7.
La Comisión Radicadora de Indígenas
El proceso
de radicación, reducción y entrega de Títulos de Merced se
desarrolló entre 1884 y 1929. El primer Título de Merced fue
entregado al cacique Ancapi Ñancucheo, en la localidad de Huequén,
actualmente un barrio de la ciudad de Angol. “... Fueron 880
hectáreas de superficie para sí y 98 personas más de su
familia. Firmaron este documento don E. Fuentes, don Raimundo Ansieta y don
Teodoro Schmidt. El último Título de Merced entregado por el
Estado fue a don Juan Melivelu el 14 de noviembre 1929 por una extensión
de 230 hectáreas en la zona de Truful Truful, en la comuna de
Cunco...”.
(Ver Mapa Nº 24)
La
radicación de indígenas comienza a hacerse efectiva con la
creación de la Comisión Radicadora de Indígenas en 1883, la
que estaba conformada por un abogado -que la presidía- y dos ingenieros.
Su objetivo fundamental consistía en radicar a los indígenas en
espacios delimitados, las reservaciones, de modo que el resto del territorio
quedase libre y expedito para la
colonización.
Ciñéndose a las reglas
establecidas en la Ley del 4 de diciembre de
1866 “... la Comisión
Radicadora procedía al deslinde de los terrenos que eran ocupados por los
indígenas, debiendo estos probar una posesión efectiva y
continuada de al menos un año. Una vez resueltos y fijados estos
deslindes, dicha comisión procedía a extender un acta de todo lo
realizado en un libro, y expedía a favor del o de los indígenas
poseedores un Título de Merced a nombre de la República,
insertando copia de dicha acta y anotando el título en otro libro que
servía de registro conservador de la propiedad
indígena.
No
obstante, su trabajo fue lento y engorroso, demorando años en llegar a
zonas con un importante número de población indígena, lo
que influyó para que al momento de su arribo, gran parte de la tierra ya
hubiese pasado a manos de particulares impidiendo su radicación.
Alrededor de un tercio de la población mapuche no habría sido
radicada por la Comisión, ya que esta prácticamente no
llegó a las provincias de Valdivia, Osorno y Llanquihue. En estas zonas
las tierras no les habrían sido reconocidas como propias, y se
mantendrían vigentes los títulos de Comisarios entregados por la
Corona.
Por
otra parte, de acuerdo a la lectura de Títulos de Merced se deduce que la
Comisión actuaba de preferencia en los períodos de primavera y
verano. El procedimiento seguido era el
siguiente:
“...se
toma matrícula por el Secretario de la Comisión de Títulos
o por un ingeniero i a veces por su
mismo Presidente, de los indígenas existentes en una zona dada.
Practicado este trabajo los indios deben comparecer a esa oficina con testigos
que establezcan su calidad de tales i que declaren que han poseído por
más de un año el terreno en que pretenden radicarse. Rendida la
información se le estiende título de merced que es notificado al
señor promotor fiscal y al infrascrito”. (Memoria del Protector de
Indígenas de Cautín, Eulogio Robles, 1902,
p.170).
Este
trámite podía demorar en algunos casos hasta tres años en
completarse, y cuando esto sucedía, debía efectuarse una nueva
matrícula, pues lógicamente en ese lapso el número de
población encuestada había variado. El proceso de
radicación era lento y estaba permanentemente interrumpido por la
ausencia de uno u otro funcionario de la Comisión, que poco motivados por
sus bajos sueldos y las dificultades cotidianas, demoraban y tramitaban la
radicación por diferentes motivos.
La
Comisión tenía instrucciones de no entregar Títulos de
Merced sin antes resolver litigios de posesión y deslinde, los que
debían resolverse en el período que iba entre la petición
de radicación y la entrega de Títulos de Merced, si no
había reclamaciones. Sin embargo, en muchos casos la solicitud de
radicación no llegaba a ser atendida, lo que se supone ocurrió a
lo menos en 89 casos.
En la zona
de Cañete, hacia 1904, prácticamente todos los radicados
tenían problemas de deslindes y usurpaciones con ocupantes nacionales,
los cuales se habían instalado a la fuerza en aquellos lugares. Un caso
extremo es el del cacique Francisco Huelate de Licauquén (Cañete),
el que tenía 13 juicios por restitución y deslindes con diferentes
ocupantes nacionales.
Otro
ejemplo es la zona de Cunco, al oriente de la ciudad de Temuco. En esta zona, a
orillas del lago Colico, los indígenas radicados en 1910 debieron
soportar nueve años más tarde la remensura y reubicación de
sus posesiones debido a la formación de la Concesión Silva Rivas,
la que deslindaba con casi todas las reducciones. En este proceso, fueron muchos
los que perdieron parte de su ya disminuida cabida de tierras. Otras
áreas de conflicto, para la Comisión Radicadora, eran las zonas de
Lonquimay- Bío-Bío y prácticamente la totalidad de las
provincias de Valdivia, Osorno y Llanquihue.
La
acción estatal en la reducción y reparto del territorio usurpado
al Pueblo Mapuche trajo consigo numerosos pleitos y conflictos, durante y
después de producida la radicación de los indígenas. De
esta manera el territorio mapuche es objeto de innumerables acciones usurpadoras
de tierras efectuadas por particulares que se habían instalado como
vecinos de las comunidades mapuches o por el propio Estado, cuando, a
través de los remates de tierras, no respetaba los deslindes establecidos
por los Títulos de Merced, así como ya no lo había hecho
con las tierras ocupadas ancestralmente por el Pueblo Mapuche y que con el
proceso de radicación les fueron sustraídas.
En este
sentido, el Estado chileno fue el responsable de crear un conflicto que tuvo
efectos inmediatos en la zona y que afectó fuertemente a la sociedad
mapuche; pero además el Estado proyectó el conflicto
indígena, haciéndolo permanente hasta el día de hoy, no
sólo por haberse apropiado de un territorio que no le pertenecía,
sino porque además a través del proceso de radicación y
reparto de las tierras de la Araucanía, entrampó a numerosas
comunidades mapuches en fuertes y largos litigios con particulares,
cuestión que puede verse con toda claridad hasta nuestros días. En
muchas ocasiones se repartieron tierras a particulares donde ya se había
radicado a mapuches, entregando al particular una parte o la totalidad del
Título de Merced, como lo ocurrido a la comunidad Huenucal Ivante, de
Lonquimay, que fue expulsada de sus tierras por los “nuevos
dueños”, a pesar de que la comunidad había recibido con
anticipación el título de
merced.
En otros casos se radicó a mapuches al lado de tierras rematadas y
adjudicadas por particulares, en estos casos la ambición de los colonos
poco a poco llevó a las corridas de cerco y la progresiva
usurpación de los Títulos de Merced. Finalmente la Comisión
de Radicación Indígena, en muchas ocasiones, no entregó lo
que realmente correspondía en Título de Merced a los mapuches,
reduciendo aún más la superficie que quedaba en poder de aquellos.
Por otro
lado, la Comisión Radicadora habría demostrado con los hechos,
que el buen trato hacia los indígenas solo quedaba en el ámbito de
la formalidad. La falta de atribuciones y poderes de la Comisión y de los
Protectores de Indígenas -cargo creado en el mismo período-
caracterizados por su inoperancia y lentitud para actuar, “... demostraban
la dificultad de la sociedad chilena para plantearse ante los indígenas y
la incapacidad del Estado de articular una política coherente frente a
los mapuches -un Estado nación que aún se percibía en
formación fundamentalmente preocupado de integrar tierras productivas...
”.
Asimismo,
de acuerdo a los criterios utilizados para aplicar la política de
radicación, se pensaba que esta permitiría que los mapuches
dejaran su condición de “indios primitivos” y fueran
absorbidos por la sociedad nacional y su cultura.
La forma
más común en que operaba la reducción, consistía en
otorgarle al dueño de casa la
tierra que tenía abierta, cercada, limpia para la agricultura; esto es,
evidentemente, trabajada. Las tierras de montaña casi nunca se les
reconocieron, como tampoco ocurrió con las tierras de grandes vegas o
lomajes que no estaban siendo trabajados en ese momento.
Quienes
fueron radicados, dejaron de ser dueños de las grandes extensiones de
territorio que ancestralmente les pertenecía para ser confinados a una
parte ínfima de este. Por lo general, se les entregaron las tierras
más apartadas y de más baja calidad agrícola. Cabe
señalar a este respecto, que mientras en el mismo período el
Estado vendía a particulares lotes de 500 hectáreas de tierras de
las que se había adueñado a través de la legislación
y concedía gratuitamente a colonos extranjeros en territorio mapuche
hijuelas de 40 hectáreas para cada familia -más de 20
hectáreas por cada hijo varón mayor de 12 años-, los
mapuches eran obligados a subsistir en territorios con una alta
concentración de población - 6,18 hectáreas por persona,
como promedio-, de esta forma, se limitó al mapuche a un hábitat
reducido al cual no estaba acostumbrado, alterando gravemente su forma de vida y
haciendo más difícil su subsistencia material.
En la
provincia de Malleco, la Comisión, privó, en la práctica, a
la mayoría de las comunidades mapuches de parte importante de sus
territorios, ya que dejó fuera de los Títulos de Merced
las tierras ocupadas en pastoreo, para
extracción de leña y recolección, de las
cuales dependía su supervivencia
material. En virtud de ello, sólo se otorgó a las comunidades
título por los terrenos concebidos como “posesiones
indígenas”, es decir, las casas y huertos familiares,
privándose de los terrenos alejados de sus posesiones, las tierras
antiguas, que permitían la supervivencia de los
mapuches.
Se debe
decir, además, que muchos particulares, compraron varios lotes de
tierras, a través de la acción de “Palos Blancos”, por
lo cual la idea de hacer de la región una zona de numerosas hijuelas, no
pudo concretarse, pues en el sur se reprodujo la realidad de la zona central, de
grandes propiedades. Como ya fuera dicho, estos propietarios, extendieron sus
terrenos ocupando por lo general las tierras mapuches, a través de
corridas de cercos y corridas de ríos. Esta situación era ayudada
por la inexistencia de papeles legales en manos mapuches, con lo cual a
través de papeles firmados en notarías bajo el engaño del
indígena o simplemente en su ausencia, se apropiaban
“legalmente” de dichos terrenos.
De esta
manera, la acción de la Comisión Radicadora en gran parte, no
respetó los deslindes naturales que separaban a una comunidad de otra,
trazando líneas en los planos y creando figuras geométricas
alejadas de la ocupación real. Coincidentemente, muchas comunidades
dejaron de colindar entre sí, ya que hijuelas adjudicadas en remates
fiscales como tierras sobrantes, fueron entregadas a colonos chilenos y
extranjeros.
Frente a
este escenario, ya desde los primeros años del siglo XX, comienzan las
críticas al proceso de radicación en determinados sectores de
inspiración católica o ligados al Partido Democrático,
entre los cuales ya se encontraba desprestigiado.
Los denominados
Protectores de
Indios
debido al contacto cotidiano con los conflictos suscitados, fueron los primeros
en considerar lo perjudicial de la radicación para los mapuches, sin
embargo, sus comentarios respecto de estos hechos no fueron tomados en
cuenta.
El poder
de la Comisión Radicadora era prácticamente nulo frente a las
ocupaciones con Títulos y mucho menos frente a las ocupaciones de hecho.
Esta era la realidad de Arauco, las provincias de Valdivia, Osorno y Llanquihue,
zonas en las cuales las leyes de prohibición demoraron varios años
en llegar. En estas últimas provincias el despojo fue violento y los
Protectores de Indígenas denunciaban permanentemente asesinatos,
desalojos a la fuerza, ocupaciones de hecho, etc. Estos hechos fueron
permanentemente amparados por juzgados de menor cuantía, notarios y una
variedad inmensa de
funcionarios.
Los Protectores de Indígenas, siguiendo estrictamente la ley,
señalaban respecto a esto, que el objetivo con el que había sido
creada la Comisión era deslindar la propiedad indígena y no
tenía otra función.
Por
otra parte, los Títulos de Merced otorgados a los indígenas en
nombre de la República no concedían terrenos, sino documentar un
hecho: la posesión. No se radicaban indígenas en terrenos
baldíos del Estado: “... los indígenas no reciben nada del
fisco: por el contrario, este quita a aquellos, pues con la radicación
los estrecha, los limita en sus posesiones para adquirir el sobrante.”
(Protectorado de Indígenas de Valdivia. Memoria de don Carlos Iribarra,
1911,
p.645).
Este
habría sido uno de los puntos centrales del cuestionamiento de quienes
criticaban la radicación, pues se distribuían pequeños
retazos de tierras a quienes eran poseedores históricos de ellas. Otros
criticaban el proceso de radicación porque este reconocía, en
parte, la estructura socio-política de los mapuches, además de la
poligamia y la negativa de los indígenas de inscribir a sus hijos en el
Registro Civil. Para ellos, la radicación debía ir
acompañada de elementos “civilizatorios” tales como el
matrimonio civil, la monogamia, la inscripción de los hijos en el
registro correspondiente, entre otros
aspectos
.
Entre
quienes se oponían a la radicación también estaban aquellos
que creían que no se debía continuar con las leyes de
protección a los indígenas y menos con la radicación por
familias, pues esto alejaría cualquier posibilidad de
“civilizarlos”, por cuanto los indígenas seguían
reproduciendo en ese espacio sus mismas “... condenables costumbres
ancestrales...
”.
Pero
también los mismos indígenas, manifestaron su oposición a
la radicación sobre todo en aquellos lugares en donde el sobrante de
tierra parecía ser mayor, pues se daban cuenta de que al ser sometidos a
reducciones perderían toda oportunidad de ensanchar sus posesiones.
Creían también en la posibilidad de que sin la existencia de leyes
de prohibición y sin la radicación, podían aumentar sus
cabidas, vía arriendo, ventas y compras de terreno, es decir, como
cualquier ciudadano. Sin embargo, este hecho permitió que en Valdivia,
Osorno y Llanquihue, antes de las leyes de prohibición de 1893, se
despojara a los indígenas de la forma en que se hizo. Si se estudia en
aquellas áreas la ubicación de los Títulos de Merced, estos
se agrupan en las zonas cordilleranas y lacustres, y en la costa; en el llano
central la cantidad de títulos entregados es muy
baja.
En
definitiva, el proceso de reducción significó un empobrecimiento
dramático en la sociedad mapuche, resquebrajó las solidaridades
internas y les dejó escasísimas alternativas para subsistir,
quizá el único camino posible sería la asimilación,
cuestión que el pueblo logrará resistir una vez más.
Respecto al empobrecimiento del Pueblo Mapuche, en 1924 Manuel Manquilef
señalaba que la radicación “... ha sido la conquista
más pesada y dura: engaños, violencia, asesinatos, quemar rucas e
indios...”, y aunque en un principio se respetaron los límites de
los títulos de merced, con el tiempo los ingenieros hicieron lo que se
les antojó y arrojaron a los mapuches de sus tierras para darlas a
colonos o rematantes, se decía en la Comisión Radicadora, que
“... el indio no podía ocupar más de 3 ó 4
hectáreas... ”. Agregó Manquilef, que a causa de la
pérdida de tierras “... tuvo que morir de hambre el 95% de las
numerosas masas de ganado de que eran dueños antes de
radicárseles...
”.
De esta
manera, la sociedad mapuche pasa de un estado de riqueza y abundancia, que
había alcanzado durante la colonia y que se mantuvo hasta los primeros
años de la República, a un estado marcado por la pobreza que se
prolongará hasta la actualidad. Como ya fuera dicho, mapuches, y en menor
grado no mapuches, denunciaron estos hechos que ocurrían en el sur del
país, el problema es que por lo general, estas denuncias no fueron
escuchadas.
Ibíd.: 5.
Ibíd.: 13.