Portada Anterior Siguiente Índice | 7. Los Collas y la Hacienda Potreros de la Iglesia

7. Los Collas y la Hacienda Potreros de la Iglesia


Desde su llegada en la segunda mitad del siglo XIX, los collas habitan territorios que eran visitados solo por algunos cazadores de guanacos, chinchilla, pirquineros o arrieros eventuales y en algunas zonas existían pequeños enclaves mineros. Estos territorios, entre los salares de Pedernales y Maricunga, los llanos y quebradas sobre los 2.000 y 4.000 metros, entre el río Copiapó por el Sur y la Quebrada Juncal por el Norte, formaban parte de la hacienda “Potreros de La Iglesia”, que desde largo tiempo eran propiedad de la familia Cousiño Goyenechea.

La Hacienda “Potreros de la Iglesia” debe su nombre a la merced de tierras que hace en 1643 el gobernador de Copiapó a la parroquia local, en el proceso de reparto de las tierras marginales al valle[31]. La hacienda durante el período de la república comprendía una gran extensión, según consta en la inscripción de la posesión efectiva doña Isidora Goyenechea de Cousiño de 1874:

“Los Potreros de La Iglesia, llamados también Hacienda de Jorquera, comprenden la extensión de ese nombre y los potreros llamados Castaño, Figueroa, Río Turbio, Aránguiz, San Miguel, Paipote y San Andrés, siendo los límites de la propiedad denominada Jorquera, que comprende los potreros mencionados, los siguientes: por el Norte la República de Bolivia; por el Oriente la Confederación Argentina de la cual la divide la cadena principal de Los Andes; por el Sur el valle de Copiapó y la Hacienda Las Juntas; y por el Poniente con terrenos fiscales o el Camino del Inca[32]”.

A la llegada de los collas, las tierras de la hacienda “Potreros de la Iglesia” se encontraban abandonadas, sin actividad agrícola y ganadera, sólo albergaban en su seno algunas minas. La situación de abandono se extendía desde décadas atrás, como lo constata en 1844 Ignacio Domeyko, en su viaje por la cordillera de Copiapó[33].

El abandono de las tierras por sus propietarios, continúa todo el resto del siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando son arrendadas para la explotación agrícola. Las tierras de la gran hacienda estaban ocupadas por los collas y por algunas familias de pastores que provenían del pueblo de indios de San Fernando, ubicado entre la ciudad de Copiapó y la junta de la quebrada de Paipote, lugar donde en la actualidad se encuentra el poblado Estación Paipote. De allí, que las quebradas y la puna de la cordillera constituyeron espacios de encuentros entre collas del noroeste argentino, de algunos pastores de los pueblos de indios, pirquineros eventuales y arrieros[34].


[31] Sayago señala que la hacienda “Potreros de la Iglesia” tiene origen colonial y data de mediados del siglo XVII, siendo producto de las reparticiones de mercedes que se hacen fuera del valle de Copiapó. Sayago, José María. Historia de Copiapó. Editorial Francisco de Aguirre. Santiago. 1997 [1874].
[32] El predio se encuentra inscrito a Fojas 30 Nº 56 en el Conservador de Bienes Raíces de Copiapó del año 1874, como sucesión de Isidora Goyenechea.
[33] “Viajando, pues, a lo largo de este último Río Figueroa llegué a pocas millas de su confluencia con el Río Turbio al fundo Jorquera (a 1.965 m. sobre el nivel del mar) que pertenece hoy a la familia Goyenechea. Se trata del primer y casi único lugar habitado en toda esta extensión desde la loma más alta de la cordillera hasta la antes mencionada confluencia de los tres ríos en Las Juntas. A este fundo, al cual -a juzgar por los edificios y por algunas personas de la servidumbre y gañanes que lo habitan- vale menos que la más mísera hacienda de nuestra tierra, pertenecen todas estas montañas y las Cordilleras desde el este hasta la frontera chilena, desde el norte, a través del desierto de Atacama, hasta la frontera boliviana, limitando por el sur con las posesiones de los habitantes del valle de Pulido. Son entre 200 y 300 millas cuadradas, pero así y todo, se me aseguró que toda esta propiedad no aportaba hasta ahora ni siquiera mil táleros al año. (...) En todo el cortijo no había otro edificio que la casita del mayordomo que, sin duda, jamás fue visitada por el millonario dueño”. (Domeyko, Ignacio. Mis viajes... Op. cit.: 460).
[34] Ver: Gigoux, Enrique. “Notas, observaciones y recuerdos de los indígenas de Atacama”. En: Revista Universitaria. Vol. III. N° 8, Año 12. Universidad Católica de Chile. Santiago. 1927. P. 1080-1081. Y Cruz, Carlos. “Gran minería del cobre en Atacama”. (Relaciones Públicas de la Minera Anaconda). En: Seminario de problemas regionales de Atacama. Ediciones del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Chile. Santiago. 1957.