4.
La cuestión de los Parlamentos
La guerra
entre mapuches y españoles deja como primera consecuencia una
demarcación fronteriza en el Bío-Bío. Desde ahí, las
relaciones entre ambos pueden ser calificadas como de una tranquilidad relativa.
Si bien los ejércitos hispanos no pueden entrar al territorio del Pueblo
Mapuche, se va produciendo una lenta penetración de criollos y mestizos
hacia dicho territorio, acompañada por el incremento del comercio entre
los mapuches y quienes ocupaban la frontera norte. Por otro lado, comienza una
tarea pacificadora realizada por misioneros jesuitas, encabezada por el Padre
Luis de
Valdivia
la que, sin embargo, no logra reunir a mapuches y españoles.
Después
de algunos encuentros entre ambos actores, que toman el nombre de
Parlamentos,
se produce uno de los más significativos. Este encuentro es conocido como
las paces de Quillín, y tendrá lugar 91 años después
de iniciada la “guerra de Arauco”. Los acuerdos de este parlamento
son los siguientes: se reconoce como frontera el río
Bío-Bío y la autonomía del territorio mapuche. Los
españoles deben despoblar la ciudad de Angol, y los mapuches se
comprometen a no vulnerar la frontera, devolver a los prisioneros y dejar
predicar a los misioneros en su territorio.
A pesar de
este acuerdo, continuó la tensión de la guerra, tensión que
de pronto explotaba y se expresaba fundamentalmente en campañas que
iniciaban ejércitos reales hacia el interior de la Araucanía en
épocas de verano “... ya para escarmentar a un grupo de mapuches
por un supuesto atropello, o simplemente para hacer “piezas”
-cautivos- que eran vendidos como esclavos en Santiago o a los encomenderos del
norte del país...
”.
La paz solo se habría logrado consolidar con posterioridad a la
sublevación de
1723.
Sin
embargo, es en la Frontera donde se configura un cuadro de relaciones que
trascendieron el límite geográfico marcado por el
Bío-Bío; es posible observar un nuevo escenario de las relaciones
mapuche-españolas, en el que por sobre la guerra va a dominar una paz
“parlamentada” que permanentemente está a punto de romperse,
como muchas veces ocurrió. Sin embargo, es también un
período en el que a diferencia del anterior, era posible llegar a
acuerdos.
Ahora bien,
ni la paz parlamentada, ni las relaciones fronterizas que existieron y la
acompañaron, transformaron a los mapuches, ni debilitaron su identidad.
Por el contrario, los obligó a desarrollar un discurso cada vez
más diferenciador frente a los criollos, mestizos y diversos grupos
sociales que formaban parte de la sociedad no
indígena.
Es
necesario detenerse un momento en el tema de los parlamentos. Tradicionalmente
se ha entendido el parlamento como una estructura sociopolítica
implantada por la corona española, y que, por lo tanto, supone un
mecanismo de aculturación y subordinación de los mapuches hacia
los españoles. Sin embargo, un análisis diferente, podría
liberar al parlamento de esta perspectiva unidireccional, considerando el
carácter interactivo de todo contacto
interétnico.
Las
relaciones fronterizas no sólo están determinadas por la forma de
dominación de la institucionalidad española, sino también
por los mecanismos de contacto que existieron, y en el caso del parlamento,
estaría muy presente la influencia de la estructura sociopolítica
mapuche. El parlamento en última instancia sería una
institución híbrida y transcultural establecida entre dos actores
étnicos distintos. El parlamento es, sin duda, un instrumento de contacto
que usaron los españoles; sin embargo, también es posible plantear
que se trata de un instrumento utilizado por los mapuches que les
permitió establecer relaciones con los hispanos de acuerdo a sus propios
criterios. Incluso podría decirse que los españoles, incapaces de
imponerse por la fuerza, “cayeron en la trampa” de las formas de
negociación indígenas, y no les quedó otra alternativa que
aceptar “protegidos” por el término “parlamento”
un tipo de encuentro ritual que los mapuches practicaban mucho antes de la
llegada de los españoles y que estos calificaron despectivamente de
“borracheras”.
A
pesar, entonces, de que para los ojos occidentales no fuera posible captar las
instituciones de la estructura social y política del Pueblo Mapuche,
existía una organización sociopolítica detrás de los
cahuines y borracheras que describen los primeros españoles, y que no
eran más que las juntas de guerra donde se establecía el sistema
de jerarquías y poder, el sistema de gestión y organización
en función de la tarea por todos acordada. Se trataba de una
centralización funcional del poder político; así los
mapuches poseían una instancia para resolver las necesidades y conflictos
que se
generaran.
Lo
interesante de todo esto es que durante la colonia se habría logrado
constituir un equilibrio entre dos "naciones independientes", que
mantenían relaciones, pero eran autónomas y se reconocían
mutuamente. Esto, no debe ser idealizado, pues coexiste junto al deseo de hacer
desaparecer al otro -en un todo mayor que los incluya-. Sólo que al no
poder conseguirlo, se establecen relaciones más horizontales, en las que
permanece la obligación de parlamentar con el otro. Y además se
insiste en la idea de que se había llegado a una convivencia
relativamente pacífica, la que será rota como consecuencia de la
irrupción del Estado chileno en la Araucanía, a fines del siglo
XIX.
De
esta manera, mapuches y españoles convivieron en la Frontera desde el
siglo XVII al amparo de una complementariedad que contuvo el conflicto y
favoreció las relaciones pacíficas (Ver Mapa Nº 21). Se crea
un sistema de gobernabilidad basado en una complementariedad, que habría
generado una “... interesante integración regional al interior del
espacio y de este con el resto del sistema colonial, configurando una realidad
regional muy dinámica, con protagonistas que supieron aprovechar los
beneficios de esa
complementariedad...”.
Las
organizaciones indígenas mapuches han asumido con mucha fuerza la
importancia de los Parlamentos, como fuente de legitimación de sus
demandas territoriales y culturales. Desde una perspectiva
histórico-jurídica, se sostiene que los parlamentos que tuvieron
lugar durante la colonia, dentro de los cuales destacan el de Quilin de 1641 y
1647 y más tarde el de Negrete -1726-, significa un reconocimiento del
estatus independiente del Pueblo Mapuche y de su territorio, la
Araucanía. Si bien es cierto que en estos tratados los mapuches debieron
asumir múltiples obligaciones, los parlamentos coincidieron en reconocer
la frontera en el Bío-Bío, la que ninguno podía cruzar sin
el permiso del otro, diferenciando así los territorios y jurisdicciones
de ambos pueblos. Se trataría entonces, de un tratado internacional entre
naciones soberanas. En los últimos años ha sido apoyado por
distintas instancias nacionales como
internacionales.
El
debate acerca de la importancia jurídica contemporánea de los
Parlamentos indígenas está planteado no solamente en Chile. En el
caso del Acuerdo de Waitangi, entre los Maoríes de Nueva Zelanda y la
Corona Británica, como en muchos otros, la Corte Suprema de ese
país lo ha reconocido, no como tratado internacional, sí como un
elemento de criterio en el análisis de los debates, juicios y asuntos
relacionados con los Pueblos
Indígenas.
En el caso chileno, los tribunales los han desestimado cada vez que han sido
presentados como argumentación. Los elementos y argumentos aquí
entregados, muestran que los Parlamentos deben ser analizados como evidencia
jurídica,
que se trata de una relación reconocida y respetada y aunque aún
no tengan valor probatorio en los tribunales debieran ser tomados en cuenta como
un antecedente de la mayor importancia frente a situaciones de controversia
contemporánea.
En este sentido, para el profesor Rosamel Millaman de la Universidad
Católica de Temuco, la ausencia de un poder central ha influido
negativamente en la imagen que se tiene del pueblo mapuche. Sin embargo,
sostiene Millaman, se debe considerar que existe unidad cultural, pero
también diversidad, en ámbitos como el del liderazgo, por ejemplo,
en que hay muchos y variados, y cambian permanentemente. Podría
observarse una especie de continuidad en esta estructura sociopolítica,
tomando en consideración todas las transformaciones que ha vivido la
sociedad mapuche. Entrevista realizada a Rosamel Millaman en Temuco, por el
equipo redactor, durante el mes de agosto, 2002.