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La Verdad Histórica del Pueblo Aymara


Los aymaras de las antiguas provincias de Arica y Tarapacá,[1] a diferencia de nuestros hermanos que permanecieron en territorio peruano -o boliviano-, aparte del Estado colonial, hemos formado parte de dos Estados nacionales: Perú y Chile. Del primero, entre 1821 y 1879, en el período comprendido entre el momento de su independencia de España y la Guerra del Pacífico; y, del segundo, desde 1879 hasta hoy, luego de la definición de ese conflicto bélico y la consecuente anexión de estas provincias a Chile, como país vencedor.

Producto de esta situación, hemos enfrentado no sólo distintos contextos sociales, económicos y políticos, de acuerdo a la impronta marcada por cada uno de estos Estados y sus respectivas coyunturas históricas nacionales y regionales, sino también, parafraseando a Benedict Anderson, hemos debido de hacer frente a dos “comunidades imaginadas” de forma diferente y con definiciones distintas de sus “límites” y “soberanías”, frente a las cuales hemos debido de plantear modalidades particulares de inclusión o exclusión y, además, distintas estrategias para enfrentar las leyes y prácticas gubernamentales destinadas a regimentar el acceso a nuestras propias tierras, necesarias para nuestra reproducción económica, social y cultural o nuestra integración a la sociedad mayor dominante.

1º Las comunidades indígenas aymaras, desde tiempos de la Colonia hasta el período republicano, hemos padecido la tributación hacia el Estado. Es decir, con nuestros impuestos, ya fuese a la Corona Española o al nuevo Estado-Nación, hemos financiado gran parte de la burocracia colonial y estatal en dicho período.

Las distintas leyes creadas, promulgadas, abolidas y modificadas han tenido a lo largo del tiempo como principal propósito la contribución de los indígenas (Sánchez-Albornoz, 1978: 192). En la permanente discusión generada en los primeros años de la república, finalmente se impuso la dramática necesidad de ingresos del estado nacional. Pero los incentivos para reimplantar el tributo indígena no fueron solamente económicos. Según V. Peralta (1991), también había una intención de segregacionismo y racismo de las élites criollas como una forma de marcar una barrera cultural que les permitía seguir separados de los indígenas.

La contribución indígena producía aproximadamente el 40% de las rentas del Estado nacional peruano (P. Gootemberg, 1989; H. Bonilla, 1991 y 1997) y un porcentaje aún mayor de los presupuestos departamentales. Para el caso que nos interesa acotar antecedentes, de acuerdo al padrón de contribuyentes de 1845 correspondiente a la provincia de Tarapacá, la contribución indígena era de todas formas la más importante, ya que representaba el 82,5% del total de ingresos recaudados en esa época por el fisco[2].

2º La declaración de la independencia de Perú y la presencia de los ideales liberales emancipatorios de la época no mejoró la situación de nuestras comunidades aymaras.

La independencia de España y la implantación del nuevo Estado-nación peruano por parte de las elites criollas, trajo consigo dos consecuencias muy importantes para la población indígena, la población mayoritaria de la naciente república. Por un lado, su transformación en “ciudadanos” de una nación de “iguales” que excluía cualquier tipo de diferencias; por otro, su conversión en propietarios particulares de sus tierras bajo un régimen de libre disposición y, por tanto, libres de la relación de “vasallaje” con la Corona española, que sólo les permitía su usufructo a cambio del pago de un tributo y otras obligaciones. La primera propone una circulación étnica forzada, ya que plantea una correspondencia unívoca entre nación y etnia: dentro del territorio de la nueva república todos sus habitantes son “peruanos” y, para alcanzar la ciudadanía prometida, los indígenas debemos traspasar las fronteras étnicas “fijas” que durante la colonia sostuvieron la separación estamental entre indios y españoles. La segunda ofrece una verdadera “reforma agraria”: para alcanzar el “progreso económico” los indígenas debemos convertirnos en pequeños propietarios, libres de ataduras corporativas (las “comunidades”) y de la intermediación (caciques u otras autoridades nativas), que sostenían la “república de indios” (opuesta a la de los “españoles”) durante el período colonial.

En 1821 José de San Martín decretó que los Indios eran “ciudadanos” de la nación que debían ser reconocidos como “peruanos”, abolió el tributo indígena y prohibió estrictamente la sujeción de los indios a cualquier tipo de servidumbre involuntaria. En 1824 Simón Bolívar declaró la disolución de las comunidades indias en Perú, la entrega de las tierras a sus ocupantes de manera particular, la venta de los terrenos de apropiación colectiva y la desaparición de los cacicazgos y títulos nobiliarios de indígenas (G. Figallo, 1994).

La incorporación de territorios aymara al Estado chileno

3º La incorporación de los territorios de las Provincias de Arica y Tarapacá al Estado de Chile fue un proceso cargado de violencia, imposición de elementos simbólicos y persecución, que afectó principalmente a la población aymara de dichas provincias.

Los historiadores y profesionales de las Ciencias Sociales denominan este proceso histórico como la "chilenización", definido por Patricio Tudela como:

"un intento por concientizar a la población local que obedece al deseo de reducir por todos los medios posibles el contingente peruano, por aumentar y facilitar la solidaridad de la población local con la República chilena, reemplazando el patriotismo peruano y engendrar en la población un espíritu patriótico favorable a Chile" (Transformación Religiosa y Desintegración de la Comunidad Aymara Tradicional en el Norte de Chile", Holos, Bonn, 1992, página 26).

La chilenización fue una política implementada por el Estado de Chile conscientemente hacia la población indígena de estas provincias. Comenta Tudela:

"En el momento de la ocupación la población indígena de Arica y Tarapacá se encontraba en una situación de aislamiento geográfico y social. Pero para las autoridades chilenas, ella lejos de ser una minoría representaba más del 50% de la población de esas provincias. Es por esto que el gobierno chileno implementó medidas para concientizar y asegurar la autoridad y el control sobre la población local reunida en los ayllu-comunidades." (Transformación Religiosa y Desintegración de la Comunidad Aymara Tradicional en el Norte de Chile", Holos, Bonn, 1992, página 26).

Para el Pueblo Aymara dicho período de nuestra historia, que llamaremos "des-aymarización" por ahora, fue un proceso violento, de miedo, amedrentamiento, muerte e imposición de costumbres ajenas, de intolerancia y falta de visión de las autoridades chilenas de la época, al igual como ocurriera a partir de 1492.
4º La ocupación de los territorios ancestralmente ocupados por las comunidades aymaras por parte del Estado de Chile y la implantación del status jurídico de la igualdad jurídica, significó el no reconocimiento del derecho ejercido a partir de la costumbre respecto del uso ancestral de nuestro territorio.

Una de las primeras medidas que impone el Estado de Chile en los territorios ocupados es otorgar la condición de ciudadanos chilenos por derecho de residencia a todos aquellos quienes lo solicitaran. Esta medida implicó en la práctica, ser ciudadano chileno "sin distinciones", es decir se impone la ley chilena en todos los territorios, sin tomar en cuenta que nuestras comunidades poseían formas distintas de ocupación y definición de la tierra, nuestra "Pachamama".

Se desconoce la existencia de tierras comunales. Las tierras son consideradas fiscales en aquellos casos en que no existía escritura de propiedad privada.

En 1911, un decreto del subdelegado de Putre da cuenta de lo anterior:

"Visto lo expuesto por el Gobernador con fecha 27 del mes precedido he venido en acordar y prohíbese a todos los vecinos de Putre, Socoroma, Caquena y Parinacota el pastisaje de sus animales en todos los terrenos de las serranías y planos de propiedad fiscal. ............ Los vecinos deberán solicitar el correspondiente permiso a la subdelegación"

Decreto de la Subdelegación de Putre, del 6 de Octubre de 1911,
Archivo Museo San Miguel de Azapa, Arica. Citado por Patricio Tudela.

Asimismo, no sólo se nos limitó el acceso nuestras tierras comunales para el pastaje, sino que además dichas tierras, ancestralmente nuestras, fueron repartidas entre funcionarios públicos venidos desde fuera.

"Sírvase remitir a esta gobernación una lista de las propiedades fiscales que existen en esa subdelegación ocupadas por funcionarios públicos y las que aún están desocupadas especificando su ubicación, calidad aproximada y objeto a que se les destina actualmente (...) De las propiedades que no están ocupadas Ud. se servirá indicarme las personas, chilenas se entiende, a quienes se les puede entregar su custodia y su cultivo (...) El infrascrito estima que hay conveniencia en que cada funcionario público tenga una extensión de terreno fiscal para su cultivo y aprovechamiento..."

Documento Nº 988,
Carta del Gobernador de Arica, Luis Arteaga, dirigida al Subdelegado de Putre
Con fecha 6 de Noviembre de 1913. Archivo Museo San Miguel de Azapa, Arica.
Citado por Patricio Tudela.

A partir de estos antecedentes bibliográficos y los testimonios de nuestros "tatas", podemos afirmar con toda certeza que las comunidades aymaras sufrimos la usurpación de nuestras tierras comunales, ya que éstas fueron, primero declaradas fiscales y luego entregadas, en parte, a propietarios chilenos.

5º El proceso denominado de "chilenización" continúa hasta el día de hoy

Muchos historiadores plantean este período histórico entre 1884 y 1930, dividiéndolo en dos fases. La primera entre 1884 y fines de siglo, y la segunda desde principios de siglo hasta 1927. Sin embargo, muchos testimonios de nuestros hermanos demuestran que dicho proceso de amedrentamiento, persecución y de miedo continuó casi hasta finales del siglo XX.

"En el año 1945 (aproximadamente), en la localidad de Cariquima, cuentan que para la fiesta de San Juan realizada en noviembre, llegaron unos comerciantes de Chuzmiza con mulas, licor y ropa militar para vender. Estos comerciantes estaban acompañados por un grupo de carabineros, quienes dieron la orden a los habitantes para comprar los productos, incluso vestir la ropa militar que compraban (a través del trueque). A los habitantes les quedaba grande la ropa y les daba vergüenza, pero por miedo lo hacían igual. Al único que no obligaban a ponerse la ropa era al alférez del pueblo.

Este hecho, revela la fuerte forma de amedrentamiento y abuso ejercido sobre los ciudadanos.

Cuando éramos niños, los carabineros nos pegaban cuando andábamos en la calle y usábamos nuestra vestimenta típica (acso) o hablábamos en aymara. Además, yo creo que también hubo una opresión en las escuelas, para mi estas fueron "laboratorios de transformación" y esto a mi parecer todavía existe."

Testimonio del Jilata Javier Vilca, de Lirima.

"Yo hablo de mi experiencia en Visviri (frontera con Perú y Bolivia). Cuando hablábamos aymara, los carabineros nos decían "se van a Bolivia o los matamos".

Mis abuelos dicen que habían muchos abusos, "los carabineros mataban", dicen que en Ancopujo (Comuna de General Lagos) hay enterradas varias personas. Había mucho sufrimiento, sobre todo cuando entregaron Tacna a Perú."

Testimonio del Jilata Fortunato Manzano, de Visviri.

"La gente de mi generación también se ve marcada por el proceso de "chilenización", (última oleada), ya sea por Carabineros o por el educador (profesor). Pero lo más importante es que también fuimos chilenizados por nuestros propios padres. Eran ellos los que nos exigían una forma de comportamiento, lo que teníamos o no que decir, etc. Es decir, ellos también estaban chilenizados y tenían un cierto orgullo de eso. Lo anterior ocurría más con los varones porque la "mujer" es y fue la principal transmisora de cultura, manteniendo las usanzas y costumbres aymaras."

Testimonio del Jilata Lino Mamani, de Copaquilla-Chapiquiña.

"Pienso que también existió la presión psicológica, ya que yo también viví esa época. Por ejemplo, cuando éramos niños nosotros comíamos nuestra comida típica, el mote, chuño, tostado, etc., pero cuando llegó el profesor llegó obligando a comer otras comidas como los "porotos", diciendo que eso comían los chilenos no lo otro. También nos obligaba a cantar cantos chilenos... con todo esto torturaban.

Uno andaba asustada, tenía miedo... yo creo que todavía existe esa presión."

Testimonio de la Kullaka Gilda Palape, de Coscaya.

6º Al incorporarse los territorios de Arica y Tarapacá al Estado de Chile, los censos de población nunca consideraron la variable étnica hasta recién el Censo de 1992.

La situación de la población indígena de Tarapacá quedó, por lo mismo, bajo una mirada constitucional diferente a la peruana. El censo peruano de 1876 reconocía que había en Tarapacá 16.686 indios de un total de 38.225 personas, es decir un 43,7%. Sin embargo, los censos chilenos no considerarán la variable étnica, puesto que el indígena no estaba incluido como tal en la visión positivista sarmientina[3] de un Estado que se sentía moderno y “civilizado”.

Esto nos demuestra una vez más que el proceso de asimilación de nuestro pueblo continuó casi permanentemente hasta fines del siglo XX, puesto que el Estado-Nación aún funcionaba con la idea positivista de la unidad en torno a una razón universal y única.

7º La demarcación de las nuevas fronteras después del término de la Guerra del Pacífico y el Tratado de Paz y Amistad de 1904 con Bolivia no tomó en consideración los límites históricos de las comunidades aymaras.

Esto ha derivado en conflictos que se arrastran hasta el día de hoy, principalmente en torno a la propiedad de las grandes extensiones de terreno para el pastoreo, en particular con nuestros bofedales.

Los tratados internacionales permitían a los aymaras chilenos ejercer su derecho a la propiedad en Bolivia como los aymaras bolivianos a ejercer la suya en Chile. Este punto trajo consigo importantes conflictos entre aymaras de ambos países, el que se fue acentuando con el proceso de “des-aymarización (chilenización). Cabe destacar que ciertas comunidades aymaras como Pisiga Carpa, que está en territorio chileno, y Pisiga Colque, en el territorio boliviano, sufrieron importantes modificaciones en sus bofedales producto de la definición de la frontera internacional, quedando parte de ellos en el otro país.

8º La presencia de Carabineros de Chile fue un elemento de control y represión para nuestras comunidades en este período.

Carabineros se autoimpuso una finalidad educativa en el proceso de asimilación de estas comunidades a la sociedad nacional.

Instrucción Primaria Obligatoria (Extracto)

"...Las comisarías rurales dependientes de esta Prefectura, por intermedio de los señores oficiales a sus órdenes, han dictado conferencias en los centros obreros de las oficinas salitreras, tratando de hacer entender el rol que corresponde a carabineros en su misión fiscalizadora y procurando a la vez, un acercamiento con los elementos en referencia e inculcándoles el amor patrio y el respeto hacia las autoridades y leyes.

Por otra parte, y en aquellos sectores del interior, donde todos sus habitantes los constituyen indios sin las más rudimentarias nociones de civilización, los carabineros, tanto con la palabra como con el ejemplo, están constantemente introduciendo en dicha gente, hábitos de higiene y de cultura en general..."

Memoria de Oficinas Públicas Archivo Intendencia Tarapacá.

9º La "igualdad jurídica" como elemento homogeneizador de la sociedad chilena.

En el período que va de 1883 a 1929, la población indígena de Arica y Tarapacá no gozó de una condición jurídica especial. Se aplicó un criterio de “igualdad jurídica” con la consecuencia evidente de que no se nos concedió reconocimiento legal a nuestros derechos ancestrales sobre las tierras y los recursos de que disponíamos desde tiempos inmemoriales. En 1911 nuestras tierras fueron consideradas como propiedad fiscal, en aquellos casos en que no existía escritura (terrenos comunitarios asociados a la iglesia), decisión que se enmarcaba en una suerte de discriminación sistemática que buscaba favorecer a los colonos chilenos venidos desde el sur[4]. En alguna medida esta disposición afectó las bases de la estructura comunitaria, ya que desencadenó un proceso de inscripción ante el registro de Propiedades de la Gobernación y la privatización del recurso comunitario[5].

10º La creación de nuevas instituciones como elemento integrador, de control social y desestructurador de las instituciones tradicionales.

Nuestras autoridades tradicionales sólo fueron parcialmente reconocidas por las autoridades chilenas. Se creó una red que más allá de ser funcional al ejercicio de la autoridad, también servia para el control de las actividades en las diferentes localidades. Se redefinieron los títulos, cargos y responsabilidades en las localidades rurales. En Belén, Putre y Codpa, por ejemplo, se establecieron los Subdelegados y Jueces de Subdelegación; en otras Inspectores y Jueces de Distrito (Caquena) que actuaron hasta comienzos de los años sesenta. En los poblados menos importantes se nombraron "cabos celadores" o vigilantes (Guallatire). Todos ellos obedecían las instrucciones directas del Gobernador Provincial. Pero, más allá de redefinir y reorganizar las unidades político-administrativas, también se introdujeron nuevas instituciones, como el Registro Civil, Juzgados y el Correo (1905), y se elaboran los primeros planes para unir diferentes puntos y centros rurales. En ambos casos esta nueva institucionalidad abre la comunidad hacia un espacio sociopolítico diferente y ajeno y contribuye a socavar el respeto hacia nuestras autoridades tradicionales.

La intervención también buscaba en el plano social configurar estructuras de poder favorables a la nación chilena. Este es el caso del Repartidor de Aguas y de las Juntas Locales de Desarrollo. Estos cambios condujeron a una desestabilización de las instituciones tradicionales de organización que caracterizaban el ayllu-comunidad de la segunda mitad del siglo XIX. Lo anterior no ocurrió sin el rechazo y resistencia de parte de algunos líderes aymaras, como Antonio Mollo, descrito en documentos oficiales como Principal de Putre e instigador en Putre, Chañupalca y Caquena de una serie de actos que desde el punto de vista de la historia Oficial eran actos de rebeldía y rechazo de las prácticas religiosas chilenizantes de los capellanes que se establecieron en la zona después de la expulsión de los religiosos peruanos el 21 de Enero de 1910[6]. Pero para nosotros su conducta refleja la defensa de la dignidad y el derecho de nuestro pueblo aymara a ocupar los espacios que siempre habíamos ocupado, por siglos. Igualmente emblemático es el caso de Pedro Humire en Socoroma.

"Acuso recibo a su oficio Nr. 1 del corriente y cuaderno adjunto que contiene sumario levantado por el sçSr. Juez de esa subdelegación, para establecer los delitos cometidos por Antonio Mollo y otros, que han pretendido adueñarse de los terrenos de propiedad fiscal... Entretanto proceda ud. a dar estricto cumplimiento a la siguiente orden:
Expulsar con la fuerza pública, si hubiera resistencia, a todo ocupante de propiedades fiscales que no exhiba el permiso del Gobierno para dicha ocupación. Procederá también a destruir todo trabajo, obra o sembrío que se hubiere hecho en las propiedades, sin el permiso correspondiente"
Doc. 161 de la Gobernación de Arica.
Carta del Gobernador Luis Arteaga al Subdelegado de Putre, con fecha
20 de febrero de 1914, Archivo Museo San Miguel de Azapa, Arica.
Citado por Patricio Tudela, 1992, pág 32.

La importancia que tuvo la actitud y la valentía de nuestro hermano Antonio Mollo para defender lo que era nuestro desde antes de la creación siquiera del Estado de Chile se refleja en este otro testimonio:

"pero hoy nuevamente es ocupada por otra hija de este mismo, llamada Francisca, quien en compañía de la mujer de este Marcelo fueron a ese terreno con ganado; y habiéndose expresado de que ellos no hacían caso al Inspector porque él no era autoridad y en otros términos que es un perro y más porque dice que son espaldeados por el Sr. Antonio Mollo, quien les ha dicho que tomen posición, diré a Ud. que es preciso que se castigue como manda la ley".

Carta del Inspector Interino de Caquena, Alfonso Aranda,
al subdelegado de Putre, dirigida el 1 de agosto de 1914,
Archivo Museo San Miguel de Azapa., Arica.

11º La creación de escuelas como elemento de homogeneización cultural.

La escuela se convirtió en la herramienta privilegiada de una chilenización que buscaba la homogenización cultural, ideológica, lingüística e institucional. La primera escuela chilena en el sector rural del Departamento de Arica fue creada en Putre (1905), luego Ticnamar y Socoroma; en 1912 se fundó una escuela en Chapiquiña. De esta forma, hacia 1925 prácticamente no había localidad importante sin una escuela donde se impartieran creencias, valores y normas propias de la cultura educacional de la sociedad chilena. Era ya la época del Estado docente.

Muchos de nuestros hermanos e hijos dan cuenta que hasta el día de hoy hay una des-aymarización del profesor hacia los niños.

12º Las Comunidades Aymaras sustentaron, en gran parte, la explotación minera de la región.

El factor económico ha sido uno de los principales agentes de cambio en las comunidades aymaras del norte de Chile. La actividad minera regional entre 1860 y 1930 fue un polo económico importante para nuestros hermanos (como mano de obra) y de su economía (como fuente de abastecimiento) en las actividades productivas de la región.

Primero la industria del salitre en Tarapacá (1860-1925), luego del azufre en Arica (1900-1950) y finalmente la industria del oro (1960-1990), estimulan y desencadenan cambios en nuestras comunidades. A raíz de la demanda de recursos y mano de obra, nuestras comunidades deben reorientar su economía modificando sus cultivos, aumentando la producción de ciertas especies y emprendiendo nuevas actividades. Las oficinas salitreras en la Pampa de Tarapacá y los centros azufreros de Arica pasaron a ser “pisos ecológicos” o centros de actividad económica a partir de los cuales nuestras comunidades obtenían otros. Al mismo tiempo, esta actividad introdujo mecanismos ajenos a los tradicionales: la moneda (comercio) y el trabajo asalariado. Esto condujo a la competencia de dos sistemas económicos diferentes.

Los centros mineros en Arica y Tarapacá fueron el escenario donde el aymara entró en contacto con un sistema de mercado y formas de vida diferentes. En el sector de Tarapacá las comunidades reorientaron sus labores productivas asimilando, por ejemplo, cultivos de alfalfa y dedicándose a una ganadería menor para proporcionar carne a las oficinas salitreras. El tiempo demostrará, sin embargo, que la participación de la economía indígena en la demanda regional fue funcional a la industria del salitre, mostrando una capacidad de adaptación que se repetirá en otros momentos del siglo XX.

Una situación similar ocurrió en el altiplano de Arica y Tacna entre los años 1887 y 1950. Allí tuvo lugar una intensa explotación de azufre y oro, pero nunca alcanzó las proporciones ni el tamaño de la industria del salitre. No obstante, la adaptación, alteración y efecto en la economía aymara fue similar. En el sector cordillerano de Arica se introdujo la alfalfa y el orégano (particularmente desde 1940) como los dos principales productos de cultivo[7] y la población indígena migró a los centros mineros y se dejó contratar como asalariado. En 1940, por ejemplo, todavía funcionaban 19 establecimientos mineros en el entonces Departamento de Arica, reuniendo una población de 622 personas, de los cuales un alto porcentaje eran aymaras. De ellas, 516 se concentran en los distritos de General Lagos y Putre[8]. Otros se dedicaron al comercio de mercaderías, llareta y carbón, intercambiando esto por azúcar, harina, arroz y otras especies, aumentando así la demanda por bienes de consumo disponible sólo en el mercado urbano. Oros se dedicaron a la venta de tejidos y la exportación de lana, como ocurría con las hilanderas de Alcérreca en 1955[9].

Es posible que los efectos de la actividad minera sobre las comunidades aymaras no hubiesen sido tan desastrosos si, paralelamente, no se hubiese consolidado cambios en el sistema de propiedad. El detonante de este proceso de “privatización-individuación” fue la imposición del concepto de propiedad fiscal (1911) y el no reconocimiento de la propiedad común tan característico de la tradición andina. Desde el punto de vista legal, el Estado chileno introdujo una forma de trato Estado-Individuo y no Estado-Comunidad. En Parinacota, ya desde la ocupación de la zona por tropas chilenas, surge un inusual interés por legitimar el uso de los recursos (pastos y áreas de cultivo) ante el Estado. La concentración de tierras y la estratificación económica, apoyado por los mecanismos de herencia, colaboran en esta dirección[10]. La ocupación efectiva de los terrenos y la inscripción en los registros de propiedad desencadenó disputan entre familias aymaras y también con colonizadores sureños. Los terrenos de cultivo y de pastoreo quedaron en manos de las familias residentes en una estancia o caserío, condicionando de esta manera el acceso a ellos. De este forma, hacia 1946 el Censo Económico Nacional revela la tenencia y el uso de la tierra en el altiplano ariqueño, pero también la existencia de propiedades de mediano y gran tamaño en manos de algunas pocas familias (por ejemplo, compárese la Comuna de General Lagos con la Comuna de Belén). La propiedad, a través de programas de regulación de títulos de dominio, se tornó individual[11], ya que fue condición para el acceso a créditos, asistencia técnica y otros beneficios.

13º La sobreexplotación de nuestros recursos naturales ha sido por causa de la actitud depredadora y poco consciente de la propia población chilena.

Muchas veces se ha querido presentar una visión del hombre aymara como un ser que ha o que quiere depredar su medio ambiente, siendo la realidad todo lo contrario.
El ejemplo de la Vicuña

La historia de nuestros padres y abuelos cuenta que fueron precisamente Carabineros, militares y los funcionarios públicos del Estado de Chile quienes cazaban indiscriminadamente la vicuña, ya fuese por deporte (propio de la sociedad occidental) o por su lana. Y posteriormente viene su casi extinción, se decreta su protección y se crean una serie de restricciones en cuanto a su explotación que las comunidades aymaras deben soportar y subsidiar indirectamente.

Período de 1930-1973

Entre 1930 y 1973 el Pueblo Aymara experimenta presiones ideológicas basadas en una visión chilena de progreso, identidad nacional y civilización. El mundo occidental se "acerca" aún más a la comunidad, gracias a la construcción de una infraestructura de comunicaciones (red vial) e implementación de una red de escuelas fiscales. Pero, también la población andina se acerca progresivamente a lo occidental, moderno y citadino migrando a la costa. En estas décadas se hacen presentes nuevas categorías y formas de pensamiento alterando las pautas tradicionales de conducta. Ideologías occidentales seculares y religiosas concurren entonces con valores y pautas de conductas tradicionales. La presencia de dichas ideologías acentúan, por una aparte, la pérdida de la hegemonía que ocupaba la religión aymara-cristiana -como soporte ideológico de la comunidad- e introducen nuevos componentes identitarios y sociales. Esta mayor “competencia cognitiva e ideológica” del aymara ante la cosmovisión occidental es, en parte importante, producto de la intervención desde el Estado chileno, de la implementación de programas de instrucción escolar y de programas de desarrollo que buscaron la "modernización" e “integración” . Estas acciones perduraron por varios años, hasta el punto que los efectos de la chilenización son perceptibles en localidades pequeñas y alejadas, como Cultane, en la década de los sesenta[12] y también en la propia cultura del docente asignado a las escuelas rurales[13].

14º El despoblamiento de nuestras comunidades y el inicio de la pobreza y la marginalidad urbana.

Una de las consecuencias de la política de des-aymarización (chilenización) y de la orientación de la nueva estructura político-administrativa hacia la costa y los centros mineros, es el despoblamiento de nuestras comunidades.

La evolución de la población en la región entre 1930 y 1973 se caracteriza por los siguientes hechos:

  1. El acelerado aumento de la población no-nativa en la región a contar de la década de 1950,
  2. El lento crecimiento de la población indígena, que destaca comparativamente por su baja tasa de crecimiento.
  1. A raíz de lo anterior, la rápida transformación a minoría que experimenta la población, en comparación con la población regional chilena (de un 25% a un 17% entre 1907 y 1970[14]). Este proceso de "minorización" es sectorizado, pues la población no-aymara se concentra inicialmente en los sectores de los valles bajos y la costa. La evolución de la población residente en la costa de la Primera Región revela un aumento de un 329% entre 1907 y 1970; particularmente significativo entre 1952 y 1970[15]. Este crecimiento se debe a la aplicación de medidas que facilitan el desarrollo comercial e industrial de las ciudades de la costa. No obstante, la variaciones de población residente en la cordillera y altiplano de la región (1907-1982) muestran un comportamiento demográfico inverso. Entre 1940 y 1970, la población rural de la actual Primera Región varía de 46,3% a un 10%, graficando el notable despoblamiento del hábitat andino.
A comienzos de la década del setenta al menos un tercio de nuestros hermanos vivía en la costa o valles bajos[16]. Los flujos migratorios han sido distintos. Una corriente tan importante como la observada en Tarapacá[17], corresponde a la migración de bolivianos al sector cordillerano de Arica, que comenzó a mediados del siglo XIX hacia los centros mineros de Tarapacá[18], siendo aún más fuerte a inicios de siglo, manteniéndose hasta la década del sesenta[19]. Este flujo fue originado por la contratación de bolivianos como personal de cuidado de tierras y ganado, y de reemplazo de mano de obra a causa de la emigración al Perú y a la costa. Luego, entre 1930 y 1960, esta corriente aumentó por la oferta de empleo a raíz de las explotaciones azufreras de los volcanes Tacora y Tarapacá (Aguas Calientes, Alcérreca). Finalmente, desde 1960 en adelante[20] la mano de obra boliviana de origen aymara es contratada nuevamente para el cuidado de las propiedades mientras sus dueños migraban a la ciudad[21]. Se calcula que durante el período 1965-1970, el porcentaje de inmigrantes bolivianos en el área de Putre alcanzó a más del 5%[22].

Otra importante corriente migratoria acontece desde la zona cordillerana hacia los centros urbanos en la costa. Esta emigración ocurre desde 1940. Entre las principales causas se menciona la sequía, la educación, la presión social, el trabajo, la salud y el Servicio Militar[23]. Entre 1930 y 1970 la población en las localidades de la precordillera (Codpa, Camiña, Mamiña y Guatacondo) disminuye de 872 a 714 (22,1%); mientras que en las localidades del altiplano (Paricanota, Putre, Socoroma, Belén, Isluga y Cariquima) la reducción alcanza de 1806 a 837 (53,7%). Por otra parte, las mayores tasas de despoblamiento ocurrieron en el Departamento de Arica (Comuna de Putre -59,8% y Comuna de General Lagos -27,2%) entre 1960 y 1970, a diferencia de las comunas de más al sur, como son Camiña -17,6% y Colchane -0,9%.

Uno de los efectos de la emigración a la costa es que los aymaras comenzamos a vivir el prejuicio, la discriminación, la pobreza y la marginalidad al enfrentarnos con escasas herramientas para salir adelante en el espacio urbano-occidental. Para los que se quedan en sus comunidades de origen, la estructura de edad de la población residente en el sector rural varió notablemente. Ellas resintieron el abandono de los jóvenes[24]. Pero, más relevante aún –dada su naturaleza- es que la emigración hacia los sectores bajos y urbanos llevan a la familia aymara a una readecuación de su estrategia de subsistencia en función de los intereses de los jóvenes emigrados y asimilados culturalmente, llevándola a un replanteamiento de las formas tradicionales de vida y de las relaciones al interior de las comunidades rurales[25] y familias en el sector cordillerano y altiplánico.

El examen de las pirámides de población de Putre y Camiña[26] señala que los emigrantes tienden a ser jóvenes de 20 a 30 años y jovencitas desde los 14 años de edad. En el primer caso, se trata de jóvenes que ya han cumplido el Servicio Militar Obligatorio. A su término, muy pocos regresan a sus pueblos de origen, deslumbrados por la ciudad buscan mejores condiciones de vida. En el segundo caso, las jóvenes tienen más posibilidades de encontrar trabajo en la ciudad (generalmente como empleadas domésticas). Este flujo migratorio se acrecienta aún más en décadas posteriores[27] con los consiguientes problemas de aculturación y marginalidad social.

Las políticas económicas globales han impactado de manera negativa nuestras economías locales aymaras y la población tiene que emigrar tal como sucedió en la época del puerto libre y la Junta de Adelanto de Arica.

15º El no reconocimiento de las estructuras tradicionales y la imposición del Derecho Positivo da origen a una estratificación socioeconómica dentro del mundo aymara.

A partir del proceso de acumulación facilitado por la privatización y la compra-venta de terrenos, se activa un germen de cambio estructural en la comunidad, que desde la mitad de siglo facilita la aparición del asalariamiento y la diferenciación social, basada en la acumulación de recursos, lo que da origen a una estratificación socioeconómica.

Las causas de este proceso son diversas, pero hay dos factores decisivos. En primer lugar, la población aymara ya no se restringe únicamente al sector rural y a la actividad agropecuaria. En segundo lugar, el cambio en la propiedad de los recursos y medios de producción han tenido como efecto generalizado la alteración del sistema de relaciones sociales. Ambos factores contribuyen a que la economía y organización comunal experimenten un proceso de atomización social acelerado. Paralelo a esto, la desintegración de la propiedad comunal desencadena dos procesos relacionados, de enormes consecuencias. La privatización de la propiedad -debido a la pérdida del control sobre los recursos comunales-, que acelera la desestabilización de la autoridad tradicional; y, la acumulación de recursos en manos de algunas familias, que desencadena y acentúa la diferenciación interna entre los miembros de la comunidad.

De esta forma, entre 1930 y 1973, tiene lugar el desmantelamiento de la autoridad tradicional. Esto ocurre en dos etapas: se inició con la "Des-aymarización" (Chilenización), ejercida con aún más fuerza desde comienzos del siglo XX; y, luego, desde la segunda mitad de este siglo, con la modernización impulsada por instituciones estatales sobre las comunidades de Arica y Tarapacá, y que –particularmente durante la década de los sesenta- conducen a adoptar formas de organización social propias del mundo urbano occidental (como son las Juntas de Vecinos, Centros de Madres y Asociaciones Deportivas). Ellas –aún cuando no de manera abrupta y definitiva- tienden a reemplazar el espacio de encuentro tradicional privilegiado, alterando las formas acostumbradas de relacionamiento.

A modo de ejemplo, es posible citar el caso de la extinción del cargo de principal en el sector altiplánico de Arica. Desde la tercera década, cuando el sacerdote Julio Ramírez[28] menciona la existencia de un Principal en Guallatire, no se encuentra alguna otra evidencia de un rol semejante o mallku entre las comunidades del extremo norte de la región aymara chilena. Más al sur, en Cariquima la desaparición del cacique ha sido fechada hacia mediados de la década del sesenta; en Isluga el último cacique (del Araj Saya) habría cumplido funciones hasta comienzos de la década del ochenta[29]. Al parecer la pérdida del ethos andino fue más rápida y profunda en el sector ariqueño que en Tarapacá. En Isluga, por ejemplo, hacia comienzos de la década del setenta se consigna la importancia de “juez de paz” y su rol en la comunidad, como también su reemplazo por las Juntas de vecinos[30].

El deterioro de la autoridad tradicional se acompaña también de la presencia de otras formas de control social. Por ejemplo, la presencia de la policía impone las leyes de comportamiento, actúa de arbitro en los conflictos y desplaza en importancia e influencia a la autoridad religiosa en lo civil y lo político. Así, durante los años 30 y 70, si bien Carabineros cumplía una labor de control de fronteras, esta institución se transforma en el icono del control social formal, y en muchos casos de represión, del Estado chileno sobre nuestro pueblo, no sólo desde el punto de vista del cumplimiento de las leyes y el tránsito fronterizo, sino muy particularmente por su dedicación en materia de instrucción escolar, inculcamiento del patriotismo a punta del miedo y la persecución y de represión de todas aquellas manifestaciones tradicionales, incluido nuestro idioma, principal fundamento de la identidad de nuestro pueblo.

En síntesis, las formas tradicionales de producción de bienes y servicios han cambiado; así también las formas de autoridad y organización comunal. Hacia mediados de la década del setenta, la comunidad aymara que en el siglo pasado asumía rasgos andinos por estar fundada en el parentesco (ayllu), asume un estilo más occidental, aun cuando todavía se puede reconocer el uso de categorías andinas de elección y decisión, como en el caso de la asignación de un cargo (obligatoriedad) y el ejercicio de la autoridad religiosa comunal[31].

Indudablemente, nuestras comunidades de la década de los setenta tienen un aspecto más heterogéneo y diferente al ayllu-comunidad de comienzos de siglo. Posee rasgos característicos de la sociedad chilena-occidental y también de las antiguas instituciones, que confirman su origen andino. La sola integración, gracias a la red vial y comunicaciones nacionales, y los mecanismos de participación en la sociedad y ante autoridades chilenas, junto a los factores arriba examinados, pone en peligro la permanencia de “lo andino”.

16º La implementación de una educación que no reconoce la cultura tradicional y autóctona genera profundas divisiones generacionales e interrumpe la transmisión del conocimiento tradicional y oral

La escuela es y ha sido la principal vía para la implementación de la modernidad y la difusión del nacionalismo chileno entre nuestro pueblo. Esto explica la importancia que, desde un primer momento, se le dio a la instrucción escolar en los territorios anexados ya en 1883, relevancia reforzada aún más a comienzos del siglo XX cuando –ante el riesgo de un resultado desfavorable en el Plebiscito pendiente- la "Des-aymarización" (Chilenización) exigió, en materia educacional, desarrollar una conciencia nacional y crear un lazo ideológico con el Estado chileno.

En ese momento el Estado considera fundamental reforzar la implementación del programa de instrucción a través de la red de escuelas rurales en el sector andino, creando nuevos establecimiento y prohibiendo el ejercicio de la docencia a profesores peruanos. De igual forma, todas las escuelas debían ceñirse a desarrollar habilidades de lectura, escritura y cálculo, pero también Historia y Geografía de Chile, cuyos contenidos eran reafirmados en las celebraciones escolares[32] de las principales efemérides. Si bien al dictarse la Ley de Enseñanza Obligatoria o Instrucción Primaria (1917), ésta se vuelve un derecho y una obligación en el territorio, al mismo tiempo ella fue también una herramienta útil en favor de sus intereses nacionalistas de las autoridades chilenas.

Entre las consecuencias de esta primera etapa de la escuela chilena entre los aymaras (hasta 1930) destacan: a) el conflicto de identidad entre las generaciones jóvenes y los más adultos, puesto que mientras los padres se habían criado en una sociedad ágrafa los hijos comenzaban a recibir una socialización chilenizante y literaria; b) la puesta en duda del acervo cultural que se transmitían a través las instancias exclusivas de socialización tradicional (la familia) y que con el tiempo es el germen del desmantelamiento de la comunidad tradicional y de la crisis de identidad; c) la diferenciación social y generacional como consecuencia de una aplicación diferenciada e intencional desde el Estado chileno; y, d) la introducción de una educación monocultural y monolingüe ajena a su realidad.

Si bien después de 1929 las autoridades regionales parecen invertir pocos esfuerzos en mantener el ritmo del proceso de "Des-aymarización" (Chilenización) que habían aplicado desde comienzos de siglo, el análisis del desarrollo de la infraestructura escolar en Arica y Tarapacá muestra que -a pesar de que el número de establecimientos educacionales rurales no aumenta entre 1935 y 1950- la instrucción escolar continuó siendo la principal herramienta para inculcar el nacionalismo chileno y el desarraigo del conocimiento tradicional de las generaciones jóvenes (Cuadro Nr. 1). Desde 1950 hasta 1969 ocurre el máximo esfuerzo por extender la instrucción escolar a todos los sectores de la región.

El programa educacional se inserta en una estrategia que busca el desarrollo de las comunidades aymaras de la región integrándolas a la sociedad chilena. Sin embargo, a raíz de las ideas asociadas a este concepto, la comunidad experimenta un quiebre de las instituciones de socialización tradicional, produciéndose un proceso de diferenciación institucional. Al interior de la comunidad el rol educador es asumido por docentes bajo contrato, como ocurrió en 1950 en Guallatire. La contratación de profesores para que asumieran plazas en escuela que los mismos aymaras habían organizado, habla de cómo la demanda de una educación occidental se hizo durante esta etapa parte de la propia comunidad de Arica y Tarapacá[33]. Antes, en la década del cuarenta y del cincuenta –cuando no había profesor- generalmente Carabineros de Chile desempeñaba esta tarea.

Desde un punto de vista étnico, no hay duda del impacto negativo de la escuela en la comunidad aymara. En un primer momento, el problema deriva de la coexistencia de dos sistemas educacionales cuyos orígenes, orientación y propósitos (finalidad) son diferentes y la violencia simbólica con que se imparte el saber occidental-chileno. Ello se expresa en diversos aspectos, desde la imposición de la lengua hasta la no-valoración de lo andino, desde un rol de menor relevancia de la familia en la socialización hasta la orientación citadina.

Las diferencias entre ambas formas de socialización son indiscutibles y enormes: Mientras que en el primer caso se trata de una socialización dirigida a la comunidad, en el segundo caso es una socialización orientada a la sociedad chilena. La función de la primera es mantener y fortalecer la integración social a través de la enseñanza de valores de interés comunitario, como la reciprocidad y la complementariedad, la religión y cosmovisión aymara-andina, cuyos contenidos se relacionan con el hábitat tradicional, buscando la integración tecno-funcional del niño-joven al núcleo familiar y la comunidad por medio de la observación y la repetición de conductas y del empleo de la lengua materna. Sin duda, este sistema tradicional de educación era eficaz a la hora de recrear y reproducir la organización político-social, la tecnología y la economía andina. En el segundo caso, la escuela busca generar y garantizar la integración a la sociedad chilena a través de la enseñanza de valores occidentales, como son el amor a la patria, el respeto a las autoridades civiles y políticas, integrando conceptos relacionados a la vida en la ciudad y orientados a hacia el desempeño de un rol especializado en el contexto de la vida al interior de la sociedad chilena. Esto se logra a través de una técnica de adiestramiento en un tiempo creado y especializado para esta función (unidades pedagógicas, horas de clases, vacaciones), donde el idioma obligatorio es el castellano escrito y oral.

El impacto de este proceso de enseñanza-desarraigo puede tener dos lecturas. Desde el punto de vista del Estado y los indicadores que hoy día se utilizan, puede decirse que la introducción de la escuela occidental formal redujo el analfabetismo, si tomamos como parámetros el saber leer y escribir el castellano (entre 16 y 36 puntos porcentuales en algunas comunas entre 1930 y 1970), Tabla N°1). Pero este proceso también puede interpretarse como el aumento del analfabetismo cultural aymara, la pérdida del idioma materno y la pérdida del conocimiento tradicional del medio geográfico.

Tabla N° 1: Evolución del analfabetismo en el sector rural andino de Arica (1907-1970)

Censos
Comuna de General Lagos
Comuna de Putre
Comuna de Belén
Comuna de Codpa
1907

73%
80,9%
68,8%
1930
68,1%
58,9%
64,8%

1952
41%
36,9%
42,9%
39,9%
1970
52,2%
28,9%
28,8%
25,1%

Los efectos del sistema escolar chileno entre los aymaras se pueden dimensionar en dos planos: en lo ideológico y en lo social. En el primer caso, los contenidos de la instrucción conducen a una crisis ideológica, por la influencia del nacionalismo, desarrollismo y positivismo[34]. El conocimiento científico hace que los jóvenes adquieran una racionalidad diferente y perciban la realidad de manera más secular o desacralizada. Lo anterior es experimentado con menos conflictos en el caso de los jóvenes católicos. Los jóvenes en general están abiertos a asumir las "verdades" que transmite la enseñanza escolar. Lo anterior pone en evidencia cómo por medio de la instrucción escolar la visión religiosa, que concibe la realidad de manera distinta, compite con una concepción y racionalidad secular, perdiendo vigencia en su función cognitiva, como modelo explicativo. La mayoría de los jóvenes ya no creen en las explicaciones de los ancianos. Su actitud frente a la tradición religiosa andina es de descrédito, la visión religiosa andina no logra la hegemonía ideológica que antes poseía.

Por otra parte, en la conducta y la identidad de los aymaras se puede observar un segundo efecto de la instrucción escolar. Atendido los contenidos de los programas de estudio, el sistema escolar es la principal herramienta ideológica estatal para la "Des-aymarización" (Chilenización)[35]. Por integración social se entendía transformar a las comunidades indígenas por medio de la enseñanza y difusión de valores y patrones culturales (tradición histórica, idioma y símbolos patrios), integrándolas a la sociedad y cultura dominantes a través de una extensa liturgia secular[36] que sobrevaloraba la segunda y desconocía el valor e importancia de las instituciones tradicionales. Evidencia de lo anterior son los testimonios consignados en el caso de los docentes normalistas que jugaron un rol muy relevante en la zona[37].

La familia aymara tuvo que adaptarse a las exigencias que le impuso el sistema escolar. Ella perdió hegemonía sobre sus hijos y jóvenes, y con ello la comunidad perdió también una fuente importante de legitimación de los valores y conductas tradicionales. Esto explica el hecho de que en la actualidad vivan las consecuencias de una crisis generacional. Los más adultos y ancianos viven “lo aymara” según cánones tradicionales, mientras que por su parte los más jóvenes viven según una mezcla de experiencias escolares y citadinas teñidas de un esfuerzo por ser “más”, “mejores” y “distintos” de sus progenitores y antepasados. La escuela chilena interrumpe la transmisión de elementos culturales y sociales de la tradición andina.

Otra consecuencia importante de la escuela occidental, chilena y fiscal entre los aymaras es la desorientación y la anomia. En efecto, en el plano individual la instrucción escolar produce una crisis respecto de la orientación tradicional, poniendo en cuestión la legitimidad y validez de los valores y cosmovisión de raíz andina. En este contexto, el alumno queda progresivamente –aún cuando definitivamente- en una suerte de crisis existencial entre un “ser” y un “no-ser”; esto es, no es plenamente apto para desempeñarse en el espacio andino-aymara y tampoco en el espacio urbano-occidental.

La escuela fiscal contribuye, más que a prepararlos, a acelerar y expandir la marginalidad y la pobreza en los espacios urbanos. Ella resulta ineficaz desde la perspectiva andina, por cuanto sus contenidos no consideran las necesidades de la comunidad rural. Ella busca incorporarlos definitivamente a la sociedad chilena, a través de la difusión de un esquema etnocentrista, nacionalista y occidentalizante. Ello genera un cambio de hábitos, mentalidad, intereses, expectativas y perspectivas para el aymara.

17º Los programas de desarrollo han incentivado el asistencialismo y un desarrollo basado en conceptos occidentales de "desarrollo".

“Es así como me encontré en esta región chilena, con pueblos que muestran signos evidentes de retraso social, cultural y económico. La falta de una carretera para vehículos motorizados que una directamente a Putre con el puerto, impide el acceso de embajadas de agricultura, que podrían operar un cambio fundamental en la ideosincracia de estos pueblos, aparte de que operarían positivamente contra las influencias perturbadoras de países fronterizos tan perjudiciales para el sentido de chilenidad que queremos hacer prevalecer en toda la zona" (Carta de Rodolfo Tejerina, Subdelegado de Putre, al Gobernador Provincial, dirigida el 31 de Octubre de 1950).

Comercio, industria regional y establecimientos educacionales constituyen los ejes sobre los cuales se debía alcanzar el progreso de las provincias de Arica y Tarapacá. Entre 1930 y la década del sesenta los gobiernos se ocupan de impulsar planes y programas de desarrollo en el sector pesquero, minero, industrial y agropecuario, fundamentalmente asociado a los centros urbanos en la costa. Las comunidades indígenas quedan al margen de esta política y sólo durante la década del sesenta se toma conciencia sobre la necesidad de incorporarlas a los beneficios del “progreso” y del desarrollo socioeconómico. No obstante, la población rural nunca fue objeto de un verdadero programa de desarrollo.

El anhelo de integración y progreso económico de la región constituyó uno de los ejes de la política internacional de Chile para la región de Arica y Tarapacá en el marco de las disputas y demandas de Bolivia por una salida al mar. En efecto, en 1951 el Presidente Gabriel González Videla expresaba su inquietud por el retraso del norte chileno[38] y, también, la perspectiva de un potencial desarrollo sobre la base de una negociación de energía hidroeléctrica y agua para el riego del desierto con el propósito de construir una “moderna California” en esos territorios[39].

En la década del cincuenta existía conciencia del escaso progreso alcanzado, del subdesarrollo y los problemas sociales de la zona debido a los insuficientes esfuerzos desde el Estado[40], como también de la importancia geopolítica de la región. En este etapa el Estado hizo esfuerzos por desarrollar una infraestructura que sustente y potencie el desarrollo productivo de la región, particularmente el sector minero y agropecuario. La construcción de caminos conectando los espacios cordilleranos con la costa, la captación de aguas para el uso industrial y doméstico –por ejemplo, el fallido proyecto de construcción de un embalse en Pachica (1937); la Estación Agrícola de Colchane (1944); la idea de canalizar aguas desde el Lago Titicaca al extremo norte en el marco de posibles negociaciones de una salida al mar para Bolivia (1951); la canalización del río Lauca (1961); la empresa geotérmica de Puchuldiza (1973) son testimonio de lo afirmado.

A contar del año 1958, año de creación de la Junta de Adelanto de Arica (JAA) se inician programas de asistencia técnica, médica, escolar y de urbanización.[41] Paralelamente, más al sur, la CORFO desarrolla el programa de asistencia a las localidades precordilleranas y del altiplano (1959-1963). Estos consideraban el equipamiento de las localidades con escuelas, locales para las juntas de vecinos, centros de madres, alumbrado eléctrico, el mejoramiento de las vías de comunicación y de la red vial entre los poblados cordilleranos y las ciudades costeras. Se puso especial interés en lograr un progreso económico autosostenido de la región rural andina.

Diversas instituciones fiscales (Corfo, Inconor, Orplan, Minvu, U. de Chile, U. del Norte) elaboraron estudios y programas[42], algunos de los cuales no se llegaron a implementar. Sin embargo, el denominador común de estos esfuerzos era que confundían programas de desarrollo con programas de asistencia, es decir, se puso más énfasis en las necesidades que en las potencialidades[43].

Sin embargo, cabe precisar que el objeto de este esfuerzo no es la población aymara en sí, sino la propia región. La población andina, desde este punto de vista, es “marginal” al desarrollo. En efecto, el desarrollo impulsado tiene un carácter exógeno, esto es, en función del crecimiento urbano-regional-occidental. Este “desarrollo” debilita la comunidad, porque la pone en una posición de competencia, en el marco de una racionalidad secular y de mercado. Las políticas de desarrollo de la región se caracterizaron por la ignorancia y el etnocentrismo frente a la realidad indígena de la región.

Esta situación no se reproduce en los diseños y propuesta de desarrollo que se alcanzaron a formular durante el gobierno de Salvador Allende Gossens (1970-1973) y que reflejan un importante cambio en la visión y el enfoque sobre el desarrollo regional y su vínculo con la población indígena, pero sigue promoviendo un desarrollo exógeno desde una perspectiva económico-social[44]. Esta nueva mirada se acompaña de la primera iniciativa legal durante ese siglo que busca otorgar nuevos derechos y reconocer la deuda pendiente con los pueblos indígenas en nuestro país[45].

Con la implementación de asistencia técnica (en la crianza y salud de los camélidos, el mejoramiento de los cultivos, etc) se populariza la idea de que la tecnología del mundo moderno es más eficaz que el rito andino ancestral. En este contexto, los ritos propiciatorios pierden importancia. Por otra parte, la radio y luego la televisión acercan el hombre andino a la vida moderna y secular.

Hoy, la política económica del Estado y su vinculación a los procesos de globalización es un ejemplo más que dicha política no toma en cuenta nuestras realidades particulares. Por ejemplo, el Acuerdo de Complementación Económica Chile - Perú, como otros acuerdo han sido perjudiciales por la mirada global que ha hecho el gobierno y que en definitiva perjudica a nuestras comunidades. A partir de dicho acuerdo hoy ingresa orégano peruano más barato y se exporta al mundo como orégano chileno, teniendo esta situación a las comunidades cordilleranas productoras de orégano en una situación catastrófica, puesto que dicho producto representa la principal fuente de ingresos para ellas.

El proceso de desarrollo del Estado de Chile se basa en ideas como el crecimiento, la competencia, la acumulación de capital, la incorporación de tecnologías y el manejo de información. Si bien algunos hermanos han logrado incorporar algunas de estas ideas, la mayoría de ellos que se mantienen en sus comunidades de origen son personas de edad vinculadas a prácticas tradicionales de cultivo de la Pachamama. Para nosotros el concepto de desarrollo occidental, con cualquier apellido que quiera ponérsele no refleja nuestro pensamiento como Pueblo Aymara. Preferimos hablar de la "Suma Qamaña", el "vivir bien" en armonía. Esta idea es igual a la sumatoria crecimiento material, más crecimiento espiritual, más gobierno de los ecosistemas.

Segunda Parte[46]


[1] Estas dos provincias, además de un sector altiplánico de la antigua provincia de Tacna, que corresponde aproximadamente a lo que es hoy la comuna de General Lagos, constituyen el territorio de la actual Región de Tarapacá.
[2] Este padrón fue publicado por Guillermo Durand (1977) y figura con el número 061 en el Archivo Histórico de Hacienda; el correspondiente al de indígenas (número 0308 del mismo depositorio) no es incluido por el editor por encontrarse en mal estado. Afortunadamente, actualmente existe una transcripción de este último rescatado por Héctor González C. en el Archivo General de la Nación en Lima. En teoría estos padrones debían actualizarse cada cinco años. G. Kubler (1952), que realizó un recuento demográfico para todo el Perú entre 1795 y 1940 y utilizó este tipo de fuentes, menciona para Arica solamente dos Padrones de Castas para 1827 (código 0136) y 1830 (sin número de catálogo y correspondiente a Tacna). Para Iquique, en tanto, anota dos de Indígenas (códigos 0621 y 0308) y dos de Predios e Industrias (códigos 0621 ambos) para los años 1839 y 1845, respectivamente. Los de 1845 son los mismos utilizados o mencionados por Durand.
[3] En Chile Domingo Faustino Sarmiento había ejercido la primera dirección de la escuela normal, generando una gran influencia en el círculo intelectual progresista del país. Una de sus opiniones es la siguiente:
“Países hai, donde como el Perú i Bolivia, la tribu salvaje está incorporada a la sociedad cristiana, con su toldo en lugar de casa, con su idioma rebelde a la dilatación de la esfera de los conocimientos, con su vestido secular que apenas cubre su desnudez orijinal, i con su destitución de todos los medios que la civilización ha puesto en manos de los hombres para su mejora i bienestar. En otros países como Chile i la República Arjentina, el salvaje, antiguo habitante de estas comarcas, ha sido domesticado por la obra de tres siglos, desagregado de tribu, interpolado, mezclado en la sociedad de orijen europea, i adquirido su idioma, sus usos, i los primeros rudimentos de la cultura; pero en cambio ha transmitido a nuestras masas muchos de sus defectos de carácter antiguos, i muchos de sus usos...” EL MONITOR DE LAS ESCUELAS PRIMARIAS, TOMO I N° 3, OCTUBRE 15 DE 1852.

[4] Ejemplos de discriminación en materia de terrenos se consignan en documentos de la época; Doc. N° 988 del Gobernador de Arica al Subdelegado de Putre (6 de Noviembre de 1913); Ver Tudela, Patricio. “Chilenización: cambio ideológico y secularización entre los Aymaras del norte de Chile. Revista Chilena de Antropología, Universidad de Chile, Santiago, 1993-1994, Nº 12, pág. 210.
[5] Bernhardson, Wayne. “Tierra, trabajo y ganadería indígena en la economía regional de Arica“. Revista Chungará, Universidad de Tarapacá, Arica. 1985, N° 15; págs. 152 -157.

[6] Ver, por ejemplo, Carta del Inspector del 3er. Distrito, Caquena, Sr. Emiterio C. Medina, del 27 de Febrero de 1907, dirigida al Subdelegado de Putre, Hemilio Herrera. Doc. nr. 161 de la Gobernación de Arica, del 20 de Febrero de 1914, dirigida al Subdelegado de Putre. Carta del Oficial del Registro Civil de Putre, del 10 de Junio de 1914, dirigida al Gobernador de Arica. Doc. nr. 883 de la Gobernación de Arica, del 30 de Julio de 1914., entre otros. Archivo Museo de San Miguel de Azapa, Arica.
[7] La importancia del orégano para exportación persiste Por ejemplo, entre 1965 y 1978 la superficie de hectáreas cultivas en Belén y Putre pasa de 350 hás a un poco más de 1800 hás (514%).

[8] Keller, Carlos. El Departamento de Arica. Santiago, Edit. Zig-Zag. 1946, pág. 236.

[9] El Censo Económico Nacional de 1945 consigna 1253 grupos laborales textiles en el Depto. de Arica, de los cuales un 33% se ubican en la Comuna de Belén, un 25,6% en la Comuna de Putre; un 18,9% en la Comuna de General Lagos y un 18,3% en la Comuna de Codpa. En 1955 esta práctica es descrita por Concha, Manuel. “Establecimientos humanos...”, pág. 67.
[10] Bernhardson, Wayne. “Tierra, trabajo y ganadería indígena en la economía regional de Arica”. Revista Chungará, Universidad de Tarapacá, Arica. 1985, pág 158.

[11] Hacia 1955 se realiza la siguiente descripción de la propiedad en Putre: “La propiedad es actualmente individual, es divisible por herencia y compra de acuerdo con las leyes chilenas vigentes, aunque hace años se observó una preferencia por el hijo mayor. Están inscritas sólo el 50 % de las propiedades; aún hay casos de comunidades y donde entre a actuar, generalmente, Bienes Nacionales, para hacer entrega de concesiones para la explotación de la llareta que desgraciadamente se realiza sin ningún control); y aunque no hay mediería se observa una aparcería que consiste en la entrega de un terreno para su explotación, la que debe ser devuelta al cabo de 5 años a su dueño, alfalfada”. Concha, Manuel. “Establecimientos humanos...”, 1966, pág. 77.
[12] Testimonio de Don Raúl Salazar, en González, Sergio. “Civilizando al yatiri: La labor docente de los maestros normalistas en el mundo andino de la Provincia de Iquique antes de la Reforma Educacional de 1965.”. Revista de Ciencias Sociales, Universidad Arturo Prat, 1996, pág. 21.

[13] Testimonio de Don Germán Piñones Lobos, en González, Sergio. “Civilizando al yatiri....”, pág. 44.
[14] Estimación realizada por van Kessel, “Los aymaras contemporáneos de Chile...”, pág. 11.

[15] Tudela, Patricio. “Transformación religiosa y desintegración...”, pág. 18 (Cuadro N° 4).
[16] Hacia 1985 se calcula que la población aymara que reside en sectores urbanos es casi el triple de la población residente en el sector rural. Gundermann, Hans & Cornelio Chipana. Antecedentes sobre la familia aymara y su rol de socialización en un proceso de aculturización. Documento de Trabajo. Universidad de Tarapacá, Arica. 1986, pág. 17.

[17] La primera corriente migratoria es el traslado de la población hacia los centros mineros de la pampa. Ello ocurre especialmente desde el siglo pasado hasta 1930 (Kessel, 1980a: 31-34 y 241-249). Esta emigración hacia pisos ecológicos más bajos condujo a una fuerte disminución de la población joven masculina en las comunidades del sector.

[18] González, Sergio. “Cochabambinos de habla quechua en las salitreras de Tarapacá (1880-1930)”. Revista Chungará, Universidad de Tarapacá, Arica. Vol 27, N° 2, 1995, págs. 135-151.

[19] Wormald, Alfredo. “El mestizo en el Departamento de Arica”. Anales de la Universidad del Norte, N° 5, 1966, pág. 211.
[20] Es interesante también el efecto de la emigración desde el altiplano boliviano al sector chileno. Un ejemplo de ello es la Comunidad de Llica, ver Rodríguez, Humberto. “Cambios sociales en una comunidad del altiplano (Bolivia)“. 36° Congreso de Americanistas. Sevilla, 1966, págs 331-346.

[21] Alvarado, Luis. La vida rural en el altiplano chileno. ICIRA, Santiago. 1970 pág. 78.

[22] Baehr, Jürgen. “Migration im Grossen Norden Chiles“. Bonner Geographische Abhandlungen Nr.50. 1975, pág. 286.
[23] El descenso de la población en localidades precordilleranas (Codpa, Camiña, Sibaya, Pachica) y cordilleranas (Putre, Socoroma, Belén, Chiapa, Guaviña) es significativo, especialmente entre 1952 y 1970.
[24] En 1955 el geólogo Manuel Concha tiene la oportunidad de visitar el sector cordillerano y altiplánico de Arica y plasma sus impresiones sobre los cambios demográficos en la siguiente cita: “Sólo el ferrocarril, construido entre 1906 y 1913, está permitiendo un mayor contacto con la costa; hasta donde hoy emigra gran parte de la población joven. En todo caso, puede decirse que los elementos blanco-mestizos chilenos están allí representados por los funcionarios públicos, profesores y carabineros. Es indudable que la integración es lenta, y en las áreas de bofedales hay evidentes contactos entre los pastores altiplánicos de éste y del otro lado de la frontera, que por otro lado está muy lejos de constituir una barrera física o cultural”, Concha, Manuel. “Establecimientos humanos...”, pág. 61
[25] Por ejemplo, entre 1965 y 1976 la superficie de tierras cultivadas se reduce de 2.729 hás a 1.566 (-42,6%) en el sector rural del Depto. de Arica en parte debido a la emigración de la población hacia la ciudad.
[26] Baehr, Jürgen. “Migration im Grossen Norden...,1975, pág 121. Un estudio más reciente confirma lo señalado para décadas posteriores. Por ejemplo, ver Guerrero, Víctor. “Transformaciones en los asentamientos humanos rurales: El caso de Iquique”. .....pág. 9.
[27] Ya en 1985 el porcentaje de individuos migrados desde el altiplano alcanzaba a 72,4 %; mientras que en la precordillera llega a 90,3 %; Gundermann, Hans & Cornelio Chipana. Antecedentes sobre la familia aymara... 1986, pág. 18-19.

[28] Ramírez, Julio. Por la pampa adusta, notas e impresiones. Santiago, 1927, pág. 175.

[29] Salinas, Javier. La comunidad andina. Documento de Trabajo. Taller de Estudios Aymaras, TEA. Arica. Ms. Pág. 6.

[30] Provoste, Patricia. “Diferenciación e integración social en el altiplano chileno”, América Indígena, Vol XXXIX, N° 4, Octubre-Diciembre 1979.
[31] Para una descripción de las prácticas religiosas tradicionales del sector altoandino de Arica, ver Tudela, Patricio. “La religión tradicional entre los aymaras de Arica”. Revista Chilena de Antropología, N° 15 (1999-2000) Santiago, 2001, págs. 99-118.
[32] Ya en 1885 se fundan los primeros centros educacionales chilenos en áreas urbanas: Tacna (1885); Iquique (1886) y Antofagasta (1888), y se señala que “queda prohibida la enseñanza de las jeografías descriptivas por el texto publicado en Lima (...) bajo apercibimiento de una multa de $ 50 pesos a los infractores i sin perjuicio de las otras medidas a que hubiere lugar” Notas de la Intendencia de Tacna 1885 (Archivo Vicente Dagnino, Univ. de Tarapacá, Arica). El Doc. nr. 376 del Ministerio de Interior dirigido a la Intendencia de Tarapacá, con fecha 28 de Enero de 1915, describe el Decreto de Ley 2977 que identifica las fechas de celebración más importantes que deben respetarse estrictamente en la región (Archivo Diócesis de Iquique). La anterior ordenanza es reiterada años después en el Doc. nr. 930 de la Gobernación de Arica dirigida a los establecimientos de enseñanza del Departamento, el 9 de Diciembre de 1921, que reproduce el Decreto 5582, del 31 de Octubre de 1921. (Archivo Municipal de Arica). Respecto a los contenidos de la enseñanza en décadas posteriores, ver la interesante descripción que nos aporta González, Sergio, en “El poder del símbolo en la chilenización de Tarapacá....”, pág. 36.
[33] González, Sergio. “Civilizando al yatiri....”, pág. 51; y, también, Gundermann, Hans. “La lengua aymara en el norte de Chile: antecedentes sociolingüísticos”. Taller de Estudios Aymaras, Arica, 1991, pág. 36-37.
[34] Kessel, Juan van. Holocausto al progreso. Los aymaras de Tarapacá. CIEDLA, Ámsterdam, 1980, pág. 339. Un estudio posterior confirma la ausencia de “lo aymara” en los textos escolares utilizados por alumnos entre 11 y 14 años en el período 1960-1990. Ver Slootweg, Johanna. Los olvidados y los más olvidados en el libro escolar: Currículum en perspectiva de género: La presencia de Hombres y Mujeres Indígenas chilenos en los Textos Escolares utilizados por alumnos entre 11 y 14 años de edad entre el período de 1960-1990. Tesis de Magíster en Educación, Universidad de Tarapacá, Arica, 1998.
[35] Roberto Munizaga en 1954 afirmaba que la escuela está para transmitir “la imagen de lo que es un buen chileno y, al mismo tiempo, el sistema de principios y la tabla de valores que definen lo más preciado de la vida chilena, ejemplificado en lo que es el chileno del mar, de la montaña, del campo y la mina, de la industria y del esfuerzo bélico, el chileno del laboratorio y del libro”. Principios de Educación, Edit. Universitaria, Santiago, 1954.

[36] Ver por ejemplo, documento de 1945 que describe la celebración del 21 de Mayo en Pachica, presentado por González, Sergio. en “El poder del símbolo en la chilenización de Tarapacá....”, pág. 36-37.

[37] González, Sergio. “El poder del símbolo en la chilenización de Tarapacá....”, pág. 15 y ss.
[38] “Conozco personalmente a nuestras provincias del norte; he visto de cerca la ruda vida del trabajador de la pampa; he admirado su espíritu heroico y sufrido y he soñado siempre que algún día será posible cambiar la totalidad de su existencia, introduciendo en ella factores que la hagan menos áspera y más acogedora y más humana”; 30 de Marzo de 1951.

[39] “Conociendo el progreso técnico alcanzado en la creación de grandes centrales hidroeléctricas en Chile y Estados Unidos, abrigo la seguridad de que será posible traer a nuestro país la energía eléctrica....y aprovechar así toda el agua subterránea de las provincias del norte, las cuales podrán algún día transformarse en una moderna California. Se que las aguas del altiplano esperan el impulso que las haga fecundas y permita también la riqueza y abundancia, lo que hoy sólo es un desierto estéril....Se abre adelante de nosotros una nueva era de prosperidad, no sólo para Chile, sino para Bolivia y el Perú. Para Chile el aprovechamiento de la fuerza hidroeléctrica de los lagos no sólo da la posibilidad de irrigar las áridas tierras...proporcionar energía abundante al cobre y al salitre; disminuyendo los costos de producción sino es fundamentalmente indispensable para crear la industria química pesada...”; 30 de Marzo de 1951.
[40] Al visitar la zona en 1955, el geólogo Manuel Concha señala: “El carácter, en general, del área se asienta en una indudable tradición que no ha podido ser vencida por diferencias apreciables en lo que se refiere al mejoramiento del grado cultural en función del área y de la facilidad de las comunicaciones con el resto del territorio ariqueño. Es allí de fácil comprensión la absoluta necesidad de ligar los establecimientos altiplánicos a los centros poblados agrícolas por vías más expeditas...” Concha, Manuel “Establecimientos humanos...”, pág. 80-81.
[41] Por ejemplo, el Programa de la Junta de Adelanto de Arica consignaba, entre sus principales puntos, la “rehabilitación general de la región interior del Departamento”, lo que involucraba prevención de ausentismo; mejoramiento de las condiciones de vida, etc. En la sección “Pueblos del Interior” se señalaba construcción de postas, caminos, escuelas primarias (13). “Síntesis del Programa de la Junta de Adelanto de Arica para el desarrollo Regional”. Revista Industria. Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril. Vol. 77, Septiembre de 1960, págs. 23-27.
[42] Ver, por ejemplo, el “Plan Andino de Desarrollo”, elaborado por la Junta de Adelanto de Arica (JAA), “Estrategias de desarrollo del interior y el altiplano de las provincias de Tarapacá y Antofagasta”, ODEPLAN, 1972 y “La vida rural en el altiplano chileno”, ICIRA, 1970.
[43] Pérez, Eduardo. “Políticas de desarrollo en la zona del interior y altiplano: Tarapacá-Chile”. CIREN, Iquique. Año VIII; N°9, 1984, 58 págs.
[44] Pérez, Eduardo. “Políticas de desarrollo en la zona del interior...”. pág. 40-41.

[45] Entre las principales características de la Ley N° 17.729, promulgada y comunicada en el Diario Oficial N° 28.362, el 26 de Septiembre de 1972 , destaca que este cuerpo legal reconoce la pluralidad cultural, pone término al proceso de división de las tierras indígenas e impulsa la recuperación de tierras a través de la expropiación y restitución; y promueve el desarrollo económico y social indígena a través de cooperativas comunitarias.
[46] Esta parte está realizada en base a dos documentos. El primero preparado por Malva Pedreros con la participación de los dirigentes Zenón Alarcón, Carlos Inquiltupa y Marcela Gómez; y el segundo preparado por Zenón Alarcón.