7. Consideraciones
fonéticas y fonológicas.
No
sabemos qué connotaciones articulatorias posee la calificación
“gutural” empleada por Lozano (¿sonidos velares y faringales?);
en cambio, el dato de que la articulación es “solo en el
paladar” es algo menos vago que el anterior, aunque no muy
restringido.
Sin
embargo, se hallan grafías que corresponden a sonidos de varias series.
Pertenecen a la serie labial
p,
b, f, m. La b
parece corresponder en la mayoría de los casos, dadas las grafías
alternantes, a una consonante continua sin fricción (w) antes que a
una oclusiva labial. Obsérvese, por ejemplo Caliba / Caliva /
Caliua, Aballay / Ayallay / Auallay, Santaba / Santagua, etc. Pero queda
un pequeño residuo en el cual se trataría de una oclusiva labial
sonora: Pimbú (topónimo calchaquí de 1601), los
antropónimos Fiblea, Curbay, y algún otro caso.
Existen
grafías de la serie dental o alveolar: t, d, s, n, l, r. La d no parece
ser muy frecuente pues solamente aparece en algún apellido: Dicaño
(un indio forastero de Córdoba), Bindus / Vindus (un Caliano), lo mismo
que en algunas voces regionales. Por otra parte, debemos hacer notar que los
Diaguitas del río Dulce de Santiago del Estero hallados en las andanzas
de Francisco de Mendoza (1544) fueron llamados por cronistas del primer momento
Yunguitas o Yugitas, lo cual hace sospechas en una africada dentoalveolar sonora
o en una oclusiva palatal sonora, en lugar de una oclusiva dentoalveolar. La
existencia de r es muy dudosa. Aparece en algún apellido Quilme
(Matapar, Lercaro) y en muy pocos topónimos (Ambargasta, Ambirigasta);
además, en algún caso, alterna con l (Matalal, Ambalagasta); no se
han aislado morfos comenzados por r.
La
serie palatal es una de las más empleadas: ch, sh, ñ, ll. Es
interesante su alta frecuencia en el habla regional del que fue hábitat
de los Diaguitas. En la toponimia y antroponimia indígenas también
ocurre lo mismo, salvo la poca frecuencia de sh en las fuentes
históricas, quizás por la falta de medio gráfico de
representación en el momento de gran cambio fonético y
fonológico del español. La palatal continua sin fricción
(y) también es muy frecuente.
También
se hallan grafías de la serie velar: k (c, qu), g, j. La
oclusiva sonora parece haber tenido existencia real, como lo mostrarían
los apellidos Sigamba, Sagante, Mulogon, Magullate. La fricativa j sin duda
formó parte de su sistema fonémico, como lo muestran el
léxico y la toponimia regionales con gran número de ejemplos
(jasi, jana, jume, jushi, piji, pilliján, alijuche, etc.).
Muy
probablemente existió una serie postvelar (de allí la
calificación de “gutural” ?) como lo atestiguarían
algunas voces que entraron a formar parte del léxico quichua
santiagueño y poseen fricativa postvelar sorda (wajjalo, sajjasta) y
sonora (mishogga, ochoggo). Asimismo las grafías alternantes en
antropónimos como Cuchicta / Cuchigta / Cuchixta, etc. podrían
indicar una postvelar. No sabemos si existió la oclusiva postvelar
sorda (q), pero en el quichua santiagueño aparece en la voz wago (un ave
acuática), que pensamos corresponde al conocido topónimo
kakán
Huaco.
Tal vez
existió la laringal h, como lo estarían indicando las
grafías ahaho ‘pueblo’, Camanha, Quichanha, Quinhapi y otros
antropónimos
kakanos.
Para
finalizar este tema solamente queremos señalar la fluctuación
gráfica entre sorda y sonora (la cual debe originarse en la tradicional
mala audición de los españoles frente a las lenguas
indígenas), la correspondencia entre ch y t, y la existencia de grupos
consonánticos no usuales en español, como -pc- (-bg-),-mll-, -ms-,
-dp-, chc-, -shc-, lc-, -llj-, -llm-, -cch-, -cll-, gp-, -js-, -jt-, -jch-,
-jc-, jl-, ll-, -jñ-, -gp-, -gc-.