LA
PLATERIA ARAUCANA
Los
araucanos, que tanto se han señalado en el arte de la guerra y cuyo valor
y hazañas militares no han sido superadas por pueblo alguno, han
manifestado también sus aptitudes sorprendentes, en el cultivo de las
artes manuales, decorativas e industriales, y especialmente en la
fabricación de adornos y objetos de plata y confección de hermosos
tejidos.
Los ricos adornos que ostentan los mapuches en los
días de fiesta y en sus idas a la ciudad vecina causan la
admiración de los viajeros que recorren las ciudades del sur y las
reducciones de Araucanía, y atraen siempre la mirada de los mismos
indígenas. Los araucanos, como
todos los primitivos tienen gran afición por los adornos brillantes y los
colores vistosos. Antes de la conquista adornaban sus melenas con plumas de
choroyes, de loicas, de carpinteros y otras aves, y fabricaban collares de
piedrecitas y conchas de diversos colores. Aprendieron de los españoles
el arte de trabajar los metales y se hicieron pronto hábiles en esta
clase de trabajos. Trataron con mucha consideración a los prisioneros de
guerra que ejercían la profesión de herreros por las ventajas que
sacaban ellos en la confección de hachas, espadas, puntas de lanzas,
martillos, clavos y otros objetos. Ellos mismos, empleados en los duros trabajos
de las minas, manejaron herramientas de metal y conocieron su superioridad sobre
la piedra y la madera.
La
plata apareció luego entre los adornos distintivos de los caciques y sus
mujeres y se fue generalizando a medida que supieron procurarse este metal y
trabajarlo. Entre los indígena la profesión de platero fue muy
preciada y lo es todavía. Muchos de estos plateros han producido obras de
gran valor artístico, que se conservan en colecciones particulares,
empeñadas en las casas de préstamos de las ciudades del sur y en
posesión de ricos caciques.
En estas tres fuentes he
recogido los datos de este estudio regional sobre la platería. Los
documentos examinados pertenecen a la región de Temuco, Cholchol,
Imperial y Cunco. El señor don Pedro Doyharcabal, a puesto a mi
disposición la riquísima colección que ha reunido en
Cholchol durante treinta años de relaciones diarias con los
indígenas. Esta hermosa colección, señalada a todas las
personas notables que visitan el sur de Chile como lo más digno de verse
en Temuco, es de inapreciable valor por la antigüedad de algunas prendas,
por la presencia de otras que ya no se hallan en ninguna parte, por la enorme
cantidad de material acumulado y por la formación de series
cuidadosamente seleccionadas. Es, probablemente, la más completa que se
haya reunido sobre artículos de factura indígena, y ella por
sí sola constituye un conjunto muy representativo de la cultura
artística de los araucanos. Importantes instituciones científicas
extranjeras se interesan por la adquisición de estos valiosos objetos,
obra de una de las razas más célebres de la tierra. La salida de
estos documentos a país extranjero sería una pérdida muy
sensible para Chile.
Atendido
muy amablemente por el autor de esta colección, he estudiado la parte
decorativa de sus piezas más importantes y dibujado fragmentos de ellas.
Algunas fotografías representan varias series de adornos y permiten
formarse idea bastante exacta de sus variedades.
Fig.
1
He
estudiado también la colección de platería de una gran casa
de préstamos de Temuco, «La Bienhechora», que recibe
diariamente prendas modernas, conforme a las exigencias de la moda actual, y
posee gran variedad de objetos antigüos. El propietario y los empleados de
esta casa me han proporcionado útiles informaciones sobre la proveniencia
de los artículos estudiados y sobre sus relaciones profesionales con los
mapuches.
En posesión de
numerosas fotografías he visitado varias veces las reducciones de
Maquehua, al sur de Temuco, y recogido numerosos informes explicativos, de los
indígenas, de sus caciques y de los plateros. Los mapuches hablan con
admiración
de
los adornos antiguos; las jóvenes manifiestan su preferencia por los
actuales. Los caciques, generalmente más ricos y más ilustrados
que los demás, cuentan las tradiciones antiguas sobre el arte de trabajar
los metales, y como se los procuraban en las minas, en las batallas y
destrucciones de ciudades, en los malones y en las transacciones comerciales. He
entrado en relaciones con los plateros de Maquehua para conocer la
técnica de su arte. Algunos de entre ellos trabajan, por temporadas y
según métodos bastante primitivos, objetos de buena
presentación.
El
cacique José Ancavil de Maquehua (Fig. 2), anciano muy robusto de
más de 80 años de edad me contó que al principio los
mapuches no conocían los metales. Los obtuvieron por primera de unos
hombres que venían del norte y que se detuvieron a las orillas del
Bío-Bío. Traían en la cabeza adornos de oro y plata. Los
mapuches trabaron batalla con ellos, los obligaron a irse hasta el Maule y se
apoderaron de una gran cantidad de oro y plata.
Los araucanos conservaron
probablemente estos brillantes metales como adornos, sin saber su proveniencia
ni la manera de trabajarlos.
Fig.
2
Los
cronistas de la conquista afirman que los araucanos no sabían trabajar
los metales. A la llegada de los españoles fue solamente cuando
conocieron las minas y métodos de extracción del metal.
En nuestros días tienen minas
de plata beneficiadas por ellos con mucho secreto, y de las cuales extraen
pequeñas cantidades. Se hallan especialmente en las reservas forestales
de Villarrica, Pucón, Palguín, Trancura y Volcán
Lanín. No permiten que los Huincas o extranjeros se acerquen a ellos y
castigan
con
la muerte a los indígenas que dan indicaciones de estas minas.
Actualmente
consiguen la mayor parte de su plata en sus transacciones comerciales. Llevan
las monedas a los plateros que les fabrican los objetos pedidos.
En todas las rucas, aún las
más pobres, las mujeres araucanas guardan cuidadosamente algunos adornos
de plata envueltos en trozos de género y escondidos en bolsas de pieles o
en toscos cajones de madera.
El
ajuar se compone generalmente de un «trarilonco», cadena plana que
corona la cabeza a la altura de la frente y de la cual penden discos de plata;
de los «chahuay” o pendientes de formas y dimensiones muy variadas;
del «tepu», disco de plata provisto de un alfiler muy largo, con que
se abrocha el «chamal», y de un «trapelacucha» hermosa y
ancha cadena de plata que cuelga del «tupu» en forma de pectoral.
Los adornos completos de los
mapuches comprenden, además de las nombradas, otras hermosas prendas como
los «traripel» o collares; los «lloylloy» cintas con perlas
de plata y campanillas colgantes del mismo metal con que se amarran los
cabellos; los «ihuelkug» o anillos, y los «trarikug» o
brazaletes.
En
sus reuniones festivas las mujeres lucen sus más ricos adornos. Les sacan
el brillo frotándolos con la hierba del platero o con trapos de lana. No
se dejan retratar sin sus atavíos, aún cuando se les ofrece
dinero; pero no oponen tanta dificultad si los tienen numerosos y bonitos.
Los araucanos acomodados conservan
valiosos objetos de plata, como mates y bombillas, cachitos y puñales con
incrustaciones, cinturones y riendas con discos, estribos y espuelas macizos,
jarros, cafeteras y platos bien decorados.
En
caso de necesidad empeñan sus prendas de plata y reciben en cambio el 50%
de su valor. Los montes de piedad de Temuco tienen en depósito enormes
cantidades de todas clases. El 90% de estos objetos son retirados por los
dueños al fin del plazo legal. Si un desconocido pregunta, al pasar
delante de las rucas, a los habitantes por su platería, se le contesta
invariablemente «Nielay» lo que significa, no hay. Esta desconfianza
proviene de los asaltos y robos efectuados en ciertas reducciones por individuos
que les arrebatan su plata. Regiones hay en las cuales han vendido la mayor
parte de sus adornos para no atraer la codicia de los ladrones. Al
sentirse
asaltado en su ruca, el mapuche toca el cuerno de alarma y todos sus vecinos
acuden al momento con sus perros y armados de lanzas en defensa del atacado. Por
estas precauciones y organización defensiva los asaltos son menos
frecuentes.
Algunos
plateros han modernizado sus métodos de trabajo. No por eso poseen
herramientas muy perfeccionadas. (fig. 3). El más célebre platero
de Maquehua es un mapuche de unos 50 años. Ha tenido por maestro otro
profesional de gran fama en toda la región y que murió centenario
hace pocos meses. Varias veces he ido a su ruca para verle trabajar. Le he
llevado plata para la confección de pequeños objetos a fin de
conocer mejor la técnica de su arte. El molde, crisol y fuelle aparte,
todas sus herramientas, caben en la mano.
El molde se compone de dos marcos de
madera de iguales dimensiones y que ajustan perfectamente cuando se los pone uno
encima de otro; dos trozos rectangulares de madera sirven uno de fondo y otro de
tapa. Finalmente, una correa sirve para amarrar sólidamente las piezas.
Los marcos reunidos dejan unas aberturas por la cual se vierte la plata
derretida.
El crisol, fabricado
por el mismo platero, es de tierra refractaria, espeso y de forma cónica.
Fig.
3 Fig. 4
El platero
escoje tierra muy fina a orillas de los ríos, la mezcla con agua y forma
una pasta gredosa con la cual llena el marco. Sobre esta pasta extendida y
cuando ha adquirido bastante consistencia, imprime o dibuja en relieve la forma
de los objetos que quiere reproducir. (Fig. 4) Posee determinados tipos de plomo
para trariloncos, chahuay, trapelacucha, espuelas, bombillas, etc., que aplica
sobre la greda, y consigue inmediatamente su forma. Aplica la otra cara del tipo
sobre la otra mitad del molde y obtiene una
segunda impresión. Deja la masa gredosa secarse lentamente. Retoca
cuidadosamente los pormenores, y cuando halla las impresiones a punto de recibir
la plata derretida, sobrepone exactamente las dos mitades del molde y amarra. El
cliente que solicita los servicios profesionales del platero mapuche le trae la
plata necesaria para la confección de las prendas pedidas y además
otra cantidad igual en pago del trabajo. El salario del artífice es
así de 100%. Necesita monedas de 5, 10, 20 0 40 centavos para fundirlas
cómodamente. Acepta también monedas de un peso y trozos de plata
de cierto espesor, pero le cuesta naturalmente más trabajo para
derretirlas. No quiere usar las nuevas monedas porque contienen demasiado cobre.
Las funde con mucha dificultad y sólo consigue con ellas adornos de color
ahumado. «Antes, me decía un viejo mapuche, teníamos muchas
chauchas y de buena plata; después tuvimos pocas y de plata mala; ahora
tenemos papel, lo que es todavía peor».
El platero
enciende el fuego en medio de la ruca, rodeado de sus perros viejos y algunos
curiosos. Activa el combustible con un fuelle de su fabricación. Derrite
una pequeña cantidad de plata en su crisol para hacer un ensayo y si
éste da buenos resultados derrite una cantidad mayor. Vierte con
precaución plata derretida en el molde preparado y deja enfriar. Abre
después el molde y retira la prenda para limarla, retocarla y pulirla.
Para
la confección de obras originales el platero labra primero el objeto en
madera o en una materia como plomo o estaño que pueda trabajar con
cuchillo. El tipo esculpido le sirve para producir las impresiones necesarias en
la pasta gredosa. Confecciona también otros objetos, laminando la plata
con martillo y dándole relieve con punzones de diferentes formas.
Algunos plateros fabrican, durante
el invierno, artículos de plata y los venden en determinadas tiendas de
Temuco, a razón de 20 centavos el gramo. Los mapuches que vienen a la
ciudad pueden comprar los que más les agradan a un precio doble del
primitivo y llevárselos inmediatamente.
Cada objeto tiene
una técnica especial que procuraré indicar al tratar de los
principales adornos. Al hablar de la platería de los araucanos no
pretendo igualar sus producciones a las de los artistas del Egipto, de la Grecia
y de Roma, que fabricaron copas y vasos de gran perfección, sino mostrar
sus aptitudes para obras cultivadas con esmero en los países civilizados
y los resultados apreciables que ya han obtenido.
Los
Trariloncos
Los
trariloncos (de trari – atar y lonco - cabeza) son adornos muy antiguos
con que los araucanos ciñen su cabezas a la altura de la frente. Los
primitivos eran coronas tejidas con fibras vegetales entrelazadas con hojas,
flores y plumas de hermosos colores. Actualmente, los trarilonco son cadenas
planas de plata, de las cuales penden discos del mismo metal (fig. 5). Estas
cadenas con sus discos colgantes miden de 60 a 70 centímetros de largo y
pesan aproximadamente 300 gramos. Existe una gran variedad de estos adornos.
Algunos son llamados medallas por los mapuches, sin duda por la semejanza que
tienen las medallas con los discos de plata o por haber fabricado antiguamente
ciertos trariloncos con las medallas que recibían de los misioneros. Los
modernos tienen muchas veces monedas de veinte centavos colgadas a un
pequeño anillo o agujereadas, en lugar de
los discos antiguos. El número de discos o de monedas colgantes
varía mucho en los trariloncos: los más sencillos tienen 20; los
más ricos hasta 50; son comunes los de 24, 30, 36 y 40.
Fig.
5
Las
cadenas compuestas de dos clases de eslabones, son generalmente bien trabajadas.
En todas aparecen aplicados el principio de repetición y
alternación. No se debe buscar en ellas la abundancia ni la
perfección de los detalles, sino la belleza y la originalidad de las
formas.
Los eslabones de orden par y los de orden impar son bien
diferentes. Los impares, grandes y macizos de formas siempre elegantes
constituyen uno de los elementos más decorativos del trarilonco. Los
pares, siempre más sencillos, son anillos delgados y aplanados que tienen
sólo un papel de unión; permanecen generalmente cerrados por una
sutura. Los eslabones decorativos, los de unión y los discos colgantes
son fabricados en series por los plateros y enlazados después.
Fragmentos
de diferentes trariloncos dibujados en tamaño natural permiten formarse
una idea más exacta de la estructura de sus elementos. Las placas
decorativas, de formas rectangulares u ovaladas, de parte central maciza o
vacía, tienen siempre una o dos aberturas para colgar los discos. Los
eslabones de forma ovalada son parecidos, a veces, a una cifra de ocho
prolongada y extendida, de contornos redondeados en ambas extremidades y
almenadas en la región media (fig.6).
Fig.
6
Fig.
7
La
parte central elipsoidal lleva inscrita otra elipse menor, de buen efecto
decorativo; de las extremidades cuelgan personajes llamados «pun pun»,
hombres barbudos de medio cuerpo en lugar de los discos acostumbrados. Estos
tipos antropomorfos parecidos a soldados colgados de la cabeza carecen de
piernas; su cara ovalada conserva rudimentos de los órganos principales:
ojos, nariz y boca; los brazos separados del tronco y dirigidos hacia abajo
terminan casi siempre por 6 dedos. Esta variedad de trarilonco, apreciada por
los mapuches y coleccionistas, parece ser escasa hoy día.
Un segundo trarilonco con
eslabón decorativo en forma de ocho lleva soldada en el centro una placa
romboidal de vértices salientes (fig. 7); de cada extremo penden discos
con un lóbulo de suspensión
angulosa.
Los ángulos combinados de las diversas piezas producen un hermoso efecto.
Una
tercera variedad, rectangular, de contornos algo redondeados, de parte media
maciza, ovalada y areolada con un punto central, soporta discos con
lóbulos de suspensión también discoidales.
Una cuarta variedad, con los
eslabones decorativos rectangulares, levantados en estacada, los bordes
superiores e inferiores almenados, de región central hueca, posee amplios
eslabones de unión igualmente parados. Un solo disco pende de cada
eslabón. (fig. 8).
Este
trarilonco cierra con hermosos broches circulares grabados en relieve que
representan una concha.
Una quinta
variedad tiene placas decorativas rectangulares con dos apéndices de
suspensión en la región inferior. Los eslabones de unión
son dobles y presentan suturas encajadas. las placas colgantes y sus
lóbulos son discoidales.
Otras numerosas y originales
combinaciones aparecen en los trariloncos de los mapuches. Las indicadas bastan
para mostrar el gusto artístico de los plateros.
Fig.
8
Los
«Chahuay»
Los
«chahuay» o zarcillos son adornos de plata que las araucanas llevan
pendientes del lóbulo inferior de las orejas. Los más comunes son
discoidales; los demás, campanuliformes, son conocidos con el nombre de
«upul». Unos y otros son notables tanto por sus decoraciones como por
su peso y sus grandes dimensiones. Algunos discoidales son compuestos y llevan
varios pendientes menores; los «upul» se componen de una sola pieza.
(fig. 9).
Los plateros fabrican los
«chahuay», laminando la plata con el martillo o fundiéndola y
vaciándola en moldes. Recortan las láminas con tijeras o cinceles
para conseguir discos de contornos muy regulares:
Les
hacen algunas aberturas centrales, guardando el debido paralelismo con los
bordes y emparejan con limas las partes recortadas. Practican una abertura
circular mayor en la región superior del «chahuay» para aislar
un filamento de plata destinado a penetrar en la oreja.
Fig.
9
El
«upul» tiene a veces forma trapezoidal y dimensiones de 9
centímetros de alto por 10 de ancho. Por toda decoración lleva
tres series paraleles de rayas verticales y una flor impresa con punzón.
Mas a menudo tiene la forma de una campana con algunas series de aberturas
triangulares y rayas paralelas a los bordes. Además, puede tener fajas
con rayas oblicuas muy apretadas y superficiales, o en
zigzag.
Existen también formas macizas con barras y protuberancias de mucho
relieve fabricadas en moldes y que tienen dibujos superficiales rectangulares.
(fig. 10).
Fig.
10
Los
«chahuay» discoidales presentan numerosas variantes en la
distribución de los elementos decorativos. Algunos en forma muy tosca,
carecen de toda decoración; otros tienen sólo una
decoración marginal de arcos repetidos, de rayas oblicuas y arqueadas, de
rayas oblicuas combinadas con arcos,
o
de arcos con líneas en zigzag. Ordinariamente, el filamento encorvado de
suspensión es grueso y fijo; los plateros de dispositivo más
perfeccionado, un
arco de
suspensión articulado, cuya punta encaja en una abertura opuesta a la
articulación.
En
el «chahuay» de forma anular la mitad inferior maciza toma el aspecto
de un rosario por la conjunción de una serie de tuberculitos
esféricos.
La
decoración de los discoidales se limita a veces al centro del disco y
consiste en series de rayas oblicuas, paralelas entre sí y con los
bordes, limitadas exteriormente con pequeños arcos o en grupos
simétricos y opuestos de hojas rayadas; en arcos macizos y retorcidos que
imitan cuerdas, asociados con protuberancias esféricas, arcos grabados,
apéndices esféricos fijos o colgantes; los arcos de
suspensión adquieren hasta dos milímetros de diámetro;
raras veces llevan grabados letras o signos parecidos.
Las placas o esferas colgantes son
centrales, en ciertos casos, y chicas; y en otros, marginales y relativamente
grandes; las placas son romboidales, discoidales y posiblemente de otras formas.
Algunas suspensiones centrales imitan lágrimas colgantes. Estas
últimas formas son de gran valor artístico.
Los
«Lloven»
Los
mapuches llevaban antiguamente en la frente y enroscadas alrededor de los
cabellos largas cintas de género o de cuero enteramente cubiertas de
cupulitas de plata. A uno y otro lado de la cabeza pendían las
extremidades de la faja plateada que se delataba en roseta a la altura de las
orejas; enseguida colgaban frente a las mejillas varios tubos o cadenillas de
plata terminados por campanillas cónicas (fig. 11).
Fig.
11
Las
araucanas dan el nombre de «lloven» o de «nitruhue» al
adorno completo; el de «rumi», a la faja tachonada de plata, y el de
«llol-llol», a las campanillas. Al andar, usando esta valiosa prenda,
las
campanillas producen sonidos argentinos muy del agrado de las mapuches.
La
técnica del «lloven» es bastante complicada. Los plateros
recortan discos de plata en láminas delgadas y con ayuda de punzones
especiales los transforman en pequeñas cúpulas de iguales
dimensiones.
Fig.
12
Para un
«lloven» ordinario necesitan cerca de mil cupulitas. Las disponen en
líneas sobre un cuero delgado o un trozo de género; les hacen un
agujero de cada lado de la base y las fijan con un hilo resistente contra la
faja. La costura, invisible por el lado superior, requiere una gran habilidad de
parte del platero. El hilo atraviesa el cuero,
penetra debajo de la cúpula, pasa por el agujero de la base hacia la
cúpula vecina y penetra en ella por un agujero basal. (fig. 12).
El
hilo, vuelve a atravesar el cuero de sostén, permanece debajo en un
espacio algo menor que el diámetro de la cúpula y penetra otra vez
en ella a través del cuero; sale por la pared contigua a la cúpula
siguiente, en la cual entra por la abertura basal situada enfrente de la de
salida de la cúpula anterior. El hilo sigue el mismo trayecto para cada
cúpula y la fija sólidamente a la faja de sostén. (Fig.
13).
Fig.
13
Los
plateros son unánimes en declarar que la confección del
«lloven» es muy difícil. Actualmente
este
adorno ha pasado de moda. Pocos plateros sabrían confeccionarlo.
Fabrican
los tubos de plata con placas rectangulares y delgadas que arrollan alrededor de
una varilla dura y cilíndrica. Los bordes en contacto permanecen sin
sutura. Los «llol-llol» o campanillas se consiguen de la misma manera,
recortando un sector circular y transformándolo en cono. Las diferentes
piezas del «lloven» están enlazadas con cadenas de plata cuyos
eslabones tienen forma de S. Algunas variedades de «lloven» se
componen de series de tubos y de campanillas combinadas con cadenitas pectorales
que sostienen pequeñas cruces. Las cruces macizas y pequeñas con
un pez en relieve (ichtys de las catacumbas) son doblemente simbólicas y
muestran la penetración de las ideas e imágenes cristianas en la
vida de los araucanos. (Fig. 14).
Otros «lloven» reducidos a
cadenas y a las campanillas se suspenden al trarilonco y cuelgan a ambos lados
de la cabeza.
A imitación de
los alfileres de seguridad y de los prendedores modernos, los araucanos han
fabricado hermosos adornos. (Fig. 15). Estas prendas revelan mucha
imaginación: dos aves colocadas frente a
frente
descansan sobre las ramas de un árbol (Fig. 15-a) ; de la cola de las
aves penden una medalla y un hombre; de la parte central del árbol
cuelgan en medio dos cruces y a cada lado, un hombre. El conjunto es
perfectamente simétrico.
Otro
prendedor, se compone de una serie de tres hojas trifoliadas de Oxalis o de
trébol con el peciolo hacia arriba; de cada una pende un hombre de plata
maciza (Fig. 15-b).
Fig.
14
Fig.
15
Los
«Traripel»
Los
«traripel» (de trari-atar y pilco-cuello) son collares de diferentes
formas usados por las araucanas. Tienen un origen muy antiguo, según los
datos recogidos de los viejos mapuches. Los primitivos, llamados
«llancatos», se componían de varios filamentos en los cuales
ensartaban piedrecitas verdes y azules consideradas preciosas por los
indígenas.
Estos
adornos parecen tener, lo mismo que la palabra llancato con que se los designa,
un origen quichua. Las piedras de color fueron sustituidas con el tiempo por
pequeñas cuentas de plata de forma prismática, atravesadas por un
cordón de sostén.
El
«llancato» (Fig. 16) tiene seis y más filamentos de longitud
desigual, enteramente envueltos por las cuentas y reunidos por sus extremos.
Colocado alrededor del cuello, los filamentos caen flojamente a distinta altura
sobre el pecho y describen arcos plateados.
Fig.
16
Existe
otra forma de «traripel» muy parecida al «lloven»; se
compone también de una faja cubierta
de
cupulitas de plata. Suele apretar bastante el cuello y llevar una
prolongación colgante sobre el pecho.
La
técnica de esta última forma es idéntica a la del
«lloven». La de la primera consiste en cortar barritas de plata en
segmentos de poca longitud y en arrollarlas con martillo sobre el cordón
de sostén.
Punzones
y «Tupu»
Los
punzones son alfileres muy largos y de cabeza esférica con que las
araucanas abrochan sus chamales. Los «tupu» son también
alfileres de grandes dimensiones usados para los mismos fines que los punzones
de los cuales difieren por una lámina circular como cabeza en lugar de
esfera. Los «tupu» son más comunes actualmente que los
punzones. Unos y Otros tienen un origen extranjero. Los indios de Bolivia usaban
el «tupu» antes de los araucanos. Los punzones tan parecidos entre
sí, son de dimensiones muy variadas; los más chicos tienen apenas
diez centímetros de largo, con una esfera de grueso proporcionado,
mientras que los más grandes alcanzan hasta 60 centímetros de
largo con una esfera
de
diez centímetros de diámetro (Fig. 17). La parte puntiaguda,
dilatada cerca de la esfera, se prolonga hacia abajo en forma prismática;
encima de la esfera aparece otra parte saliente torneada, terminada por una
abertura de la cual pende una cruz.
Fig.
17
Casi
la totalidad de los punzones que he tenido a la vista llevan una cruz (Fig. 18)
plana, de contornos dentados. Las esferas quedan divididas en dos hemisferios
por una zona ecuatorial en relieve. Los dos hemisferios son labrados
separadamente a martillo y soldados enseguida con el círculo ecuatorial.
Los «tupu» exigen menos trabajo para la confección de sus
placas discoidales. Mediante
punzones
especiales y martillos se repuja la plata y se le imprimen, en series, relieves
superficiales que dibujan circunferencias de puntos salientes y cruces lineales.
Fig.
18
Los
«Siquel» y «Trapelacucha»
Los
«siquel» (de chicull=cosquillas) y «trapelacucha» (de
thapel=sarta y de acucha=aguja) son anchas cadenas de plata que las araucanas
llevan en forma pectoral pendientes del «tupu» y del punzón.
Los «siquel» se diferencias de los «trapelacucha» por su
ancho dos
o
tres veces mayor. Ambos son adornos de grandes dimensiones y de singular
belleza. Su largo varía entre 30 y 35 centímetros y su ancho entre
3 y 10. Su peso alcanza hasta 500 gramos. La forma de las placas y de los
eslabones de enlace, las decoraciones en relieve y las superficiales, los discos
y flores colgantes, son de una gran variedad. En todos, la forma general es
elegante, aún cuando las decoraciones superficiales sean descuidadas. En
ellos aparecen aplicados con mucho arte los principios de repetición, de
alternación y de simetría, (Fig. 19).
Fig.
19
La placa
superior de forma triangular o trapezoidal, con los bordes en línea recta
o curva, con decoraciones marginales y centrales articula con placas
rectangulares de ocho centímetros de largo sostenidas por eslabones de
unión equidistantes entre sí; las placas rectangulares tienen los
extremos decorados por rayas oblicuas y husos de. líneas curvas
terminados por una areola puntuada. Una placa rectangular de todo el ancho del
«siquel» con decoración marginal de rayas y arcos viene a
continuación, y reaparecen después de ella cuatro placas
longitudinales idénticas a las superiores. La placa terminal inferior
dilatada circularmente por ambos lados, con decoración marginal de rayas
y circulitos cuidadosamente grabados, tiene, además, como adorno central,
una cabeza de mapuche en relieve como una cúpula. En la región
inferior, la placa adelanta seis lóbulos semicirculares de los cuales
penden otras tantas placas de contornos discoidales.
Las
decoraciones de las placas revisten a veces la forma de rosetones hexagonales u
octogonales (Fig. 19) y las placas colgantes una forma digitada.
Aparecen también, además de los husos areolados,
flores tetrámeras rayadas o puntuadas; la placa mayor lleva una forma
humana en relieve con los brazos y las piernas algo extendidos; del borde
inferior, doblemente almenado, cuelgan seis placas oblongas divididas en tres
segmentos circulares por dos estrangulaciones. La placa mayor tiene aberturas
triangulares dispuestas en rosetones y otras arqueadas dispuestas
simétricamente a uno y otro lado de la cabeza y de la cúpula en
relieve (Fig. 20); de los lóbulos de suspensión cuelgan seis
hombres macizos con los brazos y las piernas extendidos.
Fig.
20
Las
flores cigomorfas y los rosetones dobles de 8 y 16 aberturas triangulares
alternan en las placas pectorales (Fig. 21) ; en la placa mayor se ve una cabeza
con
doble trarilonco, una cúpula, círculos concéntricos
grabados, arcos y rosetones perforados, acompañados de placas colgantes
digitadas. Entre las placas colgantes algunas representan flores campanuladas,
otras se parecen a las flores del chilco; los «puñ-puñ»
están colgados de la cabeza, en ciertos casos, y, en otros, de las manos
juntas y levantadas.
La
mayoría de las piezas que entran en la confección de los
«siquel» y «trapelacucha» son elaborados en series por los
plateros, en sus moldes, y agrupadas después de diversas maneras,
según un plan que se han trazado de antemano.
«Los
trapelacucha», más angostos que los «siquel» se componen
de una serie de placas colgantes enlazadas unas con otras mediante pares
de eslabones, que terminan por una hermosa cruz
(Fig. 22). De las cruces, cuyas formas varían en extremo, cuelgan discos
y medallas, flores de chilco
o
campanuladas, placas, frutos esféricos, cruces pequeñas y hombres
de medio cuerpo. La presencia repetida de la cruz como adorno secundario de los
«punzones» y de los «trapelacucha» llama mucho la
atención. ¿Indicaría la gran influencia que tuvieron sobre
los araucanos los misioneros católicos de la época colonial?
¿Fue entonces la cruz, para los mapuches, un símbolo, como lo es
para los cristianos? Los Padres de la Compañía de Jesús,
que tanto hicieron para la conversión y civilización de los
indígenas, les enseñaron seguramente a respetar la cruz y los
hermanos coadjutores de la misma Compañía, hábiles en
muchas artes les fabricaron, tal vez, en sus talleres. Sin embargo, la cruz
araucana tiene un origen más antiguo; se ve en numerosos tejidos y
objetos anteriores a la conquista. Se propagó hasta el punto de tener un
lugar preferente sobre otras formas decorativas. Los araucanos de hoy no parecen
atribuir a la cruz de sus punzones y trapelaeucha ningún significado
religioso, aunque guardan la costumbre de plantar anualmente cruces
de colihue en sus sembrados el
día de San Francisco para que su trigo salga bueno.
Los
«siquel» y «trapelacucha» modernos se componen de eslabones
rectangulares vacíos, enlazados por anillos cilíndricos bastante
anchos; Los «siquel» tienen una placa superior compuesta de flores o
aves estilizadas, de la cual parten las tres cadenas que sostienen la placa
mayor semicircular con sus numerosos discos colgantes. (Fig. 23).
Fig.
22
Los
«trapelacucha» tienen una sola cadena con una cruz terminal. La plata
de estos adornos no es tan blanca como la de los antiguos.
Fig.
23
Las
Cachimbas
Entre
los objetos antiguos descubiertos en el suelo de la Araucanía, figuran
numerosas cachimbas de piedra y de hueso, lo que hace pensar que los araucanos
fumaban antes de la conquista.
Las cachimbas de plata son escasas
en las colecciones; conozco solamente una, pero tan singular, que bien merece
una corta descripción. Consta de un cañón como tubo de
aspiración, de un recipiente con tapa para tabaco y, en
prolongación, de una cabeza de caballo con riendas. Un pajarito se halla
soldado sobre el cañón a poca distancia de un jinete araucano que
sujeta las riendas. La tapa de la cachimba, agujereada como un colador un
colador para dejar salida al humo, tiene una bisagra que le permite levantarse.
Un pajarito igual al anterior está parado encima de la tapa. El cuello
del caballo y la cabeza están bien formados. Los dos pájaros, el
jinete y el caballo están orientados en la misma dirección (Fig.
24). Esta valiosa pieza es de una gran originalidad.
Fig.
24
Prendas
Diversas
Entre
los numerosos objetos de plata confeccionados por los indígenas,
citaré además de los ya nombrados, los «ihuekug» o
anillos con que adornaban sus dedos las mujeres de los caciques y los
«trarikug» o brazaletes que también llevaban en las
muñecas y tobillos. El cacique José Ancavil me mostró un
día su platería (Fig. 25); comprende un puñal con
decoraciones y las iniciales del dueño; un cachito con anillos de plata;
una cafetera de plata con preciosas decoraciones en relieve y una tapa adornada
de un pajarito; un mate con la correspondiente bombilla, adornados ambos con un
par de avecitas, y un cinturón de cuero tachonado de pesos argentinos,
cerrado adelante con tres cadenas y un broche que representa un joven indio a
caballo y tocando el cuerno. Este broche se llama «tiatol».
Los mates y las bombillas son
comunes en las rucas y en las casas de préstamos. Casi siempre son
verdaderas obras de arte confeccionadas por partes separadas y montadas
enseguida (Fig. 26).
Fig.
25
Sería
temerario afirmar que estos mates sean todos de factura netamente araucana.
Muchos están decorados con animales europeos: leones, ardillas y peces
estilizados. En la confección de tales piezas, si efectivamente son
araucanas, han influído grandemente los modelos extranjeros. Las
esculturas y los grabados superficiales revisten a veces una perfección
minuciosa que contrasta con las verdaderas decoraciones araucanas similares,
(Fig. 26). Actualmente, algunos plateros mapuches confeccionan hermosos mates
que imitan estas otras formas más acabadas y les agregan adornos de su
invención, como avecitas en diferentes posturas. Las decoraciones
superficiales consisten en grupos de hojas dispuestas simétricamente, en
figuras geométricas o en flores y hojas repujadas. Para esta clase de
platería es difícil delimitar la parte que corresponde a los
araucanos. Hacen viajes a la Argentina y traen de allá mates que
conservan después en su poder.
Fig.
26
Los araucanos
poseen una gran variedad de riendas, frenos, estribos y espuelas de plata.
Además de los estribos sencillos y macizos usan otros de formas
complicadas, compuestos de arcos entrecruzados caprichosamente y con
prolongaciones inferiores en forma de coronas almenadas o dentadas asociadas con
grupos de flores estilizadas (Fig. 27). Algunas campanuliformes pueden usarse
como copas. El jinete al apearse saca el estribo, lo lava, lo invierte y se
sirve en él. He oído llamar esta forma «trarol». Otra
forma muy elegante, de plata maciza, con granulaciones en serie lineales sobre
las partes arqueadas es la llamada «tolto».
Fig.
27
Las
decoraciones superficiales consisten en unos pocos puntos, rayas y arcos. Las
espuelas de gran tamaño llevan apéndices colgantes como cadenas o
correas anilladas de plata. Las riendas con adornos de plata son muy comunes
entre los indígenas. Las hay con frenos de
palanca llamadas «utrancu» de un trabajo esmerado (Fig. 28). La
cabezada ostenta forros longitudinales, remaches y hebillas de plata maciza,
eslabones de unión formados por patas y cabezas de caballo
artísticamente estilizadas; el «unelhue» o freno, la barbada,
la placa frontal y la gargantilla tienen formas originales y bien estudiadas.
Largas varillas de plata encadenadas forman una cadena de gran lujo empleada
como riendas.
La lista de objetos, usuales y de adornos de formas
singulares podría, sin duda aumentarse, considerablemente, estudiando la
platería de otras regiones de la Araucanía. Estas formas
interesantes desaparecerán con los viejos mapuches. La juventud araucana
abandona el traje nacional y adopta los usos de la vida moderna: Los plateros
trabajan menos; los veteranos del arte mueren y no son reemplazados. Los
profesionales de hoy son escasos y su preparación parece muy inferior a
la de sus mayores. La aparición, en las colecciones del norte, de objetos
imitados de los indígenas y fabricados para la venta, hace temer que en
pocos años más sea difícil estudiar la verdadera
platería araucana. Por estos motivos sería de desear un estudio
más amplio sobre esta materia.
Si
bien es cierto que la platería de los araucanos no tiene ningún
valor prehistórico, no se puede negar que representa una etapa
interesantísima en la vida, industrial y artística de la valiente
raza araucana.
Fig.
28
Fig.
1. Un cacique araucano