Portada Anterior Siguiente Índice | 10. Observaciones críticas metodológicas.

10. Observaciones críticas metodológicas.

La búsqueda en archivos y repositorios documentales para tratar de hallar los manuscritos de artes, vocabularios y otros materiales lingüísticos kakanos elaborados por los misioneros ha resultado infructuosa hasta ahora.
Otra vía ensayada ha sido el análisis de la toponimia.  Las dificultades con que se han enfrentado los ensayos realizados han sido enormes. Es muy difícil trabajar con secuencias de sonidos cuyo significado es desconocido.  Por una parte, se ha perdido mucho tiempo con especulaciones de gabinete; en otros casos, loas autores han carecido de dotes de observación y registro, en los trabajos de campo.  Se ha desdeñado muchas veces el recurrir a 1os “yarcos”, los “pilillos”o las “hilachitas”, poseedores de un rico tesoro lingüístico.
Es un grosero error recurrir indiscriminadamente a interpretaciones mediante otras lenguas indígenas cuando se sabe por los cronistas que el kakán era una lengua particular, distinta de las otras conocidas.  Para aceptar la posibilidad de préstamos hay que ejercer una rigurosa crítica y en este punto se ha mostrado una ignorancia total de los procesos de aculturación. 
Además, cada lengua posee una tradición en cuanto a los modelos expresivos y, por otra parte, un sistema propio de encasillamiento de la realidad.  Por ejemplo, en alguna lengua el casillero agua podría connotar no solamente en concepto de elemento agua, sino también nuestros conceptos de río, arroyo, manantial, etc.  Las posibilidades en cuanto a modelos de construcción y a referencia a rasgos o notas de los objetos son infinitas.
Otro hecho que debe destacarse, más aún en el caso de 1os que deben trabajar con expresiones de significado desconocido, es que el nombre de un accidente geográfico no implica necesariamente una referencia a un rasgo físico esencial del mismo.  Por ejemplo, si bien un río puede llamarse Agua Blanca, el nombre de otro puede no hacer ninguna referencia al agua; podría ocurrir que su denominación se refiriera a un cerro próximo, a un hecho sucedido en sus inmediaciones o a cualquier otro accidente. Lo mismo vale con cualquier otro rasgo físiográfico.
Muchos estudiosos que han contribuido con importantes trabajos históricos, lexicográficos o de otra índole han incurrido en graves errores al especular sobre la toponimia del área diaguita.
Un error por desconocimiento es tomar como kakanas voces españolas o de otro origen, como hizo Adán Quiroga con aloja, chamiza, chifle, iguana, mogote, sotrera, tuna, y otras, o considerarlas indigenismos, como fue el caso de Lafone Quevedo con aloja, cocho, chicha, hozar, jarana, jarilla, jején, macho (‘mulo’), manta, noque, paila, pegual, pericote, salamanca, sébila, sucucho, uraco, yoli, etc.
Además, estos improvisados lingüistas se han movido con gran desaprensión en el peligroso campo de las etimologías.  Para ellos no había barreras, echaban mano a secuencias de sonidos de cualquier lengua, creaban curiosos cocktails con desconocimiento de las estructuras morfo-sintácticas, de las equivalencias fonéticas y de la historia étnica 1ocal, Por otra parte, cuando recurrían al quechua citaban dialectos peruanos, ignorantes de los dialectos argentinos.
La etimología que hace Lafone Quevedo del apellido kakán Balinchay (p.68) es  un ejemplo de desatino lingüístico; lo mismo puede decir del caso del topónimo Bilgo (p.71) y de otras voces más.  Le daba lo mismo recurrir al mapuche, al quechua, a las lenguas del Chaco o al kakán supuesto por él. El prestigioso P. Pablo Cabrera, en diversas obras publicadas en un lapso de más de veinte años, fue otro campeón en la falta de respeto por la morfología y la sintaxis indígenas.  En sus escritos se puede hallar extraños híbridos del quechua con el vilela, el jurí, el lule, el kakán, y también del aymara con el vilela.  Incluso halló rastros de lengua atacameña en Córdoba.
Con algo más de mesura, el Prof.  Antonio Serrano creyó inferir la presencia de un substrato lingüístico muy antiguo, quizás un “primitivo” aymara, “que se extendió por gran parte del territorio argentino hasta más allá de Córdoba y San Luis” (1936,p.13); más tarde (1945, p.320) consideró que ese “preaimará” no podría ser más que el cunza; también afirmó que parece evidente la vinculación del kakán con el aymara “sea como forma dialectal de arrinconamiento o por aportes lingüísticos substanciales a lenguas preexistentes” (1936, p.13).
El Dr. Manuel Lizondo Borda (1938) tuvo la curiosa idea de interpretar nombres seguramente kakanos (como Balasto, Anfama, Aconquija, Tucumán, etc.) mediante étimos aymaras con total desconocimiento de la morfoxintaxis y las correspondencias fonéticas.  Además echó mano de híbridos del aymara y kakán o aymara y lule, De todas sus especulaciones dedujo que el kakán, sí no fue aimara puro, fue nada menos que un dialecto del mismo con influencia del kunza, lule y tonocoté.
El Dr. Orestes Di Lullo, autor de muy importantes trabajos sobre el folklore de Santiago del Estero, también cayó en el error de inventar híbridos de aymara con abipón, quechua con toba, lule con kakán, quechua con araucano, etc.; asimismo consideró indigenismos a voces de segura filiación española, como cincha, salamanca, uraco; o derivó del quechua la voz malacate.  Un solo ejemplo es suficiente: el topónimo Anchalco lo interpreta como ‘peña alta del perro’ forzando al kakán y al quechua, o como ‘alto o loma del perro malo’ o  ‘loma mala del pero’ abusando del quechua, kakán y araucano (p.41).
Julio S. Storni, que - para usar una brillante expresión que oí una vez de una persona muy aguda - poseía una “ignorancia enciclopédica” en cuestiones de método lingüístico, nos ofrece la siguiente etimología del topónimo tucumano Vipos: del quechua wich, wi ‘cuesta’ y pu ‘acción realizada en contra’, o sea ‘pendiente u cuesta dificultosa’. En realidad, se trata del nombre de un pez, el wipo, conocido en Tucumán y Santiago del Estero, incorporado al quichua santiagueño y seguramente de origen kakán.  Se podrían multiplicar las citas con desatinos.
Rogelio Díaz L. y Rogelio Díaz (h) son otros campeones del desconocimiento metodológico:  Niquivil lo derivan del lule; Gualilán, del araucano y vejez, Malimán, del araucano.
José Vicente Solá, autor de un muy importante diccionario con voces recogidas en la provincia de Salta, aunque en general elude las cuestiones etimológicas oscuras, no pudo escapar a la tentación de hacer alguna deducción equivocada como es la etimología de la voz mistol (nombre seguramente kakán de una planta) mediante el quechua miski-tullu, que él traduce ‘cosa dulce’ (tullu es hueso y, además, en el sur de Salta - como en Santiago del Estero - el adjetivo se pospone al sustantivo).
Antonio Serrano (1936) hace una lista de 17 voces y variantes, para él indudablemente kakanas, pero comete dos errores: querer interpretar el kakán mediante el quechua y el aymara y considerar kakanas voces quechuas ( por ej., occotti, corota, pecana).
No queremos dedicar más espacio a las citas de graves errores cometidos por aficionados; creemos que basta con la pequeñísima muestra ofrecida. Al mismo tiempo, consideramos un deber de justicia volver a ocuparnos de Samuel A. Lafone Quevedo, el más ilustre de los aficionados al estudio de las lenguas indígenas de la Argentina.  Él también pensó que la lengua atacameña posiblemente era un “codialecto” del kakán y en el capítulo VI de su Tesoro de Catamarqueñismos suministra una lista de 24 voces y “terminaciones” de supuesto origen kakán (entre ellas se hallan las voces quechuas cocavi, churqui y caraguay). Pero en el texto del Tesoro se hallan unas 50 voces posiblemente kakanas entre más de 100 que para él podrían ser de tal origen, y dicha contribución es valiosa.
Lafone Quevedo poseía gran “olfato” filológico y algo de lo que él afirmó guiado por su intuición e imaginación luego recibió apoyo documental.  Queremos citar un ejemplo: la terminación ango o anco figura con cierta frecuencia en la toponimia del área diaguita.  Lafone Quevedo dijo que “muy bien puede encerrar la raíz co, agua” (p.30); otra interpretación que hizo fue “una aguada o manantial ubicado en una falda, An” (p.31) y, por fin “faldas o costa”; an, alto; y cu, partícula de pluralidad; esto es si en ango no tenemos la voz cacana que diga “agua”“(p.169). Comprendemos su vacilación ante los étimos alternantes. Por una parte influye el ko ‘agua’ en lengua mapuche y el pretendido morfema que él  aisla en el quechua yaku ‘agua’.  Por otra parte piensa en el cuzqueño clásico hana ‘encima, arriba, parte superior’ (en dialectos argentinos ánaj). Como luego veremos, la verdad - intuida por él - es que ango significa ‘agua’ en kakán.