3.
Tiwanaku
El
Estado de Tiwanaku se expandió en territorios que actualmente se vinculan
con Bolivia, Perú, noroeste argentino y norte de Chile. Particularmente,
entre los 600 y 1.000 d. C., parte de nuestro territorio como Arica,
Tarapacá y Atacama, estuvieron bajo la directa influencia de esta
cultura.
Tiwanaku
incorpora “... una periferia de colonos altiplánicos en los valles
del extremo norte de Chile (...) y a un espacio
marginal
de intercambio de bienes en el borde occidental de la puna de
Atacama...”;
la periferia está representada arqueológicamente por la fase
Cabuza en Arica (300 a 700 d. C.), en tanto que la ultraperiferia por la fase
Quitor (400 a 700 d.
C.)
en los oasis atacameños. Los valles ariqueños habían
alcanzado complejos logros culturales y productivos, y el valle de Atacama otro
tanto; estos espacios se incorporaron a sus contactos caravaneros por medio del
envío de calorías y tráfico de intercambio de bienes.
Su
estrategia, primero, fue la de crear una semiperiferia alrededor del Titicaca,
controlando sus dominios y sumando una considerable fuerza de trabajo, como
también bienes altiplánicos. Esta semiperisferia circunlacustre
-alrededor de lagos- consolidó una intensa producción
agropecuaria, artesanal y de bienes de prestigio. La incorporación de una
periferia en las tierras bajas y altas en ambos bordes de la meseta,
implicó la explotación directa, diversa y complementaria de otras
zonas ecológicas y de diferente productividad. Aquí se implantaron
filiales con colonos altiplánicos
(mitmaqkunas), articulando el
archipiélago vertical que significó la ocupación de
territorios discontinuos donde cada uno de ellos tenía productividades
distintas y por lo tanto complementarios entre sí; de este modo cada
territorio es como una isla, separado uno de otros y de allí el concepto
de
archipiélago.
A través de este modelo, se surtió de maíz, coca,
ají, calabazas, jíquima, yuca, pescado, mariscos y varios
artículos de importancia económica y social. Además, la
utilización de la ultraperiferia permitió el desarrollo de una
conexión meridional -San Pedro de Atacama- de carácter aldeano
que, en un área más amplia les permitió también el
control de intercambios, como asimismo penetrar ideológicamente en las
elites
locales.
Aún no está claro si el régimen impuesto para contactar con
la elite, fue del altiplano nuclear -actual altiplano central de Perú y
Bolivia cuyas poblaciones se disponían alrededor del lago Titicaca-, pero
no se duda de su énfasis en establecer hegemonía a través
de su aparato religioso.
Entre
los años 1.000 y 1.200 d. C., Tiwanaku pierde su dominio en el lago
Titicaca. A raíz de un fuerte impacto de sequías reiteradas, este
Estado, que mantuvo bajo su control a etnias de las tierras altas y bajas, por
su gradual desintegración cede el paso a los señoríos
regionales que en el tiempo del contacto español se reconocerán
como Kollas, Lupagas, Pakajes, Charkas, Karangas, Aricas, Picas, Lípez,
Atacamas, Chichas y
otros.
Tal
como se mencionó anteriormente, entre la penetración de Tiwanaku y
el Tawantinsuyo de los inkas en el norte grande Chile, se identifican los
Desarrollos Regionales -alrededor de los 900 a 1400 d.
C.-
en los valles tarapaqueños y atacameños. Esto tiende al desapego
de movimientos hacia el eje central de Tiwanaku, rompiendo los tráficos a
larga distancia y emergiendo con ello, una alta autonomía en los
territorios altos -altiplánicos del norte de Chile, noroeste Argentina,
sur Perú y sur Bolivia-. Como consecuencia se intensifica la
interdigitación de grupos étnicos, reunidos a través de una
red de patrones de tráfico caravanero a menor
distancia,
reflejados en el arte rupestre de petroglifos -grabado sobre roca- y geoglifos
-grabado sobre tierra- monumentales, junto a rutas y estaciones de
tráfico.
El
período adquiere una dinámica regida por el entrecruzamiento de
varias esferas de interacción posiblemente orientadas, como etnias, por
un patrón generalizado de complementariedad, que se caracteriza por una
alta movilidad, con mecanismos claves tales como el tráfico caravanero,
el establecimiento de colonias, un patrón de asentamiento
núcleo-periferia generalizado, ferias y otros, todo lo cual otorga a este
período una dinámica
inconfundible.
Las
poblaciones del norte grande de Chile que se involucraron en este
dinámico período, ocuparon los valles y oasis occidentales
-asociados a la subárea de quebradas que llegan al mar y, los oasis
interiores y quebradas endorreicas-, y la costa desértica y vertiente o
sector occidental
circumpuneña.
Respecto de la subárea de los valles occidentales, se sugiere que una
multiplicidad de poblaciones foráneas cohabitaron con parte de la
población local. En Lluta, Azapa y Codpa se asentaron los Carangas y en
los valles de Lucumba y Sama, los
Lupacas.
En la vertiente occidental cicumpuneña, se identifica la Tradición
del Desierto o de Tierras Áridas que comprende claramente la unidad
lingüística Kunza de las poblaciones atacameñas de la Cuenca
del Salar, valle de Atacama y valle del Loa con sus afluentes. En tanto que el
complejo Toconce-Mallku, se identifica con la Tradición
Áltiplánica de grupos étnicos probablemente aymarizados
instalados en enclaves del río Loa, que se evidencia en ciertos
topónimos y nombres que han pervivido hasta
hoy,
incluyendo asentamientos preinkaicos y altiplánicos propiamente tales.