LOS
AÓNIKENK
1. Modo de vida y
organización social
El
Pueblo Aónikenk era de carácter nómade, y recorría
grandes trayectos entre el interior o a lo largo de las costas,
dedicándose fundamentalmente a la caza de guanacos
(lama
guanicoe) y avestruces
(struthio
camelus), de los que no sólo
obtenía alimento sino también los materiales para vestido, abrigo,
habitación y otras necesidades. Durante las estadías en la costa
se consumía la carne y demás partes de mamíferos marinos; y
mariscos, probablemente algas, no así pescado. Consumían
además huevos, miel y recolectaban especies vegetales comestibles tales
como hongos, bayas, raíces,
etc.
Sus
paraderos preferidos, los
aik’n,
eran los sectores aledaños a las bahías de Oazy, San Gregorio,
Santiago y Posesión, en la zona del Estrecho de Magallanes; hacia el
interior, los valles del Dinamarquero y Bautismo, y parte de los cercanos a los
ríos Chico, Gallegos, Coyle y Santa Cruz, y también el sector
lacustre de Última Esperanza y la parte meridional del lago
Argentino.
El
carácter nómade del Pueblo Aónikenk, imprimía a su
estilo de vida características particulares, reflejadas entre otros
aspectos en sus viviendas, conocidas como
Kau.
Estas eran confeccionadas con un
conjunto de varas de madera que hincaban en el suelo con dos metros de distancia
entre cada uno, en dos o más hileras de altura descendente, siendo la
menor la correspondiente a la parte sobre la que azotaba el viento; abarcando un
área variable que en promedio no debía bajar de veinte metros
cuadrados, y sobre la que se tendía una cobertura de cueros cosidos,
obteniendo un espacio suficiente como para albergar a una o dos familias, o sea,
a lo menos una decena de personas, además de los utensilios
domésticos y los perros acompañantes. Pese a que esta vivienda -de
apariencia frágil- se hallaba diseñada para resistir un fuerte
vendaval, es de suponer que eran elegidos los lugares menos expuestos para
asentar las tolderías o
campamentos.
Su
organización social se basaba en grupos emparentados entre sí,
conformados por unas cincuenta a cien personas "... y segmentados en unidades
familiares mínimas de padres, hijos y algún anciano. Todos
gozaban del libre derecho al uso de los recursos existentes en el área y
se reconocían como pertenecientes a una agrupación especial...
”.
Las jerarquías formales de mando, solo se daban en caso de situaciones de
conflictos mayores o de la preeminencia momentánea en la caza, en virtud
de ciertas habilidades
especiales.
La división del trabajo habría funcionado de acuerdo a normas
consuetudinarias: las mujeres elegían los sitios de campamentos,
levantaban y desarmaban los toldos; buscaban agua y leña y cocinaban;
preparaban cueros y fabricaban artesanías, ocupándose
también de la crianza de los
hijos.
No obstante, la instrucción, de acuerdo a su ordenamiento tradicional,
era compartida entre el padre y la madre, y comprendía ciertas normas de
conducta, adiestramiento en el uso y fabricación de armas, aprendizaje de
la caza, preparación de las mujeres jóvenes para la maternidad y
crianza de los niños, elaboración de utensilios, e incluía
la transmisión de elementos de orden
espiritual.
Los
varones, por su parte, se concentraban en la provisión de alimentos -que
implicaba grandes desplazamientos para poder cazar- lo que no era necesariamente
una faena cotidiana- y a las actividades guerreras.
Si
bien, en términos generales no se cuenta con material informativo tan
ilustrativo y abundante como el que refiere a otros pueblos, algunos
investigadores plantean que de acuerdo a los estudios del siglo XIX, la
mitología Aónikenk comprendía una cosmogonía
-elementos referidos al origen del universo- y una cosmovisión propia,
así como elementos referidos al ordenamiento de la vida social y a la
comprensión del entorno natural. Respecto a la cosmogonía,
Kooch,
genéricamente el cielo, habría sido reconocido como el ser inicial
al que se debía el ordenamiento cósmico, creador del Sol-hombre y
la Luna-mujer, y de los elementos y fenómenos atmosféricos que
conformaban su entorno. De acuerdo a ello, el Sol y la Luna desde un principio
disputaban sobre el derecho a regir el día, persiguiéndose por el
firmamento para encontrarse en el horizonte, tras las montañas. De su
unión surgió
Karro,
la estrella matutina, figura determinante en el ciclo heroico de
Elal,
ya que juntos dan origen a los humanos.
Elal,
constituía la figura del padre,
organizador del tiempo natural a través de las estaciones, que les
había dado una buena tierra y los proveía de recursos, el que les
había enseñado el conocimiento y uso del fuego, así como la
forma de fabricar sus
armas.
Siguiendo
estas creencias, sus prácticas se fundaban en el chamanismo y la
realización de ceremonias de iniciación asociadas con el ingreso a
la pubertad. La iniciación femenina exigía la reclusión de
las jóvenes que entraban a la pubertad, en una construcción
preparada para tales efectos, en donde permanecían por algunos
días, aisladas y sometidas a severas privaciones. Allí eran
aconsejadas por ancianos acerca de la manera de conducirse socialmente e
instruidas en las tareas que habrían de desarrollar en su vida. En cuanto
a la iniciación de los varones, es posible la existencia de un ritual
similar, pero no existirían antecedentes suficientes y fidedignos que
permitan pormenorizar sobre sus detalles y significación
mítico-religiosa.
2. Los primeros contactos
con “el hombre blanco”
Según
se desprende de los datos entregados por los viajeros del siglo XVIII, el
número de personas pertenecientes al Pueblo Aónikenk pudo haber
llegado a 2.000, de acuerdo al vasto territorio ocupado que alcanzaba los 50.000
km2.
En este mismo sentido, en sus contactos con los extranjeros, a partir del siglo
XVII se habrían mostrado más receptivos, lo que posibilitó
el inicio del intercambio de objetos tales como metales y herramientas. La
introducción del caballo por Pedro de Mendoza en 1536 en los alrededores
del río de la Plata, tuvo como consecuencia indirecta que los
Aónikenk conocieran e hicieran uso de
aquel,
lo que facilitó y extendió sus desplazamientos. Esto les permite
llegar más al norte, y establecer una interrelación cultural y
social con los grupos del centro y norpatagonia, y con los mapuche del Nahuel
Huapi.
La relación con estos últimos no siempre sería
pacífica, produciéndose enfrentamientos en los que los mapuche
resultaban frecuentemente triunfadores. En parte, ello influiría en el
descenso numérico de los Aónikenk, el que comenzaría a
hacerse notorio hacia
1830.
Alrededor
de este período es reiniciado el tráfico marítimo por el
estrecho de Magallanes, interrumpido como consecuencia de las guerras
napoleónicas y de la independencia de las colonias españolas en
América del Sur, con un activo comercio con foqueros ingleses y
norteamericanos. Estos manifestaban mayor interés en las pieles y la
carne de guanaco, productos que intercambiaban -lo que habría sido
necesariamente en condiciones de igualdad- con los Aónikenk, por
artículos tales como herramientas y objetos de metal, cuchillos, hachas,
cuentas de vidrio, telas coloridas, además de azúcar, harina y,
aguardiente, ron u otros licores y tabaco. De parte de los Aónikenk
existía menor interés en ese momentos, por las armas de fuego y
pólvora.
3. La acción del
Estado chileno
Las
tierras de la Patagonia oriental y occidental, así como el sector
correspondiente al Estrecho de Magallanes, por diversas razones no constituyeron
una preocupación central ni de las autoridades coloniales, y luego del
proceso de Independencia, de las autoridades de la naciente república
chilena, hasta bien entrado el siglo
XIX,
si bien Bernardo O’Higgins tuvo una real preocupación por
incorporar aquellas tierras y sus habitantes a la soberanía nacional.
Estos territorios eran vistos como regiones,
“...
bárbaras e incultas, no sujetas a soberanía alguna, esto es, que
tenían condición jurídica de
res
nullius. (...) De allí que las
fuentes documentales publicadas a contar de la tercera década del siglo
(literatura y cartografía) con cuyo contenido debían informarse
gobernantes y hombres de Estado, invariablemente describían a los
mencionados espacios geográficos como territorios de clima severo,
habitados por pueblos salvajes que se manifestaban reacios a la
civilización...”.
El
interés de las autoridades chilenas comienza cuando son difundidos los
resultados de los trabajos hidrográficos y observaciones
científicas, realizados durante las expediciones de los ingleses Phillip
Parker King y Robert Fitz Roy, en las dos primeras décadas del siglo
XIX.
Es
así, que el gobierno chileno instala el Fuerte Bulnes sólo en 1843
-en la punta Santa Ana- llevando a cabo la fundación de Punta Arenas en
1848, ambos a la orilla del Estrecho de Magallanes; hitos que marcaron el inicio
del proceso colonizador del territorio Aónikenk. Desde un comienzo, los
indígenas se acercaron en actitud amistosa a estos asentamientos,
estableciendo con los afuerinos relaciones pacíficas basadas en el
intercambio de sus bienes -pieles, plumas, carne de guanaco- por productos
traídos por los afuerinos -yerba mate, azúcar, tabaco, alcohol,
etc.-.
En
1844 el cacique Santos Centurión -de origen mestizo- y el gobernador,
sargento mayor, Pedro Silva suscriben un “Tratado de Amistad y
Comercio”, en virtud del cual se convino el libre tránsito y
comercio entre las partes, a cambio del reconocimiento por los indígenas
de la jurisdicción chilena sobre el territorio patagónico.
Más allá de las normas destinadas a regular la convivencia, lo
más importante de dicho documento era “... la declaración de
Centurión y sus indios de
reconocer el
pabellón Chileno, como igualmente la nueva colonia que se ha formado.
A esta expresión de voluntad se
le dio el carácter de juramento, que se ratificó con el izamiento
de la bandera de Chile y salva de cañones disparadas por las
baterías del fuerte
Bulnes...”.
En
1845 el mismo cacique y su “lenguaraz” –traductor- son
invitados a Santiago. El interés de las autoridades chilenas en ganar la
confianza de los indígenas, tenía por objeto establecer a
través de ellos la soberanía nacional en las tierras
patagónicas disputadas en aquel tiempo con Argentina. En 1857 se
asignaría una pensión de gracia al cacique Casimiro, además
de otorgarle el grado honorífico de capitán de ejército.
Paralelamente, se entregaron a los restantes jefes indígenas diversos
obsequios, además de una bandera chilena para que la llevasen
consigo.
El
fuerte aumento poblacional experimentado a contar de 1860 en Punta Arenas, -de
195 personas en 1865 sube a 824 en 1869- el auge económico, la
proliferación de la industria maderera y aurífera, la caza de
mamíferos, el comercio y la delimitación de sus jurisdicciones
territoriales entre Chile y Argentina en virtud del Tratado limítrofe de
1881,
entre otras causas, vendría a poner fin a la importancia que para las
autoridades chilenas tuviera en un comienzo la relación establecida con
los Aónikenk.
El
auge de la actividad ganadera, -la crianza masiva de ovejas comienza en 1878- la
colonización de sus territorios predilectos, los que fueron concesionados
a particulares, interrumpiendo con ello sus desplazamientos, y los abusos
cometidos por los nuevos propietarios en contra de los indígenas,
hicieron que los Aónikenk abandonaran gradualmente el territorio chileno,
para asentarse en territorio
argentino.
Entre 1885 y 1890 la expansión colonizadora ganadera comprometía
los campos de Dinamarquero y Bautismo, y las llanuras de la cuenca de la laguna
Blanca, tradicionales zonas de caza. Los Aónikenk vieron limitada su
área territorial, la que se habría extendido originalmente, de
occidente a oriente por dos centenares de kilómetros, desde Morro Chico y
valle del Zurdo a los terrenos volcánicos del río Chico, a ambos
lados de la frontera
chileno-argentina.
En
1893, el gobernador de Magallanes, Manuel Señoret, dispuso la
creación de una comisión exploratoria por los campos de la cuenca
de la laguna Blanca con el fin de verificar el estado de la colonización
y su desarrollo, instruyendo a sus integrantes para que ubicaran a los
Aónikenk que se encontraban en esa parte del territorio, “... se
impusieran sobre sus costumbres y consideraran la posibilidad de
extendérseles concesiones para el caso que quisieran adoptar
hábitos más sedentarios y establecerse de modo permanente bajo
jurisdicción nacional. Señoret buscaba con ello darles una
seguridad siquiera relativa a los indígenas, para que prosiguieran su
existencia libre de perturbaciones por parte de los
colonos...”.
Luego de reiterados reclamos, el cacique Mulato consiguió del gobernador
de Magallanes, la concesión provisoria de 10 mil hectáreas
fiscales que ocupaban en el río Zurdo. Dicha concesión tuvo
carácter provisorio y no aseguró la permanencia definitiva de los
indígenas en dichas tierras, las que además eran absolutamente
insuficientes en tamaño para garantizar su subsistencia.
A
pesar de la concesión, los colonos continuaron hostigando a los
Aónikenk. El cacique Mulato, al no encontrar respuesta a sus demandas y
reclamos en la gobernación de Magallanes viajó a Santiago a
entrevistarse con el Presidente de la República de ese entonces, Federico
Errázuriz Echaurren, quien lo escuchó y prometió hacer
justicia. Sin embargo, los problemas persistieron.
Un
contagio de viruela se apoderó de Mulato y su gente, de regreso a sus
tierras, reduciéndose significativamente la población aborigen de
la Patagonia chilena y argentina. Con el abandono de los sobrevivientes y la
huida de estos hacia territorio argentino, en poco más de medio siglo de
relación con el hombre blanco, este pueblo habría
prácticamente desaparecido. Sólo quedaron en territorio nacional
aquellos que habitaban en el valle de Vizcachas, los que luego fueron expulsados
hacia Argentina por la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, que
había adquirido en 1905 la propiedad de los campos donde se encontraban
sus cotos de caza.
Los
Aónikenk fueron vistos por última vez en territorio chileno
alrededor de 1927. Los indígenas provenían de Kilik-Aike,
localidad al norte de Río Gallegos, Argentina, y se desplazaban
esporádicamente a la Patagonia chilena para cazar guanacos.
CAPÍTULO
SEGUNDO
El Pueblo Aónikenk es conocido comúnmente bajo el nombre de
Tehuelche, el que correspondería a una denominación dada por los
mapuche. Esta admite varias acepciones, y se impone como gentilicio de uso
común durante el siglo XIX. Ver: Martinic, Mateo. “Los Aonikenk
(Tehuelches). Cazadores terrestres de la Patagonia Austral”. En: Jorge
Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate, Pedro Mege
(Comps.), pp. 149-165.
Etnografía.
Sociedades indígenas contemporáneas y su
ideología.
Editorial Andrés Bello. Santiago. 1996. p.150. Una de esas acepciones es
“hombres bravíos”, que alude a la disputa por los territorios
y las mujeres. Asimismo, es utilizada para designar a todos los cazadores de
Pampa, Patagonia y Tierra del Fuego, y también para designar a los que
habitaban al sur del río Chubut, a quienes también solía
llamarse “patagones”. Ver: Bernal, Irma y Sánchez, Mario.
Los
Tehuelche y otros cazadores australes.
Galerna-Búsqueda
de Ayllu. Buenos Aires, 2001. pp. 21-22.
Martinic, Mateo.” Los Aonikenk (Tehuelches). Cazadores terrestres de la
Patagonia Austral...” Op. cit. p.150.
Aylwin O., José. Comunidades
Indígenas de los Canales Australes. Corporación Nacional de
Desarrollo Indígena. CONADI. Temuco. 1995. p.
21.
“La gente que hallé en esta boca de este estrecho á la parte
del norte es gente soberbias, y son grandes de cuerpo ansy los hombres como las
mugeres y de grandes fuerzas los hombres y las mugeres bastas de los rostros:
los hombres andan desnudos traen por capas pellejos guanacos sobados, la lana
para adentro hazia el cuerpo, y sus aramas son arcos y flechas de pedernal y
palos á manera de macanas (...) el traje de las mugeres es sus vestiduras
de los pellejos de los guanacos y de obejas sobados, la lana para adentro y
ponénselos á la manera de la yndias del cuzco (...) es poca gente
a lo que entendí: sus casas son que incan unas varas en el suelo y ponen
pellejos de guanacos y de obejas y venados, y hazen reparo para el viento, y por
de dentro ponen paja porque esté caliente y donde se hechan y se sientan
por estar más abrigados; porque á lo que me paresció debe
de llover poco cerca de ésta mar del norte en este estrecho, aunque en
este mes de agosto no nebó los días que allí estuvimos y el
“estrecho adentro todo lo más del mes”.
Martinic, Mateo.
Historia de la Región
Magallánica. Vol. I. Universidad de Magallanes. Punta Arenas.
1992. p .87 Los Aónikenk comenzaron a ser conocidos como
“patagones”, al creerse que formaban parte del mismo pueblo que la
gente vista en San Julián. Los Aónikenk eran hombres y mujeres
bien conformados, robustos de una estatura promedio de 1.75 para los hombres y
1.70 para las mujeres.
Martinic, Mateo. Crónicas de las
Tierras del Sur del Canal Beagle. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos
Aires. 1973. p. 25.