Portada Anterior Siguiente Índice | 6. La sociedad mapuche durante la República de Chile

6. La sociedad mapuche durante la República de Chile


Ha concluido la colonia y las guerras de la Independencia sacudirán la zona central de Chile. Nada ocurre en el territorio mapuche. Concluyen las batallas cerca de Santiago y algunas tropas realistas se dirigen al sur a establecer un foco de resistencia. Se alían con algunos caciques mapuches y ocurre lo que en la historiografía nacional se conoce como el episodio de la “Guerra a Muerte”, llamada así por Benjamín Vicuña Mackenna con el objeto de resaltar la diferencia entre las batallas de la Independencia y esta guerra de guerrillas que ocurre en el sur fronterizo.[58] Una vez terminado este episodio viene un largo período en que el Estado no va a tener capacidad de preocuparse de lo que ocurre en el lejano sur. Se mantienen las mismas relaciones fronterizas del período colonial, el mismo sistema de administración y también un ejército de fronteras de características similares al colonial. Muchos de los soldados y oficiales, además, son hijos y descendientes de esa milicia. Las guerras civiles "montistas" van a sacudir el sur indígena el año 1851 y 1859. Angol, recién fundado, será atacado y destruido por Mangin o Mañil Huenu, cacique de Victoria. Muchos revolucionarios penquistas, de Concepción, se refugiarán en la Frontera, en las comunidades indígenas[59].

La guerra con España va a comenzar a cambiar las cosas en el gobierno de Santiago y a aumentar la preocupación por el tema fronterizo. Es en la década del sesenta, en que Cornelio Saavedra es nombrado Intendente de la nueva Provincia de Arauco y son aprobadas sus leyes de ocupación de la Araucanía, de construcción de fuertes en la "línea del río Malleco", por el norte y en la "línea del río Toltén", por el sur. Esas dos líneas aprisionan a la sociedad mapuche, que tiene salidas sólo hacia la cordillera y el territorio trasandino, donde el ejército de ese país también ha construido "líneas de fortines", para la provincia de Buenos Aires. Comienza un período de enfrentamientos militares entre los mapuches y el ejército chileno y argentino. Esta "segunda guerra de Arauco" concluye el año 1881 con la fundación de Temuco en el lado chileno y de Bariloche por el General Roca, en el lado Argentino. El año 1884, el ejército chileno llega simbólicamente hasta las antiguas ruinas de Villarrica, metidas al interior de un bosque centenario. A pesar de la resistencia que opone el cacique Epulef se funda esa ciudad, significando el retorno de las ciudades del sur destruidas al comenzar el siglo XVII. Habían transcurrido 280 años. (Ver Mapa Nº 23)

6.1. Los primeros años después de la Independencia: entre la valoración y la negación del mapuche

Las primeras décadas después de la Independencia de Chile va a constituir un período marcado por distintas percepciones desde la sociedad nacional hacia la sociedad mapuche. Se observa, en primer lugar, una valoración de parte de los criollos hacia los indígenas. Esta valoración positiva va a demostrarse en muchas manifestaciones e incluso en intentos jurídicos.

Al momento de iniciarse la independencia, las nuevas autoridades que estaban asumiendo el control del país miraron hacia la Frontera tratando de asociar su lucha a la resistencia que había opuesto el Pueblo Mapuche al conquistador español. En ciertos ámbitos como el de la Logia Lautaro, el título de algunos periódicos como las Cartas Pehuenches y, en general, la admiración que despertaba la lucha de los araucanos contra el español, hicieron presumir a O’Higgins, Carrera, Freire, Camilo Henríquez y varios hombres de la época, que invocar el pasado indígena hacía bien a la causa de la Independencia. Surgió así, un sentimiento de respeto y admiración hacia los mapuche, quienes son incluidos en el discurso patriótico como los altivos luchadores por la libertad y es elocuente que para la fiesta del primer aniversario del 18 de septiembre, las damas asistieran al baile de gala celebrado en el palacio de gobierno vestidas como “indias”. Dentro de este contexto aparece el interés de los primeros gobernantes de Chile por la Araucanía; Bernardo O’Higgins, tenía en mente la idea de incorporar definitivamente la Araucanía a Chile, incluyendo a toda la población indígena de este y el otro lado de la Cordillera. En 1817, O’Higgins se refería a los Araucanos, como “... el lustre de la América combatiendo por su libertad...”, agregando que estos formaban una preciosa porción de nuestro país que, seguramente, no abandonaría sus suelos para irse en pos de un español que sólo quería esclavizarles y hacerse feliz a costa de la servidumbre de sus moradores... ”[60].

La aristocracia criolla, durante esos primeros años de constitución de Chile como una nación independiente, se ve en la necesidad de reflexionar sobre la construcción de la identidad nacional y la idea de nación. El discurso giró en torno a las instituciones consideradas tradicionalmente sustentadoras de la identidad nacional: el ejército, la iglesia, la aristocracia, sin embargo, necesariamente debieron aludir a la presencia de las poblaciones indígenas del territorio. Por tanto, lo que ocurre es un determinado tipo de etnificación de lo indio desde el discurso proveniente del poder y de las elites, funcional a la construcción identitaria nacional.[61]

Este discurso no es homogéneo, puesto que fluye desde diversos ámbitos de la actividad pública de la época, -políticos, eclesiásticos, militares, próceres de la independencia, gestores del republicanismo-, además no va a ser exclusivo de los primeros años del siglo XIX, sino que, paradójicamente, va a extenderse hasta los momentos más críticos y dramáticos que caracterizarán la acción del Estado Chileno hacia el Pueblo Mapuche.

Así vemos, por ejemplo, como en 1888, Horacio Lara en la dedicatoria su libro Crónica de la Araucanía, se refería al tema en los siguientes términos:

“...no ha obedecido a otro móvil que a la inspiración de un elevado sentimiento de patriotismo guiado de un sano propósito: -el de reconstruir el pasado histórico de un pueblo heroico que, como el araucano, tan profundas huellas ha dejado marcadas en nuestra vida nacional en tres siglos de la más tenaz de las luchas que haya sostenido en América una reducida porción de hombres encerrados entre estrechos linderos en honra a su independencia, o ya en defensa de sus campiñas, sus selvas i sus bosques que sombrean la humilde choza que oculta en su oscuros seno la robusta i altiva prole que desde los primeros vajíos de la existencia empieza a atisbar en su corazón el sagrado fuego del patriotismo... Antes que ese pueblo cuna de tantos héroes i ara de inmolación i sacrificio de tantos mártires desaparezca del todo del escenario de nuestra sociabilidad, hemos querido recoger en su lecho de agonía el postrimer aliento i estamparlo por decirlo así en estas pájinas ...[62]”.

Es así, entonces, que en un primer momento se produce una valoración del mapuche, la que se complementa con la idea de incluirlo en el proyecto de nación que se estaba gestando para construir con él y sus territorios el nuevo país que surgía desde las ruinas del mundo colonial[63].

Se percibe un ambiente de profundas buenas intenciones en la construcción del nuevo Estado - Nación que se estaba formando, primando la idea de una gran hermandad. En esta dirección habría apuntado, por ejemplo, un proyecto de “Pacificación de la Araucanía” presentado en el año 1823 por Mariano Egaña, que permitiese ocupar la región con colonos nacionales y extranjeros, prefiriendo para ello a los propios mapuches. El proyecto, debía necesariamente ser acordado con los indígenas por medio de un parlamento, tal cual lo habían efectuado durante la colonia, españoles y mapuches.

Sin embargo, se visualiza un cuadro bastante contradictorio en la medida que se produce la llamada "Guerra a Muerte". Pues, si bien en una primera instancia los mapuches aparecen gestando los antecedentes de la nacionalidad, gracias a la “sangre araucana” derramada en pos de la libertad, el primer contacto directo que tuvieron los patriotas libertarios con los mapuches adquirió un carácter más bien traumático, con esta denominada “Guerra a Muerte”. Los mapuches se vieron envueltos en una guerra ajena, entre patriotas y realistas, pero fieles a los acuerdos y a la palabra empeñada, mantuvieron sus compromisos contraídos en los parlamentos con los españoles. En ellos, los españoles reconocían el territorio y autonomía del Pueblo Mapuche, en cambio los patriotas pensaban en un territorio unificado bajo la bandera chilena desde el norte hasta el Cabo de Hornos. Los mapuches percibieron esta diferencia entre chilenos y españoles y temieron, con evidente previsión, la constitución de un gobierno central en Santiago que, poseedor de fuerzas armadas ofensivas, atacara y sometiera definitivamente el territorio[64].

De esta manera, los mapuches adhirieron mayoritariamente al bando realista y lucharon contra los chilenos, contra los fundadores de la patria. En este sentido, decae en el imaginario nacional la figura mapuche que cimentaba la lucha por la libertad y la defensa de los derechos como pueblo independiente. Por otro lado, la forma de lucha que se dio en la Frontera, tuvo un carácter en el que la caballerosidad no era el signo más característico. El accionar de los mapuches transforma radicalmente la imagen que se había construido de ellos, frente a la naciente sociedad nacional. Aparece el estereotipo del bárbaro, la imagen de seres salvajes, primitivos, que no coincidía, o no estaba a la altura del proyecto de nación liberal civilizada que se pretendía edificar.

Será esta actitud contradictoria de Chile frente a los mapuche -su historia y su presente- la característica principal del problema indígena contemporáneo. “Marcará a su vez las relaciones de la sociedad mapuche con la chilena y las diversas estrategias de integración que sus dirigentes desarrollarán... ”[65].

Esta actitud contradictoria por parte del Estado, queda reflejada en la promulgación de leyes, las cuales, puede decirse, presentan un cuadro bastante peculiar, pero determinante en este intento de integración de parte del Estado chileno hacia los mapuches. Por una parte el año 1822, en la constitución de O’Higgins, se expresa claramente quienes serán chilenos, estableciendo que dicha condición será para todos los nacidos en el territorio de Chile, y que dichas personas serán iguales ante la ley, sin distinciones de rango ni de privilegios. Pero, por otro lado, en esa misma constitución, se expresa claramente que no todos los chilenos podrán tener la calidad de ciudadanos, sólo podrán serlo, quienes cumplan con una serie de requisitos: “...son ciudadanos todos los que tienen las calidades contenidas en el artículo 4 con tal que sean mayores de veinticinco años o casados y que sepan leer y escribir, pero esta última calidad no tendrá lugar hasta el año de 1833...”[66].

Evidentemente, los mapuches de la época, en su inmensa mayoría, no saben leer ni escribir el castellano, no es ocioso recordar que poseían una cultura distinta, donde no existía la escritura, dado, como fue mencionado, que se trataba de una cultura basada en la oralidad, poseedora de una lengua propia: el mapudungun. Por otra parte, la constitución no hace ninguna mención a los indígenas, simplemente son todos chilenos, pero los menores de 25 años no podrían ser ciudadanos; los mapuches comienzan a ser vistos con los ojos del evolucionismo, el que por aquellos años había tomado forma en los ámbitos científicos, y donde se concebían a los grupos indígenas como niños, como grupos que se encontraban en una etapa primaria, primitiva, donde, su padre -occidente-, debía guiarlos en el camino hacía el desarrollo, progreso y civilización.

Se aprecia entonces, cómo el Estado, por un lado, no reconoce a los mapuches como un pueblo independiente sino que busca integrarlo, pero no lo integra como uno más, sino como una especie de ciudadano de segunda clase. De hecho les niega la calidad de ciudadano; y, en último caso, si llegasen a cumplir con los requisitos para acceder a dicha calidad, se les exige que dejen de ser lo que son, que olviden lo que han sido y adopten los patrones de la nueva sociedad que se está formando; en definitiva, existe un claro no-reconocimiento de los mapuches, en primer lugar como actores políticos distintos, independientes y, en segundo lugar, como actores culturales también distintos. El Estado está diciendo por medio de ello, “... ustedes son chilenos, ya no son más mapuches...”.

La constitución de 1823, presenta restricciones aún mayores para acceder a la ciudadanía chilena: “... Es ciudadano chileno con ejercicio de sufragio en las asambleas electorales, todo chileno natural o legal que habiendo cumplido veintiún años, o contraído matrimonio tenga alguno de estos requisitos: Una propiedad inmueble de doscientos pesos, un giro o comercio propio de quinientos pesos; el dominio o profesión instruida en fábricas permanentes; el que ha enseñado o traído al país alguna invención, industria, ciencia o arte, cuya utilidad apruebe el gobierno; el que hubiere cumplido su mérito cívico, y por último, todos deben ser católicos romanos... ”[67].

Nuevamente se evidencia la negación del “ser mapuche”; dado que de acuerdo a estos requisitos, prácticamente se estaba diciendo a los mapuches: “usted no podrá ser ciudadano”. En el trasfondo, se buscaba borrar todas las diferencias existentes entre los habitantes del territorio chileno, y homogeneizar aun desde el discurso público, a los “chilenos”; pues como se verá, las fronteras entre unos y otros siguieron presentes en las cotidianeidades de la vida nacional.

Aunque el camino hacia la homogeneización -que se percibía como vital para la construcción del Estado-Nación-, ya había comenzado desde antes, con la presencia en la Araucanía de los misioneros católicos. Quienes penetraron en territorio mapuche con la misión de evangelizarlos, convertirlos al cristianismo, enseñarles la lengua castellana y, en definitiva, transformarlos; la labor homogeneizadora desde el Estado se tornará sistemática durante el siglo XIX, mediante una serie de aparatos institucionales, funcionales a dichos propósitos. En esta actitud homogeneizadora desde el Estado hacia el Pueblo Mapuche, están presentes una serie de mecanismos de dominación; de ahí que se señale la importancia de conocer cuáles fueron estos mecanismos de “ciudadanización del mapuche”, recalcando que se trata de un proceso que sigue presente hasta el día de hoy.[68]

Entre dichos mecanismos, destacan, en primer lugar, los medios jurídicos, que se constituían en piezas claves para la formación de la nación. A través del andamiaje legal, las autoridades podían extender a toda la población los mecanismos de control que debían imponer para construir el país que demandaban. Se trataba, por lo tanto, “... de establecer instrumentos jurídicos capaces de otorgar un sentido de pertenencia y que abarcara a todos los ‘chilenos’... “[69].

En este sentido, en el escenario posterior a la colonia, va a ser el Estado Chileno quien a través de distintos medios jurídicos va a generar los conflictos que se mantienen hasta el día de hoy con el Pueblo Mapuche. La creación de la provincia de Arauco en 1852, se constituye en un hito importante, ya que como instancia jurídica, permite al Estado intervenir, sin previa consulta, directamente sobre el territorio mapuche: “... es como si hoy día el Estado chileno decidiera crear una provincia en territorio argentino y se le pone un nombre...”. La provincia, es el ropaje jurídico que le permite al Estado iniciar el camino de apropiación de un territorio que era de otro Pueblo.[70]

Un segundo elemento o mecanismo destinado a consolidar el proyecto del Estado-Nación y, por extensión, la negación del Pueblo Mapuche, se encuentra en el ámbito de la educación. El interés de las autoridades por impulsar tempranamente su desarrollo, se percibió así porque se creía que la educación “... sacaría al pueblo de las tinieblas... ” y lo haría respetuoso de las normas jurídicas y valores que regirían los destinos de Chile[71].

La escuela, además de haberse constituido como un mecanismo de dominación, subordinación y negación del mapuche, es el lugar por donde fluye, a veces implícitamente, la expresión del racismo y la discriminación[72].

Lo cierto es que la educación también se constituye en un elemento y mecanismo de homogeneización cultural y por tanto en un aparato negador de las especificidades culturales que no cuadran con el proyecto del naciente Estado nacional. Va a ser esta política homogeneizadora y negadora de las diferencias culturales, instaurada por la educación formal chilena la que hoy permite comprender por qué existen tan pocos mapuches que, por ejemplo, dominen su propia lengua, que hablen el mapudungun. Los testimonios de mapuches al recordar sus experiencias escolares suelen ser dramáticos, ya que se les prohibía hablar su lengua y se les castigaba en caso de ocuparla y no hablar el castellano.

Hacia la década del cuarenta del siglo XIX, el Estado chileno realiza un intento para relacionarse de manera más estrecha con los mapuches de la frontera sur; la estrategia utilizada recayó en el ámbito de la educación formal; de esta manera se recurrió a las escuelas misionales de Franciscanos Italianos, contratados por el gobierno de Joaquín Prieto. Bajo el supuesto de que estas misiones podrían ayudar a transmitir los valores del ciudadano a los mapuches, y a reemplazar los principios de las sociedades tradicionales por la lógica de la racionalidad.[73]

Un tercer elemento que contribuyó a los intentos de homogeneización cultural del país, queda constituido por la inmigración europea. La presencia de inmigrantes europeos, fue percibida también como una posibilidad de ir generando actitudes que los grupos dirigentes querían desarrollar entre los miembros de la nación. Por lo mismo, la inmigración no sólo representó un medio para aumentar la población, sino también una propuesta encaminada a formar a los chilenos, “... contribuyendo a desarrollar en ellos una conducta imitativa que muchas veces nos ha llevado a menospreciar nuestra cultura y a transformar nuestra identidad en una identidad híbrida... ”[74]. Así se desprende de las palabras de Vicente Pérez Rosales, agente de colonización, quien reprochaba a los habitantes de la zona y a algunas autoridades los obstáculos que habrían puesto al establecimiento de los colonos:

“Entristece el recorrer la anterior lista [de inmigrados], viendo cuán despacio, cuán de mala gana y con cuántas interrupciones llega a fecundizar nuestros desiertos ese riego de población y de riqueza que tantos prodigios obra en todas; que, como no debemos cansarnos nunca de repetirlo, es el único medio que en nuestras actual estado puede elevarnos pronto a una envidiable altura entre las naciones civilizadas[75].”

En el Chile de la época se había instalado ya el eje conceptual civilización/ barbarie, el que se desprendía de las corrientes evolucionistas que lideraban el pensamiento científico; corrientes que, en breves palabras, consideraban que las sociedades humanas se encontraban en distintos estadios evolutivos los que, en el caso de H. L. Morgan, uno de sus principales exponentes, transitaban desde el salvajismo, pasando por la barbarie, hasta llegar al estadio de civilización. Obviamente en la cúspide de la pirámide se encontraba Europa y, a medida que los rasgos culturales en general se alejaban de tales patrones, se clasificaba a dichas sociedades en estadios inferiores de desarrollo y evolución. Estas corrientes evolucionistas sirvieron como argumento para justificar la mayoría de las políticas expansionistas y colonialistas del siglo XIX en el mundo entero.

En el pensamiento latinoamericano, liberal y positivista del siglo XIX, la civilización -la modernidad- podía alcanzarse reemplazando el patrón cultural “indo-ibérico” por uno abierto a Europa y Estados Unidos. Las ideas de Domingo Faustino Sarmiento, respecto a esta confrontación entre civilización y barbarie, eran ampliamente aceptadas en Chile, que no fue la excepción a esta corriente[76].

Junto con lo anterior, a mediados del siglo XIX comienza a agudizarse una crisis económica que llevará prontamente a mirar hacia el territorio del Pueblo Mapuche. Entre los años 1857 y 1861 se produce esta crisis económica, los grupos dirigentes de la nación intentaron buscar una solución al problema que se dejaba sentir fuertemente en la sociedad chilena, sin que dicha solución comprometiera la plataforma básica de la economía chilena del momento, es decir, las exportaciones. El vasto territorio mapuche serviría para elevar la producción agrícola y estrechar lazos con el mercado argentino, mercado que serviría como alternativa a los de California y Australia que se encontraban en franca decadencia[77].

Durante el siglo XIX la economía chilena fue una proyección de la economía colonial; es decir un modelo de crecimiento “hacia fuera”. Este modelo económico, basado en exportaciones de materias primas, permitía a los grupos dirigentes controlar el país y al Estado financiar la hacienda pública. Este modelo generó consenso y no despertó ningún tipo de resistencia entre los sectores que podían intervenir en la conducción del Estado y su economía. De esta manera se fueron consolidando “las tres patas de la mesa” que sostuvieron la economía chilena durante el siglo XIX: minería, agricultura y comercio, todos sectores interesados en impulsar una economía exportadora que satisficiera plenamente sus intereses[78].

En un comienzo el modelo fue exitoso, gracias a la demanda externa generada por los mercados del Pacífico, California y Australia; sin embargo, dicho patrón poseía una fragilidad inherente, que tiene que ver con el escaso papel que los países exportadores juegan en el control de los factores que hacen funcionar la economía. Baste decir que ni la intensidad de la demanda ni su calidad, podían ser manejados desde Chile[79].

Los sectores agrícolas y mineros respondieron a la gran demanda inicial; no obstante, eso no quiso decir que la respuesta haya sido de buena calidad. Por otra parte, la mayor producción agrícola no significó una modernización en el agro, y buena parte de la producción minera se hizo con capitales extranjeros. Los sectores agrícolas y mineros se mostraron reacios a desplazar utilidades a sus respectivas actividades, lo que posteriormente impidió producir a bajos costos para poder hacer frente a la competencia de nuevos centros de abastecimiento.

La primera crisis del modelo exportador se da entre los años 1857 y 1861, y ocurre fundamentalmente a partir de la brusca desaparición de los mercados californianos y australianos. El mercado californiano había alentado fuertes especulaciones al interior de la economía chilena, con lo que surgieron enormes endeudamientos, pues nadie dudaba en solicitar créditos con lo cual se fue creando una riqueza imaginaria que alentó gastos que una economía como la chilena no pudo resistir. Después de desaparecer el mercado californiano, este se transforma en competencia para la producción triguera chilena arrebatándole con ello los mercados del Pacífico, tradicionalmente chilenos.

En la prensa comienzan a circular una serie de artículos que trataban la crisis, asociándola con la incapacidad de cancelar con mercaderías chilenas los productos de importación, forzando así una exportación de monedas que anunciaba la recesión; también se manifestaba una preocupación por la pérdida del mercado californiano y los altos precios que estaban alcanzando los productos agrícolas. La solución que con más claridad se presentó en la prensa del momento tuvo que ver con la obtención de capital, es decir “... mercaderías vendibles en el exterior que permitieran equilibrar la balanza de pago y ordenar una economía que antes de la caída no había mostrado flaquezas...”[80].

Desde este momento en Chile se empiezan a desarrollar acciones tendientes a sacar al país de la crisis; se comenzó a pensar en modernizar las haciendas, los cultivos y todo lo demás. A partir de este momento Chile comienza a mirar hacia la Araucanía. Es a partir de la década del ‘50 que esta zona adquiere verdadera relevancia para los intereses chilenos. En 1856 el periódico El Ferrocarril se refería a ella como una zona de recursos inagotables, “... manantial de riquezas que requería de brazos y capitales para gozar de una próspera agricultura... ”. Tres años más tarde se señalaba que la Araucanía era la zona más rica de “nuestro territorio”[81]. En palabras del profesor Jorge Pinto, era vista por la sociedad chilena del centro, como una gran hacienda inculta.
Los artículos de prensa se siguieron multiplicando, y la mayoría coincidía en señalar que con la ocupación de la Araucanía se ganaría en tres aspectos: tierras, mano de obra y la posibilidad de abrir un mercado alternativo al californiano, vía Argentina. La campaña pro-ocupación de la Araucanía fue prácticamente dirigida por El Mercurio de Valparaíso, el órgano más representativo de los intereses de los inversionistas chilenos[82]. La sociedad chilena del centro del país comienza a mirar hacia la región del sur, y se piensa que el destino “natural” debe ser su ocupación.

Es entonces, a partir de la ineptitud mostrada por los inversionistas chilenos antes, durante y después de la crisis económica de mediados del siglo XIX, unida al eje conceptual de la barbarie y la civilización, que se fue generalizando la idea de que los mapuches, así como su abundante territorio, se encontraban en un estado donde reinaba la barbarie, el primitivismo, etc. Y que, por tanto, era “deber” de la población chilena “civilizada” intervenir allí y llevar el progreso y la civilización a todos los rincones del territorio nacional.

Un párrafo del diario El Mercurio, que reflejaría una suerte de “ideología de la ocupación” lo expresa en forma clara:

“No se trata sólo de la adquisición de algún retazo insignificante de terreno, pues no le faltan terrenos a Chile; no se trata de la soberanía nominal sobre una horda de bárbaros, pues esta siempre se ha pretendido tener: se trata de formar de las dos partes separadas de nuestra República un complejo ligado; se trata de abrir un manantial inagotable de nuevos recursos en agricultura y minería; nuevos caminos para el comercio en ríos navegables y pasos fácilmente accesibles sobre las cordilleras de los Andes... en fin, se trata del triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la humanidad sobre la bestialidad...[83]”.

La sociedad chilena, agraria, santiaguina, que miraba hacia Europa y que surgió en las primeras décadas del siglo XIX, no tuvo la capacidad de comprender al Pueblo Mapuche. Así, desde la capital, los araucanos eran mirados con conmiseración: “... Eran seres primitivos, salvajes; a lo más, bárbaros. En esas tierras del sur de Chile no había llegado aún la civilización... ”[84].

Eso se decía en la época. Lo anterior, era reafirmado al observar la poligamia, práctica que no logró ser comprendida dentro del contexto mapuche, y el nomadismo, también considerado cercano a la barbarie, por la sociedad católica del centro del país.

El diario El Mercurio insistía en que los indios son enteramente incivilizables, y publicaba en 1859, con respecto a los indígenas: “... Todo lo ha gastado la naturaleza en desarrollar su cuerpo, mientras que su inteligencia ha quedado a la par de los animales de rapiña, cuyas cualidades posee en alto grado, no habiendo tenido jamás una emoción moral... “[85]. Esta mirada de los indígenas como animales de rapiña, como hordas de salvajes -campaña permanente de El Mercurio- vino a crear una justificación moral para la ocupación de los territorios de La Araucanía a cualquier precio. Otro artículo, de la época refiere al tema en los siguientes términos:

“Los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos, sin provecho del jénero humano y una asociación de bárbaros, tan bárbaros como los pampas o como los araucanos, no es más que una horda de fieras que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización... [86].

Es en esta época, a mediados del siglo XIX, donde se produce “... una grieta insalvable entre la vida chilena santiaguina y la forma de vida que llevaban los indígenas del sur de Chile...”. Se pensaba en los mapuches como una “raza” en decadencia, degradada por el alcohol; los mapuches, a los ojos evolucionistas de la sociedad criolla, estaban lejos de ser los héroes relatados por Alonso de Ercilla. Se multiplicaban los artículos en la prensa que se referían en términos similares acerca de los pobladores de la Araucanía. El país comienza a formarse una idea falsa de los indígenas del sur, y a circular el arquetipo, de que los mapuches además de estar acabados, eran cada vez menos; comenzó a afirmarse que quedaban muy pocos indígenas en el sur y que las tierras estaban desocupadas. El país del centro se formó esta idea, falsa por cierto, pero conveniente, para ocupar la Araucanía y someter a los indígenas al régimen reduccional[87].

De esta manera, desde 1850, comienza a clarificarse la actitud del Estado, y de la sociedad chilena frente al Pueblo Mapuche del sur de Chile. Se desencadenan una serie de factores que llevarán a la ocupación del territorio, con lo cual se desintegra el viejo espacio fronterizo que habían logrado construir españoles y mapuches por más de dos siglos. Todo el peso del Estado en formación se dejó sentir entonces sobre la Araucanía, imponiendo a la región el proyecto de país y nación elaborado por los grupos dirigentes que gobernaban Chile desde Santiago[88].

Chile configura su territorio durante esta época y lo hace con una clara vocación expansionista. Durante la segunda mitad del siglo XIX, el país incorporó Magallanes, la Araucanía, la Isla de Pascua y las Provincias del Norte. Se produce la ocupación de regiones hasta ese entonces inexploradas. Es el período de expansión del capitalismo mundial. En el ámbito nacional, las razones se relacionan con la estrechez del mercado de la tierra, lo que constituía la base para poder sostener la política inmigratoria que fomentaba el Gobierno chileno de la época y posibilitaba la crisis económica de 1857.

Por aquella época la convivencia con el Ejército de frontera motivó que los araucanos de aquellas zonas -a diferencia de los que vivían más al sur- buscaran lugares apartados para vivir, sembraran el mínimo para su subsistencia y se dedicaran al acarreo de animales, ya que aquello era más seguro frente a los robos ejecutados por los militares presentes en la zona. La relación con este ejército además se caracterizó por contactos de dominación a través de la entrega de los ‘bastones de mando’ a los caciques locales. Se trataba de caciques reconocidos por el gobierno “... con un cierto rango de funcionarios. Tenían el derecho de administrar justicia, y a veces se les destinaba policías para apoyarlos en su tarea de poner orden en la zona... ”[89]. Junto con ello, se invitaba a los caciques a parlamentar y se les brindaba las atenciones típicas de ese entonces, “... mucho mosto y mucha música... ” se decía en la época. El mapuche, con una larga tradición de respeto por las invitaciones, se veía comprometido por el agasajo y consideraba que estaba contrayendo una deuda de honor. “... No es una cultura del aprovechamiento. Por el contrario, la mapuche es una cultura del honor, de la palabra empeñada que vale oro...”[90].

Como ya fuera señalado, el Estado nacional, y la sociedad santiaguina en general, consideraban los territorios de la Araucanía como vacíos, desocupados; se pensaba en una tierra de nadie. A mitad del siglo XIX se lleva a cabo un censo de población, estimándose para toda la Araucanía tan solo cerca de treinta mil personas. Como fuera mencionado anteriormente, el interés por ocupar esos territorios estuvo presente desde los inicios del proceso de independencia, pero dicho interés sólo se vuelve sistemático después de 1850. A partir de estos años comienzan a llegar los primeros colonos alemanes a Valdivia, Puerto Octay, Puerto Montt. Dichos colonos comienzan a construir industrias, fabrican vapores, empieza a consolidarse una economía pujante en el sur del país. En esta época la suerte de los mapuches ya estaba sellada, se encontraban entre dos fuegos expansivos. Por una parte, estaba el Chile central que necesitaba de más tierras para continuar con su modelo agrícola hacendal y, por el sur, habitaba la exitosa colonia alemana, que instauraba un modelo de lo que debía hacerse con esas tierras. En ese tiempo no hubo espacio para pensar en otras alternativas. Es necesario señalarlo y decirlo, de lo contrario la historia sería incomprensible, o sería un conjunto de maldades, de perversidades, si se piensan con categorías actuales las conductas de ayer. Los mapuches aprisionados entre dos fuegos se encontraron inermes frente al proceso de colonización que se les venía encima[91].

6.2. La invasión de la Araucanía

Desde 1850 en adelante se comienzan a infiltrar en el territorio mapuche un sin número de chilenos que se asentarán en la zona, ya sea como trabajadores, arrendatarios o simplemente como propietarios de terrenos que fueron adquiridos de manera fraudulenta. Este proceso, denominado “colonización espontánea”, se llevó a cabo en los territorios mapuches comprendidos entre los ríos Bío-Bío y Malleco -Alta frontera-, y entre el Bío-Bío y el río Lebu -Baja Frontera o Arauco-. Por el sur la jurisdicción efectiva del Estado chileno se encontraba en San José de la Mariquina, al norte de Valdivia[92].

Junto con ello, y a medida que el ejército chileno también comienza internarse en territorio mapuche, se empieza a crear un conjunto de normas legales sobre la Araucanía. Como se ha dicho, la primera de ellas es la Ley de 1852 que crea la Provincia de Arauco, abarcando el territorio comprendido entre el río Bío-Bío y el Toltén, zona mapuche por excelencia.

En 1866 se dictaron las primeras leyes de ocupación, momento en que el concepto “territorio de indígenas” es cambiado por el de “territorio de colonización”. Las tierras fueron declaradas fiscales para evitar que los aventureros y especuladores se apropiaran de todos los recursos y no dejaran espacio para la inmigración extranjera, que era, en definitiva, el verdadero objetivo. Hasta 1881 los mapuches lograron resistir el avance de los chilenos. En ese año se abren caminos, se construyen puentes, se fundan fuertes y ciudades. Se funda el fuerte Temuco, lugar de mayor densidad indígena de todo el sur de Chile. No hubo conversaciones ni tratados de paz, como insiste alguna tradición. El parlamento de la Patagua en el Cerro Ñielol, en que los caciques le entregaban la tierra al ministro Recabarren para que fundara Temuco, nunca existió. No se ha encontrado nunca un documento que pueda atestiguar esa leyenda[93].

Junto con las tropas llegaron los agrimensores, dirigidos por Teodoro Schmidt. A medida que las tierras eran medidas, se fueron dando cuenta de que aquellas no estaban vacías como se pensaba en Santiago. Todo estaba subdividido entre los caciques, y poblado por familias mapuches. La idea de un sur deshabitado era una idea falsa que se había tejido en el centro del país; los mapuches ocupaban densamente la Araucanía, y había una suerte de propiedad establecida en la zona que contaba con deslindes bastante claros.

Muchos particulares del centro de Chile, vieron una posibilidad cierta de hacerse de tierras de una manera relativamente fácil en el sur del país. Las leyes de radicación, pretendían entregar las tierras declaradas fiscales a colonos extranjeros y nacionales, se había diseñado un plan para ellos; sin embargo, nada pudo impedir la entrada de inescrupulosos particulares, que recurriendo a las más variadas argucias, no dudaron en expulsar y arrebatarles sus tierras a numerosos indígenas.

Los mapuches reaccionaron activamente frente a los hechos que venían ocurriendo. Algunos historiadores locales como Leandro Navarro, Horacio Lara y Tomás Guevara, dejaron testimonios de las protestas indígenas; sin embargo, la historiografía tradicional nada consigna respecto de la reacción del Pueblo Mapuche y de las estrategias empleadas por sus dirigentes. Personalidades mapuches como José Santos Quilapán, tuvieron plena claridad sobre lo que estaba ocurriendo y plantearon a sus aliados una estrategia de oposición a la "entrada de los chilenos" como decían en esa época. Numerosos testimonios que provienen de la historia oral mapuche, demuestran la capacidad e inteligencia de los dirigentes para actuar frente a esa invasión.

Tres posiciones se debaten en la sociedad mapuche de fines del siglo diecinueve. Por una parte quienes están por enfrentar del modo militar la invasión que se venía encima. Quien dirige esta tendencia es el lonko Quilapán de los arribanos o wenteches. Hay un segundo sector que se encuentra liderado por el cacique de Quechereguas, Pailahueque, que trata de establecer alianzas y negociaciones. Para ello incluso viaja a Santiago a solicitar el fin de la ofensiva. Es apoyado por los frailes franciscanos italianos. Un tercer sector o tendencia de opinión política, trata de establecer una alianza con los chilenos y sus dirigentes. La encabeza el lonko de Chol Chol, Venancio Coñoepán.[94] Estas tres "líneas políticas" que se registran en la sociedad mapuche de la década del setenta y ochenta del siglo XIX, muestran una enorme continuidad. Unos creen que el camino es la resistencia, otros la negociación con diferentes aliados y otros la adaptación.

Habría que decir, al revisar la historia, que lamentablemente los mapuches y sus dirigentes no tuvieron muchos espacios de negociación. Como han señalado diversos autores aquí citados, la sociedad chilena santiaguina se había dejado convencer de que era necesario ocupar violentamente la Araucanía.[95] Es por ello que hubo una combinación de estrategias, por una parte de carácter bélico, de negociaciones, y minoritariamente de aceptación.

Durante quince años se produce un período de mucha violencia. Desde 1866 hasta la fundación de Temuco y el ataque que todas las agrupaciones mapuches hicieran el 5 de noviembre de ese año al fuerte allí establecido, fue un período de continua guerra. Como en todas las guerras hubo mucho sufrimiento y muchos desplazados. Las familias de la Frontera, cercanas a la recién construida línea del Malleco huyeron a lugares más lejanos, hacia la Cordillera. Los guerreros cruzaban la Cordillera, peleando contra el ejército chileno como contra el argentino. Poco sabemos de los detalles de ese período y falta mucho aún que investigar para conocer en mayor detalle lo ocurrido en esta "segunda guerra de Arauco" en que la Araucanía fue ocupada por parte del ejército de Chile[96].

El entonces Coronel Cornelio Saavedra le escribía al Gobierno que esta campaña le había costado "... Mucho mosto, mucha música y poca pólvora... ", frase llena de orgullo y soberbia que ha quedado en los anales de la historiografía chilena y que hizo creer a muchos autores que la campaña del sur había sido "un paseo por el prado". No son pocos quienes adhirieron a esta idea levantando teorías que señalan que los mapuches ya estaban "aculturados" en ese momento y que la ocupación de la Araucanía se realizó sin oposición de ninguna especie. Las pruebas históricas empíricas desmienten absolutamente esta manera de ver la historia. El propio Cornelio Saavedra se dio cuenta de esta situación. En un texto menos citado, pero que anticipa el conflicto que se estaba generando, escribe a las autoridades de Santiago lo siguiente:

“... llevada (la guerra) por el sistema de invasiones de nuestro ejército al interior de la tierra indígena, será siempre destructora, costosa i sobre todo interminable, mereciendo todavía otro calificativo que la hace mil veces más odiosa i desmoralizadora de nuestro ejército. Como los salvajes araucanos, por la calidad de los campos que dominan, se hallan lejos del alcance de nuestros soldados, no queda a estos otra acción que la peor y más repugnante en esta clase de guerra, es decir: quemar sus ranchos, tomarles sus familias, arrebatarles sus ganados i destruir en una palabra todo lo que no se les puede quitar. ¿Es posible acaso concluir con una guerra de esta manera, o reducir a los indios a una obediencia durable? [97]

Por cierto que frente a un ejército moderno como el que ingresó el año 1881, que venía vencedor en Chorrillos y Miraflores en el Perú, no había forma de enfrentársele en las mismas condiciones. Sin embargo, esa diferencia tecnológica y numérica no amilanó a los mapuches quienes se defendieron, atacaron las caravanas, cortaron los telégrafos, asaltaron pueblos, ciudades y fuertes, muriendo muchos en el combate, como está establecido. La gran insurrección final de noviembre de 1881 unió a todos los sectores mapuches, desde los lafquemches de Tirúa, los imperialinos y del Budi[98], los nagche de Lumaco, Purén y Cholchol y los wenteche que asaltaron el fuerte de Temuco desde diferentes partes, sin que prácticamente faltara a la cita ninguna agrupación o lof.

6.3. La reducción

La idea de Reducción aparece paralelamente a la llegada de los agrimensores a la Araucanía, cuando constatan que la tierra que se había pensado vacía, estaba ocupada densamente por los mapuches. Es ahí cuando aparece, entre las autoridades del país, la idea de la ‘reducción’[99]. La ley de 1866 y las leyes posteriores establecieron que a los indígenas se les daría un título gratuito sobre las tierras que poseían. De su carácter gratuito y haber sido dados como una merced por parte del Estado viene su nombre: “Título de Merced”. Pero hasta que no se llegó a medir físicamente la Araucanía, no se percibió que esas propiedades indígenas eran muy grandes y que en muchas áreas ocupaban en forma plena el territorio. Se le consultaba a un cacique por los deslindes de su propiedad y los señalaba con claridad, al igual que se hace hoy en día en cualquier propiedad, nombrando a sus vecinos y los accidentes del terreno que los separaban. Llegó la noticia a Santiago de que no había espacios vacíos en el sur y se le encomendó a la Comisión que redujera las tierras de los indígenas. Existe un documento antiguo, en que se establece cuántas hectáreas le deben ser otorgadas al jefe de familia, a la mujer indígena y a los hijos, esto es, a partir, de un criterio diferente al de la tierra que ocupan. No se aplicó literalmente el principio allí establecido, pero se impuso la idea de reducir la tierra indígena.

El proceso de radicación, reducción y entrega de Títulos de Merced ocurre dentro de los años 1884 y 1929, y estuvo acompañado por todo tipo de abusos en contra de los mapuches. Tuvo innumerables consecuencias que transformaron de manera cruel y definitiva a la sociedad mapuche: en primer lugar, se viola el territorio autónomo y reconocido a través de acuerdos políticos por los españoles; el Estado chileno liquida los espacios territoriales jurisdiccionales de los mapuches, y reduce sus propiedades a las tierras de labranza alrededor de las casas que con anterioridad habían tenido. Por otro lado, la radicación, consistía en que la Comisión Radicadora nombraba a un determinado cacique y le entregaba tierras; junto a dicho cacique ubicaba a otras familias extensas que tenían sus propios caciques o jefes, transformándolas en dependientes del cacique nominado con el Título de Merced; cuestión que va a provocar un quiebre crítico en la sociedad mapuche.

No está de más recordar el tipo de organización basada en linajes de la sociedad mapuche; los radicadores de indígenas simplemente actuaron con criterios económicos, y redujeron a familias distintas en espacios pequeños y donde debían estar bajo la tutela de un cacique designado por ellos. Esto condujo a numerosísimas disputas internas. Ahora, se sumaba a las usurpaciones por parte de particulares no indígenas, los conflictos entre mapuches. En la documentación de la época existe una serie de demandas y reclamos de mapuches que a la par de reclamar contra el abuso de particulares no indígenas, reclaman por problemas al interior de las reducciones con otros mapuches.

De esta manera, el Estado chileno rompió con las solidaridades internas que constituían la sociedad mapuche; los agrupó en forma arbitraria y los obligó a vivir de una forma completamente artificial. Aquí se encontraría un elemento que ayuda a explicar la división interna mapuche: “No es casualidad que hoy día sigan en muchos casos divididos y que las desconfianzas entre ellos sean tan fuertes. En buena medida, esa es también obra de la dominación y colonización, llevada a cabo por la acción del Estado...”[100].

Es por esta razón que se sostiene que el Estado chileno ha sido el principal actor y responsable de las políticas que se han desarrollado en torno de la sociedad mapuche. Todas las consecuencias que implicó la ocupación militar de la Araucanía, constituyen el origen de la situación actual del Pueblo Mapuche.

El Estado chileno, al optar por esta integración forzada y violenta, con la consiguiente reducción de las familias mapuches, en miles de pequeñas reservas –reducciones-, que comprendió quinientas mil hectáreas, una porción ínfima del antiguo territorio mapuche[101], origina buena parte de los actuales conflictos territoriales mapuches: una doble pérdida, tierras y autonomía que tiene un eje común: el no reconocerlos como pueblo[102].

Frente a estos hechos que ocurrieron con gran violencia hubo voces disidentes a esas formas de proceder. En un documento de la época, se observa cómo el diputado Matta, en 1868, expresa su alarma por la negación de justicia que ha rodeado la ocupación de la Araucanía; señala que “... Un plan de esta naturaleza no traerá otro resultado que el exterminio o la fuga de araucanos; porque persiguiéndolos por todas partes no tendrán más que perecer víctimas de la superioridad de nuestras armas i número. Entonces los bárbaros no serán ellos, seremos nosotros... ”[103].

Se inicia así el período de mayor conflicto, contradicción y destrucción en las relaciones entre el Estado y los Pueblos indígenas. Todos los pueblos indígenas de Chile sufren en ese período la invisibilización social y la acción destructiva del Estado chileno.



[58] Vicuña Mackenna, influido ya por el ideario positivista, considera que las primeras eran guerras civilizadas y las segundas "bárbaras". Por ello le llama a muerte, como si en las anteriores (Chacabuco, Cancha Rayada, Maipú, etc...) no hubiesen muertos, ni la muerte de los enemigos fuese el objeto del combate. Como se puede apreciar en el siguiente extracto: “Cierto fue que en la prosecución de las ignotas campañas de que en este libro se da auténtica y minuciosa noticiosa no intervino la letra de una declaración que consagrara oficialmente la guerra sin cuartel, como entre Morrillo y Bolívar en la antigua Colombia. Pero la espada y el banco, la tea y la horca, fueron el decreto vivo de esa contienda atroz, cuya única ley era el exterminio en masa de los bandos, y en que el hombre y el plomo, el heroísmo como la infamia, cubrían incisamente de cadáveres nuestros campos del sur, del Maule al Imperial. (...) En el solo espacio de noventa días diéronse aquellas terribles huestes no menos de seis batallas campales, y en cada una de ellas corrió más abundante sangre que en aquellos pomposos hechos de armas de la primera guerra que nuestra impericia y el entusiasmo de nuestros reclutas engrandeció con el nombre de batallas”. Vicuña Mackenna, Benjamín. La Guerra a Muerte. Editorial Francisco de Aguirre. Santiago. 1972 [1868]. pp. XXXVII-XXXVIII.
[59] Hasta el momento uno de los mejores estudios sobre este tema es el texto de Arturo Leiva. El primer avance a la Araucanía. Angol,1862. Ediciones Universidad de La Frontera. Temuco. 1984.
[60] Pinto, Jorge. De la Inclusión a la Exclusión... Op. cit.: 46.
[61] Gallardo, Viviana. “Héroes Indómitos, Bárbaros y Ciudadanos Chilenos: El discurso sobre el indio en la construcción de la identidad nacional”. Revista de Historia Indígena Nº 5. Universidad de Chile. Ediciones LOM. Santiago. 2001. P.120.
[62] Horacio Lara, “Crónica de la Araucanía. Descubrimiento y Conquista”. Tomo I. Imprenta de El Progreso. Santiago. 1888.
[63] Pinto, Jorge. De la inclusión a la exclusión... Op. cit.: 47.
[64] Bengoa, José. Historia del Pueblo Mapuche... Op. cit.: 141.
[65] Ibídem.
[66] Gallardo, Viviana. “Héroes Indómitos... Op. cit. Citando a Luis Valencia Avaria, “Los Anales de la República”. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1986.
[67] Ibídem.
[68] Entrevista al Profesor Rosamel Millaman, realizada en Temuco por el equipo redactor
[69] Pinto, Jorge. De la inclusión a la exclusión... Op. cit.: 82.
[70] Es importante recordar que al iniciar la República, el territorio mapuche gozaba de un status jurídico particular a consecuencia de los parlamentos realizados con las autoridades españolas, el último de los cuales (Negrete, 1803), había reconocido una vez más la frontera en el río Bío-Bío. Como se puede apreciar, en ese tiempo al Estado chileno poco o nada le importaron este tipo de estatutos.
[71] Pinto, Jorge. De la inclusión a la exclusión... Op. cit.: 90. En esta misma página el autor cita un párrafo de una artículo publicado en 1818 en El sol de Chile, donde se establecen claramente los criterios sobre los cuales giraría el accionar del Estado, y el valor que se le asignaba a la educación : “...Nada interesa tanto a las naciones para conservar su libertad y defender sus derechos, como la instrucción de todos sus ciudadanos (...) Una educación que acostumbre a conocer el valor de la verdad y a estimar a los que la descubren o saben emplearla, es el único medio de asegurar la felicidad y la libertad de un pueblo. La educación es quien sabe dar a las almas el carácter nacional, dirigiendo de tal modo las opiniones y gustos de los ciudadanos, que todos ellos sean patriotas por pasión, por inclinación y por necesidad...”
[72] Entrevista realizada al profesor Rosamel Millaman... En este mismo sentido el profesor Héctor Painequeo dice: “En mi caso particular empecé a sentir la existencia del racismo sólo cuando asistí a un colegio urbano, antes, este era un problema inexistente, porque hasta entonces, había recibido una formación desde una precisa identidad, no necesariamente en la escuela, sino que en el seno de mi hogar, actualmente vigente”.
[73] Pinto, Jorge. De la inclusión a la exclusión... Op. cit.: 92.
[74] Ibídem.
[75] Pérez Rosales, Vicente. Recuerdos del pasado. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires. 1971 [1882]. p. 559.
[76] Larraín, Jorge. Identidad chilena. Ediciones LOM. Santiago. 2001. p. 94. Las ideas de Sarmiento, por otra parte, apuntaban también al carácter de despoblado, de “desierto”, de los territorios indígenas, que además implicaba una escasa productividad y aporte al desarrollo del país desde la perspectiva occidental. Así como en ellas no se reconocía ni especificidades culturales en cuanto al patrón de ocupación territorial, ni del estilo de vida de los pobladores originarios de las pampas argentinas, ni de la Araucanía para el caso de Chile. Precisamente la incorporación de ambas a la “civilización”, se dará paralelamente, en lo que conocemos en nuestro país como “pacificación de la Araucanía”, y que será profundizado más adelante.
[77] Pinto, Jorge. “Crisis Económica y Expansión Territorial: La ocupación de la Araucanía en la segunda mitad del siglo XIX”. Estudios Sociales, N° 72. Santiago. 1992. p.86.
[78] Ibíd.: 87.
[79] Ibíd.: 90.
[80] Fragmento de un artículo publicado en El Ferrocarril. Citado por Pinto. Ibíd.: 98.
[81] Es necesario señalar que el interés por el territorio mapuche existía desde los tiempos de Pedro de Valdivia; sin embargo al fracasar la incorporación de dicha zona a la corona española se da la dinámica fronteriza de convivencia entre ambas naciones. Esto fue ayudado porque los mercados periféricos al Virreynato del Perú se dieron cuenta de que podían ser útiles para la economía colonial sin necesidad de explotar la minería. Por ejemplo, el Valle Central de Chile producía alimentos y cueros que Potosí necesitaba. Todo esto permitió, hasta el fin de la Colonia, una convivencia pacífica. El interés por el territorio mapuche vuelve a aparecer con los patriotas chilenos y muy especialmente a mediados del siglo XIX.
[82] Ibíd.: 103.
[83] “Valdivia. Correspondencia de El Mercurio. Una cuestión de primera importancia” 5 de Julio de 1859. Citado por Pinto, Jorge. De la inclusión a la exclusión... Op. cit.: 131.
[84] Bengoa, José. Historia de un Conflicto. El Estado y los mapuches en el siglo XX. Editorial Planeta. Santiago. 1999. p. 31.
[85] Citado en Pinto, Jorge. De la inclusión a la exclusión... Op. cit.: 132.
[86] Ibídem
[87] Bengoa, José. Historia de un conflicto... Op. cit.: 32. Héctor Painequeo sostiene que es esta mirada la que explica la relación que se va a gestar entre la sociedad chilena y los pueblos originarios, él dice, sino “... cómo se entiende que hayan sido tan exageradamente generosos con los inmigrantes europeos y tan cruelmente injustos con los indígenas...”.
[88] Pinto, Jorge. De la inclusión a la exclusión... Op. cit.: 109.
[89] Bengoa, José.  Historia de un conflicto... Op. cit.: 36.
[90] Ibíd.: 38.
[91] Ibíd.: 43.
[92] Correa, Martín, Raúl Molina y Nancy Yánez. “La Reforma Agraria y Las Tierras Mapuches”. Cultura, Sociedad e historia contemporánea. América Latina, Revista del doctorado en el estudio de las sociedades latinoamericanas. Santiago. 2002.
[93] Ibíd.: 46.
[94] El apellido Coñoepán se repite muchas veces en la historia mapuche. Con el mismo nombre será diputado nacional Venancio Coñoepán Huenchual. El primer Venancio Coñoepán lucha al lado de los patriotas chilenos en la Guerra a Muerte. Ver Historia del pueblo mapuche de José Bengoa, ya citado y el estudio sobre la familia Coñoepán realizado por José Ancán y Pablo Marimán de la Sociedad de Estudios Liwen.
[95] El profesor mapuche Jorge Calfucura, ha insistido en sus trabajos acerca de la necesidad de contar con las alianzas de intelectuales mapuches y no mapuches, como forma de establecer plataformas básicas de comprensión y entendimiento. Este análisis lo hace a partir de su lectura de los hechos que aquí estamos relatando.
[96] Los relatos de este período se encuentran en los trabajos de Bengoa, Pinto y León, principalmente.
[97] Saavedra, Cornelio. “Cuenta de las operaciones i trabajos practicados en la parte del territorio indígena que está bajo mis órdenes, dirigida al Ministro de Guerra, 1 de junio de 1870”. En: Cornelio Saavedra. Documentos relativos a la ocupación de Arauco. Imprenta La Libertad. Santiago. 1870. p. 205. Citado Por Jorge Pinto, “La ocupación de la Araucanía a través de historiadores, novelistas, poetas y dirigentes mapuche”. Investigando y Educando: Estudios para el Análisis y la Aplicación. Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Santiago. p. 3.
[98] La insurrección del Lago Budi, Puerto Saavedra e Imperial está relatada en detalle por Pascual Coña en el libro dictado al Padre Ernesto Wilhem de Moesbach: Memorias de un cacique mapuche. Editorial Pehuén. Santiago. 1992.
[99] Esta fue una idea internacionalmente utilizada y aceptada.
[100] Bengoa, José. Historia de un conflicto... Op. cit.: 53-55. El autor sostiene que hubo una política maquiavélica: “Dividir para reinar”.
[101] Recordar que el territorio mapuche comprendido sólo entre el río Itata y el río Cruces posee 5.4 millones de hectáreas. Es decir de cinco millones de hectáreas, como mínimo, que poseía el pueblo mapuche, fue reducido a apenas, quinientas mil.
[102] Foerster, Rolf. Esquema para el tema Mapuche”. Op. cit.
[103] Citado en Pinto, Jorge. De la inclusión a la exclusión. Op. cit.: 146. En la misma página el autor señala que desde otro lugar y quizá desde donde más se sintió la crítica fue desde la Revista Católica, la que, “... se oponía tenazmente al empleo de la fuerza. El ciudadano chileno, decía en sus páginas, apoyará la idea de civilizar a los araucanos, pero jamás estará de acuerdo con arrebatarles su independencia como precio de la civilización que se les ofrece. Acusó a El Mercurio, de proclamar la civilización de la crueldad y el pillaje, amparada en una codicia que podría servir para justificar la invasión del Asia, África, América y Oceanía, con secuelas de sangre y campos sembrados de cadáveres”.