.000 no fueron radicados (por tanto no se les entrego terrenos) (Guevara, 1898). Sin embargo, junto y a continuación de la radicación siguió otro proceso de reducción de tierras, producto de usurpaciones, por medio de lo cual se estima que perdieron cerca de 1/3 de las escasas tierras asignadas (Guevara, 1898; Bengoa, 1991; Aylwin, 2000; Vidal, 2000).

En relación a la población mapuche, que quedo limitada a las reducciones, solo basta redundar en el hecho de que debieron adaptarse bruscamente a su nueva condición campesina y que tanto ellos como los recursos naturales de su antiguo territorio quedaba sometidas a la legislación del Estado chileno y a las políticas e ideologías de los distintos gobiernos en tránsito.

La radicación provocó la transformación de la sociedad mapuche en una sociedad de campesinos pobres. Hay un paso de una situación ganadera como la que se ha señalado anteriormente, a una situación social caracterizada por la pertenencia imperativa a un pequeño territorio del cual es necesario obtener la subsistencia. El sistema ganadero de producción fue destruido por la guerra y la derrota militar. A su vez, la guerra significó la pérdida de miles y miles de cabezas de ganado. La derrota implicó el cierre de los pasos cordilleranos, el fin de la trashumancia de ganado entre ambas bandas, el corte de los territorios de pastoreo y el fin de la actividad a gran escala. Los mapuche fueron despojados del espacio de reproducción para la actividad ganadera.

Cabe recalcar la inexistencia entre los mapuche de una cultura agrícola de pequeños propietarios productores, cuidadosa de la mantención y mejoramiento de sus pequeños recursos, de esta forma, al ser encerrados en pequeños retazos de tierra, debieron cambiar su sistema de producción. Por un lado, la tecnología de manejo ganadero, de carácter extensivo, fue aplicada en pequeñas superficies, generalmente colinas, que rápidamente se sobre talajearon y erosionaron, perdiendo buena parte de su valor productivo.

Cuadro Nº 8
Correlación entre períodos político-ideológicos de los gobiernos de Chile y transformación de la “propiedad mapuche” y sus usos

Períodos y etapas político ideológicas de la H. de Chile
Etapas de la economía mapuche
Tipo de propiedad
Utilización y finalidad
Liberalismo
(1860-1930)
Transición del sistema ganadero mercantil a sistema campesinos comunitario.
Se establece propiedad (comunitaria). Inhibición trashumancia.
Agricultura, recolección, ganadería. Con finalidad de subsistencia.
Nacional Desarrollismo
(1930 – 1960)
Sistemas campesinos comunitarios pasando a familiares.
División de la propiedad común y origen de la propiedad individual.
De agrosilvopastoril comunitario a individual
Neoliberalismo
Sistemas campesinos.
Paso casi completo de propiedad comunitaria a individual.
Explotaciones agropastoriles o agrosilvopastoriles de subsistencia.

Por otra, pese a que desde muy antiguo los mapuche practicaban la agricultura, ésta nunca la hicieron restringidos a un espacio fijo ni dependían de esta para su alimentación, por tanto al verse convertido en campesino y tener que extraer de una pequeño espacio de suelo todo su sustento se produjeron fuertes desajustes. Debido a lo anterior ya en 1910 se encuentran informes del protector de indígenas de aquel entonces, en los cuales se plantea con preocupación el estado de degradación que presentaban las tierras indígenas.

La pauperización de la sociedad mapuche es la consecuencia más visible del paso al minifundio. Las primeras décadas del siglo XX fueron un fuerte período de adaptación y hambruna en el cual el mapuche tubo que despojarse de toda su joyería de plata (a precios muy bajo su valor real) para alimentarse y comprar semillas y herramientas agrícolas.

Las prácticas agrícolas que comenzó a utilizar en esta nueva situación las hizo a semejanza de las utilizadas por los colonos que los rodeaban (de hecho dentro de los planes de colonización se buscaba esta situación), comprando arados y herramientas similares. Este factor jugó en contra de la conservación de los recursos prediales ya que tanto las prácticas que copiaba como los implementos utilizados estaban hechos para condiciones de suelos planos, muy distintos a los que en la mayoría de los casos están los mapuche, esto es en terrenos marginales con pendientes pronunciadas. Lo cierto es que a lo largo del tiempo, y mientras se adaptaron a la nueva situación, los mapuche tuvieron un fuerte impacto sobre sus recursos prediales, aplicando prácticas agrícolas inadecuadas en terrenos frágiles, mediado por la necesidad de subsistencia.

El Estado Chileno Entregó las tierras en base a un título en común, pero desde el principio tuvo la voluntad de producir una división y una titulación individual de las tierras indígenas. En 1927, 1931 y 1961 (principalmente) se dictan legislaciones divisorias cuya lógica se orientaba a hacer entrar las tierras indígenas en el mercado de tierras, para poder resolver el problema del minifundio mapuche, el problema de las productividades y de la pobreza mapuche.

La gran solución se veía, entre otras medidas, en una titulación individual que permitiera actuar a los mapuche en el mercado de tierras. Hasta 1970 se dividieron 832 comunidades (principalmente en la provincia de Malleco) (Bulnes, 1985; Vidal, 2000). El año 1970 fue elegido el gobierno llamado de la “Unidad Popular” y se produjo un cambio en las tendencias legislativas que se había establecido por más de 50 años en Chile. En la “Unidad Popular” se establece una política absolutamente distinta y contraria, que busca impedir por todos los medios la división de las comunidades. Se establece el criterio de que para dividir hay que tener la aprobación de más de un 50% de los ocupantes. Mediante la ley 17.729 el gobierno de la Unidad Popular realiza un acto inédito en la historia de Chile, lo cual es el reconocimiento de las tierras usurpadas a los mapuche mediante un cuerpo legislativo. Esta ley indígena reconoce la existencia de las tierras usurpadas y reconoce mecanismos por los que el Estado va a devolver estas tierras a los mapuches: expropiación (devolución de tierras usurpadas) y mecanismos de devolución vía reforma agraria. Esta ley alcanzó a funcionar aproximadamente un año desde que se promulgó en 1972, hasta el golpe de estado, en 1973. Durante ese año se devolvieron alrededor de 50.000 hectáreas de un total de 150.000 usurpadas (Vidal, 2000).

Posterior al golpe de estado se dicta la ley indígena del gobierno militar. Este gobierno devolvió a los antiguos propietarios casi toda la tierra que el gobierno de la Unidad Popular había entregado o reconocido a los mapuches y dictó una ley indígena en base a una serie de consideraciones, propias de la ideología liberal y neoliberal del período, y propias de doctrinas fuertemente nacionalistas (Vidal, 2000). Esta legislación (decretos Nº 2568 y Nº 2750, de 1979) terminó con la casi totalidad de las comunidades reduccionales mapuche creadas por el Estado chileno (tras la ocupación militar de la Araucanía). Si bien dicha legislación prohibió la enajenación de las hijuelas resultantes de la división, muchas tierras mapuche fueron traspasadas a no indígenas a través de contratos fraudulentos como los arriendos hasta 99 años (Aylwin, 2000). Se establece además que, una vez que las comunidades son divididas y entregados los títulos, dejan de ser indígenas las tierras y los ocupantes de las tierras, pues todos somos parte de una misma nación (Vidal, 2000). Adicionalmente, se estima que por efecto de esta ley cerca de 300.000 hectáreas les fueron privadas a los mapuche durante el régimen militar (1973-1989) (Aylwin, 2000).

El proceso de división de tierras comunitarias a terrenos privados (familiares) y la subsiguiente fragmentación de la propiedad mapuche llevó a que se aumentara la presión y deterioro del bosque, suelo y demás recursos naturales. Según indican investigadores (Catalán y Ramos, 1999), en el caso mapuche se habría dado lo contrario de lo planteado en “la tragedia de los comunes”, esto es, a medida que la propiedad de la tierra pasó de no existir a ser comunitaria, y de ésta a la propiedad individual, el estado de los recursos se fue pauperizando y no conservándose en mejor estado como es la hipótesis que se plantea en este trabajo.

En la actualidad, los predios mapuche se encuentran totalmente colapsados y con sus recursos degradados tras 120 años de subsistencia, en los cuales han tenido que utilizar múltiples estrategias para subsistir a la vez de sobrevivir como cultura. Es importante destacar que el estado de crisis que actualmente presentan no ha sido solo producto de que ellos degradaran sus recursos prediales para lograr su subsistencia, sino a que también este estado ha sido fuertemente influenciado (nuevamente) por factores externos a ellos y que han roto todas las estrategias de subsistencia que han utilizado en el tiempo (cuadro 2.5). No es por azar que los mapuche de Malleco, que habitan el territorio que presenta mayores problemas en su base de recursos y menos alternativas subsistencia, sea quienes mayormente en este último tiempo se estén levantando y alzando la voz en busca de reivindicaciones territoriales.

Cuadro Nº 9
Estrategias de subsistencia utilizadas por los mapuche del Secano Interior luego de la reducción y los factores que ocasionaron su quiebre

Estrategia de subsistencia
Factor que determina su ruptura
Recolección de productos del bosque para consumo y venta
Tala y sustitución del bosque nativo por forestales
Sistemas de mediería con predios vecinos
El uso de pastos de vecinos de predios con superficies mayores o la siembra en la cual el mapuche utiliza su mano de obra y animales a cambio de la mitad de la forestales, se ve cortado por la venta de estos predios a empresas forestales, las cuales cierran el terreno y prohíben el paso, Rompiéndose todo tipo de relación con los vecinos.

Trabajo asalariado en predios vecinos
La venta de campos a empresas forestales y su subsecuente reforestación hace perder fuentes de trabajo agrícola al solo requerir mano de obra en períodos determinados (plantación y tala) y el que esta sea especializado. Las extensiones de pinos que rodean las comunidades las aíslan y reducen sus posibilidades de obtención de recursos.
Cultivos, horticultura
Al disminuir fuertemente la disponibilidad de agua para cultivos u hortalizas (que se dan muy bien y más tempranamente que en el resto de la región) se imposibilita pensar siquiera en esta actividad como medio para la comercialización
Ganadería
La dificultad de conseguir agua incluso para consumo familiar hace muy difícil la manutención del ganado en verano.

Si bien es cierto, desde que fueron asignados los terrenos reduccionales a los mapuche, estos han tenido que aprender a vivir como los campesinos que nunca fueron (y que aún no son) y practicar una actividad agrosilvopastoril que en definitiva ha producido una presión tal en los recursos (producto de presión que imponen la satisfacción de las necesidades de subsistencia familiar), que ha llevado a su colapso y en muchos casos una extrema degradación. No es menos cierto también, el hecho de que el grueso de la degradación pasada y presente de los recursos de La Araucanía no fue mediada por la presión sobre los recursos por parte de una población pobre, sino que más bien desde un comienzo esta degradación a obedecido a demandas de mercados externos a la región y al país, y quienes la han realizado no ha sido tampoco una gran población pobre sino que una pequeña fracción de la población que buscaba enriquecerse. Es así como primero fue la actividad triguera con fines de satisfacer mercados de países extranjeros o zonas del país externas a la Región, luego del colapso de estos sistemas trigueros y del deterioro a los recursos que implicaron se implanta una nueva actividad, impulsada por capitales aun mayores que los anteriores y con características de concentración de la propiedad y de las ganancias mucho más marcadas, así como también con serios efectos en los recursos naturales y el medio ambiente. Por otro lado también resulta importante el mencionar que, según se recoge de relatos de ancianos mapuche de Lumaco, en muchos casos los colonos instalados en las inmediaciones de las comunidades o empresas madereras fueron quienes explotaron el bosque nativo de las comunidades y limpiaron el terreno agrícola. La explotación maderera se realizaba ofreciéndoles un pago mínimo a los mapuche (en dinero, vino o especies), y el “despeje” para uso agrícola y el posterior uso por parte de los colonos se retribuía a los mapuche por medio de la entrega de una parte de la cosecha.

2.5. A modo de conclusión. Algunas características actuales de la economía campesina mapuche

2.5.1. La población mapuche de la IX región: características demográficas

Según la CASEN 2000, la población mapuche representaba el 85,6% de la población indígena del país:

Cuadro Nº 10
Población indígena según etnia

Etnia
Población
%
Aymara
60.187
9.0
Rapa Nui
2.671
0.4
Quechua
15.210
2.3
Mapuche
570.116
85.6
Atacameño
8.171
1.2
Colla
5.325
0.8
Kawaskar
3.781
0.6
Yagan
667
0.1
Total indígena
666.128
100.0
Fuente: MIDEPLAN, elaborado a partir de información de Encuesta CASEN 2000.

Según la misma CASEN, en la IX región había un 32,6% (217362) de población autodefinida como indígena, el mayor porcentaje en el país.

El censo de 1992 mostró que en la comuna más importante de la región, Temuco, se hallaba un 26,7% de la población mapuche (38.410 personas).

El Censo de 1982 había mostrado que casi un 46% de la población rural de la región era mapuche. En reducciones vivían 138.670 personas en total. Un aspecto importante en la tendencia demográfica de la población mapuche rural, que se ha mantenido y ha aumentado, es la relación hombres-mujeres desequilibrada, producto de la mayor migración, y a edad temprana, de la población femenina. Para 1982, el índice de masculinidad general era de 109, aunque en algunos grupos etarios: 15-19; 20-24 y 25-29 era mucho mayor, llegando a 122. (Oyarce, Romaggi, Vidal, 1989). Para el censo de 1992, el índice general para el área rural llegó a 121, y alcanzó hasta 130, en tramos sobre los 15 años de edad, mostrando el aumento enorme de la migración femenina.

La población de las reducciones indígenas muestra una estructura caracterizada por una base ancha, de población muy infantil, y una pirámide más angosta de lo normal en edades adultas, indicando la existencia de proporciones importantes de "fuga" de población en edad juvenil y de procreación –cf. Anexo-(El Censo de 1982 mostró que un 33% del total mapuche era población de 15 y menos años de edad; un censo en reducciones seleccionadas de la comuna de Temuco, en 1988, mostró un 39% de población menor a 15 años de edad, lo que apuntaba al aumento en la tasa de emigración juvenil y adulta y/o una emigración a edades más tempranas, como lo señala la pirámide comparativa del área urbana rural, en anexo.

Por otra parte la población rural mapuche se ha caracterizado como la más vulnerable y de mayor riesgo socioeconómico y de salud en la región, mostrando los peores indicadores nacionales en mortalidad infantil, materna, desnutrición infantil, enfermedades infecciosas; en vivienda, en ingresos, etc. factores que incluso determinarían un bajo crecimiento demográfico (Vidal, A., 1991). (EN 1992 la mortalidad infantil regional era de 16.9 por mil nacidos vivos, la del país era de 14,4; sin embargo comunas con importante monto de población indígena presentaban tasas de 65,7:Curarrehue; y 44,2:Lumaco).

La esperanza de vida en Chile entre los años 1985-1990 era de 71.5 años para hombres y mujeres, para la región era de 69.9 años y para las reducciones seleccionadas en 1988 era de 63.2 años. (Censo de Reducciones Indígenas Seleccionadas, 1988- UFRO-UC Tco. INE-PAESMI). Tal indicador se relaciona con el hecho de que la población rural mapuche presenta históricamente los peores indicadores en salud: en mortalidad infantil, materna, desnutrición infantil, enfermedades infecciosas; en tipo y calidad de viviendas y en las condiciones inadecuadas de ellas, en suministro de agua potable, accesos a servicios, nivel de ingresos, etc. Tales factores han provocado un bajo crecimiento demográfico reduccional, hasta el punto de caer bajo la tasa de reproducción neta. (Censo de Reducciones Indígenas Seleccionadas, 1988- UFRO-UC Tco.-INE-PAESMI).

Asimismo, los tres censos últimos han indicado la baja en el promedio de personas residentes por vivienda en las áreas reduccionales, cercano en la actualidad a un promedio cercano a cuatro personas, bastante similar al de la sociedad dominante.

2.5.2. Los aspectos histórico-culturales determinantes de la economía rural mapuche

La situación económica actual de la población mapuche en reducciones, y las características de ella son esencialmente el resultado de factores históricos que afectaron a los mapuche, a su tierra, territorio y recursos, en los siglos XIX y XX.

Las políticas del Estado-nación respecto a las tierras y territorio mapuche: durante la llamada campaña de Pacificación, el Estado chileno envió a la llamada zona de frontera parte del ejército triunfante de la guerra con Perú y Bolivia y luego de derrotar militarmente a los mapuches, en 1883, los despojó de casi todo el territorio que poseían (alrededor de 10 millones de hás.) radicándolos en cupos de tierra, de los que hubiera demostración previa de ocupación, (con testigos), en promedio de hasta 6 hás, bajo un documento legal de título colectivo llamado Título de Merced. Bajo él obtenían tierra agrupaciones de parientes que bajo la autoridad de un jefe solicitaban el reconocimiento por el Estado de la tierra efectivamente ocupada. Se entregó 2919 títulos entre 1883 y 1929, con un total de poco más de 500.000 hás. y un promedio de 6 hás. por individuo.

A partir de ese momento y en un contexto de apertura de la región a los procesos económicos nacionales, y a la incorporación de poblaciones colonizadoras de la Frontera, se inició un proceso de "usurpación" de las tierras entregadas por los Títulos, calculándose que de la cabida total en hás. de los títulos se perdieron aproximadamente 150.000 hás mediante compras fraudulentas, corridas de cercas, asesinatos, etc.

A este respecto hay que recordar que muchas de las compras fraudulentas, hipotecas, etc., sobre la tierra mapuche fue posible además porque las poblaciones indígenas no tenían, -y muchas aún no tienen- las concepciones propias de Occidente acerca de la tierra. No se concebía la propiedad privada de ella, y por ende menos aún el que fuera objeto de operaciones financiero comerciales como hipotecas, fuentes de renta, capital, etc. Para los pueblos indígenas y para los mapuches la tierra no tiene sólo un valor económico, sino simbólico-religioso e histórico: es la tierra dejada por los dioses y los antepasados a los hombres, en ella ha vivido el pueblo mapuche durante siglos, en ella están los antecesores, los lugares ceremoniales, los ámbitos de lo sagrado terrenal. La tierra además no es concebida como objeto inerte, sino como ente sagrado y con comportamientos, es un Ser, parte de la naturaleza viva al igual que el Hombre.

Lo anterior también implica que la tierra es un elemento componente de identidad colectiva y propia, sintiéndose que la acción propia o externa de amenaza a ella es atentatorio a la identidad, y que a la vez la verdadera identidad requiere la relación con ella.

En tanto nutriente, o si se quiere en un sentido económico, la tierra tenía y tiene en principio un valor de uso más que de cambio en la mayoría de las comunidades mapuches, comprendiendo en ese sentido que todo mapuche tiene derecho a la tierra y que su acceso a ella no debería ser impedido o imposibilitado.

Como consecuencias económico-sociales de las políticas señaladas, las medidas asumidas por el Estado implicaron convertir a los mapuches, de un pueblo y sociedad ganadera, próspera y en expansión, a una categoría social de campesino, sedentarizado, despojado de su territorio y abandonado a sobrevivir por generaciones con un escaso recurso tierra. La cabida de hás. asignada significó perder a corto plazo casi toda la masa ganadera que se había acumulado durante dos siglos y que había permitido la expansión, hasta más allá de los Andes, de los mapuches (proceso iniciado en el siglo XVII y conocido como Araucanización de la Pampa). Precisamente esa masa ganadera permitió que durante algunas décadas desde la implantación de las reducciones, la población mantuviera niveles de reproducción por sobre la pobreza.

Desde la radicación la población debió someterse a una actividad económica no tradicional: la agricultura, y de subsistencia, de la cual pasó a depender sin apoyo tecnológico, conocimiento previo, etc. Consecuencia de la escasez de tierras fue la destrucción en el mediano plazo de los recursos naturales de casi todas las reducciones, esencialmente bosques y maderas, el monocultivo triguero, el agotamiento y erosión del suelo, el uso condicionado de tecnología inadecuada, etc.

Ni en aquella época ni después, salvo en el período de la Unidad Popular, en que se legisló para recuperar tierras usurpadas y ampliar tierras, (mediante la ley indígena 17.729 de septiembre de 1972, y la ley de reforma agraria del período) y en la última legislación indígena, que contempla mecanismos de ampliación de tierras, el Estado buscó restituir la situación de las tierras al estado que él mismo había decido con las leyes de radicación. Al contrario, todas las legislaciones trataron de liberar el mercado de tierras indígenas, (por compras, arriendos, permutas, etc.) dictando medidas tendientes al otorgamiento de títulos individuales y a la división de las comunidades, culminando este proceso con la legislación del período militar –Decreto Ley 2568, de Marzo de 1979, de División y Liquidación de Comunidades Indígenas; Decreto Ley 2695, de 1979 y Decreto Ley 2750, de Julio de 1979- que establecieron de hecho como obligatoria la división de los títulos de Merced. Se entregó títulos de propiedad individual incluso a quienes eran usurpadores, gracias a cómo se definió al “ocupante” de tierra mapuche. Se adjudicó la propiedad individual en casi todas las comunidades indígenas mapuche, estimándose por INDAP-Dasin de la época –encargada del proceso divisorio- que el tamaño promedio de hás por persona, resultante del proceso de titulación individual fue de 1,3.

Las políticas del período de dictadura militar, desde 1973, no sólo disolvieron la reducción como tenencia de propiedad colectiva sino que impusieron una política agrícola neoliberal que cortó por largo plazo los créditos y apoyos mínimos a los pequeños productores, especialmente de trigo, permitió la privatización de las aguas y sus recursos, impulsó los subsidios a la gran empresa forestad, y aplicó una contra reforma agraria que devolvió a casi todos los ex propietarios las tierras que se había recuperado y ampliado en la Unidad Popular, perdiéndose los bienes y mejoras que los mapuche habían desarrollado en los predios.

2.5.3. La economía mapuche hoy. Una descripción general

La economía mapuche se ha caracterizado como una economía campesina en pequeña escala, llamada de subsistencia.

Los tipos de actividad agrícola han dependido tradicionalmente de la necesidad de asegurar la alimentación familiar (en base a la harina, y legumbres, complementada con producción de chacarería y huertas), teniendo un papel económico importante la crianza de animales menores, especialmente aves y cerdos y en algunos hogares la ganadería de caprinos (en el sector de cordillera y zonas particulares de la costa) y ovinos y bovinos, en pequeña escala.

Los animales menores se destinan al consumo familiar y como stock de capital para obtener dinero ante situaciones determinadas, esperables o no (enfermedades, funerales, participación en ceremonias y rituales, retribuciones por servicios en salud y otros, gastos en escolaridad, pasajes, adquisiciones de herramientas, mejoramiento de la vivienda o infraestructura, etc.).
Salvo en el caso de propietarios mayores, para el parámetro mapuche, no existe actividad empresarial ganadera propiamente tal, considerándose la crianza de ganado como una forma de ahorro a corto plazo, que establece una seguridad económica relativa ante imprevistos, así como ahorro de capital. En forma secundaria los bueyes y rara vez los caballos son fuente de provisión de energía animal para el trabajo (al respecto, al año 1982, ni siquiera la mitad de los hogares mapuches poseían una yunta de bueyes). (Bengoa, 1982).

Factores importantes en las decisiones económicas de las familias son los aspectos considerados como factores de oportunidad: el tamaño, la ubicación y la calidad de los suelos son importantes, particularmente en relación a aprovechar condiciones y oportunidades de mercados de locales. Ello ha permitido que en algunos sectores se introduzcan cultivos comerciales, como la remolacha, la cebada, el raps y el lupino, que se desarrolle algunos cultivos no tradicionales (por ejemplo de flores) y que se intensifique la producción hortícola, a veces en invernaderos. De acuerdo a situaciones particulares una proporción menor de población hace explotación de recursos de leña y madera.

En la economía mapuche los niños y los ancianos desde pequeños desempeñan un importante papel en la producción y el trabajo: cuidan los animales y los sembrados, acarrean leña y agua. A medida que crecen, los niños ayudan o asumen plenamente las labores de mayor envergadura como preparación de la tierra para la siembra, corte de cultivos, cosecha, comercialización, etc., También la mujer tiene un rol importante en la economía doméstica pues muchas veces es la responsable de la huerta, la crianza de animales menores, la comercialización de producción animal menor y hortofrutícola, y participa como fuerza de trabajo en los momentos de demanda intensa de ella, en distintas actividades y épocas del año.

En muchas unidades familiares la tendencia dominante en los hombres es el trabajo en el predio, combinado con el trabajo temporal asalariado, en el sector según las oportunidades de empleo, o vendiendo su fuerza de trabajo en labores de tipo agrícolas estacionales o permanentes en el campo. Una proporción importante de hogares tiene miembros que además se emplean temporalmente o no en el medio urbano, como trabajadores no especializados, ocupando los puestos menos remunerados. Tales estrategias de consecución de ingresos fuera del predio se combinan con mecanismos para aumentar el ingreso predial; es frecuente recurrir a la mediería, tanto entregando tierra o animales en medias, como –simultáneamente o no- trabajando como mediero para otro oferente. Entre las mujeres que trabajan fuera del predio, la mayoría lo hace como asalariada en servicios personales y ocupaciones afines.

El resultado final y más significativo de la pobreza y carencia de recursos es la emigración reduccional de amplios sectores de su población y la adopción de patrones culturales de la sociedad nacional. También la pobreza y los muy bajos ingresos determinan un fuerte nivel de apetencia por ingreso monetario en casi cada uno de los miembros de las unidades familiares, buscando oportunidades de empleo externas e internas al área reduccional, originando complejas estrategias de sobrevivencia socioeconómica que dificulten la clasificación analítica global de la población en tanto campesinos indígenas.

2.5.4. Análisis de la economía mapuche: rasgos del campesinado indígena

Una cuestión fundamental a plantear es si la economía rural de los mapuche como pueblo indígena puede caracterizarse como economía campesina. De hecho y hasta hoy la visión de que se trata de una economía de campesinos pobres es la que ha primado en los enfoques y programas del Estado chileno y sus instituciones, y en gran parte del mundo privado. No obstante el tipo de economía mapuche actual debe caracterizarse de forma acorde a tipos de economías étnicas en que los elementos culturales subyacen como matriz del modo económico, del marco de orientación de decisiones fundamentales, explícito o implícito, y de la configuración final que presentan las actividades ligadas a la producción, circulación y distribución de bienes y servicios. Ello significa que en el mundo empírico no es posible separar en sí una esfera llamada económica, como un todo aislable de otros dimensiones de la vida social, ritual, religiosa, etc. De allí que el análisis debe comprender tal “economía” también en sus aspectos o componentes culturales.

Inicialmente la economía rural mapuche se define como de subsistencia, en tanto se trata de minifundios donde persiste la orientación fundamental de la actividad predial, tendiente a asegurar la reproducción doméstica de los miembros año a año, la participación en el mercado está restringida generalmente a obtener ingresos y productos para cubrir necesidades básicas, no hay actividad capitalista empresarial propiamente tal, la fuerza de trabajo empleada es prioritariamente la de los propios miembros de la familia y no se posee maquinaria o tecnologías modernas.

Por lo tanto caracteriza su economía lo que se ha definido como “campesina étnica, o indígena”, pudiendo aplicarse a ella los aspectos definicionales mencionados en la literatura clásica del tema. Además de la transferencia de excedentes, clásica en el campesinado, en el caso mapuche se presentan también los otros rasgos definitorios del campesinado, pero en el marco de una matriz cultural. Tales rasgos son:

Una economía no orientada básicamente al mercado en su plena dimensión, sino a la reproducción de la propia unidad familiar, destinando parte esencial de la producción al autoconsumo es una economía relacionada con el mercado esencialmente en términos de demanda de bienes de subsistencia y servicios menores, ocasionalmente y/o temporalmente, la actividad económica no es planificada en términos de obtención de excedentes, entendidos como surplus que permitan acumular capital, posibilitar aumento de la inversión o desarrollar procesos de acumulación de bienes productivos; posee una organización basada en la familia como unidad social cooperativa, en que son fundamentales la composición por edad y sexo; la actividad económica se orienta por el balance entre satisfacción de necesidades culturalmente percibidas en la unidad familiar y el grado de autoexplotación de la fuerza de trabajo propia.

Entre las unidades familiares se produce un efecto diferencial en las estrategias socioeconómicas, no sólo por factores estrictamente productivos sino demográficos, según la composición por sexo y edad, y según edades promedios y edades generacionales absolutas, la familia opera como una unidad de producción y consumo, ella posee medios de producción propios y emplea fundamentalmente su propia fuerza de trabajo, la fuerza de trabajo familiar es no remunerada, la mano de obra familiar que consigue salario tiende a mantener directa o indirectamente parte de su reproducción en la unidad familiar, especialmente según factores de distancia a fuentes laborales y exigencias del tipo de actividad laboral no existen grandes capacidades ni aplicaciones tecnológicas; no hay sistema de constitución social de stock crediticio o en dinero, el ganado es operado como fondo multipropósito: para cubrir gastos en salud, escolares y de vestuario, reparaciones urgentes, infraestructura y herramientas menores, etc., además de su uso en la alimentación y en actividades culturales y rituales.

Como componente cultural de la economía campesina, es esenciales que la orientación productiva y los procesos de decisión económica tienen una lógica propia, es decir no son irracionales, y sustenta objetivos dirigidos a: asegurar la reproducción biológica y económica de la unidad familiar, minimizar el riesgo económico-social, operar sobre una base conocida de distribución y asignación de factores de producción, que busca controlar el riesgo de no obtener los niveles necesarios de reproducción de las unidades, generar excedentes no en el sentido capitalista, sino para mantener un fondo de reemplazo de semillas e insumos de producción, mantener un fondo de reposición de herramientas, y de animales como energía de trabajo, mantener un fondo ceremonial/ritual (religioso, festivo, social, funerario, etc), Algunas unidades familiares buscan además sostener un tipo de fondo de ahorro o de recursos para imprevistos.

Asimismo en tal economía debe observarse aspectos señalados por Meillassoux (1987), acerca de la reproducción dual de las economías campesinas e indígenas, es decir la relevancia de la reproducción de mujeres y alimentos. Ambas son criticas en los mapuche, la primera por factores estructurales a las unidades y a la economía campesina, la segunda es obvia.

De allí que un componente cultural esencial en la estructura y organización económica son las formas de reproducción demográfica de las unidades familiares, y sus ciclos, pues tales unidades buscan asegurar su reproducción alimentaria y biológica, distribuyendo la fuerza de trabajo familiar de acuerdo a sexos y edades, y a ciclos de reproducción, madurez y decadencia de la fuerza de trabajo; ello obliga a las unidades a crear y participar en redes de intercambios (de trabajo, de bienes de producción, etc.), incluyendo las de las mujeres, a través de las pautas matrimoniales y los patrones socioculturales que las rigen (por ejemplo la exogamia reduccional).

En tal sentido en la economía campesina la mujer no sólo juega un rol biológico-económico en su unidad sino que en el sistema en general, a través de su inserción en las estructuras socioculturales de intercambio de bienes y servicios y al ser objeto ella misma de tales intercambios bajo la forma del matrimonio, maximizando entre las unidades el uso de factores productivos escasos y la reproducción biológica de la unidad y del colectivo.

En el componente económico es esencial el rol del género femenino. Ejemplo de ello es que en las unidades familiares mapuche las mujeres sostienen la responsabilidad en gastos específicos y dirigen actividades productivas y de comercialización. La mujer es parte integrante en la cooperación para la producción de ciertos cultivos y en actividades económicas de diverso tipo, ejerciendo además el papel técnico terminal en ciertas actividades agrícolas. En general es ella quien asume la responsabilidad completa del trabajo de la huerta en casi todos los hogares, tiene una responsabilidad similar o levemente menor en la horticultura; es propietaria y tiene libertad de decisión respecto de una cierta cantidad de animales domésticos -y de parte del ganado mayor, cuando se lo posee- y ejerce la mayor parte de las actividades comerciales en los mercados formales e informales en productos de huerta, chacarería, artesanías, animales domésticos, etc., en un cien por ciento cuando los volúmenes son menores y/o espaciados o estacionales. También ella es quien se relaciona con el mercado como demandataria de los bienes de consumo básicos de la familia y el hogar y de los emanados de servicios como educación y vivienda.

Respecto a las pautas socioculturales de intercambio, con funcionalidad económica, una de las más importantes son las formas de mediería, intra e interreduccional, y también con mapuches y huincas del mundo urbano. Fundamentalmente ella permite acceder a medios de producción escasos (tierra y ganado), a insumos productivos y de sanidad animal (semillas, fertilizantes, vacunas, etc.) o a fuerza de trabajo para actividades determinadas o en épocas de mayor demanda de ella, en predios de mayor tamaño, o en los que escasea la fuerza de trabajo propia. En tal sentido la mediería pone en circulación recursos y factores productivos necesarios para las unidades y sus individuos, aunque ella no se establezca en todos los casos sobre una base de repartición equitativa de costos y beneficios.

Sin embargo también debe decirse que la mediería en muchos casos se constituye en un mecanismo de apropiación de recursos, de capacidad de trabajo y de clientelas de parte de huincas o mapuche urbanos, así como por los estratos mapuche más pudientes en las áreas reduccionales. Desde el punto de vista del análisis como campesino indígena, la mediería en el caso mapuche es también una de las formas más importantes de transferencia de recursos y excedentes de la sociedad mapuche a la sociedad externa. En el análisis final la mediería debe ser analizada dialécticamente, en tanto su no existencia condenaría a muchas unidades a carecer de ciertos recursos u oportunidades de uso de su fuerza laboral, pero por otra parte en general constituye una forma de intercambio asimétrico entre los asociados por ella, y una forma de expoliación de recursos y producciones de la sociedad mapuche por la sociedad externa.

Otro componente cultural de la organización económica campesina se relaciona con la existencia de una serie de formas de interdependencia entre las unidades del sistema social, como obligaciones sociales, de parentesco, de vecindad, de uso compartido de recursos varios, de formas de ayuda, de aplicación de conocimientos, etc. que contribuyen a poner un cierto stock de recursos productivos (animales, herramientas, mano de obra, capital social, etc.) en movimiento, acrecentando las disponibilidades individuales de ellos. La operación de dichos sistemas tiene un valor crítico para las unidades más pobres, pero a la vez puede requerir formas de organización complejas, pues su operación se transforma en critica en los momentos de peaks o de simultaneidad de demanda de los elementos puestos en circulación.

Sin embargo, la propia existencia en un estado nacional de economía capitalista, y actualmente de tipo neoliberal ha provocado cambios en las formas clásicas de la economía campesina mapuche. Estos cambios se refieren esencialmente a: la aparición de nuevas estrategias de empleo de la mano de obra familiar, que se diversifica de forma que el mismo productor o jefe de hogar campesino puede ser asalariado y/o trabajador temporalmente asalariado, e incluso, en menores casos y en ciertas condiciones él puede ser empleador temporal en determinadas épocas o para ciertas faenas y actividades en el predio; empíricamente existe entonces una diversidad de posiciones del jefe de hogar en la economía campesina, de forma tal que no se puede clasificar en forma absoluta como campesino si el criterio es el uso o la venta de fuerza de trabajo. La mano de obra disponible en la familia se diferencia porque las generaciones jóvenes tienden a fisionarse más temprano respecto a su participación en la actividad predial, buscando ingreso al mercado laboral. En general ello ocurre en forma más temprana y masiva en las mujeres, y determina la emigración masiva de la población femenina en edades reproductivas, afectando incluso las pautas matrimoniales entre las unidades se está produciendo una diversificación sectorial en la familia campesina mapuche, y entre los hogares, donde los miembros de más edad, o más tradicionales, permanecen ligados a la tierra, mientras otros miembros se vinculan más que al predio a actividades productivas agrarias, hortofrutícolas o semindustriales dentro o fuera de espacios comunales y regionales. En este sentido los cambios producidos por la pobreza, la búsqueda de ingreso, y las formas asalariadas temporales, han afectado la existencia de la familia como unidad de producción y consumo.. Parte de los miembros de las familias ya no priorizan a ésta y a la actividad en el predio sino a la búsqueda de empleos e ingreso. Por una parte entonces la actividad predial queda a cargo prácticamente del jefe de familia, por otra el hecho de que miembros de la unidad obtengan ingreso les permite sostener pautas de consumo propios, que pueden ser muy distintos a la de otros miembros, y que pueden no priorizar el aporte a la unidad, aún cuando su propia reproducción continúe en gran parte en base a la producción doméstica familiar. Una de las resultantes de estos cambios ha sido la enorme pérdida de la variabilidad productiva del predio, para la subsistencia familiar, que a su vez ocasiona demanda de mayores ingresos monetarios para suplir las necesidades básicas, entre ellas la de alimentación, en este aspecto la economía campesina está viviendo procesos de diversificación productiva, de patrones de consumo, de empleo, de usos del ingreso y del gasto. Estos últimos ocurren porque cuando las unidades logran aumentar sus ingresos -por ej. porque un miembro o más recibe ingresos ante no existentes-, se producen reestructuraciones del gasto y consumo, acorde a un principio económico de que no se usa el surplus obtenido según una estructura de gastos anteriores sino se procede a la adquisición de nuevos productos, o de nuevos tipos de los anteriores. Ello es más acentuado cuando las unidades están sufriendo procesos de cambios sociales y culturales que modelan diferencialmente los patrones de consumo de sus miembros, por ej. de acuerdo a sexo, edad, generaciones, expectativas, etc.

Lo anterior determina procesos de diferenciación y de división internas en las unidades, (por sexo, edad, orientaciones, influencias del mundo externo), y de desestructuración de los niveles de interdependencia colectiva, generándose fenómenos por los que el prestigio, la competencia, las aspiraciones y expectativas y el poder comienzan a fundarse sobre ejes externos: el nivel de riqueza material, el tipo de consumo, las vinculaciones tipo cliente con autoridades del mundo no mapuche, con instituciones estatales y privadas, y aún con los propios miembros de otras unidades familiares. Consecuentemente se crean factores que debilitan o complican el funcionamiento de las redes de base étnica y cultural.

Entre otros, ellos están originando estratificaciones socioeconómicas internas fuertes, para los parámetros mapuches, constituyendo sectores de élites poderosas, que canalizan por sus mejores condiciones de relación, comunicacionales, de habilidades, etc., casi toda las oportunidades y formas de apoyo que provienen del mundo externo. No rara vez –aunque no hay datos sistemáticos- tales sectores recurren además a procesos de acumulación de tierras, mediante compras en las propias comunidades o en las vecinas.

Los cambios socioeconómicos y culturales que afectan a las unidades campesinas son demostrativos de los procesos que se han considerado clásicos para el campesinado: la permanente tensión originada por la necesidad de asegurar la reproducción doméstica en un mundo donde año a año debe enfrentarse factores de riesgo no controlables, así como constricciones económicas y socioculturales externas e internas para operar la unidad predial, y la tendencia y posibilidad de convertirse en proletarios o semiproletarios, -sobre todo en los sectores más pobres del campesinado- abandonando la actividad económica como campesino, o utilizando la unidad predial como salvaguardia y refugio, y buscando la inserción en los mercados laborales. Es el dilema presente en la operación de las unidades, y la respuesta a él debe enfrentarse casi año a año mediante procesos individuales y familiares de análisis de los contextos propios y de las evaluaciones de las situaciones externas. Para los campesinos mapuche –en particular jefes de hogar y cónyuge- la decisión es sumamente difícil pues ya muchas de las unidades casi no están en condiciones de mantener los factores que le aseguraban control de riesgo, por el deterioro de recursos escasos: tierra, agua, recursos naturales, o la casi inexistencia de apoyos tecnológicos apropiados, de conocimiento adecuado y de sistemas viables de créditos, de acceso a insumos, etc.

De nuevo, en el caso mapuche tales decisiones se ven afectadas por la connotación sociocultural y personal profunda que implica abandonar la actividad en el predio, y la relación con la tierra. En muchos de los casos puede ser tal el peso del determinante que unidades familiares muy pobres mantengan su autodefinición como hombres de la tierra. En otros casos la pobreza, los riesgos, y el temor de las crisis que ven afectando a la economía hace sentir que la posesión de tierra, aunque sea mínima, permite asegurar al menos la base productora de alimentos.

Aunque durante un tiempo se ha apostado a la extinción del campesinado como categoría socioeconómica, por la expansión del capitalismo urbano y agrario, autores como Meillassoux (1987), han planteado que no necesariamente pudiera ocurrir así, pues las unidades campesinas pueden ser funcionales a los desarrollos capitalistas. Probablemente los acuerdo comerciales que el país está acordando afectarán también, y de diversa forma, a la economía campesina mapuche en sus diversos estratos, generando, quizás más que nunca, la presencia del dilema entre resistencia y transformación que históricamente ha pendido sobre los campesinos, y que en el caso mapuche conlleva para muchos el drama sostener o no una autodefinición de existencia y pervivencia cultural y física en la relación con la tierra.

A este respecto los actuales procesos de profundización salvaje del neoliberalismo, respecto a las poblaciones campesinas indígenas pueden desbalancear la situación del campesinado, convirtiendo, en cierto plazo, a una minoría en empresarios rurales y a una enorme mayoría en proletarios o semiproletarios, a través de una descampesinización como la prevista por Marx y/o de una explotación funcional del capitalismo, como la prevista por Meillassoux.


[1] En este sentido Sen (2000), señala que los economistas no han prestado una atención adecuada aspectos culturales y su operación en las sociedades y en particular en los procesos de desarrollo de éstas.
[2] Tal reducción se manifiesta al considerar la economía como la maximización de los recursos bajo la racionalidad o lógica medios fines, con base en la búsqueda última de monetarizar y mercantilizar el trabajo como los recursos. La secularización apunta a considerar la economía como una entidad institucionalizada a través de un mercado, desconociendo su articulación con aspectos - y en procesos- de índole ambiental, social, política y en último termino cultural.
[3] Tanto Polanyi como Godelier señalan que en las sociedades de tradición no capitalistas, la economía no ocupa el mismo lugar y función al interior de los grupos humanos, y de la misma manera, las formas y los modos de evolución y desarrollo de esta tienden a diferenciarse.

[4] Incluso los economistas clásicos como A. Smith, ya hacían mención a la idea del hombre económico como podemos apreciar en esta cita. “... no es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios, sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas ” (Smith).
[5] Al respecto Firth señala, “The basic concept of economics is the allocation of scare available resourses between realizable human wants, with the recognition that alternatives are possible in each sphere. However defined, economics thus deals with the implications of human choice, with the results of decisions” Citado por Frankenberg, 1967.
[6] Es así como los formalistas, terminan por aceptar el hecho de que tanto la conducta humana, como la existencia de bienes, son definidos dependiendo del contexto social y cultural en el que se encuentran, pero manteniendo la tesis central de la maximización y del hombre racional.
[7] Existe una clara diferencia en la definición de las unidades de análisis de ambos enfoques.
[8] Existen formas diferentes en cada cultura de distribuir los recursos y bienes producidos, siendo la economía; una modalidad de la cultura. Por tanto critican de los formalistas, la enunciación de un individuo universal que posee las cualidades de un productor mercantil capitalista, argumentando que es imposible hacerla extensivas a las economías indígenas, en las cuales categorías como mercado y precio no son significativas.
[9] Los sustantivistas consideran que los postulados de la economización no deben ser vistos como aspectos universales del comportamiento humano, sino como una clase de comportamiento institucionalizado.
[10]La siguiente cita refleja los planteamientos sustantivistas: “Los fines son alternativos cuando la consecución de un fin implica el sacrificio de algún otro; el sacrificio de un fin es necesario para conseguir otro, en la circunstancia que ambos dependen de medios comunes y escasos. Para que los fines sean alternativos, también es necesario que exista alguna escala común reconocida de valoración relativa, como el dinero o la hora de trabajo, en función de la cual puedan compararse los fines. Sin tal escala común de valores, los fines no pueden ser sometidos a decisión econiomizadora, puesto que no hay forma de decidir qué combinación de fines rendirá el máximo beneficio. Finalmente, la alternatividad de los fines implica que estos fines son ilimitados en el sentido de que no están sometidos a frenos culturales y están colocados en la misma escala de la racionalidad económica.” (Kaplan, 1976:216).
[11] Por eso, él considera que en el sistema mercantil - y a nuestro entender más explícitamente la sociedad occidental – la economía se habría desprendido de las relaciones sociales, encontrando en forma autónoma las condiciones de su regulación interna, debido al fenómeno de la mercantilización del trabajo (Godelier 1976, 1989).
[12] La reciprocidad es el mecanismo integrador donde las relaciones de parentesco desempeñan un papel predominante, donde se dan intercambios recíprocos de bienes y servicios, el que caracterizaría a sociedades tribales sin poder central, a la economía campesina semi – mercantil o de autoconsumo. La redistribución es dominante en sociedades que poseen un poder centralizado, quien concentra los bienes, para luego distribuirlos. El intercambio, es el predominante en las sociedades de mercado – capitalista - en las que la adquisición de bienes se da a través de la venta – comercio -, y donde la producción y la distribución dependen de los precios.
[13] Siempre las condiciones materiales para satisfacer de las necesidades serán escasas, puesto que las necesidades humanas no tienen límites, y por tanto la conducta del hombre esta orientada a economizar y por tanto, a calcular racionalmente el uso y selección de los recursos. En este sentido, la búsqueda del interés utilitario sería la fuente de toda acción humana.
[14] La contradicción entre la teoría y la empiria, que se suponía era el centro del problema, fue resuelta por los sustantivistas mediante una adscripción al “relativismo cultural”, es decir proponiendo la inaplicabilidad de la teoría económica en situaciones donde no encontrásemos mercados y precios (Dalton, 1961; Polanyi, 1976). En cambio, los autores formalistas en muchos casos apelaron al universalismo: a la universalidad de la conducta economizante como objeto de estudio.
[15] Como señala Godelier (1989) – y en lo que la mayoría de los antropólogos actuales concuerdan -, el hombre construye cultura a través de la interacción con la naturaleza, así como en la interacción con otros hombres, separándose de esta forma tanto de su biología – en la que se encuentran prisioneros los animales -, como de las mismas condiciones que la naturaleza le impone. Por tanto, el hombre es un ser eminentemente creador de sus propias condiciones materiales; un ser simbólico, que otorga significado a su exterior y a las relaciones que establece con sus pares. Existen condiciones socioculturales y ambientales que la data etnográfica ha comprobado, no han sido iguales a través de la historia, así como entre los diferentes grupos humanos (Godelier, 1974; Duglas y Sahlins citados por Gudeman, 1981).
[16] La idea de la escasez de los medios es sin duda una construcción sociocultural, particularmente referida a la concepción que la sociedad occidental a elaborado a través de la industrialización y tecnologización (instrumentalización del medio y de los hombres) que se canalizan por medio del sistema económico capitalista. Todas las sociedades modifican la naturaleza, ya que habitan en ella y extraen de esta los recursos para su existencia - crean un medio ambiente -, pero sólo esta última ha modificado en tal forma su medio, que ha provocado la degradación y destrucción progresiva. Por tanto la concepción operante es la economización de los bienes – los recursos son limitados – ya que estos son escasos y se pone en peligro la mantención de la tasa de beneficios.
[17] Frente a las críticas respecto al modelo de elección de alternativas, se busca una respuesta a través de la incorporación de la teoría del juego. Se intenta comprender al carácter racional de una persona que opera en la incertidumbre, y las consecuencias de sus decisiones; en segundo lugar, si puede existir un sistema coordinado de conducta de un grupo de personas, cada vez que estas intervienen en las decisiones de otras. El postulado principal se refiere a que un número de personas actúan según reglas definidas, y se parte del principio de que las acciones pueden tener múltiples consecuencias, dentro de las cuales se deben desplegar las peores y de ellas elegir la mejor. Pero, a pesar de los refinamientos teóricos efectuados, se continúa partiendo de verdades universales: la escasez natural que necesita de la elección marginal, si se pretende satisfacer el máximo de necesidades materiales.
[18] De lo anterior se deriva lo siguiente: No toda mercancía o producto es intercambiable, las relaciones entre individuos no son de intercambio, las relaciones de intercambio no son relaciones concurrenciales (en un mercado).
[19] Por otro lado, los sustantivistas no niegan la existencia de sociedades en las que ha penetrado o que pueda haber penetrado el mercantilismo, si no, planean que este hecho no es del todo generalizado.
[20] A partir de esta caracterización, y de ciertos datos etnográficos que indicarían que “en algunas aldeas los hombres productivos trabajan en promedio no más de cuatro horas diarias para lograr una subsistencia culturalmente aceptable”, va a definir a estas economías como “economías de opulencia” en comparación, dice el autor, con las horas de trabajo del obrero contemporáneo que debe trabajar muchas mas horas para lograr su subsistencia.
[21] La noción de modo doméstico fue retomada de los trabajos realizados por autores de la llamada “corriente populista” de la economía que se desarrolló en Rusia en los años previos a la revolución de octubre y cuyo representante mas destacado fue V.I. Chayanov. Partiendo del principio de la ausencia de beneficio, Chayanov centraría su análisis en la explicación del carácter no acumulativo de la economía campesina, el que según este, viene determinado por las naturaleza de la unidad, al ser esta unidad familiar de producción y consumo. Según Chayanov, el grupo doméstico se encarga de proveer las fuerza de trabajo para efectuar la explotación de los recursos y cubrir las necesidades de consumo de sus miembros, y estaría dirigida a la obtención de beneficios. El comportamiento y lógica de funcionamiento de esta unidad obedecería a la relación entre trabajo y consumo, la que sometida a los ciclos biológicos y demográficos determinaría el equilibrio interno entre productores y consumidores, y el mayor o menor esfuerzo por lograr la satisfacción de las necesidades.

[22] Consideramos que el análisis del sistema económico es preponderante para aprehender el funcionamiento del conjunto de la sociedad, ya desde la orientación teórica a la que adscribimos, lo económico es un factor determinante en el funcionamiento de las estructuras sociales y de la reproducción cultural.
[23] Los Estado han asumido la necesidad de integrar a estos grupos al desarrollo, a través de diversas estrategias políticas – Reforma Agraria, Revolución Verde -, motivando a que diferentes disciplinas comiencen a efectuar amplias investigaciones con el fin de buscar soluciones, principalmente tecnológicas, para lograr superar el estancamiento de estas sociedades.

[24] “La lógica interna y el lazo necesario entre formas de producción y distribución de los bienes materiales no se revelan directamente sobre el terreno, sino que deben ser reconstruidas teóricamente, y además sabemos que, para que un sistema cualquiera se reproduzca es necesario que el modo de distribución de los bienes corresponda al modo de producción de esos bienes. Sabemos finalmente que, a un modo de producción determinado corresponden estructuras sociales determinadas y un modo de articulación especifica de esas diversas estructuras”. (1976:69).
[25] “La economía burguesa facilita la clave de la economía antigua, etc., pero no según el método de los economistas, que borran todas las diferencias históricas y ven la forma burguesa en todas las formas de sociedad. Puede comprenderse el tributo, el diezmo, etc. cuando se conoce la renta del suelo. Pero no hay que identificarlos. Como además la sociedad burguesa no es en si más que una forma antagónica de desarrollo, ciertas relaciones pertenecientes a formas anteriores volverán a encontrarse en ella completamente ahiladas, o hasta disfrazadas, por ejemplo la propiedad comunal. Si es cierto por consiguiente, que las categorías de la economía burguesa resultan ciertas para todas las demás formas de sociedad, no debe tomarse esto sino ‘cum grano salis’. Puede contenerlas desarrolladas, ahiladas, caricaturizadas etc. pero siempre esencialmente distintas. La llamada evolución histórica descansa, en general, en el hecho de que la última forma considera a las formas pasadas como grados que conducen a ella, siendo capaz de criticarse a si misma alguna vez, y solamente en condiciones muy determinadas” (1979: 265).
[26] Es importante reconocer junto con Godelier que: “... el antropólogo está más intima y dramáticamente ligado a las contradicciones de la historia que se está haciendo, de la historia viva, que el historiador que estudia la historia ya hecha, un pasado del que siempre se conoce por adelantado el resultado y que inquieta menos por estar ya superado. El antropólogo pues, se ve comprometido, obligado a tomar partido en la historia, a justificar o criticar las transformaciones de las sociedades que estudia y, a través de ellas a justificar o criticar su propia sociedad que impone en lo esencial estas transformaciones” (1976:294).
[27] Afirmamos entonces que, pretender desconocer dicho contenido ideológico implica caer en contradicciones irresolubles, propias de los que los antropólogos llamamos etnocentrismo. Pero si no hay esencias verdaderas, tampoco hay orígenes verdaderos, o más bien, sólo hay problemáticas en torno al origen de tipo ideológico. Las Ciencias Antropológicas han dedicado un considerable esfuerzo a discutir y problematizar cuestiones en torno a las esencias y los orígenes de la humanidad para universalizar abstractamente un ideal de hombre, sea justificando las transformaciones y contradicciones que produce la sociedad capitalista en nombre del progreso, o bien planteando la decadencia de aquella esencia originaria atribuida al primitivo. Estos posicionamientos ideológicos constituyen dos caras de la misma moneda: la visión burguesa de su propia sociedad en períodos da crisis o de auge respecto a su capacidad de reproducir las relaciones sociales que garantizan su hegemonía.
[28] Por ejemplo, en la dinámica económica chileno criollo – mapuche, la producción ganadera mapuche en dicha formación social – la frontera – estuvo dirigida hacia la valorización en el intercambio o truque. Valorización que por otro lado, sufre un drástico deterioro por la ineficiencia tecnológica a la que dicha modalidad mercantil simple quedó relegada ante el avance de la producción ganadera de corte capitalista, al punto de poner en crisis la viabilidad reproductiva de aquella modalidad de producción en el contexto fronterizo. Sin embargo, su ubicación cercana a mercados regionales, permite la introducción y reproducción de la ganadería en el sector pameano, tecnológicamente en condiciones muy superiores para producir una mercancía de mejor calidad, lo otorgaba condiciones especiales para su desarrollo. Esto, sumado a un conjunto de situaciones políticas, le permitió tanto un proceso de relativo crecimiento de su economía mercantil simple como también alimentar expectativas de una reproducción ampliada, aún en el marco de una tendencia involutiva de su modelo. Pos derrota militar y despojo territorial, esta población ha estado sometida a un proceso de incorporación compulsiva al mercado de trabajo. En tal sentido, su población puede se caracterizada como trabajadores estacionales que han sido incorporados al mercado de trabajo en función de la relativa capacidad de reproducción de su fuerza de trabajo en tanto economía domestica, es decir por su capacidad de transferir un plustrabajo al proceso de valorización de las fracciones de capital contratantes, aunque también a riesgo de poner en crisis dichas capacidades.

[29] Así, por ejemplo, el gran movimiento financiero a escala planetaria de un despliegue sin precedentes a partir de la segunda posguerra puede ser explicado en su doble determinación: por un lado como un proceso de concentración de capital colocado ya no para la reproducción del capital y del orden disciplinar en términos de valor sino en términos de renta financiera y, por el otro, como resultado del “poder constitutivo del trabajo” (Bonefeld y Holloway, 1995; Cleaver, 1995).
[30] La dinámica cultural debe ser entendida en la interrelación entre sociedades, como entre grupos de la misma.
[31] Se debe hacer notar que debido a la heterogeneidad edafoclimática, de los potenciales productivos que se presentan en la IX Región (definidas por Rouanet y col., 1984, 1988), diferencias en los ritmos de las transformaciones socioeconómicas y ecológicas del territorio mapuche, y otros factores no menos importantes, resulta muy complejo e impreciso referirse al proceso ocurrido en toda la Araucanía.
[32] Por “picuñ-ché”: gente del norte.
[33] Este término se atribuye a los incas y significaría “gente rebelde”.
[34] Por peweñ-ché: gentes de “peweñ”. Esto último corresponde al piñon de la conífera nativa del sur de Chile y Argentina denominada Araucaria araucana. Es el único grupo que presenta característica fenotípicas (de apariencia física) no araucanas, sin embargo ya en épocas tempranas sufrieron una araucanización.
[35] Por “willi-ché”: gentes del sur.
[36] Actualmente, no existe consenso en relación a si esta amplia zona identificada como “araucana” (o sea en la cual muchas características culturales, como el idioma, eran comunes) corresponden a un mismo pueblo. Por ejemplo Leiva (1985), considera que si Picunches, Promaucaes, Mapuches, Pewenches y Wijiches, apenas registran más diferencia que el nombre, pero en otros aspectos poseían considerable unidad, donde la diferenciación lingüística es apenas marcada. A diferencia, otros trabajos (IGM, 1987) consideran que las características de los mapuche - organización militar, resistencia a los españoles, etc.,- los definen como etnia diferente respecto de sus vecinos del norte o del sur. Así dicen: “en ninguna otra parte de la zona central chilena se señala jamás que la resistencia desesperada se les ofrecía en cada valle. Hay aquí, a todas luces, una etnia diferente, tanto en sus hábitos bélicos como en sus costumbres que los hacen indomables”. Considerando que poseen mayor respaldo científico, aquellos argumentos que apoyan la hipótesis de que todos estos grupos “araucanos” pertenecen a un mismo pueblo (mapuche), y el hecho de que actualmente los grupos indígenas de estas zonas se consideran a si mismos como “mapuche”, y a las demás denominaciones como identidades territoriales (Huenuman y Castro, 1999; Consejo de Todas las Tierras, 1997), se a asumido en este trabajo dicha opción.
[37] Encina (1940), en base a las primeras estimaciones hechas por los conquistadores, considera que la población mapuche (entre el río Itata y Loncoche) fluctuaba alrededor de las 290.000 personas. Por otra parte, también existen estimaciones que aumentan esta cifra hasta las 800.000 personas (Meyer, 1955; Gastó, 1980). Estudios modernos consideran que tanto la cifra estimada por Encina, así como los “censos” en los cuales se basó, corresponden a un momento posterior a la llegada de los primeros europeos, encontrándose la población mapuche reducida a causa de plagas (enfermedades) que habrían eliminado casi 1/3 de esta.
En base a regresiones realizadas a partir de los primeros censos, y considerando factores tale como propagación por enfermedades y la existencia de recursos alimenticios, se ha inferido una población - entre el río Itata y el río Cruces (Loncoche) –cercana al medio millón de personas (Bengoa, 1991).
La zona de Arauco, junto con la vertiente oriental de Nahuelbuta (Angol y Purén) y el extremo sur de esta cadena montañosa (imperial) parecieran haber sido lugares más densamente poblados, sin llegar a haber constituido poblados.
[38] Para la actual región de la Araucanía, se estima una población cercana a los 500 mil habitantes, y si consideramos que entre el Itata y el río cruces el territorio posee cerca de 5.4 millones de hectáreas, es posible inferir que la densidad llega a un habitante por cada 10.8 hás o 92.5 hab. por 100 Km. cuadrados.
[39] El trabajo publicado por León (1986) entrega antecedentes al respecto. A la llegada de los españoles, se diferencia claramente un territorio “dominado” por Inca y otro por los “Promaucaes”, lo que hace pensar en una especie de frontera física bien definida entre ambas etnias. Si consideramos – según antecedentes reunidos hasta la fecha - que el sistema político mapuche no era centralizado (Stuchlik, 1999) – no se constituyo un Estado -, sino que se basaba en la alianza entre linajes o grupos –un sistema que aglutinaba niveles sociales que iba desde la familia, al Lof, al Ayjarewe-, podemos pensar que la resistencia frente al Inca, y posteriormente al español, fue llevada a cabo por la alianza de un linaje con otros grupos mapuche articulados en pro de la defensa de un territorio.
[40] Los linajes en alianza pudieron haber llegado a elaborar un sistema de derechos combinados respecto a los territorios. Según Godelier (1981) esto es común en sociedad que operan bajo modos de producción combinados, particularmente caza y recolección. Este consiste en la concesión de explotación de uso colectivo –de más de un linaje- de ciertas porciones de terrenos, lo que propicia –basado en relaciones de alianzas-– y asegura el control del territorio.
[41] Este patrón operó hasta el momento mismo de la radicación. Las familias fueron radicadas en parte de los territorios pertenecientes al linaje, aquellos que estaban sujetos ocupación efectiva. Incluso en la actualidad se ha evidenciado esta práctica bajo la forma de rotación de la vivienda, donde esta responde a la utilización de terreno más fértiles desde el punto de vista productivo. Dicha práctica ha sido abandonada progresivamente por el problema que significa acceder al agua, que mayoritariamente procede de pozos.
[42] Al respecto, se han realizado interesantes aproximaciones en investigaciones efectuadas por el Centro de Estudios Socioculturales en el sector de Rüpükura, Comuna de Nueva Imperial, y de Xuf-Xuf, Comuna de Padre las Casas. Desde una perspectiva cosmovisional mapuche, Caniullan (2000) enfatiza la relación que existe entre persona, espacio y mundo sobre natural.
[43] Las relaciones de alianza y colaboración que se establece entre los linajes, y que se constatan en el periodo de conquista española, posibilitan una acceso indirecto a los productos pertenecientes a ecosistema particulares mediante la colaboración e intercambio.
[44] Estos autores señalan que existen evidencias que indicarían que los mapuche poseían amplias zonas de cultivo y extensas sementeras.
[45] Cabe destacar el hecho de que los mapuche no poseían herramientas de metal (como hachas y sierras) que les permitieran despejar rápidamente terrenos agrícolas, y pese a que se ha registrado la utilización del fuego para quemar parte del bosque, y hacer uso productivo de este, no existen indicios que insinúen siquiera la utilizaron extensiva del fuego para despejar terrenos amplios.
[46] La relación de apropiación económica del mapuche trasciende la utilización meramente factual y utilitaria de los recursos. Esta se integra a en un sistema cosmovicional complejo en el mapu – equivocadamente traducido como tierra - esta constituido por el suelo, sub-suelo, el entorno ecológico y los seres sobrenaturales que habitan la tierra. Estas entidades asociadas a ecosistemas – bosques, el agua, etc – cumplen una función religiosa y normativa, de forma tal que incluso restringen su uso (Quidel y Jineo, 1999). En este sistema cosmovisional, el hombre no no se alza sobre su entorno, si no que se de considera a si mismo como parte de un sistema vivo, donde la categoría humana, natural y sobrenatural se diluye completamente. Esta forma particular de interacción estaría explicando, por lo menos en parte, el grado de conservación de sus recursos del cual gozó la Araucanía hasta varios siglos después de la llegada de los españoles.
[47] A rasgos muy generales, podemos considerar que la mayor parte del territorio se encontraba cubierto por bosques, encontrándose dos zonas (en la Cordillera de los Andes y la de la Costa respectivamente) con altitudes superiores a los 800 metros dominadas por la confiera nativa Araucaria araucana.
[48] Mediante encuestas y entrevistas realizadas en comunidades mapuche de Lumaco, Traiguén, Padre Las Casas, Chol-Chol, Nueva Imperial, Icalma y Carahue.
[49] Es preciso destacar, sin embargo, que la mayor importancia de una u otra actividad dependía de la ubicación geográfica de la población mapuche y de la disponibilidad de recursos de estos lugares. Así por ejemplo, en zonas en las cuales la recolección, caza o pesca eran abundantes, se puede considerar que la actividad agrícola (horticultora) fuese menor. Pero considerando el sistema de alianza política y social desarrollada por el mapuche, que trascendía la vecindad territorial, pudo ser factible la incorporación a la dieta de productos provenientes de otros ecosistemas.
[50]El perro, al parecer, había adquirido importancia en las faenas de caza, y se domesticaba un tipo autóctono que llamaban tregua.
[51]Gay (1847) señala que desde muy temprano los grupos “aracucanos” utilizaban el guanaco. Lo denominaban Luan en estado salvaje y chilihueque en estado doméstico, lo mismo afirman Barros Aranas (1872), Phillipi, 1872) y Gómez de Vidaurre (1889). La mayoría de los cronistas coinciden en señalar que se encontraba en gran cantidad y son del mismo tipo que los encontrados en el Perú.
[52] Categoría teóricas tales como protoagraria o subsistencia, deben ser desterradas del vocabulario científico social. Variados estudios han demostrado que no es posible estimar parámetros universales para medir la evolución – que implícita en el vocablo proto – social o tecnológica de un pueblo. Cada grupo desarrolla determinadas prácticas de acuerdo a necesidades, objetivos y proyecciones que se traza en el marco de su cultura. De la misma forma se adapta o desadapta, reacciona o se mantiene pasivo respecto a constricciones impuestas por el medio natural, social y político – de contacto -, en el cual se ve inmerso, y donde reproduce o su actuar, o sea, resignifica o mantiene sus concepciones. Del mismo modo, la idea de la subsistencia económica debe ser puesta en entredicho, pues como han señalado variados especialistas (Godelier, Sahlins, Duglas), la subsistencia o el abastecimiento dentro de los límites de la existencia de un grupo, es una cuestión relativa, que obedece a definiciones culturales que distan mucho las que desde occidente se elaboran - sobre este punto, es interesante la discusión que lleva a cabo Godelier (1981).
[53] Es muy probable que esto corresponda a una sola característica notada por Guevara, pasando por alto otras más.
[54] Publicada por primera vez en 1558 y reeditada en 1966.
[55] Domeyko, en su “Diario de viajes al país de los salvajes indios araucanos” (1845), señala que las ciudades destruidas por los mapuche, constituían un espacio que encerraba una fuerte carga simbólica. Al respecto describe “Cuando bajamos de los bosques al valle abierto, el cacique taciturno que iba a mi lado, tendió la mano como si quisiese enseñarme algo. El capitán me explicó, que el cacique me indicaba hacia el sur donde se encontraba las ruinas de Imperial. Parecía estar orgulloso por aquellos trofeos del gran triunfo sobre los españoles (en el año 1602). Los araucanos otorgan tanta importancia a estas ruinas que no permiten a nadie acercarse a ellas. Quedan desde hace casi tres siglos como después de un incendio; no hace mucho por poco mataban al superior de los capuchinos, quien por curiosear quiso velas (1845; 1990:213) ”.
[56] La situación que se vive tanto en la frontera como al interior del territorio, no pueden ser calificadas del todo como pacíficas, constatándose incluso conflictos entre grupos mapuche que apoyan al español –con quienes han establecido relaciones políticas y económicas-, y quienes luchan por su autonomía –situación que años más tarde se reproduce entre aquellos que apoyan a las fuerzas realistas y quienes apoyan a los republicanos. El historiado Encina, se basa en esta idea –de guerra interna entre los mapuche- para señalar que “no fue una guerra de españoles contra araucanos, sino de indios afectos capitaneados por españoles contra indios comandados por sus caciques”. Dicha aseveración nos parece un tanto exagerada, pero no totalmente invalida. Por el contrario, autores como Bengoa (1987) intentan solapar esta situación, acusando a Encina de querer justificar la conquista española bajo el cariz de una guerra civil mapuche. Este tipo de apreciaciones son fácilmente rebatibles a la luz de cualquier descripción efectuada en dicha época (ver en Domeyko, 1845; 1990). Por otro lado, sabemos que dicha interpretación –efectuada por Bengoa- es teóricamente improbable –sindicar tales eventos bajo el cariz de guerra civil-, pues como es bastamente conocido, la estructura social mapuche se basa en agrupaciones parentales y/o establecida a través de alianzas y colaboraciones (ver Stuchlik, 1999), y desde ningún punto de vista constituyeron unidades sociales totales, en base a poderes centralizados como son las sociedades de tipo estatal. Al respecto, autores como Godelier señalan que “Para construir una sociedad se necesita que una cierta cantidad de individuos y de grupos se reconozcan en una identidad común, que estén unidos por relaciones de dependencia material, política y simbólica que hagan que cada uno, hasta cierto punto, contribuya a reproducir a los otros y dependa de los otros para reproducirse... Pero ello no significa que por el juego, por la naturaleza misma de las relaciones de dependencia recíproca, estos individuos y estos grupos pertenecientes a una misma sociedad, no se hallen divididos entre sí por intereses opuestos y que, en ciertos contextos, no se opongan violentamente unos a otros. Las contradicciones y los conflictos forman parte del funcionamiento normal de las sociedades. Y es evidente que no todas las contradicciones se originan en el seno de las sociedades, sino también fuera de ellas, en las relaciones de fuerza y de dominación que se instauran entre las sociedades, como es el caso; actualmente, de manera espectacular, con la expansión y dominación mundial del sistema económico y social nacido en occidente hace cuatro siglos, es decir, del sistema capitalista” (1999:174).
Otro argumento presentado por Bengoa –para sustentar la idea de la existencia de relaciones armónicas entre los mapuche- es el que se apoya en una especie de materialismo vulgar –desde una base económica, se desprenden automática y causalmente determinadas relaciones sociales-, argumentando que las características del sistema económico mapuche –cazador recolector-, imposibilitan los conflictos internos debido a que la preocupación exclusiva de estos grupos, es la búsqueda de alimentos frente a bienes que se presentan como escasos. Esto puede ser rebatido a través de antecedentes presentados por el mismo autor, y que hacen referencia a la alta densidad poblacional mapuche a la llegada de los españoles. Dicha situación demográfica (10,4 hab/km 2), pudo haber desencadenado más de un conflicto por la competencia de los recursos –así como pudo conducir al establecimiento de límites grupales-, situación que no es privativa de sociedades en estados “superiores de la evolución” como los son “sociedades que tienen un nivel de acumulación mayor que la que poseía la sociedad mapuche... Es el caso de la sociedad ganadera, en que la lucha por pastos y ganados divide profundamente a los grupos” (Bengoa, 1987:25).
[57] Esta es una de las primeras medidas legales formales que impactan en la sociedad mapuche.
[58] La maloca se efectuaba tanto contra criollos – hispanos, como hacia mapuche enemigos. Cabe mencionar que estas actividad no corresponde a actividades de robo, si no que representan prácticas enmarcadas en el sistema de relaciones inter e intraétnicas que se configuran, y que guarda relación con el sistema moral y restitutivo que el mapuche posee.
[59] Bengoa señala que “Los caballos se multiplicaron fácilmente en las praderas de la Araucanía; y a finales del siglo XVI, después del triunfo de Curalaba, los mapuche tenían más caballos que todo el ejército español junto. Aprendieron a reproducirlos y cuidarlos, transformándose en fantástico jinetes”.
[60] Junto con el trigo también fueron adoptados otros cultivos y especies vegetales, destacando entre estas la cebada, avena, habas, los manzanos y cerezos.
[61] Generalmente en verano, cuando los terrenos se hacen menos pantanosos, facilitándose el avance de los caballos y dificultando las emboscadas mapuche, a la vez que los ríos presentan menores caudales que facilitan su cruce.
[62] Otras razones que pudieron favorecer la utilización del trigo en desmedro del maíz (y de otros cultivos tradicionales) puede ser la mejor adaptación a zonas más amplias del territorio que el maíz, ya que este último es en general sensible a heladas y se comporta mejor en suelos mas neutros (o al menos no muy ácidos). Debido a esto (hipotéticamente), su cultivo debe haberse limitado a algunos suelos apropiados y que además poseyera resguardo a las heladas. Sin duda, los mapuche deben haber adaptado múltiples variedades de maíz a sus condiciones edafoclimáticas (como lo confirman los cronistas), sin embargo, es posible que el trigo presentara riesgos menores (lo cual resulta muy importante en los sistemas tradicionales), a la ves que la tolerancia y el buen comportamiento de muchas variedades en suelos ácidos permitiera el cultivo de alimentos en lugares que con los cultivos tradicionales era imposible.
[63] Esta situación permite que la población mapuche se asiente en territorio más planos, lo que incrementa la posibilidad de realizar prácticas agrícolas.
[64] A este respecto un cronista escribe, “y aunque también alcanzan cantidad de herraduras, no las aplican para sus caballos aunque holgaran saberlos herrar, sino para la labor de sus campos, ingiriéndolas, después de muy bien adelgazadas, en las frentes de las palas de madera con que rompen la tierra de sus labranzas, en cuyo ejercicio les son muy útiles, y así las estimas en mucho”.
[65] Entre los utensilios de labranza comenzaron a adoptar una especie de carreta sin ruedas que llamaban “larta”, que estaba formada por un triángulo de maderos con un pértigo hacia delante.
[66] “Español es el arado de que hace uso para labrar una o dos veces la tierra antes de brotar el grano; no conoce riego artificial” (Domeyko, 1845; 1990:91).
[67] Al respecto, existe una rica discusión en Antropología Económica. En este sentido, destacan las reflexiones efectuadas por Gudeman (1981) referentes a la distribución y el excedente, así como los trabajos de Sahlins (1972). Conviene señalar que hablar de excedente, involucra una reflexión profunda que ponga a prueba las categorías occidentales - que tiende a considerar el excedente como el sobrante de la producción que un grupo consume, y se encadena al comercio monetario -, para visualizar la “función simbólica” o el significado que determinados objetos cumplen en el sistema cultural y económico, y que los define como intercambiables – desde la producción, a la distribución e intercambio -. Estimamos que dicha reflexión no se ha efectuado respecto de la economía mapuche.
[68] Como ejemplo de esto, podemos leer en un informe presentado por Antonio Varas a la Cámara de Diputados el cual, refiriéndose a los mapuche, dice lo siguiente, “El comercio les ha hecho dedicarse algo más a la crianza de animales y siembra de grano y ha excitado su actividad. Ya trabaja algo más que las necesidades del indio exigen; ya desea proporcionarse las necesidades que el español goza, ya gusta vestirse a los mismos tejidos y se empeña en adquirir con que comprarlos”.
[69] Podemos sostener la tesis que a partir de esa época se comienza a polarizar el sistema económico mapuche, en el sentido que se organiza simbólicamente una esfera interna de carácter comunitaria y que funciona según normas culturales, y otra hacia fuera, donde opera la comercialización –diferenciada del intercambio recíproco-, situación que salvo algunas variaciones, se mantiene hasta la fecha, siendo corroborada mediante investigaciones realizadas efectuadas por el Centro de Estudios Socioculturales (UCT) en comunidades de la IX región-Maquehue, Rüpükura, Xuf-Xuf.
[70] Domeyko plantea al respecto que “El comercio con los araucanos consiste hasta ahora en el que hacen algunos buhoneros sueltos, que con una carga de pacotilla se llevan traficando por el territorio de los indios de una casa a otra, cambiando con ellos el añil, la chaquira, los pañuelos e infinidad de otras frioleras por los ponchos, piñones, bueyes y caballos” (1845; 1990:112). “Muy pocas producciones de su industria tienen todavía los indios que puedan ofrecer en cambio por aquellos objetos de pequeño lujo y comodidad con que los tratan de amasar los negociantes. La moneda casi no se conoce todavía entre ellos, y todo el cambalache se hace de un modo tan grosero que la ventaja queda siempre por el mas diestro” (1845; 1990:112). “... quitarle las tierras por una nada, una friolera, bajo el pretexto de compras y arriendos. Irlos arrinconando blanda y suavemente, sin asegurarles ventaja alguna proporcionada a las nuevas adquisiciones de los unos y pérdidas de terreno de los otros... ” (1845; 1990:113).
[71] Una aclaración interesante es la que efectúan autores como Appadurai (1986), Humprey y Hugh-Jones (1996) y Thomas (1996), al señalar que el intercambio o transacción de objetos entre entidades culturalmente diferentes, involucra el movimiento y transformación de los objetos entre los regímenes de valor establecidos por los actores (Appadurai, 1986), lo que implica que una misma transacción puede ser vista desde diferentes perspectivas “una como truque puro y simple; otra, como una forma enmascarada o sustituta del intercambio monetario” (Humprey y Hugh-Jones, 1996:7).
[72] Carvallo Goyeneche, señala que la utilidad por concepto de transacción entre hispanos criollo y mapuche, arrojaba oscilaba entre un 200 y 300por cien (Pinto, 2000)
[73] Desde un punto de vista macro económico, el establecimiento de una zona fronteriza no solo representa el reconocimiento de la autonomía relativa del pueblo mapuche –y los costos que significaban para la corona la mantención de la guerra y las continuas hostilidades-, sino también, pudo responder a la planificación del enriquecimiento de la Corona Española y la población no mapuche a través del intercambio desigual, que operaba bajo el traspaso de excedente producido bajo una forma doble, en valor de cambio y de costos de producción, sobre todo en el ganado –que era materia prima para la elaboración de las principales exportaciones- y el textil. El propiciar grandes espacios de zonas donde se reprodujera el ganado, pudo responder a la necesidad de crear –políticamente- una sobre oferta de ganado y otras materias, de forma tal de controlar las bandas de precios, y de efectuar un ahorro en los costos de reproducción de las especies. Como Pinto (2000) señala, el pasturaje y la engorda de ganado en los territorios indígenas precordilleranos descargaba a las haciendas fronterizas de estas tareas.
[74] Estos esfuerzos se ven más tarde reafirmados a partir de las reformas Borbónicas (1778), que se traducen en el ordenamiento de las relaciones económicas mercantiles entre la metrópolis y las colonias, de forma de crear un mercado local para la importación de productos provenientes de la incipiente industria que se comenzaba a desarrollar en España, en el marco de la reconversión productiva que allí se impulsó.
[75] Se discute todavía la forma que tomó la distribución mapuche en el actual territorio argentino, pero se puede ubicar dentro de un cuadrilátero que tiene al oeste la Cordillera de los Andes; al norte los límites meridionales de las actuales provincias de Mendoza, San Luis y Buenos Aires; al este el mar; al Sur la provincia de Río Negro hasta volver a tocar la Cordillera de los Andes. En su interior dejaba los territorios completos de la provincia de La Pampa, Neuquén y la de parte de Buenos Aires (Leiva, 1985; Bengoa, 1991).
[76] Como Nolasco del Río (en Pinto 2000), en 1795 se daba cuenta que desde Los Angeles que en el verano de ese año, se organizaron desde el lado chileno 7 caravanas hipanocriollas para ir por Antuco a las Salinas del Neuquén en busca de sal. Llevaban 23 mozos, 112 bestias, 8 cargas de trigo y 10 de vino; volviendo con 87 cargas de sal, 179 caballos y 8 mantas. En ese verano transitaron 25 caravanas Pewenches que movilizaron 364 mozos, 389 bestias, 720 cargas de sal, 742 caballos y 47 mantas; retornando con 641 cargas de trigo y 8 de vino.
[77] El aumento de la presión por los recursos no estaría dado por un aumento de la población, ya que esta había disminuido violentamente desde casi 500.000 personas a la llegada de los españoles a cifras cercanas a las 100.000.

[78] Al producirse la independencia del país, los territorios al sur del Bío - Bío hasta Chacao eran territorio mapuche, con excepción de la actual Provincia de Valdivia (desde Mariquina, por el Norte; a Corral, por el Oeste). Más al Sur, quedaban los emplazamientos de La Unión, Osorno, casi siempre deshabitados; y en el extremo sur occidental de la actual Provincia de Llanquihue, los pueblos de Maullín y Quenuir en realidad, dependientes de Ancud (Bulnes, 1985).
[79] En este periodo operaba un sistema de guerrillas sostenidos por los realistas llamados montoneras, que constaban con el apoyo de algunas huestes indígenas.
[80] Por ejemplo, hacia 1855 se habían extraído para el Depto. de Laja, 60.000 qq. de harina, 1.000 qq. de lana, 400 fanegas de frijoles, 8.000 de trigo y 10.000 arrobas de vino. Por Nacimiento se “exportaron” 25.000 fanegas de trigo, 1.000 de papas, 8.000 qq. de lana y 2.000 arrobas de vino (Ravest, 1997).
[81] Esto fue “para su progreso, educación y civilización, resguardando la relación con la tierra”. (Decreto, art.4.), donde “Cada indio tendrá una propiedad rural, de ser posible unida a su casa o en sus inmediaciones, de la que dispondrá con absoluto y libre dominio” (art.5). “Por primera vez de su traslado, se dará a cada familia una yunta de bueyes, con su arado, los instrumentos de labranza más comunes, semillas para siembras del primer año y un telar para tejidos ordinarios”.
[82] “Declaro que para lo sucesivo deben ser llamados ciudadanos chilenos y libres como los demás habitantes del Estado,... quedan libres de la contribución de tributos y se suprime el empleo de Protector General de Indios, por innecesario...”.
[83] Arts.1 a 4, el art. 3 y 4 indicaban: “Que lo actual poseído por ley por los indígenas se les declare en perpetua y segura propiedad; Las tierras sobrantes se subastarán públicamente, en lotes de una hasta diez cuadras, para dividir la propiedad y proporcionar a muchos el que puedan ser propietarios”. De esta Ley emanan los que se han llamado Títulos de Comisario, que fundamentalmente se entregaron a mapuche wijiches, y que fueron modificados o se derogaron, en su mayoría, con la Ley de Propiedad Austral. (LEY del 10 de junio de 1823).
[84] Con la apertura de mercados internacionales, el precio de la tierra experimenta una fuerte alza. En el valle de Maipo, el precio de la ha. Aumento de 8 pesos en 1820 a 100 pesos en 1840 y a más de 300 pesos en 1860, situación que ejerce la presión de expansión hacia territorios de la frontera, donde las posibilidades de obtener terrenos a bajo precio mediante el engaño al indígena, aportaban amplios beneficios (Bengoa, 1987).
[85] Evidentemente era absurdo aplicar tal tipo de derecho a una realidad que no le correspondía, y a una población que casi no hablaba el español, era analfabeta en dicha lengua, no tenía conocimiento de lo jurídico o legislativo nacional, y, por sobe todo, poseía una cultura totalmente distinta a la nacional y occidental, que definía en forma absolutamente diferente la tierra - y la posesión y usufructo de ella -.
[86] Con la revolución independentista, la exportación de granos, charqui, cueros, sebo, vino y otros productos se vio perjudicada con el cierre del mercado peruano y así como se alteró el sostenido con España y Europa.
[87] Situación de alza en las exportaciones tiene su origen en otro factor, la existencia de los puertos de Concepción y Valparaíso, que eran los primeros buenos puertos después de la difícil travesía del Cabo de Hornos.

[88] Este puede considerarse la primera ley de bosques de Chile. introduce restricciones a las explotación de los bosques nativos en zonas determinadas (como a un radio de 400 metros de los manantiales que nazcan en los cerros, 200 metros de otros manantiales, sobre la media de las faldas de los cerros), y contiene aspectos como conservación y fomento de los bosques
[89] El promedio real de tierra “entregada” por persona mediante títulos de merced fué de 6,1 hectáreas.