2.
La invasión europea en un espacio multicultural y la imposición
del orden colonial
Tal
como se ha revisado páginas atrás, las sociedades de la amplia
cuenca de Atacama, con distintos componentes culturales, legaron una cultura
avanzada donde un sistema de complementariedad ecológica parece normar
todo un conjunto de presencias indígenas entre grupos y territorios
vecinos, producto de una larga tradición de
relaciones.
La subárea
circumpuneña
del siglo XVI, estaba compuesta por “poblaciones entretejidas y de
territorialidad interdigitada” dando cuenta de presencias étnicas
entre atacamas,
lipes, humahuacas y chichas, por citar
algunas, que sugieren identidades diferentes, pero no necesariamente etnicidades
distintas.
En
el espacio que ocupó el Corregimiento de Atacama (Ver Mapa Nº 6), la
administración colonial distinguió a una población distinta
y con diferente lengua respecto de los Atacamas, y esta población era
camanchas
o camanchacas
que habitaban la costa, especialmente
en el asentamiento de Cobija. En general, estos pescadores que vivían a
lo largo de la costa del Norte Grande, llamaron la atención de los
europeos por su condición de vida “miserable”,
“pobre”, de “gente bruta” y
“bárbaros”, y también por la movilidad y
aprovechamiento integral del lobo marino en la construcción de balsas,
viviendas, vestuario, alimento, recipientes y cordelería. Estas
poblaciones lograron una buena adaptación a los ambientes
costeros-marinos, como la cordillera de la costa; además dispusieron de
excedentes -productos del mar secos y/o salados, conchas, guano- intercambiables
por otros recursos y bienes de las tierras
altas.
Durante
el siglo XVI, la población indígena presente en Cobija fue
denominada bajo los siguientes términos: camanchacas, urus, proanches y
changos. Lozano Machuca hace referencia a los urus de Cobija en el año
1581, afirmando que en la “ensenada de Atacama, ques donde está el
puerto, hay cuatrocientos indios pescadores urus (...)”. El empleo de este
término en la documentación colonial del siglo XVI para referirse
a los distintos grupos de pescadores de la costa del océano
Pacífico, de Arica hacia el sur, se debería mas bien a una
extensión semántica peyorativa destinada a describir “grupos
inferiores”, y no necesariamente emparentados étnicamente con las
poblaciones lacustres del
altiplano.
En cuanto al término camanchaca, al parecer una de las primeras menciones
proviene de Francis Drake en el año 1578, haciendo referencia a los
habitantes de la costa de
Copiapó;
sin embargo, más específica es la información de Juan
Segura del año 1591, al señalar a camanchacas de Cobija,
denominación que siguió en uso hasta mediados del siglo
XVII.
En esta misma centuria, el apelativo de proanches los identifica como
originarios de Copiapó y Morro Moreno, aunque inscritos en partidas de
bautismo y matrimonio de Cobija. En este mismo siglo, se empieza a usar la
denominación de changos que a partir de 1665 es la única que
permanecerá vigente para identificar a las poblaciones de Cobija y de
Copiapó hasta el siglo
XIX.
Sin
embargo, no se puede descartar la posibilidad que la diversidad de los nombres
étnicos de los grupos de pescadores de la costa de Atacama, pudiera
deberse a que, efectivamente, se tratase de agrupaciones distintas, como a que
correspondieran a distintas especializaciones en la pesca y recolección
marina, así como a categorías clasificatorias sociales o
culturales, independientemente de su origen étnico e impuestas -por
otros- a aquellos grupos considerados
marginales.
Sobre
las lenguas que se hablaban en Cobija, los documentos del siglo XVII denotan que
“hablan diferente lengua y tan rudas que no ai, quien los entienda, si
bien hablan la
Española”,
y por cierto el kunza toda vez que las etnias costeras recibieron por largo
tiempo el flujo caravanero de los atacameños.
Además,
existieron otros grupos étnicos que se vincularon con los atacamas. Es el
caso de los lipes que pareciera responder a una denominación
étnica y los picas o guatacondos que más bien hacen referencia o
identificarían lugares de origen, pero que ya -desde antes de los inkas-
se conectaban por los senderos que unían los valles y oasis
Tarapaqueños por Quillagua-geoglifos de Chug-Chug-Loa Medio. Referencias
documentales de lipes en Atacama durante el siglo XVI, son aisladas; sin
embargo, en el siglo XVII se les encuentra de manera gravitante en los registros
parroquiales. En las primeras décadas habría una ocupación
directa de lipes en varios nichos ecológicos de Atacama,
congregándose en los poblados de Chiu Chiu y Calama, como también
en Aiquina, Caspana, Toconce e Inacaliri. Los poblados de “Calama y Chiu
Chiu -centros privilegiados para la obtención de algarrobos y
chañares- estaban vinculados a la red de tráfico de pescado seco
desde la costa hacia Potosí, por rutas que cruzaban el corregimiento de
Lipes, y sumado las estancias ganaderas de Toconce e Inacaliri, se notará
que la presencia de los lipes abarcaba una amplia gama de actividades y
obtención de recursos; junto con ello, los lipes se vincularon a la
arriería y establecieron relaciones sociales con la población
local, tal como lo demuestran los matrimonios entre originarios de Lipes con
atacamas y residiendo en la zona por períodos que abarcarían
varias generaciones. En el siglo XVIII su presencia disminuye, sin embargo,
hacia el siglo XIX nuevamente se hace significativa en los archivos
parroquiales”.
Limítrofe
con el corregimiento de Atacama, hacia el norte, se extiende la región de
Tarapacá que se caracteriza por la Pampa del Tamarugal, el
desierto y las quebradas altas cordilleranas. Hacia el sur de esta
región, se localizan los oasis de Pica y la quebrada de Guatacondo que
junto a otras localidades más pequeñas -como Quillagua y Puerto
Loa- formaban la doctrina de San Andrés de Pica. Hay varias referencias
que dan cuenta de que en el siglo XVI los originarios del sur tarapaqueño
se relacionaban con los atacamas; Vivar señala que el paso de los
ejércitos invasores de Pedro de Valdivia (1540), previamente
habría sido advertido por los tarapaqueños a los habitantes de
Atacama. Tanto tarapaqueños como atacamas compartieron –y
comparten- espacios y recursos en ambos territorios, sin embargo, durante el
siglo XVII los registros parroquiales señalan una mayor estadía de
atacamas en Tarapacá, mientras que en el siglo XVIII hay un aumento de
registros que indican la presencia de tarapacás en Atacama, ya que picas
y guatacondos se encuentran en varias estancias, minerales y poblados de la
cuenca del río Loa, en tanto que muy pocos casos se localizan en la
cuenca del Salar de
Atacama.
En
este sentido, en el territorio atacameño -particularmente Atacama la
baja- se percibe un panorama multiétnico, y como correlato de ello, los
datos lingüísticos apuntan a una suerte de
multilingüismo.
A
partir del siglo XVI, la categoría atacameño cubre con un manto de
homogeneidad a los indígenas que bajo ese nombre -de acuerdo a los
documentos coloniales-, identificó la administración
española a toda la población que habitaba el
territorio.
La invasión europea y la constitución del orden colonial en estos
territorios de la región, se hará intensa hasta la independencia
de los nacientes estados nacionales de la corona española.
Atacama
formó parte de los límites de la Gobernación de Nueva
Toledo, que había sido otorgada a Diego de Almagro en el año
1534.
El
dominio español no se asentó aquí, sino con grandes
dificultades. Por el año 1535, los adelantados españoles
tenían una visión del territorio que se mostraba como una frontera
inhóspita ocupada por indios
Atacamas.
En este contexto, arriba Diego de Almagro (1536) y se confrontan
españoles y atacameños en la primera batalla de Quitor, que
debía resolverse en la toma del Pukara del mismo nombre. El resultado de
este conflicto dio la “victoria” a los atacameños: “y
mediando el mes de octubre se halló... en el pueblo principal de
Atacama... hallaron la tierra alzada é de guerra, y la gente por los
montes, fuera de sus casas é asientos, y puestos en montañas y
sierras muy ásperas... que no se podían
sojuzgar”.
Además, otro destacamento de hasta “mill y quinientos indios
chichas”, presentaron una resistencia antieuropea, en un lugar a 18 leguas
antes de llegar a
Atacama.
Posteriormente,
en 1540 se produjo el avance español que permitió ejercer el
control sobre la única vía de ingreso al centro de Chile, porque a
través de la segunda batalla de Quitor la resistencia atacameña
fue reducida bajo el control de Francisco de Aguirre. Sin embargo, la
resistencia indígena fue un factor de inestabilidad regional durante
varios años.
En
1545, Valdivia señala en carta a Carlos V que Atacama es un centro de
abastecimiento para las tropas que vinieran a Chile y suponía a la
provincia en paz, dado que el Perú había sido pacificado por el
gobernador Vaca de
Castro.
Sin
embargo, se sabe que es del todo improbable que Almagro, Valdivia y sus
compañeros, hubiesen dejado algún establecimiento permanente, y si
dejaron algo fue destruido por los atacameños en guerra hasta
1557.
En
ese año, la situación se tornó insostenible entre Atacamas
y españoles, a tal punto que la resistencia de los primeros, no pudo
impedir que los contingentes españoles vaciaran sus graneros y robaran el
ganado -a modo de saqueos. Es por esta razón que se impone la necesidad
de pactar; de esta forma surge el Acta de Pacificación de
1557.
El encuentro en Suipacha -territorio Chicha- celebrado el año 1556,
entre Juan Velásquez Altamirano, representante de la Real Audiencia de
Lima y Juan Cotocotar -o Catacata-, Cacique Principal de Atacama, tuvo como
objetivo consagrar acuerdos favorables para ambas partes. En ese encuentro
reconocieron haber dado muerte a algunos españoles, pero en defensa de
sus provincias y haciendas frente a los intentos de
robos.
La prueba inequívoca de aprobación del trato, por parte de los
atacameños, fue el bautismo y la asistencia a una misa. Un año
después, en Atacama se convocaron Velázquez de Altamirano y los
representantes atacameños con el objeto de alcanzar un arreglo de paz,
que la historia denominó “la Pacificación de
Velásquez”.
Con ello, un relativo control europeo y aparente estado de paz, se
sucedió después de 1557: “Atacama fue en realidad
conquistada por Juan Velásquez Altamirano (...), sin lograr por completo
su pacificación por la influencia de las parcialidades rebeldes del
Noroeste
argentino”.
En
1557 o tal vez un año después, Juan Velásquez de Altamirano
fundó en el camino real un pueblo que se llamó Toconao. Con ello,
de alguna manera se aseguraba la paz y el tránsito entre las ciudades de
la Plata y Chile. De este modo, el primer centro administrativo español y
permanente en la provincia de Atacama con agrupamiento de indios, se
efectuó entonces en Toconao y no en San Pedro de Atacama, muy
probablemente por el temor de los españoles de que ocurrieran ataques
sorpresivos en el sector de los
ayllus
de San Pedro, donde la foresta y densidad demográfica favorecía
las
acometidas.
Cabe
destacar aquí, que dentro de la administración colonial, el
corregimiento de Atacama formó parte de la Audiencia de Charcas en el
año 1559 -integrante del
Perú-.
Más tarde (1564), la Corona justifica la presencia de corregidores en
Atacama, porque era “necesario proveerse el corregimiento de Atacama por
ser el Paso para la provincia de Chile porque no habiendo juez allí se
alzan luego los indios, cesa el paso para aquella provincia. El cual paso es muy
necesario
”.
En
el año 1562, el tratado de Paz -reseñado más arriba-
significó que el virrey otorgara en encomienda los atacameños, a
Juan Velázquez
Altamirano.
Se sabe entonces, que esta autoridad española influenció la zona
entre 1557 a 1591 y será el prototipo - a escala regional- “del
español que une sus deberes administrativos con los comerciales”,
es decir como encomendero y hombre de
negocios.
El padre Francisco Bocos Cardenas, atestigua que:
“Velázquez
ocupa “muchos indios de la mar” de cobija, haciendo que los Atacamas
trasladen el pescado hasta Chiu-Chiu y Potosí (28 a 30 leguas), que en el
presente año les han sacado aun más pescados, que no se los
pagaban, y si los indios lo venden, debe ser al precio que Velázquez
impone. También afirma que los Atacamas alimentan a Velázquez, el
que no les paga por ello y que ocupa un gran número de indios en su casa
impidiendo así que estos acudan a recibir
doctrina”.
Esta
fuente demuestra las irregularidades de los métodos y actividades de
Velázquez, contraviniendo la petición del virrey Hurtado de
Mendoza quien le entregara la mitad de los indios existentes en el “valle
de Atacama” o “provincia de Atacama” en encomienda,
advirtiéndole de no exigir tributos excesivos, además de
solicitarle que,
“...
los trate bien y procure su conservación y multiplicación y amparo
y defensa y los haga doctrinar en las cosas de nuestra santa fe catolica ley
natural e buena policia y sy en ello algun descuydo tovieredes cargue sobre su
conciencia y no de la de su magestad e mia
“.
Pero
a su vez, también indica que tempranamente los españoles
diferenciaron a las poblaciones del interior de Atacama y a los grupos costeros;
incluso en la encomienda otorgada a Velásquez Altamirano, queda suscrita
la distinción cuando se le entregó “la mitad del
repartimiento de yndios de la dicha prouincia [de Atacama] (...) y ansi mismo
uos encomiendo los yndios que estan en el puerto del dicho ualle de Atacama
(...)”.
El
tráfico de pescado reseñado más arriba, será una de
las primeras manifestaciones de la arriería colonial, porque el
tráfico caravanero de los productos marinos se incorporó
tempranamente en los circuitos
mercantiles,
tal como queda de manifiesto con las acciones de Velázquez. Así,
la población de Atacama en el siglo XVI, transitará desde el
tráfico caravanero tradicional al arrieraje colonial. La
integración de esta actividad a sus estrategias andinas, les
permitirá reproducir sus patrones de movilidad, circulación de una
variedad de recursos locales, y continuidad en los circuitos de tráfico
interregional.
Respecto
de la población de la provincia de Atacama, no se disponen de datos
certeros; sin embargo, se han sugerido desde unos 700 hombres de guerra -que
multiplicado por cinco miembros que conforma aproximadamente una familia,
serían 3.500 habitantes- en el año 1535, unos 1.000 indios
sólo en el Pukara de San Pedro de Atacama -1540- a 2.000 indios en 1581,
los cuales se encontraban en una zona bastante
extensa;
por lo que provocó un gran impacto las reducciones toledanas. El virrey
entonces, hace de las reducciones el eje de su política
indígena.
El proceso reduccional se desarrolló como un intento de
transformación del orden espacial indígena por un nuevo orden que
posibilitaría la implementación del proyecto hispano en sus
dimensiones de control cultural, económico y político. La base
programática de la reducción se resume en la siguiente frase de
Francisco de Toledo: “para deprender a ser cristianos, tienen [los indios]
primero necesidad de saber ser hombres y que se les introduzca el gobierno y
modelo de vivir político y razonable”.
De
este modo sobresalen los criterios europeos ligados a un concepto de vida
urbana, porque lo que se quería transmitir era la cualidad de la
policía que implicaba un conjunto de comportamientos relacionados con
conceptos europeos de vida civilizada -hábitos de vestimenta, higiene,
etc.-.
Pero
por sobre todo implicaba vida urbana, bajo una forma de gobierno
legítima, o sea, vida en ‘república’. Para que los
indios estuviesen en policía era necesario que viviesen en pueblos
según el modelo colonial -pueblos nucleados, con organismos municipales,
y con calles y plazas trazadas según el modelo del damero- de manera que
estuviesen “... sus repúblicas fundadas y se gobiernen entre
sí, dándoles ordenanzas y manera de
vivir”.
Al
menos en Chiuchiu y Toconao, hubo un proceso reduccional. Este modelo formal de
organización urbanística, confrontó dos formas de percibir,
organizar y significar el espacio: indígena e hispana. Asimismo, la
reducción se organizó para crear una visibilidad general ya que el
damero permitía una vigilancia visual o panóptica, que
posibilitaría la erradicación de ciertas prácticas
proscritas como contrarias a la policía y a la cristiandad.
Además, la organización urbanística buscaba controlar y
encauzar la circulación de la población según rutas que
convergían en el conjunto iglesia-plaza-atrio, fomentando una
evangelización verbal y
visual.
En cada pueblo junto a un cacique que gobernaba a los indígenas
-descendiente de los gobernantes prehispánicos-, se creaba un cabildo
-consejo municipal-. Vivían dependientes de los productos de la tierra,
empero bajo los efectos negativos de la guerra, flujos migracionales y los
colapsos biológicos derivados de las nuevas enfermedades, por lo que la
población debió disminuir en un número
importante.
Sin embargo, a pesar de la presión colonial, la estructura de los
ayllos
no se derrumbó con la conquista.
Finalmente,
este territorio fue penetrado y transitado, pero no sometido sino hasta fines
del siglo XVI. En tal sentido, se considera un caso de “conquista
retardada” en la periferia árida del Perú, Charcas y
Chile.
Tal
como se advirtió páginas atrás, en algún momento del
siglo XVII, el empleo del nombre “Atacama” como propio de los
nacidos en ese corregimiento colonial, se consolida en la documentación
colonial. Los atacamas constituían un grupo étnico que habitaba un
territorio cuyos centros eran las dos hoyas hidrográficas de la
región. Ocupaban de preferencia los oasis de altura, las quebradas y
algunos sitios de la
puna.
Atacama La Baja del Siglo XVII presentaba un escenario de multietnicidad (Ver
Mapa Nº 7).
El
corregimiento de Atacama fue dividido administrativamente en dos sectores con
sus respectivas doctrinas: Atacama la Baja y Atacama la Alta. En el año
1611 ya se mencionaban estas dos parroquias, la primera se ubicaba en la cuenca
del río Loa y su centro político y económico era San
Francisco de Chiuchiu, y la segunda, en la hoya hidrográfica del salar de
Atacama con San Pedro de Atacama como
cabecera
(Ver Mapa Nº 8).
El
Duque de La Palata Melchor Navarro, decidió realizar un censo general que
incluyera también a las provincias no afectas a la mita, como era el caso
de Atacama. En 1683 se ordenó el levantamiento del censo de
población, cuyo propósito “... fue numerar a los
indígenas en su lugar actual de residencia para obligar a los forasteros
a compartir el peso de la carga fiscal con los
originarios”.
Este padrón permitió reconstruir un panorama de la
dispersión de la población a través de las siguientes
categorías: “1) tributarios presentes; 2) tributarios ausentes que
pagan tasas; 3) tributarios ausentes que van y vienen; 4) tributarios ausentes
que no se sabe dónde residen y son los únicos que no pagan
tasas”.
De todo ello, se desprendió que un alto número de
atacameños -de los tributarios de Atacama la Alta-, vivía fuera de
Atacama en ese año -sur Bolivia, noroeste argentino-, sin embargo
continuaban pagando su tasa tributaria al cacique de su
ayllu.
Esto quiere decir que la mitad de la población masculina adulta, mujeres
y familias se encontraba en territorios distantes de sus núcleos de
origen, en lugares que correspondían a la jurisdicción de otros
corregimientos y por tanto, a territorios en los cuales también estaban
presentes otras unidades étnicas. Así se registraron
desplazamientos, permanentes o transitorios, de originarios de Atacama a
Chichas, Lípez, Tucumán y Tarapacá, “... lo que
permite percibir la magnitud e importancia de estas áreas como zonas de
atracción y de interdigitación
interétnica”.
Hacia
fines del siglo XVII, en el corregimiento de Atacama se visualiza un proceso de
dispersión y movilidad de la población, “... cuyas
motivaciones parecen corresponder en sus líneas centrales con la
presión económica monetaria, pero que en su estructura formal
conserva muchos resabios de la tradición
prehispánica...”.
El
siglo XVII será el tiempo en donde se van a consolidar las
políticas del dominio colonial en la vida material y espiritual andina, y
que después se irradiarán en el próximo siglo. La actividad
eclesiástica se delineó en este territorio desde 1536 hasta fines
del siglo XVII y durante la segunda mitad del mismo, se llevó a cabo un
fuerte proceso de extirpación de idolatrías. A través de
este proceso, se pretendió eliminar las creencias, símbolos e
ídolos, entre los cuales y más conocidos en Atacama eran Sotar
Condi -deidad regional y en los pueblos, Quma Quma de Chiuchiu, Socomba de
Aiquina, Sintalasna de
Caspana.
De este modo, la erradicación de idolatrías y la
demostración de las verdades del cristianismo, fueron los dos puntales
sobre los que descansa toda la obra de cristianización en estos
territorios.
Por
mandato del Arzobispado de La Plata, año 1641, Francisco Otal fue
nombrado vicario y juez eclesiástico “... para la
extirpación y castigo de las ydolatrias y supersticiones que ay entre los
indios de la prouincia de atacama...”; y este clérigo
realizó sus actividades tanto en la costa como en las tierras
altas:
“...
y Procediendo en la d[ich]a causa a hallado auer más de mill y quinientos
indios e indias que acompañado con otro sacerdote que se llama don Joseph
Caro de Mundaça los an todos confesado Porque todas las confeciones que
an hecho de muchos años a esta parte an ssido nulas y les ha cogido todos
los ydolos que tenian que son desde el tiempo del inga Los quales a rremitido a
su señoria ilustrísima d[ic]ho señor arçobispo e ba
procediendo a castigar a los que son cabeças de todos estos ydolatras
procurando estirpar de todo la d[ic]ha
idolatría...”.
Para
Otal, las idolatrías eran el culto a los cerros, ídolos, lugares
donde se practicaban las ceremonias indígenas, y un tipo de ritual que
incluía fuego y objetos de ofrenda. Asimismo, los idólatras fueron
los especialistas en el ritual sacrificial y todos aquellos que participaron de
cualquier modo en este culto. También aquellos que dieron indicios de
creer en alguna de estas costumbres, realizadas en cuevas o casas. Teniendo en
cuenta esto, entonces se evangeliza primero extirpando las idolatrías
ejemplarmente.
“Es
casi una certeza la suposición de que sus acciones punitivas fueron
noticias de amplia y profunda repercusión en un nivel macroregional;
provocaron que la población nativa practicara aún más
ocultamente sus costumbres. Al mismo tiempo, los indígenas fueron
construyendo su propia religión andina con elementos de la
cristiandad.”
Se
ha planteado la tesis de la “doble articulación”, que
significa que los miembros del mundo andino conservaron sus cultos ancestrales y
se vincularon con las autoridades coloniales -y luego estatales-, por medio del
culto católico
tradicional.
En
la segunda mitad del siglo XVII, la administración eclesiástica
colonial aumenta significativamente el clero secular en el virreinato del
Perú. También dentro de su actividad evangelizadora, toma a su
cargo la educación, salud de la población y de manera más
sistemática los registros de nacimiento, matrimonios y
defunciones.
A fines de la misma centuria, la castellana era la lengua franca en el
área, pero al mismo tiempo, las lenguas originarias estaban lejos de caer
en
desuso.
2.1.
Transformaciones en el siglo XVIII
En
el siglo XVIII -bajo el contexto del despotismo ilustrado- el corregidor
Francisco de Argumaniz puso en práctica en Atacama un proceso de cambios
dirigidos a extirpar la lengua kunza. Rasgos importantes de la tradición
atacameña, como su lengua y el control de los recursos lejanos, tendieron
a desarticularse en este tiempo. La situación de predominancia del kunza
sobre el español a mediados del siglo XVIII, se convirtió
posteriormente, en la paridad kunza-español, donde comenzó a
predominar la lengua castellana. El aniquilamiento de la lengua atacameña
se acentuó después de mediados del siglo XVIII, al menos en los
pueblos principales del corregimiento de Atacama. De este modo, hacia 1777 la
situación lingüística varió
considerablemente.
Bajo
la administración del General Francisco de Argumaniz Fernández, se
fundaron en 1777 las escuelas más tempranas o antiguas de la
región. Así, los maestros de Toconao y San Pedro de Atacama, eran
indígenas “civilizados” (sic), instruidos y ladinos en el
idioma castellano, practicándose la instrucción escolar en la casa
de cabildo, ya que en esos tiempos, la escuela no tenía aún una
estructura
independiente.
A través de esa ordenanza, surgió uno de los agentes
transformadores más “eficientes”, así a los
niños se les tenía completa prohibición de hablar la lengua
kunza, ya sea entre ellos o con sus padres. Toda esta imposición escolar
afectó a una generación de niños en San Pedro, Toconao y
seguramente en Chiuchiu, puesto que amplió la castellanización y,
a la vez, disminuyó el prestigio de su lengua materna, debido
también a las amenazas de castigos -pecuniarios o físicos- para
quien la hablase. La implantación de la instrucción escolar
refleja muy bien el despotismo ilustrado del siglo XVIII, donde la escuela
resultó una eficiente práctica dirigida a extirpar esta lengua
atacameña.
En una carta al virrey del Perú, Argumaniz señalaba esforzarse en
“... la sivilizacion de aquella inculta gente en quien aun perseveran
muchos efectos de la barbarie...”; “... se les prohibía a los
niños beber bebidas alcohólicas, tener conversaciones indecentes y
jurar con ofensa a Dios. Se les estimulaba a tener barrida y aseada la escuela,
rezar el ‘Bendito’, besar las manos de sus padres, asistir y ayudar
en las
misas...”.
El
panorama de comienzos del siglo XVIII en el corregimiento de Atacama, acentuaba
el despoblamiento local que se desplazaba dentro de su territorio y al otro lado
de los Andes -territorios de la actual Argentina y Bolivia, por ejemplo-. Al
parecer, esta situación de dispersión de la población,
motivada por el régimen mercantilista colonial, entró en crisis
durante el siglo, donde incluso algunos fueron considerados bajo la
categoría fiscal de forasteros. Más tarde -1750-, el cobro del
tributo hizo crisis por la confusión en identificar cuáles eran
los territorios “originales” de donde debían recibir el
beneficio; asimismo, varios caciques se vieron presionados por los corregidores
para cumplir dicha empresa de cobro. Como un ejemplo de lo intolerable que se
tornaron las exigencias que debían sufrir los caciques: “... En
Chiu-Chiu, Antonio Bernardo Echeverría, viudo de 33 años, con 4
hijos huyó a Copiapó por haberlo elegido de cacique, arrojó
el padrón y se fue...”. De este modo, como era difícil
cobrar los tributos se recurrió a la violencia y con ello los pobladores
huían de
Atacama.
Un
caso interesante de apropiación de los recursos y control político
de las comunidades atacameñas, fue practicado por el Corregidor de
Atacama Manuel Fernández Valdivieso -también a mediados del siglo
XVIII-, en tanto obligaba a los indígenas a la aceptación del
reparto de mercaderías, la venta a precios irrisorios de sus propios
productos, la usurpación de sus tierras y minas.
“Como
ingreso, este corregidor no sólo recibía el reparto, sino que
forzaba a los indígenas a que le vendieran a él, a precios mucho
más bajos de los que se obtenían en San Pedro y en Salta, los
cueros y lanas de animales; entregaba lana a las mujeres para que le tejieran
ponchos que vendía en Potosí; obligaba a la comunidad para que
trabajaran en tierras agrícolas a su favor, le cuidaran su ganado y
trabajaran en el servicio de su casa. Aplicaba multas por cualquier motivo y
llegó hasta a apropiarse de una mina de oro indígena en
Loaros”.
Con
el fin de impedir que los indígenas recurrieran a la Real Audiencia de La
Plata
-empero
igualmente lo hicieron años más tarde- para denunciar los abusos
despóticos, el corregidor aplicó una estrategia destinada a
desviar las acusaciones y dirigirlas hacia los propios indígenas. En
consecuencia, el corregidor acusó a algunos curanderos de Atacama de
brujería y hechicería, y de este modo, las tácticas
punitivas desplegadas en el disciplinamiento y transformación de los
mismos, justificaban las acciones del
corregidor.
Con
ello hubo una manipulación que vinculó la acusación de
brujería a curanderos de Atacama y el control de las comunidades
indígenas atacameñas, ejercida por dispositivos coloniales
hispanos e indígenas. Es decir que, con identificar y relacionar al
curandero con las prácticas de brujerías, se establece el poder de
una representación ideológica que se extendió -al menos
entre su población y sus autoridades locales- en la región de
Atacama hasta el siglo XVIII; sobre todo si se considera que hacia 1749 esta
representación fue manipulada para lograr un control más efectivo
y sujeción sobre los indígenas. Como los maleficios representaban
delitos y desviaciones del esquema de dominación colonial en la medida
que suponían un pacto con el demonio, fue precisamente esta
desviación la que legitimó la racionalidad de las tácticas
punitivas que utilizó el
Corregidor.
La
presión económica que afectaba a los indígenas con el
reparto de mercancías, abusos y factores ideológicos, hizo que
estos se fueran polarizando; se produjeron fugas de atacameños frente a
estas presiones del régimen opresor a fines del siglo XVIII. En
consecuencia, la gestión de los corregidores españoles
derivó en una serie de disturbios políticos y administrativos. La
etapa que se extiende entre los años 1749 y 1757, es un período
que da cuenta de las primeras inestabilidades políticas; entre 1758 y
1774, existe un silencio documental; y hacia 1770 se sitúa la mayor
agitación que culmina con la rebelión de 1781, tupacamarista y
catarista en
Atacama.
2.2.
Los movimientos de resistencia
Esta
zona, entonces, estará marcada por el surgimiento de varias rebeliones.
En el año 1775, en el pueblo minero de Incahuasi se inicia la protesta
contra del Corregidor Francisco de Argumaniz -en estamentos de comerciantes y
mineros españoles-. Un año después se creó el
Virreinato del Río de la Plata- donde quedó comprendida Atacama- y
estableció un crítico reajuste administrativo porque esta nueva
dependencia de Atacama dificultaba los trámites administrativos,
entrabándose una serie de operaciones que perjudicaron aún
más a las comunidades
locales.
En
consecuencia, a fines de 1780 los efectos de la sublevación general
indígena que se había iniciado en Chayanta por las acciones de
Tomás Catari y que después de su muerte el 5 de Enero de 1781 se
fundió con el movimiento de Tupac Amaru iniciado en Tinta el 4 de
Noviembre de 1780, provocaban una agitación de tal naturaleza que el
corregidor de Atacama no se atrevía a cobrar el tributo ni a emprender
una nueva
revisita.
La
figura de Tupac Amaru, da inicio a la rebelión más grande del
período colonial, que se extenderá desde el centro del Perú
hasta el noroeste argentino, y por el sur hasta San Pedro de Atacama;
rebelión que estuvo motivada por el desmesurado abuso, obligaciones y
opresiones de atacameños de Atacama y Chiuchiu. Dentro de este contexto
aparece la figura del líder Tomás Paniri, con cargo de Cacique y
Alcalde Capitán General del movimiento insurreccional, quien
difundía el legado de Tupac Amaru. Nacido en Ayquina, afianzaba la
acción libertaria a través del dominio de todas las lenguas
andinas regionales, incluyendo la de los españoles, el castellano. Fue un
experimentado caravanero de pescado seco desde Cobija al altiplano, y
poseía un acabado conocimiento de sus gentes, la geografía y del
rol opresor que mantenían los
corregidores.
Paniri
ejerció una fuerte influencia política en el territorio
aymará de los Chichas y no sería extraño que su apellido
representara algún valor mítico-religioso, por cuanto uno de los
volcanes de la región atacameña lleva ese mismo nombre desde la
antigüedad.
El
caudillo Paniri designó sus capitanes de la milicia indígena
siguiendo el modo español. Habían sublevado incluso aquellas
localidades como Chiu-Chiu en donde existía una firme resistencia
española frente a estos acontecimientos. (...) Todos los intentos de duda
sobre el origen de su poder eran aplacados por el caudillo, recordando que al
otro lado de la cordillera había 2.000 indios en armas. Él mismo
solía presentarse ante las autoridades religiosas con sable al cinto y su
honda terciada en bandolera. Por un lado, el sable representaba la
rebeldía india al exhibir un arma prohibida, y la honda como un signo del
poder de la antigua resistencia
indígena.
El
entusiasmo provocado entre los partidarios de Paniri, se reflejó en las
acciones emprendidas por sus capitanes en Calama -Juan Zandon y Pasqual Nieves-
quienes mandaron a las españolas que residían en ese pueblo y
alrededores: “... Se pusiesen en traje de Indias con Urcos y Alpargatas
para quando viniesen su capitan General Thomas Paniri y que de lo contrario
morirían sin remedio produciendo que ya no había Dios a quien
apelar ni María Santísima a quien interceder...
”.
A través de este discurso se denota el rechazo a la religión
católica, reflejando el pensamiento de un sector de la población
indígena: “... Siendo el traje un símbolo de una
situación étnica y social, la imposición del urco o anako
representaba para las españolas y mestizas una humillación, pero
con ello crecía el prestigio de lo
indígena...”.
Sin
embargo, la contraresistencia fue organizada precisamente en Chiu-Chiu por el
sacerdote Alejo Pinto, logrando que toda la región de Atacama la Baja
volviera a ser leal a la Corona, sustentada por una organización militar
que buscaba recuperar la región de San Pedro de Atacama; asimismo el rol
de este sacerdote de Chiuchiu será crucial en la sofocación de la
rebelión. Finalmente, Paniri fue hecho prisionero, sumariado y remitido a
Pica, y desde allí enviado a la “hisla del Puerto de
Yquique”. Reconoció la muerte de cinco españoles y su
participación en el ajusticiamiento de un sacerdote. Su sentencia de
muerte se hizo efectiva el 14 de mayo de 1781. Los atacameños aliados con
lipes aún no eran sometidos por Valdivieso y Mendiola; incluso se sabe
que los atacameños intentaban vengar la muerte de Paniri. No obstante,
hacia 1781 los indígenas de San Pedro de Atacama estaban pacificados y a
pesar de la derrota, ellos conservaron cierta capacidad de
negociación.
La
situación de movilidad con fines económicos inserta dentro del
modelo de complementariedad ecológica, aceptada por los españoles
en tanto los indígenas pagaran sus tasas, fue eliminada a partir de 1792
cuando:
Se
estableció el sistema de empadronar a los indígenas de acuerdo al
criterio de residencia y no al de afiliación. Con ello terminaron los
viajes de los caciques de Atacama al Tucumán y la población
atacameña experimentó un brusco descenso: de 729 tributarios en
1787, pasó a 502 en 1792. La disminución se hizo sentir
particularmente en el repartimiento de San Pedro de Atacama que en esos
años pasó de 587 a 346 tributarios, lo que implica una
disminución del orden del
47.7%.
El
poder español debilitó la riqueza de la sociedad indígena,
incluyendo sus recursos agropecuarios. Puesto que las mejores tierras comienzan
ahora aparecer bajo los rótulos de los grandes hacendados criollos,
descendientes de los funcionarios colonos y mineros españoles, la tierra
más importante deja de ser indígena o
mestiza.
Sin
embargo, cuando un pueblo crea su propia lengua, es porque ha estado mucho
tiempo en ese territorio y se ha entendido muy bien con otras gentes de los
territorios aledaños; es por eso que existe tanta toponimia kunza en las
tierras circumpuneñas. Los atacameños fueron bien recibidos, desde
antes de los inkas hasta ahora, en territorios no originarios. Así se
explica que hayan convivido con poblaciones altiplánicas y con las de los
valles vecinos, como los tarapaqueños, también desde antes de los
inkas como durante la colonia, conformando una gran integración entre los
pueblos de “arriba” y “abajo”, a través de
relaciones de complementación cultural y económica. Esta intensa
movilidad, es algo también muy propio de los atacameños, quienes
nunca han sobrevivido exclusivamente de sus recursos agropecuarios, en
consecuencia y siguiendo su propio perfil histórico, se han relacionado
con otras
poblaciones.
Con
la ruptura del orden colonial en los inicios del siglo XIX -con un
régimen administrativo colonial ya muy disgregado- el virreinato del
Perú se disuelve en varios proyectos de Estados nacionales. El Estado
boliviano heredará de la colonia,
“...
el sistema fiscal y la tiránica opresión al indígena por la
que se obligaba al que tuviera la condición de tal a un vasallaje al
Estado, por el cual tenía que pagar tributos y prestar servicios
personales. Esta obligación fundamentada en la imposibilidad de los
republicanos de encontrar otro ingreso económico de igual importancia, es
también debida a haber heredado un sistema de castas, de opresión
racial y cultural. Se reconocía a los indios propiedad de tierras y
posesión de ganado; muchos de los caciques fueron importantes
propietarios; pero la circunstancia de ser indios, los obligaba a pensiones y
trabajos de los que estaban libres los mestizos y los
blancos...”.
Hidalgo, Jorge. “Fechas coloniales de fundación de Toconao y
urbanización de San Pedro de Atacama”.
Chungara
Nº 8, pp. 255-264.Departamento de Antropología. Universidad del
Norte. Arica. 1981. p. 256.
Hasta la Independencia en el año 1825. Hidalgo, Jorge. “Incidencias
de los patrones de poblamiento en el cálculo de la población del
Partido de Atacama desde 1752 a 1804. Las revisitas inéditas de 1787-1792
y 1804”.
Estudios
Atacameños Nº 6, pp. 53-111.
Universidad del Norte. San Pedro de Atacama. 1978. p. 56.
Hidalgo, Jorge. “Complementariedad
ecológica y tributo en Atacama. 1683-1792”.
Estudios
Atacameños Nº 7, pp. 422-442.
Universidad del Norte. San Pedro de Atacama. 1984. p. 438.
Hidalgo, Jorge. “Descomposición cultural de Atacama en el siglo
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Simposio Culturas
Atacameñas, pp. 221-249. 44°
Congreso Internacional de Americanistas. Universidad del Norte. Antofagasta.
1984. pp. 221, 222.
Ibíd.: 221, 229, 230.
Ibíd.: 105,106, 119-121.