LOS
KAWÉSQAR
1. Modo de vida y
organización social
Los
Kawésqar, pueblo de nómades marinos, antiguamente extendían
su territorio en el sector de los canales australes ubicados entre el golfo de
Penas al norte y el estrecho de Magallanes, por el sur, en la península
de Brecknock; conjunto de canales -navegables casi todos- denominados canales de
Patagonia, que constituyen una vía de tráfico marítimo por
aguas tranquilas de unas 300 millas de
longitud.
Hoy habitan, principalmente, en Puerto Edén, Puerto Natales y Punta
Arenas. (Ver Mapa Nº 27)
Desde
el siglo XVI, se tiene información de los frecuentes encuentros de canoas
indígenas y de la existencia de viviendas habitadas a ambos orillas del
Estrecho de Magallanes, zona que hasta el siglo XIX fue la única
regularmente visitada por los occidentales. La existencia de numerosos vestigios
muestra que un gran número de bahías, especialmente de la costa
norte del Estrecho, estaban habitadas y lo estuvieron de forma más o
menos continua hasta las primeras décadas del siglo
XX.
Sin
embargo, las referencias que se hicieron específicamente sobre el Pueblo
Kawésqar fueron escasas. Juan Ladrillero, como resultado de su
expedición de 1557-1558, dejó una descripción que
sería bastante acertada respecto de sus características
físicas y algunas de sus costumbres, a pesar del acento despectivo de
aquella, propio por lo demás del pensamiento de su
época.
Se
considera probable que desde la fundación de Punta Arenas, en 1842, los
Kawésqar dejaron de transitar por esa parte del Estrecho, pero que en
otro momento su movilidad se extendía mucho más hacia el Este del
mismo. Cabo Negro marcaría el límite de su territorio por el lado
oriental, una costa montañosa y boscosa. Pero este podría haberse
extendido hasta la Bahía San Gregorio -debido a la existencia de grandes
conchales- donde mantuvieron contactos relativamente pacíficos con los
Aónikenk.
Cabe
destacar que los kawésqar fueron los únicos que algún grado
se relacionaron con todos los pueblos australes -Chonos, Aónikenk,
Selk’nam y Yagán-, aunque no necesariamente de manera
pacífica, debido a que en las áreas fronterizas habría sido
un hecho común la captura o rapto de mujeres, que traía como
consecuencia el enfrentamiento entre aquellos. Pero también hubo
contactos habituales u ocasionales que tenían como objetivo el
intercambio de bienes, por medio del trueque, como era el practicado con los
cazadores de tierra adentro, los que recibían pirita de hierro y
obsidiana verde. Las áreas de contacto habituales entre Kawesqar y
Chonos
habrían sido las islas Guayaneco y otras del litoral del Golfo de Penas,
y la zona de archipiélagos vecina al paso Brecknock entre aquellos y los
Yagán; aunque sería posible establecer una diferencia
lingüística entre ambos -Kawesqar y Yagán- sus
características físicas, y su estilo de vida eran
idénticos, salvo en algunos detalles. Con los Selk’nam esto
habría tenido lugar en el sector de la Bahía Inútil y del
canal Whiteside, y también en la costa noroccidental de Tierra del Fuego,
pero se desconoce si acaso estas relaciones fueron pacíficas o belicosas.
No obstante, que para 1950, existían selk’nam que descendían
de madre
kawésqar..
Debido
a las dificultades de su entorno natural -bosques y una topografía que
hacían la tierra impenetrable; sitios habitables reducidos a playas
estrechas y pantanosas, y escaso productos de la tierra-, los kawésqar
buscaron su subsistencia en la costa y en el mar, donde encontraban los
productos necesarios para su alimentación: lobos marinos, nutrias, aves,
abundantes peces y mariscos. La navegación respondía a un
requerimiento esencial de su
existencia nómada, y la dominaban hábilmente, utilizando
embarcaciones aparentemente frágiles y precarias, pero
eficaces.
La
canoa -hallef-
era la pieza más importante y
apreciada de su patrimonio material. Era fabricada con cortezas, preferentemente
de coigüe. Luego de un hábil proceso de elaboración, la
embarcación tomaba una forma curva y puntiaguda, y se le daba impulso en
el agua con unos pequeños remos. Su longitud era variable, entre 8
ó 9 metros, y en ella podía acomodarse una familia o grupo
familiar -con parientes- de unas diez personas, además de los perros
acompañantes y de sus armas, útiles, cestos y objetos de uso
cotidiano, junto a los cueros utilizados como cobertura para el toldo. En el
centro de la embarcación se mantenía encendido un pequeño
fuego durante la navegación, destinado a la cocción de alimentos,
pero que también generaba un poco de calor. La canoa era además de
un medio de transporte, una verdadera vivienda flotante, pues en ella pasaban
buena parte del tiempo, aunque debido al gran conocimiento geográfico que
poseían, utilizaban atajos terrestres, para arrastrar o cargar a
través aquellos sus embarcaciones, evitando trayectos innecesarios que
prolongaban la
navegación.
En
tierra, utilizaban el toldo
-tchelo-
que levantaban en lugares provistos de
agua dulce, junto a una bahía protegida. Este tenía forma cupular,
con una planta circular o ligeramente elíptica; su estructura estaba
constituida por un conjunto de varas distribuidas regularmente en el
perímetro y enterradas por la parte más gruesa, y que luego eran
curvadas hasta unirse entre sí por sus otros extremos. Sobre esta
armazón colocaban cueros de lobos, cortezas y ramas, dejando una
pequeña entrada por el lado más protegido, y a veces una opuesta,
y en la cúpula una abertura para la salida del humo. Así
conformaban un recinto de unos tres metros de diámetro y dos de altura en
su parte central, donde podía alojar un grupo familiar con relativa
comodidad. En el centro de la base se encendía el fuego, un piso hecho
con ramas pequeñas, musgo, y también pieles, permitía
aislar a las personas de la humedad del suelo. La estructura no se desarmaba,
sino que de vez en cuando se reemplazaba alguna rama o vara podrida o rota,
quedando así disponible para posteriores recaladas de otros
indígenas.
Estos
paraderos, a pesar de ser transitorios tenían una cierta
jerarquía. Unos eran de ocupación eventual, albergues de paso,
variables según la calidad y recursos del lugar de emplazamiento, hasta
los de concentración plurifamiliar con mayor número de toldos y
distinto equipamiento. En ellos se levantaban las construcciones de
carácter ceremonial, entre ellas una de gran tamaño destinada al
alojamiento de muchas personas, la que solía tener cuatro entradas y dos
fogones.
Entre
sus bienes materiales contaban como pieza fundamental con el arpón,
compuesto de una punta de barba simple o de forma aserrada, elaborada sobre
hueso de lobo de mar o de ballena, y un asta de madera en la que aquella se
colocaba fija o móvil. El dardo arrojadizo, pieza de madera de menor
longitud armada con una punta de piedra, el arco y la flecha, la maza de madera,
también arrojadiza; la honda, confeccionada con cuero, y una especie de
daga de madera de punta de piedra. Algunos de estos elementos eran empleados
tanto en la caza y la pesca, así como en la lucha entre
indígenas.
Respecto
a la división del trabajo, a los varones les habría correspondido
la fabricación de la canoa y el toldo, de las armas y herramientas, y la
provisión de alimentos por medio de la caza y la pesca. Las mujeres se
encargaban de la confección de las cestas, de las redes, la
preparación de pieles, como de la extracción de los mariscos -lo
que las hacía excelentes nadadoras- y de la recolección de otros
productos, además de la preparación de los alimentos.
La
caza y la pesca se practicaban en mar y tierra, utilizando especialmente el
arpón. La captura o hallazgo de un cetáceo era avisada a otros
indígenas mediante fogatas y otras señales de humo, convirtiendo
el suceso en un motivo de encuentro colectivo, que finalizaba una vez
extraído todo lo aprovechable del animal. La caza de lobos marinos
también era motivo de reunión, ya que era una actividad
excepcional que ocurría luego de la parición de las
hembras.
Entre
sus ceremonias más importantes estaba la de
Kálakai,
de iniciación de los jóvenes -hombres y mujeres- y el
Yinchihaua,
ritual secreto, reservado a quienes hubiesen participado del
Kálakai,
al menos en dos ocasiones.
La
varadura de una ballena constituía también un suceso ceremonial,
ya que por una parte, se aseguraba la concurrencia necesaria de varones, y por
otra, el sustento alimentario del grupo durante el tiempo que duraba el
ceremonial. Parte de los congregados desbrozaba el terreno, seleccionaba y
preparaba los materiales, y levantaban la choza
Tchelo
Ayayema -Toldo de Ayayema-, en la que
se realizarían los actos rituales, instalando alrededor sus propios
toldos. Un anciano experimentado dirigía el ceremonial, mientras los
demás se ponían espontáneamente a sus
órdenes.
El
Yinchihaua,
que duraba varias semanas, tenía como objetivo instruir a los iniciados
sobre los orígenes de la sociedad kawesqar y acerca de las normas de
conducta de hombres y mujeres. Su explicación se basaba en la rica
mitología kawesqar, donde destacaba la superación del matriarcado,
expresada en la oposición inicial entre el Hombre Sol y la Mujer Luna, y
los acontecimientos que se sucedieron hasta el triunfo completo de los hombres y
la sujeción permanente de las mujeres. Esta explicación muestra
características similares a la de los otros pueblos australes, lo que
revelaría un remoto origen común de sus creencias.
El
chamanismo cumplía un papel fundamental en la vida cotidiana del Pueblo
Kawésqar. Esta actividad se desarrollaba a partir de un conjunto de
prácticas mágico-religiosas cuyo objetivo era sanar enfermedades,
alterar maleficios y predecir las condiciones climáticas. Era practicado
por los
ówurkan,
hombres o mujeres que poseían la sabiduría y habilidades
apropiadas, producto de la transmisión oral y un cuidadoso aprendizaje;
los chamanes poseían el conocimiento empírico y práctico de
curaciones, tratamientos y
conjuros.
La
organización social Kawésqar se fundaba en la agrupación
familiar, sobre la base de la consanguinidad real -padres, hijos y abuelos si
los había-, la que se hacía extensiva a otros parientes o
allegados; la autoridad era ejercida por el padre. Más que
jerarquías existían liderazgos ocasionales y con fines
prácticos, ya que los Kawésqar se movilizaban separadamente o en
grupos unifamiliares. La vida nómade favorecía una
organización social basada en las agrupaciones de tipo familiar, de
carácter relativamente extenso y, como ya se mencionó, bajo la
autoridad del padre, aunque no en forma
absoluta.
De
acuerdo a su tradición, existía además una práctica
de intercambio denominada
tchas,
que basada en la reciprocidad -la entrega de un bien material o inmaterial sin
que exista la obligación de una retribución inmediata-, expresaba
generosidad y un ánimo noble y
amistoso.
2. Los primeros contactos
con “el hombre blanco”. Las relaciones con los gobernadores de
Magallanes
A
partir del siglo XVI, como ya se ha venido mencionando, se tiene
información de la presencia de indígenas en la franja costera de
la Patagonia occidental. En 1609, misioneros establecidos en Chiloé
llegan a territorio kawésqar encontrándose con muy pocos
habitantes. Pero en 1779, dos sacerdotes visitan el mismo sector y hallan un
gran número de indígenas, llevando consigo a la misión de
Chiloé, 33. En otro viaje toman a 31. Para 1786 el diario de a bordo de
la expedición hidrográfica de la fragata Santa María de la
Cabeza, señala la existencia de grupos de 60 ó 70 personas,
conformados por familias independientes, compuestas a su vez por 8 a 10
personas.
La
declaración del gobierno de Chile, a fines del siglo XIX, de las tierras
de la Patagonia como territorio de colonización ganadera, también
afectó al pueblo Kawésqar ya que incluía las tierras
aledañas a los canales que recorrían, sobre todo el sector de
Última Esperanza. La presencia de los colonos desembocó en
numerosos conflictos con aquellos, muchas veces motivado por el robo de ganado
imputado a los kawésqar, conflictos que costaron la vida a
indígenas y colonos.
Entre
los gobernadores de Magallanes y sus subordinados, por una parte, y los
kawésqar de otra, sólo existió un contacto meramente
ocasional y siempre de carácter punitivo hacia los últimos,
quienes no habrían dado ocasión para algún tipo de trato,
ya que desde la fundación de Fuerte Bulnes y de Punta Arenas siempre se
mantuvieron alejados. De ellos se recordaría solo su carácter
bravío, a raíz del ataque a un teniente de marina en 1846, y al
Fuerte Bulnes en 1852, quedando marcados por una imagen de pillaje y resistencia
a las relaciones amistosas con los
extranjeros.
A
comienzos de 1873 se produjo el primer y lamentable enfrentamiento; el
gobernador de la colonia -Punta Arenas- mantenía el ganado mayor de
propiedad fiscal en los campos del sector inferior del río Agua Fresca, a
cargo de algunos hombres. Los kawésqar que transitaban ocasionalmente por
la costa, pronto descubrieron la hacienda y decidieron tomar algunos animales,
atacando a los encargados del ganado, que debieron huir a caballo. Una vez en
conocimiento de los hechos, el gobernador Oscar Viel envió, el 27 de
marzo, una expedición militar de carácter punitivo hasta el lugar.
Los soldados fueron recibidos a flechazos por los indígenas, y en
respuesta mataron a seis kawésqar y tomaron prisioneros a doce
niños.
En septiembre de 1874 ocurrió un incidente similar, el informe
gubernativo señalaba que los encargados del ganado notaron la ausencia de
algunos animales, al seguir las huellas fueron repentinamente atacados por los
indígenas, a lo que respondieron con armas de fuego, provocando la
muerte de ocho kawésqar, seis hombres y dos mujeres, capturando
además tres
niños.
“El
jefe de la partida -explicó Viel al gobierno a modo de
justificación por el hecho luctuoso- me ha hecho presente que solo la
necesidad le obligó a matar a esos infelices, teniendo encargo de solo
tomarlos, para procurar arrancarlos a la barbarie i conocer si fuese posible por
ellos, sus costumbres i particularidades que sin duda no dejarán de tener
interés...”.
La
gestión administrativa del gobernador Oscar Viel con los kawésqar
no habría sido afortunada, y estuvo marcada por un rigor excesivo en el
trato y una evidente desproporción entre la ofensa inferida y el castigo
infligido en respuesta. Durante la gobernación de Señoret
sucedió un hecho similar que lleva a este a disponer de la captura vivo o
muerto del cacique Kacho. Su sucesor, Guerrero Bascuñán, adopta
nuevas medidas de carácter punitivo en contra de aquellos, esta vez en
julio de 1897, afectando a un grupo que transitaba por las cercanías de
puerto Consuelo en el interior del fiordo de Última Esperanza. El 19 del
mismo mes, el colono Herman Eberhard, interpuso una denuncia, señalando
que los kawésqar habían estado matando y robando ganado de su
estancia durante enero y junio, lo que había motivado, en la
última ocasión, un enfrentamiento armado entre sus empleados y
aquellos. Producto de esta denuncia, el gobernador dispuso el viaje de un buque
de la Armada hasta Última Esperanza, con el fin de ubicar y capturar a
los kawésqar para su posterior reclusión en la Misión de
San Rafael, isla Dawson, lo que efectivamente se llevo a
cabo.
(Ver Mapa Nº 25)
Los
gobernadores no se esforzaron en establecer otro tipo de relación con el
Pueblo Kawésqar. Este fue ignorado y dejado a su suerte mientras no
perturbara la vida o hacienda de los colonizadores o los bienes del Estado. Para
los atropellos y abusos que debió sufrir no existieron sanciones ni
preocupación alguna de la autoridad, circunstancia que es hoy considerada
como históricamente responsable de omisión
grave.
3. Las relaciones con
cazadores de lobos marinos y el tráfico comercial
Otra
forma de relación entre kawésqar y extranjeros, se dio con los
loberos y nutrieros, que hacia fines de la década de 1860 comenzaron a
ejercer más intensamente la caza en la zona de los archipiélagos
del occidente
magallánico.
Desde 1880 a 1930, los kawésqar mantuvieron contactos mucho más
continuos que en el pasado con los extranjeros, chilotes y
“blancos”. Esta sería la primera fase de las profundas
modificaciones introducidas en la vida material de estos indígenas,
así como de sus consecuencias demográficas y
psicológicas.
Los lugares de parición eran frecuentados tanto por indígenas como
por cazadores chilotes y loberos de Punta Arenas, de estos encuentros los
indígenas obtenían alimentos, vestuario, los cazadores, por su
parte, pieles y mano de obra para su preparación. Cuchillos y hachas,
así como chalupas y armas de fuego atraían a los indígenas,
produciéndose frecuentes robos, que derivaron en matanzas de hasta
familias completas de kawésqar; así como también los raptos
de mujeres jóvenes y adultas efectuados por los loberos eran
frecuentes.
A
partir de 1930 el contacto con los “blancos” se hace más o
menos permanente, conduciendo al abandono del sistema tradicional de vida hasta
su total
desaparición.
Las expediciones de caza de las goletas chilotas duraban entre tres a seis
meses, y a veces más pues la limitación legal de estas
cacerías no era severa, en un territorio que era puramente
administrativo, mal conocido y mal vigilado. Los kawésqar se
establecían cerca de sus campamentos, con una actitud desafiante al
principio, luego entraban en confianza mediante el intercambio de algunos
objetos, hasta suministrar a los loberos una mano de obra hábil y
gratuita. A cambio de su trabajo de preparación de las pieles,
recibían alimentación “chilota”, tales como galletas
de harina, papas, cebollas y café de higos. A cambio de sus capas de
pieles de nutria y de coipo, recibían ponchos y frazadas de mucho menor
valor y calidad. Producto de las matanzas de familias y raptos de mujeres y
muchachos -para hacerlos marineros-, un considerable número de
kawésqar fueron trasplantados a Chiloé, Puerto Montt y Punta
Arenas.
Hacia
fines del siglo XIX, antes de la apertura del Canal de Panamá, la ruta de
los archipiélagos tuvo tráfico intenso. Para proteger esta
vía, la marina chilena envió a los archipiélagos a
numerosas misiones hidrográficas, y los pasos de barcos se hicieron
más frecuentes. Los puertos naturales en que los buques anclaban de noche
o con mal tiempo resultaron ser las grandes bahías habitadas
permanentemente por algunos grupos familiares kawésqar. Durante estas
escalas los indígenas fueron objeto de curiosidad, recibiendo alimentos,
ropas, tabaco, a veces alcohol y herramientas de metal. Los cálculos de
población hechos por las tripulaciones de estos buques concuerdan en que
hacia la década de 1920 a 1930, el número de los kawésqar,
ya reducido, podía ser superior a mil
personas.
La
penetración de los “blancos” en terrenos nuevos y aún
desconocidos de los archipiélagos iba en aumento, hallándose
terrenos aceptables para la ganadería en las regiones más
inhospitalarias y hasta en Última Esperanza. En esta, en otro tiempo un
importante centro de población kawésqar, se levantó la
ciudad de Puerto Natales, luego unida por un camino a Punta Arenas. La
creación de ambos centros, los únicos del territorio chileno
austral, ejerció cierta influencia, aunque limitada, sobre la
demografía y la repartición de los kawésqar, quienes se
mantuvieron al margen de la población blanca, abandonando sus viajes al
sector oriental del Estrecho de Magallanes. Mujeres kawésqar se casaron
con blancos y algunos niños fueron recogidos por instituciones o personas
de Punta
Arenas.
4. El descenso
numérico de la población. Las nuevas condiciones de vida en el
siglo XX
Durante
los primeros cinco años de funcionamiento de la misión salesiana
de Isla Dawson, los kawésqar fueron los únicos residentes.
Recibían algunos subsidios alimenticios y a veces dejaban allí a
sus niños. En 1895, el número de kawésqar recluidos en la
misión llegaba a 65, con 27 hombres y 38 mujeres, sufriendo la misma
suerte que los
selk’nam.
Como ya había sido mencionado, los adultos fueron empleados como
trabajadores de las faenas agrícolas y forestales de la misión,
mientras que los niños eran educados en la cultura chilena. Muy pocos
individuos sobrevivieron al desarraigo y la enfermedad, haciendo de esto una de
las causas que contribuyó a la disminución de la población
kawésqar.
De acuerdo a la información recogida de sus informantes en el estudio
realizado por Joseph Emperaire, la población originaria de los
archipiélagos comenzó a declinar en su número en el momento
en que los extranjeros se instalaron de manera semipermanente en su territorio.
Además de los actos de violencia perpetrados, a los que se agregan la
introducción del consumo de bebidas alcohólicas, tales contactos
regeneraron y difundieron ciertas enfermedades que fueron una de las causas
más importantes del deterioro fisiológico del Pueblo
Kawésqar.
Hacia mediados del siglo XX, el estilo de vida nómade de los
kawésqar y el número de su población, había sufrido
una transformación radical. Los nacidos en los canales en las dos
últimas décadas del siglo XIX, llegaban a alrededor de 800
personas, de los cuales sobrevivían para mediados del siguiente siglo,
sólo 61. Las causas se encontraban no sólo en enfermedades como la
tuberculosis y el alcoholismo, sino también en las enfermedades
venéreas, que llegaron a ser causal de muerte de un 56,4% de la
población existente hacia
1950.
Por
otra parte, a excepción de dos familias que conservaban su nomadismo, la
población restante habitaba en torno a Puerto Edén, o en los
alrededores de San
Pedro.
En 1936 se instaló en el primero una base de la Fuerza Aérea
(FACH) destinada a apoyar el servicio aéreo postal de hidroaviones que
uniría Puerto Montt con Punta Arenas. Los kawésqar ya
habían establecido campamentos temporales junto al faro San Pedro,
buscando alimentos y ropa; atraídos por este nuevo centro comienzan a
instalarse alrededor de la base, en la localidad de Yetarkte.
En
1940, por iniciativa del Presidente Pedro Aguirre Cerda -luego de su visita a
Puerto Edén- se dictó un decreto de protección de la
población del archipiélago, encargando a la FACH la
protección de los indígenas. Junto a ello se diseñó
un plan de radicación en Puerto Edén, incluyendo medidas
básicas como alimentación y atención en salud. La
distribución de víveres atrajo a la población
kawésqar en torno a Puerto Edén, en las que no existían las
mínimas condiciones de servicios básicos y
salubridad.
El modo de construir sus viviendas no cambió, pero estas fueron volviendo
insalubres; las pieles de focas cada vez más escasas, fueron reemplazadas
por viejas telas de buque. La higiene se hizo deplorable, y la limpieza personal
que antes permitían la lluvia y el viento, ya no se haría
más.
4.1. El caso
de Lautaro Edén
Bajo
el amparo de la ley de protección se intentó una nueva forma de
integrar a los kawésqar a la sociedad nacional. Hacia 1940, un joven de
diez años, conocido luego como Lautaro Edén Wellington, fue
enviado a Santiago a una escuela de la Fuerza Aérea. El objetivo era
instruirlo, “civilizarlo” y luego retornarlo a su lugar de origen
como jefe, para que por su intermedio se modificase el estilo de vida de su
pueblo. Lautaro Edén retornó en 1947, con un mes de permiso, como
ahijado del Presidente de la República y suboficial mecánico de
aviación, pero no sólo despreció a su gente, sino que no
reconoció a sus propios padres. Luego de cumplido su mes de permiso
Lautaro regresó a Santiago, teniendo como única consecuencia su
estadía, el envío al servicio militar de tres kawésqar, y
luego la partida de su hermano menor a una escuela de
Santiago.
Lautaro
permaneció otros dos años en Santiago, donde se casó, y en
1949 regresó a Puerto Edén pero sin su esposa; había sido
designado como encargado provisional de la radio en la estación que luego
debía dirigir. Cumplió con sus obligaciones durante un tiempo, y
luego desapareció en compañía de una mujer kawésqar,
haciéndose llamar
Terwa
Koyo -“brazo tieso”-. Poco
a poco los kawésqar comenzaron a unirse a aquel, que se había
vuelto a la práctica del nomadismo en los archipiélagos. Los
kawésqar abandonaron completamente Puerto Edén, cuando uno de los
jefes del puesto comenzó a masacrar sin ninguna razón a sus
perros, su único bien y a los cuales se hallaban muy apegados; esto se
sumaba a una serie de incomprensiones producto de la diferencia de mentalidades
entre militares e
indígenas.
Junto a ellos Lautaro comenzó a formar una nueva comunidad en las
cercanías de San Pedro, donde vivían de la caza de animales de
piel fina, experiencia que duró tres
años.
A comienzos de 1953, Lautaro muere ahogado en el estuario del fiordo Baker,
junto a su cuadrilla de caza. Una parte del Pueblo Kawésqar volvió
a Puerto Edén, otros se unieron a los loberos y los restantes, dos
familias, regresaron a la vida de cazadores independientes entre el norte del
canal Messier y el
océano.
4.2.
Las últimas décadas del siglo XX
Finalmente,
la proyectada línea de hidroaviones no prosperó y la base de la
FACH fue abandonada. Luego de un tiempo, fueron estableciéndose
pobladores chilotes hasta formar la actual villa
Edén.
En 1969 es creado en la isla Wellington, unos kilómetros al este de la
radioestación de la FACH, el poblado de Puerto Edén, el que
quedó bajo la juridiscción de Carabineros de Chile. Allí se
construyó un retén, dependiente de la Prefectura de Puerto
Natales, una posta de primeros auxiliares y una escuela. En este mismo
período es impulsada la política destinada a la creación de
poblados en las localidades apartadas de
Magallanes.
Los kawésqar residentes en Yetarkte, a un costado de la
radioestación de la FACH, cuya población habría llegado a
43 personas en 1967, fueron trasladados a Edén donde el Estado les hace
entrega de casas pre-fabricadas, en conjunto a los demás pobladores, en
su mayor parte de origen chilote, que se establecen
allí.
Muchas
de estas casas se incendiaron, dado el material altamente combustible de que
estaban fabricadas y por la falta de hábito de residir de los usuarios,
que además utilizaban cocinas a leña e iluminación a velas.
Ante la emergencia los ocupantes se instalaron temporalmente con otras familias,
o construían chozas en el mismo lugar, semejantes a las de los tiempos
antiguos, pero sin contar con los materiales ni las condiciones del terreno
adecuadas.
Los kawésqar, viven en ese entonces, como el resto de la
población, de la pesca y la extracción de mariscos, actividad
complementada con la elaboración de artesanías. Informes de la
época dan cuenta de la grave situación de miseria y abandono en la
que se encuentran. Muchos de ellos enfermaban de tuberculosis y pulmonía,
recibiendo de la FACH una alimentación y atención sanitaria
deficiente, esperando el paso de algún barco desde donde los pasajeros
les lanzaran
alimentos.
El
antiguo edificio de la radioestación de la FACH al crearse Puerto
Edén, había sido traspasado a la Empresa de Comercio
Agrícola (ECA), que instaló un almacén de comestibles. Para
1999, el sitio había recuperado su carácter de recinto militar, al
instalarse allí la Capitanía de Puerto, dependiente de la Armada
de Chile.
La
migración de la mayor parte de la población hacia ciudades,
marcó las últimas décadas del siglo XX. Las viviendas
estatales pudieron ser reemplazadas a fines de los años ochenta, con
materiales -madera y latón- para la construcción de cinco
viviendas que aporta el proyecto de una ONG belga, en las cuales viven hasta el
presente. La misma ONG donó una lancha -de 12 mts. de largo- apta para
la pesca, nombrada “María Luisa”, construida por la comunidad
Huilliche de Chiloé, así como de un muelle para facilitar su
uso.
En
1996 el grupo de Puerto Edén estaba compuesto de doce personas, dos de
las cuales eran estudiantes y sólo permanecían en el lugar durante
el período de vacaciones. En las cercanías de la isla Guarelo,
también se encuentra un sitio de permanencia temporal, desde hace unas
décadas. La reducción de la población en Puerto Edén
se ha debido a las pobres condiciones de subsistencia en la zona,
produciéndose una migración hacia Punta Arenas -64 personas, 1995-
y Puerto Natales -12 personas, 1995-, formándose así un grupo de
“kawésqar urbanos”, quienes comercian en artesanía,
trabajan como integrantes de cuadrillas de pescadores-recolectores de mariscos o
reciben algún tipo de pensión por parte del
gobierno.
El total de la población kawésqar llega a las 101 personas, entre
los residentes en los lugares anteriormente mencionados, las 2 que lo hacen en
isla Guarelo, al sur de Puerto Edén, 2 en sectores rurales no
identificados de la región de Magallanes, 1 en Panguipulli, 2 en Santiago
y 1 en un lugar no identificado, probablemente en la zona central del
país.
De
la comunidad residente en Punta Arenas, hacia fines de los años noventa
sólo un 6% hablaba su idioma, y también se daba un alto
índice de analfabetismo y desconocimiento de las técnicas de
fabricación de utensilios -canastillos, botes y arpones-
característicos de su
cultura.
La
promulgación de la Ley 19.253, que reconoce a los kawésqar como
comunidad, y establece programas en su favor, así como la existencia de
políticas que se han traducido en beneficios concretos para aquellos, ha
influido también en un cambio de actitud de muchos kawésqar
respecto a su pueblo y a su autoidentificación, lo que se ha traducido en
experiencias de organización durante los últimos años,
constituyéndose dos organizaciones: el “Consejo Kawashkar”,
creado a fines de la década de los ochenta y que agrupaba a los
kawésqar de Puerto Edén, dirigida por Carlos Renchi, y la
“Comunidad Kawashkar”, organización comunitaria funcional
creada en febrero de 1993, la que agrupaba a 26 personas mayores de edad
integrantes de la comunidad kawésqar de Punta Arenas, dirigida por Carlos
Messier.
Actualmente funcionan 3 organizaciones en Punta Arenas, cuyos representantes son
Haydeé Aguila Caro (Artesanos kawésqar), Rosa Ovando Sotomayor
(Canoeros Australes) y Luis Oyarzún Sotomayor (Residentes). En Puerto
Natales, representada por María Francisca Dubó y 1 en Puerto
Edén, cuyo representante es Pedro Vargas Vidal.
La siguiente
descripción corresponde a un grupo de kawésqar avistados en un
sector del canal de Fallos, en el inicio de la región magallánica,
y concuerda con otras posteriores:
Emperaire, Joseph.
Los
nómades del
mar... Op. cit.: 124
El autor señala además que los kawésqar vivirían de
ahí en adelante “amontonados en sus camastros en una horrible
promiscuidad. En una misma choza, cuyo diámetro mayor podría
tener 3 metros, viven dos o tres familias con sus perros, es decir, una decena
de seres humanos y una veintena de perros. Es fácil imaginar lo que
pueden llegar a ser las enfermedades venéreas u otras en semejantes
condiciones. La inactividad de los hombres y las mujeres es casi total y su
resistencia a la enfermedad disminuye correlativamente a la falta de trabajo. Ya
no hay ceremonias. Salvo en el caso de enfermedades graves y de muertes, los
contactos con lo sobrenatural no sirven ya de gran cosa. El blanco lo
proporciona todo y responde a todo. Él distribuye productos
prefabricados. Las gentes, amontonadas en cabañas más y más
repugnantes, terminan de morir, esperando la próxima
distribución”.