LOS
SELK’NAM
1. Modo de vida y
organización social
Los
Selk’nam, pueblo de cazadores recolectores pedestres, habitaron en las
estepas y bosques de la Isla Grande de Tierra del Fuego. Su primer contacto
directo con europeos fue en 1580, cuando el español Pedro Sarmiento de
Gamboa llega a la costa occidental de la isla, a un lugar que luego
denominaría bahía Gente Grande, haciendo alusión a los
Selk'nam.
Entre fines del siglo XVIII y las tres primeras décadas del XIX, una
serie de expediciones científicas visitaron la zona, como la de Charles
Darwin, quien llegó en 1832, a bordo del Beagle, buque comandado por el
capitán Robert Fitz Roy.
Se tiene información de que en aquella época se dividían en
dos grandes grupos: los selk’nam del norte, que se ubicaban en las
extensas planicies esteparias septentrionales de la isla, entre el río
Grande y el estrecho de Magallanes, y los selk'nam del sur, habitantes de las
zonas boscosas meridionales de lengas
(nothofagus
pumilio), coigües
(nothofagus
dombeyi) y canelos
(drimys
winteri), llegando eventualmente hasta
la costa norte del canal
Beagle.
Constituían
pequeños grupos formados por unas pocas familias, las que en conjunto no
sumaban más de veinticinco o treinta personas. Con un fuerte concepto de
territorialidad, cada uno de estos grupos familiares vivía dentro de un
territorio o
haruwen,
cuyos límites geográficos estaban claramente preestablecidos, los
que debían ser respetados por los vecinos para asegurar una buena
convivencia. La trasgresión del
“haruwen
airen”, muchas veces debida a la
persecución de guanacos, podía producir el enfrentamiento entre
dos
grupos.
En cada territorio los habitantes tenían derecho a cazar, recolectar
frutos silvestres, seleccionar materias primas para diversos usos, establecer
sus lugares de campamento y realizar todas las actividades necesarias para
preservar la subsistencia del
grupo.
La
antropóloga Anne Chapman elaboró junto a sus informantes, sesenta
y nueve genealogías. Cada genealogía correspondía a un
linaje que en el período anterior a la llegada del hombre blanco,
habitaba uno de los ochenta y dos territorios en los que era dividida la Isla
Grande. De esos
haruwen,
sesenta y nueve eran selk’nam,
once haush -como eran denominados los habitantes del otro extremo de la isla,
que para algunos investigadores serían Selk’nam orientales- y dos
kawésqar. De acuerdo a los datos de aquella, se habría producido
una suerte de fraccionamiento de los linajes e inestabilidad en el número
y límites de los
haruwen.
De los ochenta y dos
haruwen
conocidos, cuarenta y cuatro estaban
ubicados en la costa -incluyendo los dos territorios kawésqar-, mientras
treinta y ocho se encontraban tierra
adentro.
Se
permitía el ingreso de miembros de un grupo a otro territorio, frente a
la necesidad de mantener relaciones de intercambio, por la eventual
disminución de los recursos alimentarios en algún territorio
vecino o por la realización de ceremonias sociales de carácter
amplio, tales como la varadura de algún cetáceo sobre la costa y
la organización de rituales
colectivos.
El
origen del haruwen
era de carácter mítico y
su significado en la práctica, era el dominio perpetuo sobre el mismo .
De acuerdo a la costumbre, se atribuía a los miembros de cada linaje una
especie de propiedad sobre los recursos de su correspondiente
haruwen,
cuyos deslindes se hallaban determinados por medio de accidentes del terreno,
señales o referencias naturales perfectamente conocidos por la
comunidad.
Su
nomadismo imponía el uso de viviendas de estructuras sencillas, definidas
por las características naturales de los territorios ocupados, y eran de
dos tipos, uno de forma cónica
-kauwi-
de 3.5 a 4 metros de ancho, construida de madera y cubierta de pieles cosidas,
característica de la zona boscosa del sur de Tierra del Fuego y la
“tienda” o paravientos, hecha de palos trabajados y un cobertor de
pieles de guanaco, o lobo marino, que una vez instalados, formaban tres cuartos
de un círculo, propio de la zona esteparia al norte de la isla. Esta
última tenía un carácter más provisorio, y
podía ser fácilmente llevada de un campamento a otro en sus
desplazamientos.
La vivienda de forma cónica tomaba más tiempo para su
construcción que el paravientos y probablemente era reparada y reocupada
cuando sus dueños regresaban al mismo sitio. Aquella era construida para
las familias cuando se celebraba un
hain
-ceremonia de iniciación-,
ya que permanecían en el mismo
paraje por períodos largos y normalmente la ceremonia se desarrollaba
cerca de un bosque; dicha construcción ceremonial era una variante
común la vivienda
cónica.
Con
excepción de las cónyuges, las agrupaciones de carácter
familiar estaban constituidas por miembros de un mismo linaje patrilineal con
residencia patrilocal; linajes y subdivisiones territoriales eran
equivalentes,
habiendo llegado a sesenta y nueve
-para los selk'nam del norte y del sur-, correspondientes al mismo número
de haruwen.
La parentela, de tipo bilateral,
incluía a todos los parientes consanguíneos de un individuo, hasta
la tercera o cuarta generación, anterior o posterior. Esto
permitía establecer un sistema de relaciones entre toda la
población selk'nam y regulaba la selección del cónyuge, ya
que no podía ser elegido entre parientes consanguíneos. La unidad
familiar o aska,
entidad de parentesco más
reducida, comprendía al núcleo familiar y los parientes más
cercanos. De esta forma, la estructuración social concordaba con las
modalidades económicas básicas, conciliando la necesidad de
dispersión de la población en sus prácticas migratorias,
para obtener mayor éxito en el aprovechamiento de los recursos naturales,
con los requerimientos de encuentro periódico, gracias a los lazos de
parentesco y a la pertenencia a una determinada división
territorial.
Martín
Gusinde señalaba al respecto, que los “... miembros de cada
familia, más exactamente: hombre, mujer e hijos, constituyen en el
sostenimiento de la casa una cerrada comunidad de trabajo, que existe y labora
con independencia de las demás. No hay diferencias de clases bajo el
punto de vista del trabajo, ni bajo otras consideraciones, así como
tampoco se encuentran sometidos los miembros de la tribu a una autoridad
superior común...
”.
De
acuerdo a las investigaciones desarrolladas, la guerra habría sido una
ocupación exclusiva de los varones, mientras que mujeres y niños
habrían tomado parte en ellas sólo en su condición de
botín, aunque ese no fuera el objetivo real del
conflicto.
Asimismo, se señala que la caza, la preparación de las armas,
utensilios y obtención de materias primas, era realizada preferentemente
por los hombres, si bien en ocasiones las mujeres podían tomar parte de
la primera. Estas se habrían dedicado especialmente al cuidado de los
niños, a ciertas actividades de carácter doméstico, la
preparación de los cueros y la cestería, además de la
recolección de algunos productos silvestres y del litoral. Como la
permanencia del grupo en un campamento era temporal, variando desde unos pocos
días a algunas semanas, las mujeres también debían
encargarse del traslado de todos los enseres domésticos y de los
niños cada vez que se cambiaba el paradero debido a la caza u otras
circunstancias.
La
sociedad selk'nam no habrían contado con jefes, consejo de ancianos o
algún otro órgano de autoridad. Los adultos ejercían cierta
forma de autoridad sobre los jóvenes, especialmente sobre los
klóketen
durante la ceremonia del
hain,
pero en general, el poder era ejercido
de manera más bien
circunstancial.
A partir de tres formas de jerarquía se conformaba una especie de elite
religiosa, estas eran la de los chamanes
-xo'on-,
los sabios
-lailuka-ain
y
lailuka-am,
el padre
ain
y la madre
am,
de
lailuka
la tradición oral- y la de los
profetas -chan-ain
y
chan-am,
el padre y la madre de
chan,
la palabra-. Los chamanes
-xo'on-
contaban con gran prestigio dentro de
la sociedad selk'nam. Ejercían su poder, el
wáiuwin,
en actividades como la guerra y la
caza, extendiéndose este al manejo de las condiciones climáticas.
Para convertirse en chamán había que durante años ser un
aprendiz bajo la tutela de uno o varios chamanes mayores; hasta que en cierto
momento, aquel soñaba que un chamán le otorgaba su
wáiuwin.
El donador generalmente era un pariente
recién fallecido. Las "madres"
-am- y "padres"
–ain-
lailuka
eran quienes conservaban la
tradición mitológica y poseían mayores conocimientos dentro
de la sociedad, si bien no tenían poderes sobrenaturales ni entonaban
cantos, como los
chamanes.
Aceptaban
también las diferencias y jerarquías que se establecían en
la vida cotidiana, sobre la base del dominio de actividades relacionadas con el
valor y la destreza física, como la guerra, lucha y velocidad.
Privilegiaban la unidad tribal -el linaje- y establecían una sociabilidad
en el marco de su libertad individual, cumpliendo con los deberes y obligaciones
para con la parcialidad a la que
pertenecían.
Toda
persona era conocida por la "tierra" en la que había nacido o
vivía y por el
shó'on
–cielo-, con el que estaba
identificada. El concepto de "cielo" funcionaba como el principio organizador de
la cosmología y tenía un gran significado social y
ceremonial.
Su cosmología tenía como principio fundamental un espíritu
superior anterior al tiempo,
Timáukel
-Temáukel,
Timáukl-, el "ser que
está allá arriba".
Kénos,
espíritu poderoso pero subordinado, había recibido de
Timáukel
la misión de organizar la vida y poner en actividad al mundo visible, de
disponer su funcionamiento armónico y de entregar a los hombres, a los
que había creado, los preceptos morales según los cuales
debían comportarse entre sí y en su relación con la
naturaleza.
Kénos
había consumado la trascendente
obra de
Timáukel
con la creación de los
Howen,
antepasados del pueblo Selk'nam, para quienes había elegido
Karukinká,
el territorio de mejor apariencia y recursos a fin de que lo
habitaran.
La
mitología Selk´nam explicaba distintas circunstancias naturales y
sucesos históricos, los que estaban cruzados por los recuerdos e
interpretaciones basadas en su propio imaginario. Así, la
oposición entre la gente del norte y del sur, la distribución
territorial con el surgimiento de los linajes, del mismo modo como la existencia
y participación del Sol, la Luna y los fenómenos
atmosféricos, el origen y comportamiento de los animales en el orden
natural, entre varios otros aspectos, podían ser comprendidos a
través de sus
mitos.
Los
Selk’nam practicaban el chamanismo, y entre sus ceremonias más
importantes se encuentra la del
hain,
más conocido como rito
klóketen
de iniciación, cuyo objetivo era
iniciar a hombres y mujeres jóvenes, instruir a las mujeres, reunir a
personas que pocas veces se veían y realizar rituales considerados
indispensables para la perpetuación de la
sociedad.
El
hain
recreaba el mito del triunfo y predominio del patriarcado sobre el matriarcado,
para mantener así la sujeción plena y permanente de las mujeres.
Constituía la iniciación del secreto para los jóvenes
púberes, y al mismo tiempo era una enseñanza severa y agobiante,
destinada a hacer de los
klóketen
nuevos adultos debidamente instruidos para un apropiado comportamiento social.
Paralelamente, se cumplía el rito de iniciación de las
niñas, de carácter menos espectacular y de menor duración.
En uno y otro se hacia referencia al código ético que
regiría las correspondientes conductas ulteriores de hombres y mujeres,
facilitando así la interrelación
grupal.
Para realizar el
hain
se levantaba una choza ceremonial que
"... simbolizaba el cosmos y las cuatro matrices
–háiyen-
que se encontraban en los cuatro
‘cielos del infinito’”. Los cielos fueron definidos como "...
las cordilleras invisibles del infinito...", en palabras de Ángela Loij
-una de las últimas selk'nam "puras"-, recogidas por Anne
Chapman.
A
mediados de 1923, Martín Gusinde tuvo la oportunidad de presenciar a
orillas del Lago Fagnano, la realización de este ritual, dirigido por
Tenenésk, quien muere unos meses después, llevándose con
él este antiguo
conocimiento.
2. Los primeros contactos
con “el hombre blanco”
Los
intentos de explotación de las islas y costas australes de
Sudamérica, comienzan durante la última parte del siglo XVIII,
cuando marinos norteamericanos comenzaron a explotar las colonias de lobos
marinos ubicados en esos territorios. Para 1890 el “lobo de dos
pelos”
(arctocephalus
australis) había sido
virtualmente aniquilado y las diezmadas manadas buscaron refugio en los lugares
más inaccesibles del litoral pacífico. Los encuentros entre
loberos e indígenas fueron a menudo brutales, pero con los selk’nam
fueron escasos, porque no había grandes colonias de lobos marinos en la
parte de la isla habitada por
ellos.
Se
estima que hacia fines del siglo XIX, la población selk'nam llegaba a un
número de 3.500 a 4.000 personas, de las cuales la mitad aproximadamente
vivían en el territorio correspondiente a Chile. Muchas serían las
matanzas y deportaciones masivas practicadas por el hombre blanco que han
quedado como crudo testimonio de su relación con los
indígenas:
(...)
se salvaron de la matanza algunos niños, que hoy [1920, aproximadamente]
son hombres y que se refugiaron después de penalidades sin cuento en la
misión salesiana, donde relataron este horror y donde todavía
quizás se encuentran
(...)”.
Otro hecho de
inusuales características, pero no menos aberrante, se agrega a los
abusos cometidos por los “cazadores de indios” en contra del Pueblo
Selk’nam. Una familia completa -un total de once personas entre hombres,
mujeres y niños- fueron arrancados de su territorio de origen para ser
llevados en un barco ballenero a Francia, y exhibidos dentro de una jaula de
hierro como “Indios caníbales, antropófagos” en la
Exposición Universal de París de 1889. Allí se les
hacía pasar hambre para arrojarles luego trozos de carne cruda,
pretendiendo afirmar así la imagen de “comedores de carne
humana” que de ellos se quería “ofrecer” al
público asistente, que pagaba cinco o diez “sous” por
contemplar a estos
“caníbales”.
Un sacerdote salesiano, que había estado en Tierra del Fuego, fue testigo
de este hecho y consiguió que el Ministro Plenipotenciario de Chile en
Francia, Gonzalo Bulnes los llevara de regreso a su lugar de origen. Si bien de
los once indígenas capturados, dos murieron en el viaje a Francia, dos
dentro de la “jaula” a consecuencia del hambre, la tristeza y los
sufrimientos a los que se les sometía; uno se fugó -Calafate- y
los seis restantes fueron llevados a la Misión Salesiana de Punta
Arenas.
Estos
hechos, sumados a las enfermedades infectocontagiosas, antes desconocidas, y a
las luchas internas entre los mismos grupos aborígenes originadas en
disputas por los escasos territorios libres del dominio extranjero, destruyeron
el equilibrio natural que desde tiempos inmemoriales los selk'nam habían
establecido en relación a su medio
ambiente.
Los
primeros afuerinos en establecerse en Tierra del Fuego fueron los buscadores de
oro provenientes de Chile, los que a contar de 1881 comienzan a instalarse junto
a los lavaderos de oro del estrecho de Magallanes. La presencia masiva y
prolongada de estos extraños en territorio Selk'nam derivó en la
ocurrencia de numerosos conflictos con los indígenas. Los mineros, que
disponían de armas, maltrataron a aquellos, tomaron y violentaron a las
mujeres, dejando varios heridos y muertos. Por su parte, los indígenas
respondieron efectuando asaltos a los campamentos mineros, si bien siempre se
llevaban la peor parte.
3. La acción del
Estado chileno: la colonización del territorio mediante las concesiones
ganaderas
En
1883, por decisión del gobierno chileno se inició en la zona la
colonización ganadera. La primera concesión de tierras a
extranjeros -la sociedad Werhahn y Cía.- en el año 1885, fue de
123 mil hectáreas, en las que fueron introducidas 600 ovejas
traídas de las Islas Malvinas. En 1889, José Nogueira obtiene del
gobierno chileno la concesión de 180 mil hectáreas, y Mauricio
Braun una de 170 mil hectáreas. En 1890 nuevamente Nogueira obtiene una
concesión del gobierno de un millón nueve mil hectáreas.
Estas tierras constituyeron la base de la Sociedad Explotadora de Tierra del
Fuego constituida en
1893.
Debido
al pensamiento imperante en la época, los colonizadores consideraban que
con su presencia llevaban a cabo una labor civilizadora y en pos del progreso,
al hacer producir un territorio enorme y supuestamente virgen. Dicha labor era
amparada por la autoridad y las leyes del Estado, respecto a la propiedad; en
este contexto los indígenas solo eran un obstáculo que
debía ser superado. Este pensamiento “civilizador” se
expresaba así:
“...
Si no se arbitra ese medio [la extracción de los indígenas de su
suelo natal], cuente el Gobierno de Chile con que en un año o dos la
Tierra del Fuego volverá a ser tan salvaje como antes de que
estableciéramos en ella nuestras estancias e industriales laboriosos como
creemos haber sido, serán arruinados en la pérdida de injentes
capitales que tienen invertidos y esto redundará en notable atraso de
esta próspera
rejión...”.
“¡O
se deja el territorio en manos de los salvajes, o se entrega a la
civilización! El Gobierno de Chile ha concedido grandes extensiones de
terrenos sabiendo que estaba en manos de los indígenas por consiguiente
debe también arbitrar un medio para las
depredaciones”.
Los
Selk’nam no fueron informados de los arreglos entre los estancieros y el
gobierno, y siguieron considerando la isla grande de Tierra del Fuego como su
territorio, atraídos por la captura del ganado ovino. Ante los conflictos
que surgen con algunos estancieros, buscaron llegar a acuerdos pacíficos,
solicitando para ello la mediación de los misioneros anglicanos
establecidos en la zona del Beagle. Entre 1881 y 1894, la reacción de los
europeos no pasó más allá de la aplicación de
castigos a los indígenas. Durante ese período la población
extranjera ocupaba únicamente algunos puntos del sector costero
occidental de la isla, entre el cabo Boquerón y bahía Lomas, por
lo que resultaron afectadas sólo las parcialidades indígenas que
transitaban por
allí.
La
Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego impulsó una práctica
más agresiva en contra de los indígenas, ya que al ocupar la
totalidad del territorio que le correspondía, y que era el centro del
territorio Selk’nam, introdujo ganado, erigió centros de trabajo y
cercó los campos, restringiendo la movilidad de los pobladores
originales. Las ovejas ocupaban efectivamente, grandes territorios y
competían con los guanacos por los mejores pastos, de tal forma que estos
últimos fueron siendo parcialmente desplazados hacia territorios cada vez
más australes, comenzando a escasear como recurso alimenticio -el
más importante- de los selk’nam en el norte de la Isla Grande,
siendo prácticamente inevitable que comenzaran a cazar ovejas, o
“el guanaco blanco” como las
denominaron.
Para resguardar su propiedad la Sociedad contrató personal especializado
para vigilar a los indígenas imponiendo una verdadera política de
guerra, con el objeto de dejar sus campos “limpios” de aquellos para
la colonización pastoril. Este personal junto al de otras estancias
sería el responsable directo de la muerte de más de 300
indígenas. Esto queda de manifiesto en testimonios que circulaban en la
región respecto a crímenes cometidos por trabajadores de las
estancias:
(...)
en ese mismo instante comenzó y con toda rapidez se verificó la
espantosa carnicería tan diabólicamente concebida. Apostados Mac
Klenan (a) “Chancho Colorado” y diez o doce de sus satélites
en los cerros y montículos cercanos (...) abrieron fuego continuo y
graneado con sus armas de repetición sobre aquel montón de seres
indefensos y embrutecidos hasta el extremo de no poder experimentar un
movimiento de reacción y defensa...”
.
Frente
al recrudecimiento de esta situación, en 1895 el R. P. José
Fagnano, sacerdote salesiano a cargo de la Misión de San Rafael, ubicada
en la isla Dawson -que se encuentra en la parte occidental del Estrecho de
Magallanes, entre Tierra del Fuego y la península Brunswick (Ver Mapa
Nº 25)- solicita considerar al Consejo Directivo de la Sociedad
Explotadora que por cada selk’nam transportado desde las estancias a la
Misión se le pagaría una suma de dinero que la Sociedad
acordó en una libra
esterlina.
Desde la perspectiva de los misioneros, esto era entendido tanto como una
vía para introducirlos en la “vida civilizada”, como una
posibilidad de mantenerlos con vida. La misión de Dawson había
sido fundada por Monseñor Fagnano en el año 1888, y en un
principio estuvo destinada a los kawésqar. Fue cedida en arriendo por
decreto del 11 de junio de 1890, por un período de veinte años -a
solicitud de Monseñor Fagnano- 1890-1910, durante los cuales
funcionó la Misión de San Rafael, pero en el año 1912 la
isla es devuelta al gobierno, al negarse este a extender su
cesión.
El
siguiente es el decreto que otorga la cesión:
“Santiago,
11 de junio de 1890.
Vista
la solicitud y los antecedentes adjuntos, y considerando:
-Que hay conveniencia en
que el Estado favorezca y estimule a empresas que tengan por objeto civilizar a
los indígenas de la Tierra del Fuego;
-Que
a más de los fines humanitarios que se persigue con tal sistema,
también se contribuye con él a facilitar la colonización de
tan apartados territorios de la República, y finalmente,
-que
la propuesta que se hace en la solicitud arriba mencionada no impone al Fisco
gravamen de ninguna clase,
DECRETO:
-Se concede al R.P. José Fagnano, como Superior de los Misioneros
Salesianos establecidos en Punta Arenas, el uso y goce de la Isla Dawson (...) a
fin de que establezcan en ella una capilla, una enfermería, una escuela
destinada a la enseñanza de los indígenas y las demás
construcciones que se creyeren necesarias para la explotación de sus
terrenos.
(...)
si el Estado resolviere dar otro destino a los terrenos otorgados, podrá
reivindicarlos (...)Las mejoras en los edificios introducidos en la Isla Dawson
los abonará el Fisco a justa tasación de peritos, nombrados uno
por cada parte
(...).
Sin
embargo, de acuerdo a un informe del gobernador de Magallanes, Manuel
Señoret, el sistema utilizado por los misioneros para introducir a los
indígenas a la
civilización
no era el más adecuado para los intereses estatales. Señoret
consideraba que los indígenas debían ser integrados por medio de
la asimilación de costumbres de colonos chilenos establecidos en su
propio territorio, sin necesidad de arrancarlos de allí:
“Si
en la isla Dawson hubiera algunas decenas de familias chilenas con sus hijos,
dedicados al cultivo de la tierra, a la industria de lechería a las mil
atenciones del hogar, y los indígenas los rodearan viendo a cada instante
esa actividad de la familia civilizada para proporcionarse su sustento diario y
mayores comodidades, les serviría a la vez que de valiosa escuela, de
distracción. No tardarían en mezclarse con esas familias,
serían ocupados en este o aquel trabajo doméstico y en muy poco
tiempo cambiarían de manera de ser y comprenderían de una manera
práctica las ventajas de la vida
civilizada...”.
El gobernador
consideraba más adecuado el establecimiento de puestos militares en
Tierra del Fuego, para lograr el triple propósito que perseguía el
Gobierno de Chile: “... civilización de los indios,
colonización de la isla y protección eficaz para el tranquilo
desarrollo de sus industrias...
”.
Tal como se había hecho en la Araucanía mediante la
fundación de pueblos, y la instalación de líneas de
telégrafos y ferrocarriles, para conseguir “dominarlo y
civilizarlo”. De lo cual se desprende que habría existido una
política estatal respecto a la “cuestión
indígena”, si no como la mencionada labor
“civilizatoria”, al menos como una visión de conjunto fundada
en la necesidad de incorporar efectivamente territorios fronterizos a la
soberanía nacional.
4. Los resultados de la
Misión de San Rafael y la acción de la Sociedad Explotadora de
Tierra del Fuego
Producto
del acuerdo establecido entre la Sociedad Explotadora y los misioneros, entre
los años 1894 y 1898, un número superior a ochocientos
Selk’nam fueron trasladados hasta la misión, lugar donde, en su
gran mayoría, murieron como consecuencia de la inactividad, el desarraigo
y las enfermedades que allí contrajeron, en especial la neumonía,
tuberculosis, sarampión y sífilis. En 1895, 111 selk’nam, 48
hombres y 63 mujeres, habitaban allí; un año después,
debido a la presión del hambre y un invierno excepcionalmente riguroso,
algunas decenas más se dejaron transportar hasta dicha misión. En
1899, el número había ascendido a 108 hombres y 170 mujeres, entre
selk’nam y kawésqar, que también había sido recluidos
allí. Su instalación en Dawson, alejados de su territorio de
origen y de la sociedad a la que se pretendía adaptarlos, terminó
por convertirse en un error -si bien involuntario- que trajo resultados
desastrosos, debido fundamentalmente a la forma de trabajo utilizada, sobre la
base de la explotación de los recursos madereros de la isla, en el que
fue empleada la población masculina tanto selk’nam como
kawésqar,
y al sedentarismo impuesto sobre el conjunto de ellos.
Con
respecto a esta situación, el antropólogo francés Joseph
Emperaire, señalaba lo siguiente:
“...
Un decreto ya antiguo, fechado en 1847, imponía a todo misionero la
obligación de hablar, en un plazo de cuatro años, la lengua de los
indígenas a su cargo. Ninguno de los misioneros de Dawson aprendió
jamás el ona [selk’nam] ni el alacalufe [kawésqar]. (...)
Según los términos del decreto de concesión, los productos
de la isla debían ser empleados “en el sostenimiento y
civilización de los indígenas”. A pesar de las entradas
financieras muy importantes provenientes de los productos de la estancia y el
aserradero, así como de las donaciones del Estado y de las estancias de
la Tierra del Fuego
-que
continuaban entregando por cada ona conducido a Dawson la suma de una libra
esterlina: cada indio muerto había sido igualmente objeto de una prima-,
jamás se ejerció ningún control. Sin embargo, los
resultados estuvieron poco de acuerdo con medios económicos tan fuertes.
Nueve años después de haberse instalado la misión,
ningún indio se encontraba en condiciones de entrar en la vida civilizada
con un mínimo de conocimientos. El bienestar que hallaban en Dawson
satisfacía, ciertamente, sus limitadas necesidades, pero la enorme
mortalidad de la comunidad indígena, especialmente de niños, no
suscitó atenciones médicas. (...) Control y cuidados
médicos eran inexistentes. Sin embargo, Dawson no estaba sino a seis
horas de navegación de Punta Arenas y una embarcación de la
Armada, fuera de numerosos buques, visitaba periódicamente la
misión. A un ritmo catastrófico, la muerte, y después
probablemente la dispersión de los últimos sobrevivientes,
resolvieron el problema de la adaptación de los indios, y de una manera
definitiva. En septiembre de 1911 expiraba el contrato acordado a la
misión de Dawson. La Misión había contado con más de
500 indios en el curso de los últimos años. El cementerio,
agrandado varias veces, contaba con 800
tumbas...”.
La
Sociedad Explotadora buscaría posteriormente el apoyo de las autoridades
para erradicar a los selk’nam de la isla; para obtenerlo se utilizó
como subterfugio la exageración de las pérdidas ocasionadas por
los indígenas a fin de impresionar al gobierno. La Sociedad trató
de presionarlo para que sobre él recayera la responsabilidad de erradicar
a los selk’nam, manifestando al gobernador Señoret en agosto de
1894, la necesidad de enviar oficialmente un destacamento de 50 soldados para
capturar a los indígenas, los que serían transportados a la
misión de isla Dawson, en escampavías de la Armada
Nacional.
Pero
el gobierno de la época no se mostró dispuesto a colaborar con los
colonizadores; “... por el contrario, el Ministro de Relaciones Exteriores
y Colonización escribió al gobernador Manuel Señoret
manifestándole su desagrado por las violentas medidas que los hacendados
adoptaban con los indios, aconsejándole que no se inmiscuyese en el
asunto. Tal instrucción concordaba con el pensamiento que más
tarde haría público el gobernador sur de la isla,
permitiéndoseles vivir en libertad al amparo de fuerzas nacionales y al
cuidado educativo de misioneros franciscanos...
”.
Durante los últimos años del siglo XIX la ocupación
colonizadora fue llegando hacia las zonas interiores, cubriendo todo el distrito
patagónico sudoriental, clave en el desarrollo de la economía
pecuaria del territorio
magallánico.
Pese
a que los empleados de las distintas haciendas realizaban sus operaciones con
bastante sigilo, fue imposible evitar que los hechos que ocurrían en la
isla grande se hiciesen públicos. El rumor comenzó a extenderse
desde la localidad de Porvenir, hablándose no sólo de castigos y
persecuciones, si no de verdaderas cacerías donde los indígenas
que lograban ser capturados vivos -mujeres y niños, en su mayoría-
eran tantos o más que los muertos en los campos -hombres casi siempre-
por resistirse a la captura.
El
rumor llegó a oídos del senador por Llanquihue, Ramón
Ricardo Rozas, quien denunció los hechos en el congreso, e
interpeló al gobierno, reclamando protección para los
selk’nam, mientras que los diarios
El Porvenir, La
Razón y El Chileno de Santiago
hacían eco de tales denuncias, generándose una suerte de
polémica al contestar Ramón Serrano -explorador, miembro de la
Comisión Chilena de
Límites-
dichas denuncias por medio de
La Libertad
Electoral.
La
autoridad ante estos y otros antecedentes hizo más severa su actitud
frente los estancieros, pero un nuevo suceso cambió la situación.
En la noche del 13 de enero de 1896, un grupo de selk’nam intentó
robar ganado en San Sebastián, pero dicha acción fue impedida
siendo capturados siete de ellos y quedando varios muertos. Cuando se
trasladaban los apresados, el 18 de enero, para su posterior embarque a la isla
Dawson, los indígenas atacaron y mataron a sus guardianes. Apenas
enterado de ello Mauricio Braun, solicitó protección al
gobernador, quien de inmediato dispuso que 6 soldados, al mando del
capitán de ejército Ramiro Silva, fuera destinada a Tierra del
Fuego a fin de patrullar los
campos.
La
cuestión indígena en esta zona entró en una etapa de
abierta confrontación. En adelante ya no hubo consideración alguna
para los indígenas, a los que se les persiguió sin piedad y se les
atacó donde se les encontrara, mientras los que eran capturados vivos
fueron enviados a la misión de Dawson. La violencia de aquellos se fue
intensificando; la presencia de los soldados fue particularmente útil a
la Sociedad Explotadora -que así se liberaba de la molestia de tener que
perseguir y capturar con su propio personal a los indígenas- y por ello
se trató de mantenerlos en Tierra del Fuego durante el máximo de
tiempo posible, lo que no satisfacía a Señoret, quien
buscó poner término al patrullaje militar en cuanto lo permitieran
las
circunstancias.
Mientras
se sucedían estos hechos, el Ministro de la Corte de Apelaciones de
Valparaíso -en el contexto del juicio conducido por el magistrado Waldo
Seguel en el año 1895- Manuel A. Cruz, había llegado en visita
judicial extraordinaria a Magallanes, haciéndose cargo del proceso
iniciado y realizando diligencias conducentes al esclarecimiento de los hechos
que conmovían a la opinión pública. “Aunque el caso
concluiría en sobreseimiento, el ministro Cruz consignaría en su
informe la inquietud ciudadana:
... la voz
pública acusa en Punta Arenas a aquellos empleados i a sus jefes
superiores de crueles e innecesarias vejaciones cometidas en las personas de los
indios i de sus mujeres i aún de odiosos asesinatos perpetrados con
refinada maldad para evitar aquellas
depredaciones”.
5. El colapso
demográfico
Estos
sucesos y otros que siguieron, llevaron a que en alrededor de 20 años
fueran eliminados los indígenas de Tierra del Fuego, dejando
“libre” el territorio a la colonización ganadera.
Martín Gusinde calculó que hacia 1860, los selk’nam
debían llegar a un número de 3.500 personas en toda la isla.
Julius Popper, de origen rumano, uno de los personajes más siniestros en
el proceso de exterminio de los indígenas de la Patagonia caracterizado
como “El Dictador Fueguino”, en 1886 exploró la costa
atlántica y el norte de la isla, dirigiendo la expedición
limítrofe. Junto a John M. Cooper, como encargados de inspeccionar el
terreno aurífero, estimaron que en 1891 para todo el territorio, la
población llegaba a 2.000 personas. Popper redactó un
“Reglamento y condiciones de servicio para la explotación de oro a
participación”, con el que en realidad se aseguraba condiciones de
explotación de los mineros. El contingente humano bajo sus órdenes
estaba en parte integrado por vagabundos y fugitivos de la justicia, con los que
controlaba y explotaba a sus empleados, y con los que también se
enfrentaba a otros grupos mineros. Bajo esas condiciones el conflicto con los
Selk’nam fue especialmente violento, y Julius Popper protagonizó
numerosos encuentros armados [verdaderas cacerías], llegando a tomarse
fotografías junto a cuerpos muertos de indígenas
Selk’nam.
Por
su parte, el gobernador de Magallanes, Manuel Señoret calculó en
1894 un número de 1.500 personas, únicamente en la sección
chilena de Tierra del Fuego. El censo de población 1895, arrojó el
número de 1.500; al mismo tiempo el explorador Otto Nordenskjold
calculó de
visu en 500 el número de
selk’nam, cifra que debía referirse exclusivamente a la zona
norcentral de la isla, recorrida por aquel.
De
los datos precedentes puede inferirse que entre 1891 y 1894 el número de
selk’nam haya fluctuado entre 1.200 y 1.500, siendo tal vez más
precisa esta última cifra si se consideran los datos de deportaciones y
la probable cantidad de bajas que se darían más
adelante.
De
esta forma, en 1881 la población aborigen de la parte chilena de la isla
podría haber llegado a 2.000 individuos aproximadamente, cantidad que
pudo haberse reducido a lo menos en una cuarta parte durante los trece
años siguientes, debido a los estragos que produjeron las enfermedades
recibidas en su contacto con los blancos -tuberculosis, gripe, neumonía,
sarampión, difteria, sífilis-. A ello deben agregarse las bajas
producidas en los encuentros ocasionales con mineros y exploradores, y producto
de las luchas entre parcialidades -comunes entre los indígenas-
además de las acciones de represalia de los primeros hacendados.
Así, puede establecerse como probable una población selk’nam
de 1.500 personas al momento de radicarse en la isla la Sociedad Explotadora de
Tierra del Fuego, en
1893.
Ya
en 1910, su número había disminuido drásticamente llegando
a un centenar de personas, radicada en las misiones salesianas de Dawson o
Río Grande, o que se había refugiado en las estancias de la
familia Bridges -a cargo de la Misión Anglicana de Tierra del
Fuego-(Harberton y Viamonte), o en las inmediaciones del lago Kami o Fagnano,
ambos ubicados en el sector argentino, en la zona boscosa y cordillerana al sur
de la isla. El testimonio de uno de los sobrevivientes de las últimas
matanzas deja de manifiesto las condiciones de constante persecución y
crueldad de los estancieros, pese a la huida de los indígenas hacia los
bosques de la cordillera.
“...
Nuestra vida no era tranquila; continuamente llegaban hasta los bosques noticias
espantosas que se referían a las matanzas que estaban ejecutando los
blancos. Las distintas tribus que antes habitaban a orillas del mar,
habían huido ante el avance exterminador del asesino y buscaban refugio a
la sombra de los robles.
(...)
El guanaco blanco [oveja] había sido traído por el extranjero y
fue él la causa del derrumbe total de nuestra vida. El invasor no
sólo nos sacrificó para usuparnos nuestro suelo, sino que se
ensañó con los onas porque los llamó
ladrones de sus
haciendas.
(...)
Un grito de horror conmovió a la floresta, cuando una jauría de
perros colosales hizo irrupción en medio de los montes. Las fieras
habían sido especialmente amaestradas para romper tendones y desgarrar
entrañas. Centenares de nativos fueron despezados por esa jauría
de fieras y los inocentes niños morían junto al regazo de sus
madres (...)
Siguiendo el rastro de
las jaurías, muchas veces los blancos se internaron hasta los claros de
los bosques; allí rodearon a los infelices nativos y los hicieron caer
bajo sus manos. Las armas de fuego primero y después los perros, se
encargaron de sembrar los suelos con pedazos sanguinolentos de piltrafas
humanas, que palpitaban sus estertores de agonía baja la carcajada de sus
asesinos (...)
“.
Cuando
Martín Gusinde recorre Tierra del Fuego, en 1920, la población
Selk’nam era aún menor; de acuerdo a sus estimaciones alcanzaba a
279 indígenas, 216 de los cuales habitaban en el campamento del
Río del Fuego, 32 en el del Lago Fagnano, ambos creados a comienzos del
presente siglo por la misión salesiana subsistente, una persona en la
misma ciudad y otra en Harberton, todas ellas en Argentina, mientras que otros
20 indígenas vivían repartidos en las estancias en el sector
chileno de la isla. Para 1966 quedaban aún 13 indígenas de origen
selk’nam, mayoritariamente mestizos, en el sector argentino de la isla. En
mayo de 1974, muere en la ciudad de Río Grande, Angela Loij, mencionada
anteriormente, quien pasó gran parte de su vida en el último
reducto de este pueblo, en la cabecera del lago
Fagnano.
Quiroz, Daniel y Carlos
Olivares. "Cosmovisión fueguina: Las cordilleras invisibles del
infinito". En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos
Aldunate, Pedro Mege (Comps.), pp. 241-256.
Etnografía.
Sociedades indígenas contemporáneas y su
ideología.
Editorial Andrés Bello. Santiago. 1996. p. 255.
Ibíd.: 108 Ver la defensa que se realiza de la acción
gubernamental representada por el gobernador Manuel Señoret respecto a la
misión salesiana en “De la Trata de Indios en Magallanes”.
(De La Libertad Electoral de 23 de diciembre de 1895). Ramón Serrano
Montaner,
El
Magallanes, jueves 16
de enero de 1896. Documento Nº 6. En: Carlos Vega D. y Paola Grendi I.
Vejámenes
Inferidos a Indígenas de Tierra del Fuego, Tomo
III,
Documentos.
(Volumen
correspondiente a los documentos anexos de una obra mayor) Obra financiada por
CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena). Punta
Arenas. 2002. pp. 61-67.