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3. Tiwanaku


El Estado de Tiwanaku se expandió en territorios que actualmente se vinculan con Bolivia, Perú, noroeste argentino y norte de Chile. Particularmente, entre los 600 y 1.000 d. C., parte de nuestro territorio como Arica, Tarapacá y Atacama, estuvieron bajo la directa influencia de esta cultura[35].

Tiwanaku incorpora “... una periferia de colonos altiplánicos en los valles del extremo norte de Chile (...) y a un espacio marginal[36] de intercambio de bienes en el borde occidental de la puna de Atacama...”[37]; la periferia está representada arqueológicamente por la fase Cabuza en Arica (300 a 700 d. C.), en tanto que la ultraperiferia por la fase Quitor (400 a 700 d. C.)[38] en los oasis atacameños. Los valles ariqueños habían alcanzado complejos logros culturales y productivos, y el valle de Atacama otro tanto; estos espacios se incorporaron a sus contactos caravaneros por medio del envío de calorías y tráfico de intercambio de bienes.

Su estrategia, primero, fue la de crear una semiperiferia alrededor del Titicaca, controlando sus dominios y sumando una considerable fuerza de trabajo, como también bienes altiplánicos. Esta semiperisferia circunlacustre -alrededor de lagos- consolidó una intensa producción agropecuaria, artesanal y de bienes de prestigio. La incorporación de una periferia en las tierras bajas y altas en ambos bordes de la meseta, implicó la explotación directa, diversa y complementaria de otras zonas ecológicas y de diferente productividad. Aquí se implantaron filiales con colonos altiplánicos (mitmaqkunas), articulando el archipiélago vertical que significó la ocupación de territorios discontinuos donde cada uno de ellos tenía productividades distintas y por lo tanto complementarios entre sí; de este modo cada territorio es como una isla, separado uno de otros y de allí el concepto de archipiélago[39]. A través de este modelo, se surtió de maíz, coca, ají, calabazas, jíquima, yuca, pescado, mariscos y varios artículos de importancia económica y social. Además, la utilización de la ultraperiferia permitió el desarrollo de una conexión meridional -San Pedro de Atacama- de carácter aldeano que, en un área más amplia les permitió también el control de intercambios, como asimismo penetrar ideológicamente en las elites locales[40]. Aún no está claro si el régimen impuesto para contactar con la elite, fue del altiplano nuclear -actual altiplano central de Perú y Bolivia cuyas poblaciones se disponían alrededor del lago Titicaca-, pero no se duda de su énfasis en establecer hegemonía a través de su aparato religioso.

Entre los años 1.000 y 1.200 d. C., Tiwanaku pierde su dominio en el lago Titicaca. A raíz de un fuerte impacto de sequías reiteradas, este Estado, que mantuvo bajo su control a etnias de las tierras altas y bajas, por su gradual desintegración cede el paso a los señoríos regionales que en el tiempo del contacto español se reconocerán como Kollas, Lupagas, Pakajes, Charkas, Karangas, Aricas, Picas, Lípez, Atacamas, Chichas y otros[41].

Tal como se mencionó anteriormente, entre la penetración de Tiwanaku y el Tawantinsuyo de los inkas en el norte grande Chile, se identifican los Desarrollos Regionales -alrededor de los 900 a 1400 d. C.[42]- en los valles tarapaqueños y atacameños. Esto tiende al desapego de movimientos hacia el eje central de Tiwanaku, rompiendo los tráficos a larga distancia y emergiendo con ello, una alta autonomía en los territorios altos -altiplánicos del norte de Chile, noroeste Argentina, sur Perú y sur Bolivia-. Como consecuencia se intensifica la interdigitación de grupos étnicos, reunidos a través de una red de patrones de tráfico caravanero a menor distancia[43], reflejados en el arte rupestre de petroglifos -grabado sobre roca- y geoglifos -grabado sobre tierra- monumentales, junto a rutas y estaciones de tráfico.

El período adquiere una dinámica regida por el entrecruzamiento de varias esferas de interacción posiblemente orientadas, como etnias, por un patrón generalizado de complementariedad, que se caracteriza por una alta movilidad, con mecanismos claves tales como el tráfico caravanero, el establecimiento de colonias, un patrón de asentamiento núcleo-periferia generalizado, ferias y otros, todo lo cual otorga a este período una dinámica inconfundible[44].

Las poblaciones del norte grande de Chile que se involucraron en este dinámico período, ocuparon los valles y oasis occidentales -asociados a la subárea de quebradas que llegan al mar y, los oasis interiores y quebradas endorreicas-, y la costa desértica y vertiente o sector occidental circumpuneña[45]. Respecto de la subárea de los valles occidentales, se sugiere que una multiplicidad de poblaciones foráneas cohabitaron con parte de la población local. En Lluta, Azapa y Codpa se asentaron los Carangas y en los valles de Lucumba y Sama, los Lupacas[46]. En la vertiente occidental cicumpuneña, se identifica la Tradición del Desierto o de Tierras Áridas que comprende claramente la unidad lingüística Kunza de las poblaciones atacameñas de la Cuenca del Salar, valle de Atacama y valle del Loa con sus afluentes. En tanto que el complejo Toconce-Mallku, se identifica con la Tradición Áltiplánica de grupos étnicos probablemente aymarizados instalados en enclaves del río Loa, que se evidencia en ciertos topónimos y nombres que han pervivido hasta hoy[47], incluyendo asentamientos preinkaicos y altiplánicos propiamente tales.


[35] Berenguer, José y Percy Dauelsberg. “El norte grande en la época de Tiwanaku” (400 a 1.200 d.C.)”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano (Eds.), pp. 129-180. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1989. p. 129.
[36] En relación con los núcleos de recursos y sociedades más complejas (sinónimo: ultraperiferia).
[37] Berenguer, José y Percy Dauelsberg. “El norte grande...” Op. cit.: 146.
[38] Ibíd.: 147, 153.
[39] Concepto del antropólogo John Murra. Formaciones económicas y políticas del mundo andino. I. E. P. Lima. 1975.
[40] Berenguer, José y Percy Dauelsberg. “El norte grande...” Op. cit.: 178.
[41] Ibídem. Y Núñez, Lautaro. Cultura y conflicto en los oasis de San Pedro de Atacama. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1992. p. 59.
[42] Schiappacasse, Virgilio, Victoria Castro y Hans Niemeyer. “Los Desarrollos Regionales en el Norte Grande de Chile (1.000 a 1400 d.C.)”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano (Eds.), pp. 181-220. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1989. p. 181.
[43] Núñez, Lautaro y Tom Dillehay. Movilidad giratoria, armonía social y desarrollos en los Andes Meridionales: patrones de tráfico e interacción económica. Norprint. Universidad Católica del Norte. Antofagasta. 1995. p. 107.
[44] Ibíd.: 181.
[45] Schiappacasse, Virgilio, et. al. “Los Desarrollos Regionales en el Norte...” Op. cit.: 181.
[46] Hidalgo, Jorge. La organización colonial de la sociedad andina. (ms.). 1984.
[47] Schiappacasse, Virgilio, et. al. “Los Desarrollos Regionales en el Norte...” Op. cit.: 185.