5.
Poblaciones del Norte Chico
En
estos valles se había desarrollado el Complejo El Molle. En los valles
transversales se encuentran vestigios de esta cultura en la que destaca la
existencia de un adorno labial conocido como el tembetá, usado
preferentemente por hombres; pero la industria más importante era el
tratamiento de metales como el cobre; utilización de minerales y
pigmentación; industria de piedra tallada; utilización de conchas
de moluscos que, además, dan cuenta de contactos, movilidad e
intercambios de estas poblaciones hacia y con el litoral; prendas de
decoración personal; y una cerámica de variados tratamientos que
los representa como los primeros ceramistas especializados del norte chico. En
menos proporción, pero no por ello inexistente, artefactos en huesos y
textilería. En esta cultura que se extendió desde Copiapó
al Choapa, se conocen las expresiones de arte rupestre ligadas a técnicas
de petroglifos -grabados sobre rocas- y pictografías -pinturas sobre
rocas- con variadas
temáticas
que dan cuenta de sus pensamientos y formas de vida.
No existe una
transición clara que informe de una secuencia prehispánica
regional, entre el paso del Complejo El Molle al de Las Ánimas (800 a
1.200 d. C.) que se vincula principalmente con la zona de Coquimbo. Sobre la
articulación de los recursos en el Complejo Las Ánimas, se sabe
que en algunos campamentos cultivaban maíz, explotaban algarrobo y
chañar, consumían carne de camélidos y tenían acceso
a recursos marinos -pescados y mariscos-, lo que refleja la complementariedad de
recursos locales con otros obtenidos a partir de desplazamientos lejanos, donde
“... los grupos recorrían rutas descendentes en busca de recursos
del Pacífico, y ascendían a los rincones cordilleranos para
conseguir materias primas tales como la
obsidiana”,
que es un vidrio natural de origen volcánico. En términos
generales, sus artefactos de uso cotidiano se fabricaron de distintos
materiales: arcilla, metal -cobre y plata-, hueso de camélidos y aves
marinas, piedra, madera, conchas marinas, lana y fibras vegetales. En la
ornamentación de la cerámica se incorpora de manera definitiva la
combinación de colores. Los testimonios de la vida socioeconómica
de este complejo, habría alcanzado una suficiente actividad pesquera,
recolectora, de caza, agraria y
ganadera.
La
cultura Diaguita (1.200 a 1.470 d. C.), se basa en el proceso cultural iniciado
con el Complejo Las
Ánimas,
hacia el siglo X. Desde una visión general, “... la cultura
diaguita chilena (...) cubre el período tardío con dos fases de
desarrollo, una temprana y otra tardía, a la que hay que agregar dos
momentos de transculturación: primero diaguita inkaico y segundo (...)
diaguita
hispano”.
En
este contexto, cabe destacar que la llamada cultura diaguita había
potenciado las actividades de explotación agrícola y ganadera,
además de controlar ricos recursos marinos a través de los
espacios costeros del Pacífico. “... Su área de
dispersión abarcaba, hacia 1536, desde el valle Copiapó hasta las
inmediaciones del río
Aconcagua”,
situación que fuera irrumpida por el dominio inkásico, una vez que
estos ocuparon los espacios de la elite tarapaqueña, atacameña y
copiapina
-copayapu-.
Desde
la conquista hasta comienzos del siglo XVII, el gentilicio diaguita se
aplicó para designar a los habitantes del Norte
Chico.
Sobre la lengua de esta cultura, Gerónimo de Vivar alude a cinco y su
área de expansión era: “...Copiapó, Huasco, Coquimbo,
Limarí y aquella que se hablaba desde Combarbalá hasta el valle de
Aconcagua”.
La
economía de los diaguitas al tiempo del contacto hispano, se basaba en la
agricultura, ganadería, pesca y caza. De los productos que se cultivaban
en los valles, los cronistas hacen mención al maíz, frijoles,
papas y quínoa; y se añade el algodón que sólo se
cultivaba en Copiapó y Huasco, en tanto el zapallo se menciona desde
Huasco al
sur.
Además, se aprovechaba la recolección de frutos silvestres como el
algarrobo y chañar. Los interfluvios -área geográfica
entre dos arterias, ríos principales ó sus valles- eran sectores
utilizados para la caza y pastoreo de camélidos. Por otra parte, sus
aldeas eran de dos tipos; las primeras, pueblos donde habitaban en tiempos de
paz y estaban elaboradas con material ligero, básicamente de origen
vegetal. Las segundas, se identifican con los
pukara
o aldeas fortificadas que actuaban como refugio en tiempos de guerra. Sobre la
administración de la tierra, se carece de información; no
obstante, y según el relato de Mario Góngora, se avizoran algunas
señas: “... no vivían concentrados cada uno en una comarca,
sino que usaban varios pedazos de tierras distantes entre sí, y
también se observa en algunos el desplazamiento estacional en los
años de
sequía”.
Se
sabe además, que existían diferencias sociales, jerarquía
entre sus componentes, expresada en el tamaño de las casas, vestimentas,
cantidad de esposas, pero estas diferencias no indicaban un grado de
oposición de la sociedad de clase.
Dentro
de su organización sociopolítica, se destaca que cada valle era
una unidad integrada por dos partes o mitades, que distinguía “...
el sector alto y el sector bajo o costero de cada valle. Cada uno de estos
sectores estaba gobernado por un jefe que, simbólicamente, era
considerado hermano del jefe de la otra
mitad”.
Esta cultura tenía el carácter de una federación de
señoríos.